UN ALICANTINO EN PARIS

UN ALICANTINO EN PARIS
La película de Minelli, Un americano en Paris, es un risueño canto a la bohemia. Su peripecia, tan sugestiva como encantadora, en ese Paris aún romántico llena mis horas de entretenimiento. En mi juventud, pese a que viví como un paria, no tuve acceso evocador a la bohemia. Quise ser escritor, pero ante la perspectiva de un fracaso cantado, no tuve redaños para lanzarme a la aventura de la vida.
Entonces, en mi ingenuidad, desconocía el peso neto de la existencia, el precio de mantenerse a flote, y sobre todo me desconocía a mi mismo. Hoy, ya entrado en años, no estoy todavía seguro de sí mis músculos estén disciplinados para soportar todo el peso abrumador de la existencia, pero al menos sé quién soy, sé de cierto que hoy la literatura es mi forma de vida, y recuerdo la amargura  con que esa misma  vida inclemente me relegaba a la soledad de un libro abierto, desterrado de la fiesta que otros gozaban. Hoy día mis libros soy mi fiesta, y escribir es para mi vivir. Solo pido a la vida que no me apee del tren a Paris, a esa bohemia de madurez, donde el oficio de escritor de una justificación aceptable a mis días, y al calor de una acogedora buhardilla entre libros y cuartillas pueda corear con Hemingway: París es una Fiesta.

Un punto de Fe.

Un punto de Fe.
Podrá dudarse de la transcendencia,
creer gratuita la realidad de Dios o los dioses,
pero lo cierto es que ese universo sacro,
ese que solo intuimos en nuestra caverna,
se consumó en Jesucristo que, como bien dijo,
hizo nuevas todas las cosas.
En el misterio de la cruz
la creación cobra un sentido
y el hombre encuentra un camino en su encrucijada.
Lo que toda religión buscó,
una respuesta sólida, eterna a nuestro breve lapsus,
la alcanzó Jesucristo en su sacrificio
y con la esperanza, inédita, de su resurrección.

REFLEXIONES A LA HORA DEL DESAYUNO

REFLEXIONES A LA HORA DEL DESAYUNO
Hoy, domingo, me he levantado un poco tarde, pasadas  las nueve, una hora moderada, teniendo en cuentas que mis actuales noches sabáticas poco tienen que ver con el carpe diem de la perdida juventud. Mi primera actividad, después de asearme y tomar café y zumo, además de la píldora de vitaminas, es salir a la calle a desayunar. Por lo común suelo hacerlo en algún café del barrio, pero no faltan los días que lo disfruto en el centro, en esas horas matinales en que las calles permanecen desérticas y el solaz de la mañana pronostica un día relajado. En días extraordinarios, me encamino a la misma playa del Postiguet, y en el Rompeolas doy cuenta del desayuno mientras contemplo el mar, ese presencia esencial para mí, que aun tratándose del mismo siempre es distinto.
Este domingo he permanecido en el barrio, pues pensaba, tras el rápido desayuno, dedicar largas horas a leer o escribir. Para amenizar el momento de la colación, en este día espléndido, he echado mano de uno de entre los muchos libros que están sobre mi mesa: el Trópico de Capricornio, de Henry Miller, que adquirí por un euro en una librería de lance. Con él bajo el brazo, me he dirigido hacia la heladería, pues he encontrado el primero de los cafés habituales con el cierre echado y el rótulo arrancado, indicando que ha pasado a mejor vida. En la heladería la camarera me sirve el desayuno sin preguntar, como cliente asiduo que soy. El sol se muestra risueño esparciendo sombras y reflejos por la plaza Manila. Leo las primeras páginas del Trópico... y enseguida tropiezo con ese "yo" desmesurado de Miller y su obstinada propensión a narrar siempre en primera persona. A veces creo que Milller era un poco fantasma, y que pertenece a esa clase de hombres en los que casi la totalidad de lo biográfico es inventado. Dejo el libro porque me asaltan otras preocupaciones. Por ejemplo: el que la sociedad me tenga cogido por las bolas y el que mi yo sea esclavo de las circunstancias, situación que no llega nunca a remediar el pleno de La Primitiva. En verdad, me acosan no pocas preocupaciones, como por ejemplo la de no arder como una tea a causa de una explosión en la fábrica de cola; la de que el trabajo y las relaciones laborales me resulten siempre insatisfactorios; la de no llegar algún día a jugar la"champión" en mi quehacer literario, la de no alcanzar hasta ahora, pese a todos mis desvelos, el "gordo" de la Libertad.
Solo nos queda el consuelo de soñar. Soñar el sueño del caminante que, mochila al hombro, se adentra por esas veredas, donde en tiempo vacacional, reencontrará su alma, vagabundo por la tierras castellanas: esa Toledo del Greco, la Soria machadiana, la unamuniana Salamanca, o los paisajes de la tierra más amada, la de los verdes montes de Asturias.

MAR EN CALMA

MAR EN CALMA
El día está nublado
y extiende una bóveda de cenizas
sobre la lámina de un mar de plata,
ornado de rizos purpurina.
El mar parece quieto,
sin conciencia del tiempo,
como un sombrío espejo
donde se mira el mundo.
Las olas se desvanecen,
sin estruendo,
 mientras un sol solapado
reverbera en la lisa superficie.
En su bruñido cristal
se refleja el alma,
buscando su insondable significado;
y nuestros ojos escrutan,
como en una página,
la prosa secreta de un devenir
tan escurridizo como lo es el agua.

El tiempo en el espejo

El tiempo en el espejo
Nos creemos el de antes, aunque el espejo nos denuncie distintos.
Somos un balance de experiencias
 con las que el tiempo nos ha esculpido por dentro.
Nuestra mirada es la misma; nuestra humanidad ya es otra.
La luz brilla en ese ser que nunca pasa,
 aunque nuestro juicio llore lo perdido.
El tiempo gangrena nuestra fe y en el espejo ríe su sarcasmo.
¿No hay quien proclame, pese a la muerte:"Eres"?

Campos de España

Campos de España
Campos de verde y arcilla,
aisladas masas de bosque;
en la soledad perdida,
el solaz de una alquería,
un camino que serpea
y se pierde en el olvido,
y en los cerros solitarios
una hilera de molinos
elevan al sol sus brazos
como cruces de calvario.
Campos que se tienden
sedientos de lontananzas,
estáticos de encinares,
con perezosos rebaños
paciendo  entre la maleza;
campos en donde alienta
ese ciclo vivo
del barbecho y la cosecha.
Oh, sobrios campos de España,
¿es acaso que me encuentro
ya de vosotros más cerca?