He visionado por televisión un reportaje bastante revelador sobre esa época que convirtió a París en el ombligo del mundo. Emigrantes y exiliados de todo el mundo se dieron cita en esa ciudad camaleónica, abierta a toda nueva experiencia y arrastrada por el torbellino de cualesquiera festiva celebración. Como bien dijo Hemingway, "París es una fiesta". Pero, en realidad, ¿qué se festejaba? ¿No era su frenesí una huida de una realidad inhabitable?
El reportaje mueve claramente a la reflexión: nítidamente describe los años de una decadencia, de una época cegada que pretendía sustraerse al gran seísmo que provocaron en el espíritu del hombre los movimientos tectónicos de las dos guerras mundiales. Se trataba de huir, no se sabía bien hacia dónde. Pero especialmente de uno mismo, de la condición humana pisoteada por la inhumanidad de la guerra. Todos se sabían sentados sobre un polvorín, y todos corrían despavoridos sin saber dónde ni cuándo la primera granada estallaría.
Francia, victoriosa de la primera gran guerra se convirtió en tierra de promisión. Fue ese omphalos que congregó todas la voluntades del primer tercio de siglo y sirvió de catalizador. París, desde luego, fue la musa inspiradora, y desde sus barrios de Montmatre y Montparnasse proyectó al mundo un nuevo estilo de vida, esgrimiendo esa bandera huidiza como la imagen de un sueño, la de la libertad. En su nombre, todo tenía cabida: la libertad de la mujer, la libertad sexual, la libertad del arte, la libertad de los pueblos. Mas, ¿qué era el panorama de la libertad más que un páramo desolado recorrido de trincheras? El mundo se enajenó en las tumultuosas fiestas de París; se enajenó el hombre en todas sus manifestaciones. En el loco frenesí de sus orgías se quiso exorcizar el cercano fantasma de la muerte. Porque en la mayor plenitud de vida se minimiza la desmesura de la Parca, siempre acechante. En ese París desbordado volvió a redescubrirse todo, un viejo arte que se creyó nuevo, una literatura desorientada que aún espera encontrarse. Nunca presagió el período que se convertiría en mito, un mito acaso devastador que condicionó todo el perfil del siglo XX y cuya resonancia alcanza a delimitar nuestros horizontes.
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