Italia, o el gozo de vivir

Italia, o el gozo de vivir

 Sí, Italia me llama. Tengo pensado en un futuro pasar allí una larga temporada. La experiencia italiana fue una de las más gozosas de mi vida. Su aliento propició el auge de mi labor literaria. Fueron tiempos fecundos en todos los sentidos. Mis lecturas fueron vastísimas; apasionadas respecto a la Historia del Arte. Apuré cuanto pude las delicias itálicas. Periódicamente, visité Venecia; quise atrapar toda su milagrosa realidad. En ella reconocí la labor benefactora del hombre. Mi formación contracultural, enemiga de todo lo civilizado, tuvo que doblegarse frente al sueño de Venecia. Aprendí a apreciar el "legado" desde una perspectiva positiva. El "sistema" alienante dejó puertas abiertas a la realización liberadora del hombre. Los márgenes de la belleza redimen de la desventura cotidiana. La ciudad deja de ser la cárcel de los inadaptados para transformarse en una alternativa esperanzadora. Otras cosas aprendí en Italia, pues allí mis ojos se abrieron a otra vida con mayúsculas. Pensé que allí podía trascender a ese ánomino que jamás traspasará los límites de su insignificancia. Me hice más Yo contrastándome con los rutilantes Otros. Allí aprendí también que la grandeza también sucumbe y que vivir aún en la pequeñez es lo que da sentido al universo. Italia, o el gozo de vivir. Intuí lo inefable mientras comtemplaba las cúpulas de la Salute doradas por el sol de la tarde. ¡Quiero volver, no me cabe otra elección!

JAVIER MARÍAS IN MEMORIAM

JAVIER MARÍAS IN MEMORIAM

 He recibido con tristeza la noticia de la muerte de Javier Marías. Sobre todo por tratarse del fallecimiento de un escritor. Podría afirmar que los escritores y sus libros se han significado como los mejores camaradas de mi vida. Es la de éstos una amistad duradera, a la que se suele acudir en los momentos extremos de soledad. La mayoría de las amistades han ocupado un período de nuestra vida, de mayor o menor calado, y por unas razones u otras los lazos se han deshecho, como consecuencia de la distancia, el tiempo, la deslealtad o el olvido. Siento que Marías no haya ocupado un lugar en ese Ateneo de mi espíritu que nutren los escritores, que para con su obra carezca de referntes mi memoria, pues nuestro conocimiento ha sido el de los flashes audiovisuales y no el íntimo de lector comprometido. Lo veía algunas veces por televisión y redes, donde mantenía un tono discreto en relación a otros colegas del "starsistem" de la narrativa. Sin duda, Marías era un introvertido. Y en este carácter debe englobarse su abundante obra, de la que se oía decir que estaba escrita para sus amigos o para contados fieles que habían empatizado con su personal hermetismo. Tengo a Marías por un "onettiano", aunque para mí es todavía un escritor virgen cuya lectura está aún por emprender.

En una de sus últimas entrevistas en las redes le escuché decir, lo cual parece premonitorio, que, al contrario que su amigo Pérez-Reverte, en cuyo magín bullían numerosos argumentos para nuevas novelas, a él parecían habérsele agotado la ideas de futuros relatos. Tal conclusión quizá resida en esta circunstancia que venimos señalando, pues el unirverso en el que se mueve el escritor introvertido es el de sí mismo, el de la íntima singladura y la introspección, buscando sus historias mediante un sondeo interior y rechazando todo material ajeno a su ámbito cotidiano, donde hay que circunscribir su "lírica". De ahí que a su andaura le sea más inmediato encontrar sus límites. Pérez-Reverte, en cambio, es un extrovertido; su mirada se proyecta en dirección contraria, su cometido es explicar cuanto le rodea. En el mundo encuentra sus fuentes, sus paisajes, su épica, los referentes de un hombre desenvuelto frente al entorno hóstil, decidido a vencer al mundo, su historia y sus interrogantes, no a explicarlos. Ambos han sido coetáneos, participaron  de cierta similitud de ámbito y atmósfera, pero ¡han sido tan dispares! Descanse en paz, Javier Marias.

GALGO CORREDOR DE SÁNCHEZ DRAGÓ


 Esta mañana he hojeado con curiosidad  el libro de memorias de Fernando Sánchez Dragó, Galgo Corredor. Finalmente, no me he decidido a comprarlo, pese a que el autor trataba de seducir con citas estimulantes de la más diversa procedencia, de Jung a Bergamín, pasando por él mismo y su imagen transgresora de la tarea literaria. Lo malo para Dragó es que tal radicalidad, a día de hoy, no pasa de ser un estereotipo que vende, o vendía. Alabo su determinación de desmarcarse del escritor que lo "es" por el gran público (lector o simplemente curioso) y su voluntad de delimitar su independencia, adscribiéndose a una literatura de combate y personal como la que desarrollaron su ídolo, Hemingway, Henry Miller, Kerouac, Bukowski u otras eminencias contraculturales que paradójicamente ha engullido el sistema, que a día de hoy es el único que existe. Si tal militancia no hubiera "molado" al establisment,  qué hacía tan díscolo autor recibiendo el Planeta. La sociedad premió su disconformidad como premia la impresentabilidad de los Rolling Stones y las demás "bandas" que esquilman el remanente financiero de la cultura.

Dragó me resulta simpático. Lo sigo desde que se diera a conocer en el programa "Encuentros con las letras". Puede considerársele un personaje público, condición a mi parecer que desvirtúa a ese escritor montaraz, indomeñable, como le gusta ser recibido. Lo malo es qué la mayor parte de estos escritores anómalos de que se tiene registro han permanecido en el anónimato durante su experiencia literaria, recuérdese a Kafka, a Lautremont, aun el mismo Stendhal no reconoció gloria alguna en vida. Su discurso no concordaba con el de su época, por eso se granjearon el silencio de sus contemporáneos.

El libro Galgo Corredor me resulta una propuesta demasiado personal, de la que me asalta algún reparo a la hora zambullirme en él como en las aguas del Postiguet, tal cual hiciera el adolescente Sánchez Dragó cuando accedía al tranvía en Padre Esplá, a unos pasos de Gasset y Artime, donde yo nací, para disfrutar de una mañana playera alicantina. Dragó fue todo lo que yo no pude y anhelé ser, un reputado trotamundos. Alguién que quiso exprimir todo el jugo a la vida, experiencia que no sé si es del todo recomendable. Hacer recuento de nuestras promiscuidades e infidelidades personales no sé si ayuda a fortalecer el ánimo o a sumirnos en la desesperanza. Dragó se echa a los hombros la pedagogía de Hermann Hesse y pontifica desde su cátedra heterodoxa, llevándonos por lo general a una confusión teórica, en la cuál resulta problemático determinar una orientación. Encuentro cierto paraleismo con Bukowski, quien despotricó de todo y contra todo, con recalcitrante cinismo, para a  la hora de la muerte desear ser enterrado siguiendo el ceremonial budista. ¿Por qué budista? Dragó no sabemos si ha hecho su elección, o si desea seguir manteniéndose en su sincretismo escéptico. Por mi parte, me hago oídos de Salomón, y reconozoco bienaventurado al hombre que en las cosas de Jehová medita de día y de noche. Sé de mi condición vana y éfimera y me aferro a mi Biblia como último baluarte después de la quema.

SABINA EN EL RASTRILLO

 He adquirido en un tenderete de libros de lance una "segunda edición" de "Ciento volando de catorce", de Joaquín Sabina, editado en Colección Visor de Poesía. Al efectuar la compra, no reparé en ese detalle. Entresaqué el ejemplar de entre una hilera apretada de libros vanales y económicos. Con esto distingo el poemario de Sabina de un batiburrillo de género editorial condenado al trapicheo o apto para el contenedor de basuras, siempre que una generosa ánima lectora no rescate alguno de ellos y los transforme en válida vivencia. Hay que amar la literatura, los libros, para dar relevancia a ese detalle de calendario. Sólo, una vez en casa, y al observar detenidamente el ejemplar descubrí que era una segunda edición de 2001. En ese mismo año se publicó la primera. Quizá para los poetas de esencia Sabina suponga un versificador de artificio que no de arte. Pero su libro ahí queda, con su virtud y defecto, su fronda y su hojarasca, pendiente del juicio del tiempo; entre los contemporáneos fue un hit de ventas en su dia. Nadie puede negar a Sabina su olfato poético y su habilidad de seducir al gusto.


Con el libro en mis manos, me he preguntado cuál será su valor bibliófilo. Hay segundas ediciones de algunos autores bastante bien cotizadas. Pienso en Rayuela de Cortázar, Cien años de soledad, de García Márquez, en La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, como ejemplo. Algunos títulos de Roberto Bolaño, rebasan ya la cantidad módica. En las subastas se los rifan los coleccionistas. Sabina, en cuanto a popularidad, quizá rebase a la de los citados y cuenta con una pléyade de seguidores mucho más nutrida. En su  centena volandera reparé cuando asomado a la ojiva de mi torre montagnesca, indagé en la vicisitud de los trovadores goliardos que pululan el feudo. 

En resumen, no sé si el libro tendrá algún valor; todo dependerá de los caprichos del mercado. En cualquier caso, me doy por satisfecho con poseer dos ejemplares de obra tan singular, la segunda edición y la décimo y tantas.