BACHMANÍA

BACHMANÍA
Mis primeros contactos con la música de Bach seguramente se remontan a los cultos dominicales en la congregación evangélica a la que pertenecía, donde eran frecuentemente cantados sus corales "jesu,meine freude" y "O Haupt voll blut", este último en particular interpretado durante la semana de "pasión".
Bach, qué duda cabe, es el compositor más admirado en amplios sectores de la Reforma. Porque quizá Bach signifique para ésta la tradición que su adversaria, la iglesia romana, encuentra durante largos siglos de historia coral. Quizá yo no pueda entender a Bach desde otro ángulo que el de su significación cristiana, pues en ello abundó aún más el hecho de que el regalo que recuerdo con más cariño fue el de una Biografía de J.S.Bach, firmada por Albert Schweitzer, con la que me honró el pastor con motivo de mi "confirmación" como miembro comulgante de la iglesia. Conservo el volumen en mi biblioteca como una de sus joyas más preciadas.
Reconocí siempre en la música de Bach la índole del misterio religioso. Recuerdo como unos severos ejercicios espirituales mi empeño de escuchar la versión íntegra que se dio por RTVE de "La Pasión según san Mateo" en tiempos inmemoriales, interpretada por la Orquesta Bach de Munich, bajo la direción de Karl Richter. Supongo que tras la audición el peso de mis pecados no se habría aliviado, pero no dudo que en aquel acto Dios anunciara un sendero de acercamiento a él. Sabia música de Bach, que sabe discernir con su luz en los recovecos del alma. El peso de ese conocimiento quizá nos abrume, implique un compromiso de seria aceptación, y nuestra volubilidad nos proyecte hacia cumbres más aireadas como las de Beethoven. Con Beethoven se cumplen nuestras esperanzas del día, pero la música del viejo Bach modula en la entretelas del espíritu.
Acabo de escuchar en youtube a la Orquesta Bach de Munich y Karl Richter interpretando los primeros conciertos de Brandenburgo: una delicia insospechada; no puede ser mas fresca la fuente de donde nace-y como diría Borges, permítaseme el oximoron-la claridad barroca con que su exposición nos conduce al conocimiento del alma, al indefinible misterio de ser hombre, confirmándonos con su consuelo la permanente presencia de Dios.

COMENTARIOS SOBRE LA MUERTE EN VENECIA

Cuento "La muerte en Venecia", de Visconti, como una de las películas importantes de mi pequeña filmoteca. La he visionado decenas de veces, y pese a su lenguaje lento, a veces parsimonioso, que en ocasiones  nos da la sensación de hastío, no deja de tentarme el revisarla en algún rato de ocio. Cierto que su relectura carece de la fascinación que sus fotogramas encierran para el espectador primerizo, pero siempre queda algo en el tintero con que rellenar la experiencia que nos suscita el film.
Yo vi por primera vez "La muerte en Venecía" durante su estreno en Alicante, creo que en el cine Chapí.
Asistí a la proyección alentado por algunos comentarios favorables que había escuchado por radio y la alusión indirecta de algún conocido. No puedo negar que la película me fascinó en muchos sentidos. Uno de ellos, no sé si el más relevante, fue el de recrear un ambiente de alta burguesía muy alejado de mi realidad personal. Ambiente exquisito que me evadía de la mezquindad vulgar que me rodeaba. Otra de las causas, sin ninguna duda, fue la belleza plástica de aquellas imágenes, que insinuaban una Venecia evocadoramente brumosa, hasta entonces desconocida. Otra de las circunstancias, era la atmósfera decadente en la que se desenvolvía el film, acentuando ese destino trágico de Aschembach entregándose inerme, hasta encenagarse, a su pasión culpable, en aras de su apolínea idolatría por esa belleza pentélica de Tadzio. Confieso que al acabar el film me invadió un singular arrobamiento estético, una enervada embriaguez que me llevó caminando hasta la orilla del mar. Tal embriagadora experiencia era la primera vez que me ocurría, y si alguna vez había llorado o reído con el cine, puedo asegurar que aquel arrebatamiento espiritual era la primera vez que me ocurría. Creo que fue entonces cuando empecé a tomar algo en serio aquello del arte, de la emoción estética, de los dominios de la belleza.
"La muerte en Venecia", está basada en la novela homónima de Thomas Mann, cuyo guión sigue en lineas muy generales. Si, en la novela, Aschenbach es un escritor, en la película se ve transformado en músico, trasunto, según declaraciones propias de Visconti, de Gustav Malher. Confieso que el von Aschenbach  de la novela está mejor acabado, esculpido por la rigurosa presentación que de él se hace en los dos primeros capítulos del libro. Es Aschenbach un escritor consagrado, estatus conseguido no sin arduos esfuerzos y una vida disciplinada, cimentada en una moralidad estricta y unas costumbres saneadas. Viudo, con una hija casada, saborea la cima de su edad adulta, amenazante ya el horizonte de la senectud. Sometido a su títánico esfuerzo de gigante de las letras, se percata de que un cierto agotamiento va venciéndolo, y comienza a sentir la afección de un inconfesable hastío por su labor. Durante un paseo decisivo por las afueras de Munich, llega al convencimiento de que debe emprender un viaje. Consultando mapas, escoge para esa temporada de asueto la costa adriática, coordenadas que lo llevarán definitivamente a Venecia. Y en esa embriagadora ciudad encontrará el más extravagante romance para un hombre maduro, la rendida inclinación por un joven adolescente extraordinariamente bello que le hará, finalmente, perder los papeles,remunciar a sus nobles ideales y consumirse en un trágico destino, asolado por la peste.
Visconti, en la creación del músico von Aschenbach, quizá pensó en la personalidad paralela de Malher, cuya música desborda el film y volvió familiar ese adagietto de la 5ª sinfonia, pero también y en gran parte de los diálogos esenciales, en esos debates entre Alfried y Gustav, se basó a su vez en la obra del propio Thomas Mann, "Doctor Faustus". Algunos comentarios y convicciones del Alfried, matizadamente nietzscheanos, son extraídos de la novela antes mencionada, donde se nos narra la vida del músico Adrian Leverkuhn, victima de esa otra peste, la sífilis, tan paradójicamente filosófica. Doctor Faustus supone, en clave musical, la experiencias del extravío del hombre moderno, en cuyo arte se conjuga claramente la tentación del abismo, descubrimiento que en el caso de Aschenbach, labrará su ruina. En cualquier caso, fue la música malheriana la que contribuyó a que el joven Paco Juliá experimentara los extraños goces de esa triple experiencia artística: plástica, musical y literaria que conforman la aureola mítica de "La muerte en Venecia".
Que el film suponga una suerte de icono para los homosexuales, que solo encuentran en su peripecia conductas pederásticas, es otra cuestión en la que no me interesa entrar, pero creo que es hacerle un flaco favor a la dignidad de Mann; trocar la sobriedad de Febo por la borrachera de Dionisos.

LA ESPERA

LA ESPERA
En una estancia cualquiera
de una ciudad olvidada
en el rincón de los días,
recostado un hombre
sobre el sillón de la espera,
en el pequeño gramófono
"La patética" de Tchaikovski suena.

Un mismo paisaje de tejados
y balcones, a veces un distinto
cielo de azules o nublados
se distingue; su corazón,
que desconoce bien cierto
la razón de su latido
-sobrio desmenuzar
de algún silencio
en el pulso de la horas-,
cobija en ciernes un futuro
 incierto de esperanzas
y trae al presente mudo
las viejas nostalgias
que se creyeron sin mudanza,
 jóvenes y alegres vinos
del ayer, añoranzas
que animaron sorbo
 a sorbo los caminos.