Yo creo...

Yo creo...

 Yo creo que no está todo perdido,

que los deseos se encuentran

en el vuelo más íntimo de las almas,

pese a lo que los hechos encubran

y las palabras no digan.

Yo te busqué con la desesperación

de a quien quieren arrebatarle la esperanza,

con el alma en vilo, sin comprender

 nuestro disentimiento, fatigados los pies 

transitados de caminos errados,

ignorando qué encontraría

al adentrarme en inciertos parajes,

a los que me encaminaba

la osadía del infeliz y del hambriento.

Había leído a demasiados poetas

y creía que el amor era el mayor fundamento.

Aunque no sabía si la perla buscada

existiría tras el inerte silencio,

en la profundidad tácita del piélago.

Pero de repente el oboe

trasmitió por mis fluidos

el prodigio de la música,

que entre sus notas consumaba

el milagro del amor;

me reveló que tú también

me buscabas por las frecuencias

inexploradas del anhelo, que conocías

el suplicio de mi alma desgarrada

y que traías el dulce ungüento

con que sanar la llaga

y el impulso para quitar

la venda de mi ceguera.

Carta de presentación

Carta de presentación

 Yo hice daño a mi alma

con abrazos impuros;

desdeñoso del desdén,

me ofrecí dolosamente.

Entibiaba con besos mercenarios

las frías cenizas

de mi corazón naufragado,

sujeto a una tabla sin sostén

que pronto anegarían las profundidades:

sueños aciagos,

abstractos terrores,

tormentos de condenación,

y la mirada de un ojo

que todo lo ve.

Rumiaba con rigor

prolongado lo jugos fecales

que estreñían mi cerebro,

hasta que lavé las neuronas

en laxante crisol.

El goce que se hace mierda

sólo lo depura el ayuno cabal.

Hay un peso que te aplasta

y que recarga tu espalda

hasta baldar la esperanza,

¡arrójalo! Aprende de nuevo a caminar.

Mi espíritu está alerta,

presta la alabanza,

la casa saneada;

no admito invitados

sin carta de presentación.


Por qué me hablas de ella

Por qué me hablas de ella

 Por qué me hablas de ella.

Tú mismo dices que está lejos...

No comprendes que entre los dos

hay más de una distancia.

¿ No sabes que tus palabras

reavivan algún pálpito viejo

que se resiste a reverdecer,

destapando la venda que devuelve luz al ciego?

Cuando la nombras, renuevas mi celo,

despiertas en el corazón 

el recuerdo de sus gracias.

Hoy nos separa el tiempo,

la distancia, congojas 

desde que sus ojos miraron

con su fulgor veraniego

mi escepticismo otoñal.

¿ No sabes que cuando la nombras

me haces mal,

que la haces más mía, invitando

a mi alma a anhelar sus primores?

No. No la debo querer demasiado

cuando soporto los días con su ausencia,

las semanas vacías de su mirada tierna,

la hartura de los años sin concebirla a mi lado.

Pero sí la nombras es porque no ocultas

que ella guarda cierto afán hacia mí,

que en su pecho aún anida un deseo hospitalario,

que la separación quizá se acorte

hasta que alcance su oído

el trémulo y grave timbre de mi voz.

¿ No sabes que con tus palabras

 alientas la esperanza

de que a su corazón no lo ha colmado

ningún otro corazón?

Juramento de sangre

Juramento de sangre

 Nada fluye, parece

la palabra agostada.

No hay nada que rompa

el silencio del corazón

y avive el sentimiento.

¿ Se han desasido los lazos

que mantenían el tácito compromiso?

Por un momento creí

quebrantado el vínculo,

aunque la aldaba de tu voz

aún siga golpeando,

como si el tejido de tu alma

corriera libre por mis venas,

indisoluble el juramento de sangre.

Caminaba...

Caminaba...

 La mar estaba en calma,

el alma tranquila,

sujetas las potencias subterráneas,

caminaba.

Las aguas mansas para la vela,

sin escollos la vereda.

¿Hasta cuándo durará

esa apariencia serena?

Pues cambio es la condición

de cada cosa, y no tardarán

el repecho y la tormenta.

Sin embargo,

no nos detendrán sus presagios...

¡ Habrá que resistir 

a su fatiga y turbulencia!

Crepúsculo malva

Crepúsculo malva

 asombraba un crepúsculo malva,

bajo un fulgor rosáceo

de mórbida neblina, 

que de cabo a cabo trazaba el horizonte

bajo unas nubes deshilachadas,

arañadas por el viento y

por el sol agonizante enrojecidas

transfigurando la mar con arreboles,

impacientes aún sus olas

tras la reciente marejada.

Raros colores que encubrían lo cierto

con sutileza de celofán celeste, 

acuarela de divino pincel,

manifestándose  como ensoñación,

tentativa de mundo infrecuente.


Yo llegaba a la ciudad,

cansado de caminar,

cuando se insinuaba la noche,

perezosa de atardecer, y

los vecinos se recogían porque

el tiempo vacacional había acabado,

aliviados los paseos de muchedumbres,

ralas las cantinas de clientes,

empezando a iluminarse las farolas

con pálida claridad, aún renuentes,

y los árboles inclinábanse

con pesarosa sombra fatigada;

a lo largo de la ruta,

como líneas de fulgor,

el asfalto lo coloreaban

el alumbrado de los autos, y

con las primeras sombras decaían

los afanes del día,

invitando al recogimiento y al sueño.

Era un día cualquiera del calendario

que nos dejó un crepúsculo como recuerdo,

como un corolario de esperanza..

Imagen de Lezama Lima

Imagen de Lezama Lima

 Oí hablar por primera vez de José Lezama Lima  en un breviario divulgativo sobre la poesía cubana de la revolución, allá por los setenta del pasado siglo. Fecha con la que queda claro cuáles eran los albures y a qué revolución nos referimos. Era un librito delgado y estrecho, pero en él se nos familiarizaba con nombres de poetas del todo desconocidos. ¿ Que por qué leí aquel breviario? En primer lugar por su precario coste, pero también porque para la mayoría de los jóvenes de nuestra generación resultaba casi imperativo empatizar con los barbudos de la sierra Maestra.

Entre los nombres a destacar en aquel índice de poetas se encontraba el de José Lezama Lima. En dicho librito, se reseñaban algunas estrofas de su poesía que, aisladas de contexto, se hacían incluso más peregrinas y herméticas de lo que en realidad eran. Tiempo después, adquirí una antología de sus poemas titulada: Posible imagen de Lezama Lima, recopilada por José Agustín Goytisolo y editada por Ocnos. La primera impresión fue la de una poesía densa y difícil de destripar. Deslumbraba por su barroquismo en el lenguaje, característica que luego reconocí en gran número de escritores de la isla, desde Carpentier a Cabrera Infante. Pero el hecho de que su discurso me pareciera ininteligible no fue crucial para que lo desechara del todo, pero si propició un cierto alejamiento. 

Años más tarde me hice con el segundo tomo de su poesía completa, publicado por Aguilar, a bajo precio, en una librería de lance. Es seguro que intentara familiarizarme de nuevo con sus versos durante las primeras jornadas tras la compra, pero algo debió desalentarme pues su lectura no prosperó. Seguramente, esta adquisición tuvo lugar mientras yo escribía mis primeras novelas, y antes de fraguar en resignado bibliófilo, menester el cual propició que consiguiera una edición en mejor estado de su poesía completa, en dos volúmenes, con su correspondiente sobrecubierta, también de Aguilar, años más tarde. Pero desde que descansan en mi biblioteca, no sé si en algún momento me he detenido a hojear sus páginas o a intentar descifrar el críptico mensaje que esconde su musa.

Mas la figura de Lezama siempre surge cuando se comenta la literatura cubana, y su vicisitud durante el ímpetu revolucionario y la relación con sus lideres, que sin duda auspiciaron, si no manipularon, la cultura en la isla. Seguramente no habría intersticio en La habana donde no se infiltrara su perverso dirigismo. Lezama probablemente permaneció impertérrito mientras la maquinaria política tejía su telas de araña en las que atrapar al díscolo literato y al ingenuo contrarrevolucionario. Se lo imagina uno apoltronado en la silla de su despacho, rodeado de una copiosa biblioteca, frente a legajos y dosieres apilados en su mesa, sudando la gota gorda de la cálida y húmeda climatología, fumando y refumando, urdiendo con una pluma una minuciosa y aplicada caligrafía, creyendo hasta el último momento que con el agitado hormiguero conceptuoso que deshilvanaba con su abigarrado estilo servía con fervor patrio los soñados ideales de la cruzada revolucionaria. Así lo comprobamos en una instantánea fotográfica. Es lo que queda para los anales literarios.

Por fin, y teniendo en cuenta una recomendación de lectura indicada por cierto ilustre intelectual, me decidí a hincarle el diente a su obra más celebrada, Paradiso, tengo entendido que publicada, pese a sus detractores, por indicación del mismo Fidel. Como había decidido alcanzar aquel nido de ametralladoras, cayese quien cayese, aunque a ritmo trompicado pero con rigurosa disciplina, alcancé su última página. La novela me pareció un recherche proustiano de pantagruélico intríngulis. Siento no haber compartido con su protagonista las manglanescas bifurcaciones de su desventura, pero es que abordaba sus páginas como quien apura la purga de una prescripción facultativa, dosis tras dosis.

Hoy ha salido a subasta una 1ª edición de Paradiso; he pujado 50 euros, pero no sé si rascaré más a fondo mis caudales en el rifi-rafe final. Es una tentación bibliófila. Pocos habrá en España que la posean, pero con los tiempos que corren me asaltan dudas de que quede algún fulano que suelte más de doscientos machacantes por un libraco en rústica. Aunque siempre mediará algún Shylock.


Onomástica de 18 de agosto

Onomástica de 18 de agosto

 Onomástica de 18 de agosto: hay quienes se empeñan 

en seguir fusilando a Federico García Lorca.

¿Quién puede arrancar a la luna su recuerdo de plata 

y el estribillo lejano que repite el Genil?

De luto aún viste el Museo, todavía hay muertos que no lo dejan morir.

Por las calles de Granada camina un recuerdo amargo

de cuando la guadaña del cielo

con su filo finito la tierra segó. 

Un eco se repite sin tener en cuenta el rubor.

Las flores cada día colman sus manos de bronce,

como si la vida de esos pétalos devolviera su voz;

el aire de la poesía aún huele a jazmín y a crimen,

pareciera que de sus dedos escapara la paloma elemental. 

La guitarra llora en lo jondo sus heridas malvas

mientras abanicos de luto velan una voz gitana

 que canta con verso sonámbulo y espectral. 

En el costado  de España hay una herida que sangra ¿ Por qué?:

Conviene dejarla sangrar

La plaza callada


 La plaza estaba sola cuando llegué,

Las baldosas húmedas,

El silencio terso como cristal.

Me senté porque no podía pasar sin más.

Aquella quietud tenía cosas contar,

Como si supiera algún secreto

De la mañana y del latir del tiempo.

Las piedras longevas de sus palacios

Parecían ser sabias, conocedoras

Del paso de los hombres y las edades.

Su recuerdo seguramente guardaba

También algo de mi pasado,

Cuando en un lejano olvido me senté,

Penetrado también de silencios y de soledades.