REFLEXIÓN DEL CAMINANTE

REFLEXIÓN DEL CAMINANTE
La esencia de la vida es ser fugitiva; su naturaleza está sujeta al cambio, a la continua transformación de todo cuanto es; por eso nuestro espíritu cambiante intenta aferrarse a lo duradero, en una búsqueda afanosa y desesperada de lo absoluto. Todo cuanto existe es variable, perpetua mudanza que define al universo, cuyas coordenadas se someten a los rígidos ciclos de cambio y destrucción. Este es el enigma; por eso naufraga todo aquel que pretenda echar raíces en la volubilidad del tiempo, o permitirse esa pausa inexistente en el tránsito irrefrenable del mundo. Con el arte se pretende alcanzar ese ese momento extático, vislumbre de lo infinito, tras el cual creemos atrapar por un momento el vértigo de la eternidad insondable de Dios.

LEGENDARIO VALLE-INCLAN

LEGENDARIO VALLE-INCLAN
Ya cuando iba al instituto, Valle-Inclán era mi ídolo. Me complacía su ácrata apostura, desafiante de una sociedad inmovilista y mojigata. Su actitud transgresora concitaba mi admirativa curiosidad hacia un escritor que por aquellos tiempos del franquismo catalizaba mucha de la actividad opositora del momento. En el libro de literatura del bachillerato yo había dibujado al pie de su foto el anagrama del anarquismo, junto a la hoz y el martillo, como arrojando el guante a una sociedad que no quería saber mucho de nosotros. Valle era esa figura consecuentemente subversiva, que arremetía con el arma de su prosa contra ese mundo burgués y reaccionario sin admitir ninguna componenda. Me regocijaba de que el general Primo de Rivera lo hubiera tildado de "eximio escritor y extravagante ciudadano". Su corrosivo teatro era punta de lanza de la intelectualidad del momento y cualquiera de sus montajes levantaban gran revuelo, celebrándose la combativa vigencia de sus esperpentos. El Ruedo Iberico era tenido por una de las más lucidas radiografias de nuestra triste España, sacudida de miseria e injusticia, pero cuyas inveteradas lacras no escapaban a la crítica pluma de nuestros literatos. En esos días en que desconocíamos el privilegio de la libertad, necesitábamos aferrarnos a la denuncia y a la raíz honesta de la palabra. Y Valle era ese bate pulcro, pobre hidalgo de nuestra España pero en cuyo pundonor se reconocía el sobrio orgullo de hacer patria. Solo una figura puede comparársele en nuestra literatura: la de Don Francisco de Quevedo.

En estos días leo una biografía de Valle, publicada por Espasa. ¡Qué lejos nos parece hoy la figura legendaria de Don Ramón María! ¡ Qué distante nos suena un escritor que opinaba que practicar el periodismo avillanaba el estilo! ¡Qué lejana nos resulta la agonía por alcanzar la antojadiza cima del Parnaso, que es como jugar a la gallina ciega circundado por el alegre coro de las musas! ¡Qué incompresible nos resulta la bohemia, la inmolación de ese Max Estrella en pos del galardón de la belleza! ¡Que lejos, don Ramón, la filigrana de las Sonatas, cuando la vida nos impone tan distintas exigencias, tras la aciaga travesía de ese convulso siglo  XX, donde el dolor, mirándonos a los ojos, nos ha involucrado en esa ley voraz de la vida! ¿Qué sentido tiene para nosotros ser decadentes de salón?o ¿ ser escritores a ultranza, en pos de ese prurito goloso de la fama o la gloria literaria, que acaso no sea más que una placa conmemorativa inflada de superfluas o graves palabras?

300: EL ORIGEN DE UN IMPERIO

300: EL ORIGEN DE UN IMPERIO
Confieso que la primera parte de 300 la vi bastante tarde, por televisión, cuando ya su primer impacto había quedado atrás. En cualquier caso, para el espectador primerizo la fuerza de sus imágenes no pierden ese primordial objetivo de ser impactantes. Sus fotogramas acusan ese virtuosismo sensacionalista que ostentan las viñetas de los comics de superhéroes, que también determinan la ingenuidad y sencillez de su guión, ofreciendo una imagen simplificada del mundo griego antiguo. Aun así, el film retiene la carga emotiva de lo epopeico y mantiene un discurso exaltado en el que se resaltan las virtudes políticas y morales de occidente.

El formato en que está concebida la película yo creo que hubiera sido más apropiado para ilustrar la guerra de Troya, conflicto más parejo al mundo mitificado en que se mueve el film. Aunque hay que reconocer que esta guerra global en que se ponía en juego el destino de occidente quizá tenga un mayor mordiente y diga más a la parcela sentimental del espectador. Con estos griegos defensores de su libertad a ultranza, regidos aun por su rudimentaria democracia, pero democracia al fin, nos sentimos identificados, pues comparten muchos de los valores permanentes en nuestra sociedad; es más, justifican su razón de existir. Sobre todo con Norteamérica, rescatadora en su idiosincrasia de estas viejas formas e ideales griegos, tan evidentes en sus símbolos, el tono de la película encuentra una gran complicidad. Como en la Guerra de las galaxias, seguimos luchando contra ese imperio que encarna la tiranía y los poderes obscurantistas. Hay que reconocer que, pese a su ingenuismo, el discurso no deja de ser valido, vigoroso y nada decadente.

Difícil me resulta no obstante reconocer en esos guerreros miguelangelescos de gimnasio a los antiguos griegos, a esos valerosos hoplitas que defendieron las Termóplilas, vencieron en Maratón y Platea y destruyeron la flota persa en Salamina. El rigor histórico en el film es bastante deficiente, y sobre todo es difícil de imaginar al primer hombre de Atenas, Temístocles, el que no sabia tocar la cítara, pero que de una pequeña ciudad podía hacer un gran estado, cercenando cabezas en primera línea ante el empuje arrollador de los "inmortales", ciegos adoradores de ese peculiarísimo Satán-Jerjes.

EL MANGUI QUE ROBÓ UNA BIBLIA

EL MANGUI QUE ROBÓ UNA BIBLIA
Le conocían por el "Demetrio", aunque su verdadero nombre era Manuel Bermejo Expósito. Yo creo que tal apodo se lo endilgó algún despabilado que andaba algo puesto en eso de la Historia. Alguien que por no tener cosa mejor que hacer mataba su tiempo releyendo viejos libracos  escritos sobre la época de "María Castaña" y la guerra de los Peloponesios. Porque sé que por aquella friolera de siglos hubo un rey que se llamaba Demetrio, que tenía un padre tuerto y que se lo montaba liándola de guerra en guerra, asaltando las murallas de las ciudades con torretas de cojones y catapultas. Tal fulano debía de tener los mismos ardiles que hoy se gasta el Demetrio para el negocio, pues cuando tiene ganas, menuda maña se da para birlar o mangar, cosa fina. Lo malo es que es más bien un poco manta para la faena, y lo único que le apetece es perderse y perrear, manos en bolso, de barrio en barrio, sin saber lo que busca, dejándose llevar por el colocón del chocolate. Si tomara en en serio los asuntos, se daría la gran vida; saldría de noche a fardar con el bolsillo lleno, alhajas aquí y allá, buenos pingos, sobrado de costo, y le lloverían las chorbas.

Yo creo que lo que le pasa es que todavía le bailan las velas en la nariz y se las sorbe de cuando en cuando; tiene diecisiete tacos pero `piensa como si tuviera trece. Antiayer no más; dicen que se perdió en el barrio de Bellavista, tan descarriado como un perro sarnoso, y husmeaba por calles y figones, pidiendo tabaco y tomando donde le pillaba alguna copichuela que le permitía la calderilla. No escarmentará; si hiciera lo que le digo, otro gallo le cantara. Pero al que se tuerce, la vida se encarga de enderezarlo. Baste el ejemplo: Pues no se le ocurrió al tío otra cosa que entrar en una librería que le salió al paso. Como si en ese tipo de tiendas hubiera algo de provecho. Fue recorriendo los estantes llenos de libros dándoselas de cliente mientras el dependiente lo junaba con cierto mosqueo, receloso de que se la dieran con queso. Pero el Demetrio , avispado, le preguntaba por títulos de libros que el librero no tenía, y éste dudaba si quien le vacilaba era un zángano o un intelectual. Porque el Demetrio leía los lomos de los libros como  haciéndose el entendido, aunque no sé a quién iba a pegarsela, a no ser que el pánfilo le siguiera el rollo como un pardillo. Pero lo cierto es que el bueno del Demetrio fue a la escuela; allí se empapó el abecedario y la suma y la resta, y es hasta capaz de leerse un libro de corrido, como si eso subiera o bajara.

En aquella librería había muchos libros: novelas por un tubo, libros de historias, filosofía y otras zarandajas. Podía haber escogido cualquier libro molón, con fotos e ilustraciones, del que se pudiera haber sacado alguna buena tajada al revenderlo. Pero a él se le fue la mano y la bola hasta una Biblia con las tapas negras y con letras que procesionaban por los ojos como hormigas diminutas, una de esas que se regalan a los monagos, y se la guardó en un falso forro de la chupa sin que el librero lo guipara y salió cortando. Cuando el gachó se dio cuenta del roto,  el Demetrio ya andaba lejos. Porque no hay que negar que el tío es rápido y competente a la hora de afanar y dar esquinazo a los pringaos.

Yo creo que lo peor que podía haberle pasado al Demetrio es ser instruido. Pues de haber sido un lerdo, un botarate, no habría leído aquel libro y todo hubiera continuado como siempre. Pero lo leyó, y no sé que leería, que el menda a los pocos días volvió a la librería del barrio de Bellavista   y devolvió el libro, como si fuera un primo y pudiera permitirse el lujo de ser honrao. Medroso y avergonzado, lleno de escrúpulos, dejó de frecuentar  a la peña como si fuéramos tiñosos y dicen que hoy anda canturriando abobalicado, poniendo jeta de lelo, por esas iglesias que abren en los bajos comerciales y que llaman "evangelistas".