Momento musical

Momento musical

 Rastreo en los grandes almacenes

en el estante de cedés de  clásica

por si descubro alguna pieza codiciada.

La impresión que se destaca

es que de cuanto escarbo nada complace.

Todos son solistas y directores sin morbo,

desconocidos que pugnan por alcanzar relumbrón.

Una cosa es cierta: el tiempo pasa.

Ya no se encuentra las grabaciones memorables

que alegraban el alma del melómano. 

Discos que veneraban los diletantes 

como el solar de Akenatón.

En otro tiempo tuve un guía veterano

que aleccionaba mi musical ignorancia.

Me encaminó a apreciar la grabación en vivo

de la artificiosa en estudio elaborada.

En aquellos tiempos resonaban nombres

que conducían con olímpica batuta:

Walter, Furtwangler, Knaperstbusch,

Cluytens, Serafin, Vittorio Gui.

Cantantes que apabullaban con su voz:

Corelli, del Monaco, Panerai,

Callas, Tebaldi, Shutherland.

London, Hotter, Ferdinand Franz.

Yo me afanaba en acaparar

la gemas más apreciadas

y que con el pasar de los años

continúo buscando vicioso

con el mismo celo snobista

del maestro que ya no está.

Sedimentos del día

Sedimentos del día

 El día ha tenido sus alegrías y sinsabores. Por fin alguien ha movido ficha, lo cual me lleva a plantearme nuevas tácticas o a variar de alguna manera mi perspectiva. Comento a la hora del café algo referente a la crítica incisiva que argumentó Octavio Paz sobre la obra de García Márquez, de la que se desdeñaba su colorismo folclórico con el que se pretendía deslumbrar y contentar a los europeos. Me responden que las novelas de Gabo de alguna manera funcionan, pero que las de Vargas Llosa son un auténtico peñazo. Uno de mis contertulios comenta que mi novela Rumores de hojarasca es más ágil y rica en peripecia que algunas del Nobel peruano. Por mi parte arguyo que cuando los escritores americanos recurren a sus modismos vernáculos y giros coloquiales resultan bastante cargantes. Ello me ocurre con Vargas Llosa y sus usos locales y con Sábato y su lenguaje bonaerense castizo. Cuando se intercalan tales barreras lingüísticas, la lectura se torna escabrosa e invita a posponerla.

La sociedad te impone el juego e intenta controlar sus reglas. Siguiendo tales premisas es de cajón que pierdas la partida. Sólo queda una alternativa, no inscribirse en esa liga. Es preferible mantener el talante y no someterse a tácticas dudosas y espurias. 

Entro en una librería. Como cada sábado espera un autor novel  promocionando sus libros, que descansan sobre un atril, mientras él tantea entre los clientes cuál sería el tipo apropiado a quien pudiera convencer de las virtudes esenciales de alguna de sus obras, y que tras engalanarla con su firma, pudiera ocupar su volumen un hueco en la estantería del flamante comprador. Del autor de hoy, que aborda afanoso a los posibles lectores, y que por su aspecto nadie diría que pudiera ser escritor, desconozco por completo sus méritos, cuál es su pensamiento, cuáles son sus lecturas, qué papel juega el fenómeno literario en su vida, y si escribir es para él una consecuencia  innata de su vivir o sólo un modus vivendi, o, en definitiva, cuál es el objetivo que pretende alcanzar con su trabajo. Como he desdeñado dialogar con él, y constato que hoy los escritores abundan más que las palomas en las terrazas de los cafés, nunca sabré nada de tales inquietudes literarias y culturales. Pero de una cosa me he convencido, que, de que mientras esté en mi mano, nunca más me prestaré a ejercer semejante cometido, vejatorio y vergonzante, el de un autor desconocido mendigando migajas de atención entre la indiferencia.

Redención

Redención

 Me remuerde que hayas pasado

y te haya dejado marchar;

que conocieras el secreto

reservado de mi corazón 

y prevaleciera la indiferencia.

¿Habrá otro día, otro..., 

donde el tiempo nos reúna

y no tenga ventajas el azar?

Quisiera estar más cerca,

hasta que tu alma se estremezca

con mi anhelo, y tu frágil

ternura de paloma

revolotee en torno

a la llama de mi dicha.

Enciende esa débil brasa 

de esperanza. ¡ No dejes 

que se apague su fulgor!

Que brille en tus ojos el deseo

y que en mi pecho abrasé

 tal redención...

Lecturas

Lecturas

 Leo un libro de Azorín. Se titula El escritor. Es una primera edición de Austral, creo que del año 1942. Sus páginas están ajadas. Cada vez que leo algunos capítulos, he de lavarme luego las manos con jabón. Y no es que la prosa de Azorín esté contaminada, sino que el tiempo y el abandono han dejado su mácula sobre el papel del sufrido ejemplar.  Cuando leo a Azorín tengo la sensación de estar asistiendo a un curso de redacción. Cada frase se ciñe a una sintaxis depurada, pulcra, luminosa, que procura el deleite del lector curtido. Justo el tiempo del verbo, el adjetivo preciso, la preposición adecuada. En las novelas de Azorín el argumento es aleatorio; lo que importa es como el escritor la va llevando, enriqueciendo paso a paso la prosa.

 En estos días comparto la lectura de Azorín con otras lecturas. Reo y releo la poesía de Pedro Salinas. El gran logro de Salinas es haber conseguido para sus versos un interlocutor,  un receptor definido contrario a su propia soledad, con un sencillo estilo conversacional. Trasciende el yo con la fecunda complicidad del amor. Confieso que por mi parte casi siempre he escrito para mi mismo o un para un oyente abstracto. Mi diferencia con Salinas es que mi espíritu se ha forjado en la soledad. El ve colmado su destino en la pareja. Verdaderamente, encontró una nueva voz en la lírica.

 Junto a la de estos dos maestros castellanos, me he sumado a la ímproba lectura del Orlando Furioso de Ariosto. Voy por la mitad del primer tomo, siguiendo la traducción de Urrea, dejando el original italiano para más tarde, si la vida me da esa oportunidad. Sobre obras tan monumentales me abruma emitir cualquier juicio. Me siento minimizado por sus magnitudes.

Otro libro que frecuento, alimentando mi magín hasta que éste se vuelva efervescencia, es las Consideraciones de un apolítico, de Thomas Mann. Fue escrito en los prolegómenos y durante la guerra del 14. Según cierta parte de la crítica es la obra más nefanda y reaccionaria de Mann, conclusión que no comparto; pues si bien las ideas que se desarrollan en el libro fueron blanco de los más airados reproches por sus juicios nada halagüeños sobre la democracia occidentalista y en favor de la guerra, a día de hoy encuentro sus argumentos bastante atinados y sus reflexiones sobre Alemania y su Kultur, tan legítimas como cualquier otra manifestación en contra. Pese al paso del tiempo el libro rebosa actualidad.

Para que un fuego tenga una buena combustión, hay que echar la leña  más conveniente. Así funciona el espíritu cuando se ha encendido bien la mecha, sin temor a que se apague.

PRIMAVERA

PRIMAVERA

 Llevan demasiado tiempo

las nieves perdurando, 

la cruda helada mostrando

el témpano incisivo,

y el harapo de mi sayo

si quiera protege de la helada.

 ¿ Ese sol lívido que apenas

se adivina entre las nubes,

rasgará la maraña de nieblas

derramando el conforto

tierno y tibio de sus rayos?

¡ Oh, mañana soñada

en el árido periplo de la vida,

cuando la savia nueva reverdecerá

las hojas secas, los retoños...

y fecundará la espera estéril

con el dulzor de un fruto!


Amar o vencer

Amar o vencer

 Es una larga senda, larga

 de andar tras de algo que escapa,

yendo de soledad en soledad,

entre sombras de hombres

que vienen y van, y a los que nunca

la luz alcanza a penetrar.

Solo agranda el silencio

su gran locuacidad

en medio de la contienda moral.

Amar o vencer,

más allá de los hombres,

mientras sopla la brisa

y te adentras en el mar.


Yo creo...

Yo creo...

 Yo creo que no está todo perdido,

que los deseos se encuentran

en el vuelo más íntimo de las almas,

pese a lo que los hechos encubran

y las palabras no digan.

Yo te busqué con la desesperación

de a quien quieren arrebatarle la esperanza,

con el alma en vilo, sin comprender

 nuestro disentimiento, fatigados los pies 

transitados de caminos errados,

ignorando qué encontraría

al adentrarme en inciertos parajes,

a los que me encaminaba

la osadía del infeliz y del hambriento.

Había leído a demasiados poetas

y creía que el amor era el mayor fundamento.

Aunque no sabía si la perla buscada

existiría tras el inerte silencio,

en la profundidad tácita del piélago.

Pero de repente el oboe

trasmitió por mis fluidos

el prodigio de la música,

que entre sus notas consumaba

el milagro del amor;

me reveló que tú también

me buscabas por las frecuencias

inexploradas del anhelo, que conocías

el suplicio de mi alma desgarrada

y que traías el dulce ungüento

con que sanar la llaga

y el impulso para quitar

la venda de mi ceguera.

Carta de presentación

Carta de presentación

 Yo hice daño a mi alma

con abrazos impuros;

desdeñoso del desdén,

me ofrecí dolosamente.

Entibiaba con besos mercenarios

las frías cenizas

de mi corazón naufragado,

sujeto a una tabla sin sostén

que pronto anegarían las profundidades:

sueños aciagos,

abstractos terrores,

tormentos de condenación,

y la mirada de un ojo

que todo lo ve.

Rumiaba con rigor

prolongado lo jugos fecales

que estreñían mi cerebro,

hasta que lavé las neuronas

en laxante crisol.

El goce que se hace mierda

sólo lo depura el ayuno cabal.

Hay un peso que te aplasta

y que recarga tu espalda

hasta baldar la esperanza,

¡arrójalo! Aprende de nuevo a caminar.

Mi espíritu está alerta,

presta la alabanza,

la casa saneada;

no admito invitados

sin carta de presentación.


Por qué me hablas de ella

Por qué me hablas de ella

 Por qué me hablas de ella.

Tú mismo dices que está lejos...

No comprendes que entre los dos

hay más de una distancia.

¿ No sabes que tus palabras

reavivan algún pálpito viejo

que se resiste a reverdecer,

destapando la venda que devuelve luz al ciego?

Cuando la nombras, renuevas mi celo,

despiertas en el corazón 

el recuerdo de sus gracias.

Hoy nos separa el tiempo,

la distancia, congojas 

desde que sus ojos miraron

con su fulgor veraniego

mi escepticismo otoñal.

¿ No sabes que cuando la nombras

me haces mal,

que la haces más mía, invitando

a mi alma a anhelar sus primores?

No. No la debo querer demasiado

cuando soporto los días con su ausencia,

las semanas vacías de su mirada tierna,

la hartura de los años sin concebirla a mi lado.

Pero sí la nombras es porque no ocultas

que ella guarda cierto afán hacia mí,

que en su pecho aún anida un deseo hospitalario,

que la separación quizá se acorte

hasta que alcance su oído

el trémulo y grave timbre de mi voz.

¿ No sabes que con tus palabras

 alientas la esperanza

de que a su corazón no lo ha colmado

ningún otro corazón?