La Fe y el yo

La Fe y el yo

 No hay más entrega válida para el Señor

que renunciar por entero al sí mismo.

Decir que mi "yo" es superfluo,

con sus penas, sus gozos y sus vericuetos.

Debes decir no al anhelo, al morbo, a la concupiscencia,

esos firmes pilares sobre los que lo sostengo

y limpiar el cuerpo de pecado.

Ay, me mataron el capricho de mi seno,

el sinsentido de mis cuitas,

mi hambre más entrañada.

Desde entonces no me reconozco,

¿Madurará otra semilla,

otro anuncio de afecto pleno?

Porque renunciar a mí

es como renunciar a sentir;

elevar ese impulso, concentrado en la parte,

a la plenitud del todo.

¿Acaso un cuestión de cifras y modos,

o una tergiversación de pronombres?

Patrañas

Patrañas

 He tenido un sueño.

No sé quién cuenta los sueños,

pero dicha voz traslucía el reproche.

Trataba de declararme

la realidad de mi condición.

Una condición que, como la de tantos,

no es un modelo acrisolado.

Tengo mis debilidades, mis lacras,

mis soberbias, mis deslealtades.

Pero no me olvido de Dios,

así me enseñó mi padre.

De cuando en cuando repaso

el Salmo 91; era su preferido.

Es un Salmo que invoca la protección,

que Dios garantiza.

Toda protección, sin embargo, 

tiene un precio, 

que se lo pregunten si no a Luky Luciano.

No acaba de convencerme

pactar mi seguridad, 

a cambio de la libertad.

Proclamaba el himno de los Tercios viejos:

Solo es libre el hombre que no tiene miedo.

¿Entregaré por temor al enemigo

el baluarte de mi íntimo anhelo?

Esto lo pienso desde la estabilidad;

no será lo mismo

cuando vengan mal encaradas.

Viene la Navidad

Viene la Navidad

 Viene la Navidad,

como sopla el vendaval en otoño,

como trae las flores la primavera;

viene como que todo llega

mientras se sostega el mundo en sus fundamentos,

y el tiempo gire

en sus torbellinos de energía.

El río de nuestra vida

llegará hasta el mar

perdiéndose en sus corrientes

y hundiéndose en sus profundidades;

pero lo retomarán las nubes que,

henchidas de vapor,

derramarán su aguacero

sobre la tierra estéril,

fertilizándola,  para que

emerja nueva flor.

Sí, todo retorna en el ciclo de la vida;

 vida y muerte constantes se suceden.

Pero qué de mí,

de esta pequeña consciencia

perpleja ante la vastedad del universo.

He luchado por conseguirme.

¿Mi conciencia se diluirá en el tiempo?

No todo nuestro anhelo

es una vana tendencia hacia el olvido.

Presiento que hay algo en mí que no muere,

que debe prevalecer,

aunque solo sea una pequeña

semilla de fe.

¿Será ésta más fuerte que el tiempo,

la esperanza más que la muerte?

Versos por Pelé

Versos por Pelé

 Pelé  se apaga por un cáncer.

Mundiales en Qatar.

No me importa quien pierda o gane;

el tranvía de la vida hay que dejarlo pasar.

Los nuevos tiempos nos traen 

a nuevos héroes,

aun huérfanos de Píndaros

que los sepan cantar.

No se quién, hace años,

compuso una oda a Jairzinho,

que nos supo a Olimpia

en heróico hexámetro en sazón.

Exaltó el coraje del galope

grácil del extremo,

la finura de su olfato de gol.

Comó de Píndaro nos queda poco,

sirva de homenaje

esta escueta oda de corazón.

De Pele la hábil filigrana de su fútbol

llenó el  sin sentido de los sueños

con el milagro de una ilusión.

Era quien más sabia de los hombres,

era quien más sabia del balón.


Melomanía

Melomanía

 Soy de la música omnívoro melómano.

Lo mismo escucho tangos que preludios sinfónicos,

a Atahualpa que a Rossini;

tanto degusto las delicias de Bellini

como de Bach sus corales arrrmónicos.

Vibro con los Beatles y sus vibrantes fantasias

y me emociono con el balar de las baladas

nostálgicas de Dylan. ¿ Sabías

que encuentro en Wagner grata compañía?

De cuando en cuando el Holandés...

Lohengrin y Walquirya casi a diario,

el Tanhauser y Parsifal no hay que olvidarlos.

Vivaldi como entremés,

sin desdeñar a Bethoven, que me enseñó el abecedario.

Me estremece de Mozart su Don Juan

como la bronca de los Creedence Clearwater Revival.

De Francia,  Aznavour y el Ne me quite pas de Brel,

que aunque no era francés, lo parecía

como ocurria con Chopin,

Ofenbach y Meyerbeer,

de los que igual  daría nombrarlos

Ofenbeer y Meyerbach,

iconos de la opera en Paris

En el mundo del jazz eligiría

sin duda ninguna a Coltrane.

No preguntéis por qué.

Tal vez porque su saxo te abraza

como lo haría una mujer.

En la guitarra, sin contar a Segovia,

la eleción parece obvia,

no hay otro igual que De Lucia.

Y citando nonbres y  más nonbres,

durante todo el meopo me extendería,

pues en él cabrían

desde los adagios para cuerda 

de Malher y Barber, 

quedándome en Brahms, pasando por Bruckner,

los lider de Schubert y los valses de Strauss,

de Scriabin sus poemas, de Joplin el Raghtime,

disfruto también las coplas demodé.

Uno que es permeable, ya ves,

y un diletante sin par, 

pues entre sus gustos cabrían

incluso Sabina y Serrat.




Harto de la jerga "sabinera"

Harto de la jerga "sabinera"

 En esta tarde dominguera, 

harto de la jerga "sabinera"

que las tripas cerebrales flatulaban,

hube de purgarlas con cuartetos

de Beethoven y sonetos de Petrarca.

Tuve con Sabina, de principio,

 la prudencia de catarlo a breves tragos,

pues si lo haces de golpe y sin reparos

su verbo como la droga engancha.

Supe de Sabina, por la tele,

con la venia democrática,

pues de mano de Carmen Maura,

nena valiosa de la  deshinibida España,

arrasaron el postfranquismo

 con la bullanga de su Mandrágora.

Dicen también de Joaquín

que lo apeó del sibilino gozo

y el juvenil derroche

 el fiero potro de la noche,

pues al menor descuido,

mendiando el birlibirloque,

puedes caer en su pozo. 

Pues igualito que a mí,

orgias y bebesterios

de la paz de los cementerios

le hicieron ver el plumero.

Somos parecidos y diferentes,

locos jóvenes rebeldes

cuando nuestra estrella 

levantaba por oriente;

escépticos malencarados

cuando el sol madura 

sus oros por poniente.

A tu salud alzo la copa de vino,

si el cuerpo lo permite

y nos dejan , por un rato, 

volver a ser lechuguinos,

degustando de la poesía 

el suculento plato

antes de que se lo coma el gato.

Ninguno asió la mano

Ninguno asió la mano

 Podía haber encerrado en mi pecho

el latir del universo y descerrrejar

el candado que oprimía mi libertad,

pero ésta se alejó como un pájaro

aventurándose en el diluvio sin regreso.

Reventé como un vidrio roto

después del último brindis de despedida,

que ya nunca recompondría su intregidad.

Mi sombra caída y sombría,

rodeada de alimañas disputando sus despojos,

se desangraba de noche y de misterio,

aguardando el cataclismo de la aurora,

en desbandada de palomas y de números.

En la última desolación yacía

mi cuerpo convulso, reconcomido

por los ácidos de la soledad 

y el resquemor del desengaño,

reclamando la apretura de una mano

que compartiera el via crucis

de un pasajero del peligro sin compinches.

Ninguno asió el miembro

y prefirieron el desdén,

y que un ráfaga fría de luna

rebanara el candor entrañado

que de la refriega pervivía.

Entonces supe que tras el dolor definitivo

los hombres no vuelven a llorar.

En los tiempos que corren

ya no quedan samaritanos.

Asi me vieron los ojos de los cielos;

bajo la cúpula de estrellas,

brizna de paja era el alma,

malentendidos nuestras convicciones,

baldío cualquier sufrimiento.

Porque al morder la raíz

dolida de la vida,

se siente en la boca 

el amargor que su fibra esparce,

la acidez secreta de su túetano.

¿Volverá algún día el calor,

el regocijo reintegrado

tras esa lucha jacobita

de la que salí trastabillante?

Ninguno quiso saber,

ninguno volvió la cara

ante lo que la existencia

en carne viva reclamaba.

¿Qué sería de mí,

qué de la esperanza?

-pensé cuando rodó la espiga

por la hoz de la indiferencia seccionada.

Pero, ¿ por qué seguir atando cabos

de añosos hilos deshilachados?

El recuerdo es un jandicap

que impide reconocer

que, aunque el río sea el mismo,

nos bañamos en agua nueva.

Perder de golpe nuestras razones

nos dispone para el milagro de la fe.



Iconos simbolistas

Iconos simbolistas

 Leo una reseña biográfica sobre Mallarmè. Es entre los simbolistas el menos frecuentado. Acaso porque sea el menos pecador. Comedido profesor de Liceo que al parecer murió tras cierto conflicto con unos spagueti bolognesa. No he leído sino superficialmente su obra. Desde hace bastantes años conservo una antología, en francés, de sus poemas, adquirida en una libreria de Paris, próxima a los jardines de Luxenburgo. Me entero, por un apéndice de la reseña, que era un autor muy admirado por Lezama Lima. Ambos cultivaban el hermetismo por norma. Cuando uno penetra en el Paradiso de Lezama ha de abrirse camino con el machete por una espesa selva de densa confusión verborreica y no empieza a ver diáfano hasta haber dejado atrás el compacto laberinto. Sólo llegando a su final se define la forma del mítico Minotauro.

Estábamos en que Mallarme era un modesto profesor de costumbres morigeradas. Contrariamente a Verlaine y Rimbaud, no se cuentan de él vicios escandalosos. No sé si llegó a cortejar a la bebida, pero recuerdo un retrato de él, donde sostiene una pipa en una mano con afectuosidad de adicto. Al parecer cultivaba solo los encantos de Venus e ignoro si recolectaba yerbas. Como las madames napoleónicas, abrió unos salones donde recibía; por allí asomaron Verlaine y Valery, Yeats y Rilke, junto a novelistas como Gide o Huyssmans, entre otros. Seguramente a Rimbaud no se lo invitaba por miedo a la bronca, o porque éste ya se hallara exiliado en distantes hemisferios. Al leer a Mallarmé se observa cierta frialdad epigráfica, sus versos parecen tallados por un escalpelo escultórico. Se los lee como formas cerradas perfectas en sí mismas, despojadas de pasión. Están lejanas de la báquica languidez de Verlaine y de la combativa vitalidad de Rimbaud. En contra de Baudelaire, donde destila la forma una fetidez embriagadora, en Mallarmé las estrofas traspiran una pureza estéril. Su lectura es seguramente obligada para comprender el simbolismo. Compré las obras de estos de La Pleiade; me falta la de Mallarmé. No sé si algún día podré dedicar una temporada a su obra, en caso de que emparejemos con Matusalén. Será de seguro no una "temporada en el infierno", sino una incursión por la cara oculta de la luna. 

Idolos caídos: la traición de John Travolta

Idolos caídos: la traición de John Travolta

 No mantengo una posición radicalmentre en contra de aquellos que eligen unas costumbres eróticas distintas a la regla común. En ningún caso me encontrarían entre aquellos que lanzaran la piedra de juicio. La comprensión de los propios errores, junto a la templanza que dan los años, me hacen ser cauto respecto a la condición humana. No obstante, he recibido con una cierta decepción una nocticia que se ha extendido por las "redes". Se trata de la confesión de John Travolta de su condición Gay. Tales revelaciones se divulgan bastante a menudo en referencia a numerosos protagonistas del mundo del espectáculo. La vocación artística, integrada en el dominio de la belleza, implica comportamientos en parte reñidos con las pautas convencionales de masculinidad. Genios como Miguel Ángel y Leonardo cojearon de ese pie. En literatura, se especula de Thomas Mann, se sabe de Garcia Lorca, se presume de Mujica Lainez. En el arte es frecuente la manifestación amanerada acompañada de un bastón. Lo que en el común es execrable, en el artista es distinción.

 Pero volvamos a lo de Travolta. En el último fotograma editado comparece ya trasvestido de mujer, luciendo peluca rubia y con el rostro maquillado. Lo siento de verdad. No sé si tal indumentaria se debe a imperativos de guión. Pero reside en mí especialmente este pesar, pese a que los años  me han hecho indiferente a muchas de las circunstancias en derredor. Tal pesar  se funda y tiene un carácter retrospectivo, pues rememoro mis vivencias durante los años 1978-9, en los que yo cumplía mi servicio militar en Asturias. La vida cuartelaria de restricciones y amenazas infundía en el soldado la necesidad de desfogarse. Mi revancha consistía en no perdonar ni un intervalo del tiempo  de paseo entresemana, y huir con pase de pernocta los fines de semana, confundiéndome en el palpitar comedido de aquella ya tan lejana ciudad de Oviedo, cuando todavía sus monumentos se mantenían negros y con reúma. Durante las primeras semanas en el cuartel trabé amistad con unos novatos en el servicio, adscritos a mi misma compañía, quienes en el primer encuentro me invitaron a compartir la cena con ellos. Con el tiempo, nos fuimos conociendo. Eran unos sencillos chavales de origen andaluz, emigrados a Barcelona, que trabajaban en una de las muchas factorías de San Adrián del Besós. Pronto descubrí que su sentido de la diversión era muy diferente al mío. Ellos correspondían a ese tipo de gente que no ha leído un libro en su vida. Su concepto de la diversión consistía en acudir cada sábado noche a una discoteca. Aquí cabe reseñar que por ese entonces hacía furor la película y la música de Fiebre de sábado noche, interpretada por John Travolta. Yo raramente había acudido a una discoteca, en parte por imponderables de mi educación y también porque era virgen, muy timido con las chicas y no sabía bailar para nada. Ellos eran redomados bailongos, veneraban a Travolta y su desparpajo de truhán discotequero. Solo  ambicionaban emularlo, imitar su pose de chulo castigador de las pavas. Travolta era ese símbolo de masculinidad que para sí ambicionaban: osado, barriobajero, incomprendido pero al fin triunfador. Ante el furor de su contoneo discotequil las tías caían rendidas, los chulos tenían calambres, y se imponía la testosterona del varón dominante que no se arredra ante nada ni nadie. Sí, ellos, en las noches locuelas de Oviedo, entre cubata y canuto, remedaban el proceder de su ídolo buscando granjearse un paraíso que la jungla de asfalto les había vetado. No sé si cumplieron algún sueño, pero me llena de tristeza que aquél su viejo ídolo tuviera también los pies de barro.

Lotería

Lotería

 Lo único que queda a los jubilados con una modesta pensión es la loteria. De ella se espera ese golpe de timón que no se ha producido nunca en lo dilatado de la vida. Jubilarse es vivir para los restos de la conmiseración del estado, que ha tenido a bien premiarte mesuradamente por tu aportación de décadas al buen funcionamiento del engranaje colectivo. Al parecer el estado no da más, no puede dar más  para no invalidar la determinante viabilidad presupuestaria. Como paliativo a estas carencias se han ideado los juegos de azar. Raro es el ciudadano que no los practica al menos unas vez en la vida. Muchos prueban por si las moscas y al comprobar que no les sonríe la suerte, cejan en su empeño. Quizás sean los más sensatos. Otros llevan toda la vida apostando una módica cantidad que les permite mantener prolongadamente en vilo la válvula de los sueños. Los menos juegan fuerte, presumiblemente porque alguna vez han rebañado un cuantiosa tajada, el popular pellizco que todo jugador ansía y que la más improbable chamba ingresará en su cartera. Entre unas cosas y otras quien verdaderamente hace negocio es el estado. Llevo jugando desde hace tiempo, persistiendo en ello porque en una ocasión fui galardonado con la bendición de un modesto pescozón. El juego es el hábito ideal para despertar en el hombre la codicia. La cuestión es que se sigué jugando, y se buscan las maneras de que dicha actividad de algún fruto. Pero de frutos y de árboles quien verdaderamente sabe es el estado. Los promotores del patronato deben de ser oscuros funcionarios  que idean los sistemas de apuestas de forma que no se escape un euro de las arcas públicas. Se rodean de asesores que, calculadora en mano, evalúan las probabilidades para que el negocio resulte redondo. Con ojo empresarial cotejan porcentajes de ganancias y gastos. El caso es que el juego esta ideado para que toque el premio, sí, pero con un balance de probabilidades tan desequilibrado que desengaña depositar en él cualquier confianza. Tales juegos están ideados para que la golosina de la menuda pedrea mantenga encelado al jugador contentadizo, mientras hacienda va incrementando sus arcas. Más allá de esto hay un abismo; la diferencia entre la devolución del dinero y cualquier otro premio de consolación y la  de un sonado pleno o plenillo es tan desproporcionada como la de obtener el elixir de la eterna juventud en el corto segmento de la existencia humana. La primitiva, por ejemplo, estaría bien si existieran premios intermedios entre los cuatro y cinco aciertos, que es como la distancia desde al Tierra a Júpiter, en espera de que en algún sorteo impensado se produjera el ansiado pelotazo. Pero el estado, que no tiene nada de lerdo, sabe muy bien que si estas oportunidades se dieran, y premios algo más jugosos menudearan, no habría ciudadano que se sujetara a un trabajo, entregados de pleno a las generosas gratificaciones de la Fortuna. Que nadie lo dude, conociendo el percal.

PIJOS, PIJAS, PIJES

PIJOS, PIJAS, PIJES

 No me gusta ocuparme de la política. Tira más de mí la idealidad plátonica, que la sustantividad aristotélica. Asomarse a la parafernalia política nacional es algo que nos deja exangües. El parlamento lo ocupan asalariados farsantes; analistas de medio pelo cubren los comentarios de actualidad, España se tuesta de cara al sol mientras profanan los restos demonizados de tancrédicos generales, que esperaban en babia la embestida del toro patrio. Lo suyo era coger al toro por los cuernos, pero es el toro el  que los ha agarrado por el rabo. Quedan en la patria ya pocos toreros que excusaban de beber, por mor de evidenciar sus miedos. Lo durante siglos denostado, ondea airosa la oriflama multicolor. ¿Qué pensarán los hérores, maldecirán los santos, desmoralizados quedan los mirmidones ante ese valor que se les supone? Regía un Dios de ejércitos; lo suplanta una entidad de cagamandurrias. Y es que el ambiente se empieza enrarecer en la confusión de las sombras, en el cuerpo a cuerpo de las rijosas debilidades, ahítas de cannabis legalizado, con el desmayo de las bajezas animales, dilectas de revolcarse en el fango, y rodeados de tantos pijos, pijas, pijes como abundan.

Las heterodoxias de Sánchez Dragó

Las heterodoxias de Sánchez Dragó

 Viendo una entrevista que realizó Jesús Quintero a Fernando Sánchez Dragó, a propósito de su libro exitoso Carta de Jesús al Papa, en cuya portada se observa un montaje fotográfico del difunto Juan Pablo II, echándose las manos a la cabeza, costernado por la lectura del libro, el escritor llegó a sentenciar que lo que difunde la iglesia no es una teología de la liberación sino de la dominación. Tal aserto me dejó preocupado un momento, pues es un temor que en muchos de los que se han acercado a la religión se ha suscitado. Más si cabe si el neófito tiene alguna referencia de la filosfía de Nietzsche y su moral de pastos de rebaño. La religión contempla esa realidad de nuestro ser que pernanece solapada en lo inconsciente; en ella se resuelve el conflicto de nuestra espiritualidad. Ni que decir tiene que tal terreno pernanece en la incertidumdre, y que solo la mística facilita explorarlo. Casi todos los hombres a lo largo de su vida han sentido que una voluntad superior observa sus actos y se inmiscuye en su trayectoria, juzgándola mediante ese interlocutor llamado conciencia. No obedercerlo nos acarrea desagradables consecuencias de orden psíquico. Entidades supreriores de dominio a nivel consciente las experimentamos diariamente bajo el poder politico y de las leyes, a las que hemos de someternos bajo amenaza de severas sanciones y correctivos. Sin descartar, bastante más solapado, a ese ejercito de alimañas que circunda la pacífica manada, tirano de las sombras, atento a todo aquel que se rezaga o descarría, adivinando la debilidad de esa pierna que cojea o la soledad vulnerable. Descubrir que a nivel espiritual también existe una autoridad omnipotente a la que debemos someternos, incluso adorar, bajo amenaza de notorias desventuras o torturas eternas, es algo que destruye nuestro ya estrecho germen de libertad en que seguíamos confiando y que se proyecta como resbaladero donde se desmoronan muchas de nuestras convicciones y yunke donde fragmenta o templa nuestro propio yo. E poi si moeve. A la mayoría Jehova se manifiesta en el despeñadero, como a Abraham en el momento del sacrificio.

He tenido la tentación de leer el libro de Dragó pero su estilo declamatorio, nervioso, persuasivo, me ha hecho desistir. En Dragó late el problema de la Fe; el cristianismo visto desde fuera es locura, solo se realiza en la experiencia viva de la comunión. Únicamente se manifiesta en la vivencia interior, en aquel que se entrega a la voluntad soberana del resucitado y permanece como ese pámpano siempre aferrado a la vid. La actitud de Dragó me recordaba a la de la Samaritana en el pozo de Jacob, cuando ésta se muestra dispuesta a recibir el agua viva y Cristo le argumenta una condición moral para recibirla. A Cristo solo se llega a través del arrepentimiento, lo cual es una forma de ponerse de hinojos como súbditos frente a su rey. La fe es un misterio que no se acaba nunca de penetrar. En cualquier caso, una experiencia filial.

Lo nuestro es pasar

Lo nuestro es pasar

 En los días correlativos

del vivir extenuado,

se sucede el sinsabor 

del tiempo sin poso, 

un solo destilar del cronómetro

en el calendario desdeñoso

de lo intrascendente.

Por él pasan día a día

el cambio de las estaciones,

las fiestas relevantes,

los efemérides grabadas a fuego

de algún recuerdo doloroso,

las páginas difusas de la memoria,

la peripecia medrosa

de muchos coetáneos

que no llegan a plasmar su huella

en nuestra escala contingente, 

pues las más veces

la casuales sincronías 

son tropiezos involuntarios

en la aventura del destino.

El pasar de los semejantes

parece un absurdo sin calado,

irrumpen en nuestras vidas

desorientados en una búsqueda

ajena a la medida de nuestra esperanza.

,

Perlas en la pocilga


 Esta reseña podría titularse como "el buscador de libros, el cazador de libros o bien el rescatador de libros". Es una actividad análoga a la del anticuario, al perista, al recolector de arte, que bien por descuido de los indiferentes o sobreabundancia desdeñosa da, para su satisfacción, con un objeto despreciado que ha acabado en las escombreras culturales y que él rescata como a las perlas de la pocilga. Hoy abundan los rastrillos de segunda o low cost. Uno de mis entretenimientos más gratificantes de jubilado es recorrer los dispersos antros buscándo madreperlas en criaderos de mejillones. Y no creáis, de cuando en cuando surge lo inesperado. Basta con tener un buen olfato bibliofilo y un conocimiento exacto de la historia literaria y editorial, que los lectores menos curiosos o bisoños desconocen o infravaloran, para que el milagro se haga frecuente y colme reprimidos deseos.
 Hay muchos días que nos levantamos melancólicos, hostigados por la pesarosa realidad: en la familia persiste alguna enfermedad en cualquiera de sus miembros, la mermada pensión dificílmente cubre nuestras necesidades y menos aún nuestros sueños, la vida nos hecha en cara tales carencias y vemos el futuro con incertidumbre. Es pues el monento de descarriarse un poco de la mañana y rastrear en los variados almacenes ese título impensado, de la editorial más insospechada, que ayude a mitigar cualquier brote de ansiedad que crispa el ánimo sereno. Por un momento, te evades de todo y te quedas con la sola faceta de lector y bibliófilo. Admito que tropezarme entre el revoltillo de hojarasca libresca con algún título o edición que satisfaga las expectativas es lo más estimulante que me puede ocurrir en esa mañana. Se convierte en un hallazgo que me arregla el día, y devuelve el optimismo necesario para afrontar la aridez del resto de la jornada. Con él, mis facultades se vuelven más versátiles y dóciles para encarar cualquier tarea, incluso la literaria. Confieso que muchas veces me acuesto pensando en qué encontraré mañana: tal vez esa primera edición revendida por descuido, o aquella otra exquisita ofrecida a precio de ganga. Adquirir libros, para mí, ha dejado de ser una transacción para convertirse en una afección. El joven desprecia el mundo, la edad nos enseña a amarlo. He encontrado algunos libros valiosos por casi nada, ¿daré, al fin, con esa obra valiosa que tape algunos agujeros? Pero lo cierto es que conforme voy encontrando aumenta mi amor por los libros, y se multiplican las razones para no desprenderme de ellos.

La noche

La noche

 La noche se estira como harapo elástico en el silencio donde no se siente el tiempo. La noche es guarida de ectoplasmas, engendros y bellacos, de Drácula y Hyde, de insomne devaneo, de lujurias contenidas, de luces mortecinas junto a catres de alquiler, de meaderos concurridos en alcohódromos clandestinos; la noche es una ameba de tentáculos sin cuenta, que extiende sus ventosas para que quedes atrapado, impidiéndote escapar. La noche te sabe a sombra, barro,  deseo incontrolado; es piedra en la que tropezar, cepo carnicero, ladrido furibundo que reclama a los descarriados a ese sendero entre brumas que ya no se puede desandar. La noche incuba larvas de infecto vesanismo. Negra noche, te cantó Sabina con su decadente desparpajo, cortina que disimula nuestras sordideces, recato en donde enhiesto el falo propicia sus sacrificios; si rebuscas en tus entresijos distinguirás tu resbaladero. En la noche se conjuran todas las concupiscencias que aborrecen la castidad, los faunos lascivos corretean el bosque de las tinieblas buscando volubles ninfas que revolcar. La noche es para la carne, los transgresores, y los muertos; fornicaria y adultera. En ella late el mal porque tiene donde encubrirse. Los ojos de lo abominable no pueden ver la luz. Quien cae en las redes de la noche no sabe si amanecerá. La noche se bebe trago a trago de derrota y depravación. Tras de cada whisky asoman las orejas de un chacal, y el delirio falsea el vacío tras  la droga. La noche tiene ese sabor acre de lo corruptible que a muchos embelesa con su amargor. La noche es para Miller y Bukowski,. para Sade y Lautréamont. De la noche nos llaman sus resplandores, los brillos falsos de su neón. ¿Cuál es ese impulso oscuro que nos guía, qué imaginamos encontrar en su pozo, qué se agazapa tras de nuestro deseo? Es sólo la inercia del universo: expandirse para luego morir, como marejada infinita. Y es que en nosotros tambien reside esa misma furia del huracan, la inundación  y el temblor; vivimos con esa llama de autodestrucción.

Stardust

Stardust

 Oigo a Coltrane. Mis lecturas reposan a los lados de la mesa. Leo a cuentapáginas el Paradiso de Lezama. Estos cubanos, acaso como su isla, son de una feracidad lujuriante. Creíamos que lo de Carpentier era el culmen, pero es que no habiamos tratado con Lezama. Siguiendo con los libros, divulgo que he conseguido una edición cuidada de Una cuestión de honor, de Conrad. Apresuradamente, me puse a releerla. Es una novela breve que me fascina. Acontece en esa época mítica de Bonaparte, con el roce entre dos húsares antagónicos en los salones de una madame. Ese duelo irremisible sin cuartel, es una experiencia que suele suceder cuando se pretende depredar la vida. Tengo más lecturas: Baroja postergado ante el afán evasivo de sus novelas de aventuras y viajes. Prefiero al Baroja que se ocupa del descarnado Madrid. Es un Galdós sin casticismos. He adquirido Abel Sánchez de Unamuno, obedeciendo a una recomendación via internet de Amando de Miguel. Como para todos los hombres, también para los intelectuales, es una contrariedad hacerse viejo. Con de Miguel coincidí hace tiempo en el café Gijón, encuentro que no pasó de eso, de coincidencia, pues él platicaba en una mesa distante con un conocido, y yo no dejaba de ser un anómino que osaba incursionar en ese ateneo de celebridades. Aunque a día de hoy parece un café poco frecuentado, y lo único llamativo es la factura. Se ha sumado a la aureola de un Florian o un Cuadri en Venecia. La noche avanza sigilosa. La música de Coltrane va sondeando el silencio constreñido mientras abre los laberintos de mi mente. Es una música con un sentido terapéutico freudiano. Freud sigue vendiendo; pese a su hipotética ciencia, continúa siendo un buen narrador. Aun recuerdo las páginas fascinantes  del Malestar en la cultura o Tótem y Tabú. Se entromete, intromisión digna de la psicopatología de la vida cotidiana, la efigie de  Thomas Mann, que me observa desde la pared donde lo he encumbrado en mi despacho. Tenía la intención de descolgarlo durante la última remodelación de mi "habitación propia", pero ha sobrevivido como los viejos veteranos de la guardia clásica. Los Budenbrook, La Montaña Mágica, Doctor Fausto, José y sus Hermanos, es demasié pa el intelecto. Un compañero en la Mili me motejaba como alias Thomas Mann. El también se llamaba Thomas, o como tal lo txapurreen en vascuence. Por ese tiempo ya debía yo de haber leido los más esencial del escritor de Lübeck. Ciudad perteneciente a la liga Hanseática en donde debe hacer un frío de perros. Perros no tengo, pero suelo ser muy friolero,y no entiendo a quienes pierden su tiempo con mascotas. Me falta tiempo para ocuparme de lo perentorio. Son la una en el reloj redondo de pared situado encima de la foto de Thomas Mann. En la Montaña Mágica se especula con la relatividad del tiempo. El tienpo es caudaloso como el agua, incoloro, inodoro e insipido. Puede uno quedar aplastado bajo el peso de sus siglos como por un marabunta o tomarlo a sorbos, con el vaso de apurar de cada momento su afán. Baste a cada día su afán, son palabras de Jesús, aunque también podrían  adjudicársele a Salomón. Éste parece ser que no fue buen rey; no supo preservar con suficiente celo el culto de Yahvé y se rodeó de un harén abarrotado de concubinas, que seguramente lo despedazaron con sus intrigas. De ahí el sabor amargo de sus consejos y probervios. Su padre David nos legó la joya de los Salmos y la esperanza de una estirpe, el lirio de los valles y la rosa de sharon. Mañana amanecerá. Nos traerá las bendiciones dominicales. Seguiré leyendo y esperando, y saborearé el regalo de continuar vivo. Stardust ha dejado de sonar en el giradiscos. ¡ Hasta mañana!


YAKUZA

YAKUZA

He estado viendo Classics, el programa de José Luis Garci que se emite en Trece televisión. Han echado, como se decía antes, Yakuza, de Sidney Pollack, puntualización esta última que solía omitirse en ese "antes". Cuando la vi por primera vez me gustó, no dejando de sorprenderme ante todo el ritual de la amputación del dedo meñique, como expiación por  un dolor infligido o una ofensa impagada. La película versa sobre los Yakuza, una especie de mafia autóctona de Japón parangonable a la italiana que se desarrolló en Norteamérica. A ambas las distingue la característica de adoptar un férreo código de honor en su conducta delictiva.  En un momento de la película se relata una breve reseña sobre los Yakuza, donde se revela que a lo largo de la historia asumieron un diverso protagonismo en el engranaje politico-social del Japón.

Pero el meollo de la película yo creo que trasciende la pintoresca realidad de esta organizacion delictiva, para confrontar la antítesis de dos culturas distintas, la nipona(Oriental) y la Estadounidense (Occidental). Cada una de las cuales representa una tabla de valores discrepantes y que en muchos aspectos se enfrentan.

La historia expone dos maneras de afrontar la conciencia de la culpa, partiendo de dos concepciones contrastadas. Como bien señaló Torres Dulce en un momento del coloquio, la Occidental, hija del perdón que sobre todos derramó la cruz de Cristo, y la  Oriental, donde se exige algo más para redimir la culpa que corresponde a cada uno. El personaje de Tanako Ken es fundamental en el mensaje que contiene el film. Esta inquietante personalidad representa al Japón tradicional, con su legado de codigos marciales, morales y religiosos. Ver a Tanako sin evocar la figura de Yukio Mishima, parece inviable. Nadie como el autor de la Ética del samurái en el Japón moderno parece encarnar los valores que el Ken de la película representa. Su misma frustración tras de la derrota de Japón ante la superpotencia americana, es la que lacra el alma del personaje en el film, asi como la vergüenza de la sumisión frente al conquistador, ese que hollará su tierra y mancillará su honor. La película de Pollack es un canto del reconocimiento Norteamericano frente a ese honor ofendido; El meñique amputado de Robert Mitchum un verdadera ofrenda de contricción. Generosa prueba de algunos quebrantados corazones de América frente a la devastación del Enola Gay y otras imposiciones no menos letales. Lástima de la ausencia de Mishima que le impidió contemplar ese momento de fraterna reconciliación. Raro ejemplo del mandato divino de amarás a tus enemigos.

Qué será, será

Qué será, será

 Será que no encuentras el fondo

en el pozo de la noche.

Será que no te basta el grito

en el hueco de la garganta.

Será que pides demasiado

donde no se puede exigir.

Será que buscas permanencia

donde todo es finito.

Será que anhelas lo incorrupto

cuando lo común es barro.

Será que pretendendes la distancia

cuando tropiezas contigo.

Será que te abruma lo efímero

en lo eterno del momento.

Será que aguardas de la vida

cuanto los sueños procuran.

Será que esprimirías los días

hasta desvanecer sus límites.

Será que dejarías morir la vida

para renacer alguíen diferente.

Por qué, mi Dios, esta sed

nunca harta, este deseo 

de romperme, por esta desolación

contrito, pues ser

en mí mismo no me basta.


Cosas del jazz

Cosas del jazz

 Antes no me gustaba el jazz. Lo consideraba un asunto de negros, como el flamenco lo era de gitanos. Hoy no puedo pasar sin escuchar a Coltrane. Antes, el jazz era una música que yo asociaba a lo ilícito. Sabía al ocio pervertido de la noche, al tintineo del hielo en los vasos chatos y reprobables de whisky. Esa sensación tenía cuando descorría la cortina del bar de Cornelio, y observaba su opulenta humanidad oscura tecleando en el piano la melancolía decadente y suburbial americana en un entarimado mediterráneo y ajeno. Lo primero que hacía el cliente, tras acomodarse en el local, era encender el cigarrillo y observar la noche entre las mesas dispuestas en la discrección de la penumbra, mientras el humo del tabaco ascendía hasta confundirse con la masa gaseosa que enturbiaba el aire del antro y la música lentamente nos envolvía en su catarsis. Luego apurar a sorbos pequeños la cerveza, en tanto la sobriedad regía aun la conciencia. Más tarde sumergirse poco a poco en el pozo de la noche. De joven persiste la esperanza de que surja algo recomendable de entre las sombras. Pero solo se colmaba la ansiedad de nuestro ensueño con devaluados sucedáneos y la cadencia del piano que desgranaba las perlas exóticas de una música impostada. En la soledad tenebrosa de la sala se aguardaban las bendiciones del infierno prometido, como auspiciaban los Rolling y otros degenerados del pop. Pero la noche era solo negra, con matices dorados de lámparas y quincalleria. Cornelio lo era todo, pianista, barman, y mantenía a raya a los borrachos. El pub representaba a esa indecencia consentida, donde se trasgredían las barreras hasta donde el oscuro portero de noche consideraba conveniente. El pub de Cornelio ya no existe, ocupó una época en la que yo no supe asimilarlo. Hoy lo hubiera aceptado con morigerada camaradería, aspirando los momentos mágicos del jazz en la noche, una noche que ya no nos penetra de perversión denigrante. Pues el saxo de Coltrane ya no me suena a abismos de pecado, sino a melodía esperanzada de redencion.


Venecia de agua, Venecia de sueño

Venecia de agua, Venecia de sueño

 Venecia de agua

Venecia de sombra

Venecia varada

en un sueño sin costura

Venecia entre crepúsculos

y albura, duerme

con arrebato de palomas

y el silencio delgado 

de una góndola surcando

la inquietud de agua.

Venecia inciensal

de templos recoletos,

con retablos cromáticos

de Bellini, Vivarini,

Carpaccio. Bocetos

de nostalgias recurrentes, 

donde afluye el agua

del tiempo desasido.

Venecia, pasillo

donde asoma ilusoria

fragmentada arquitectura 

de galante ausencia,

carnaval de polícroma

escenografía, invierno

y frío, ciudad de ecos

y melancolía. Nieve;

entre los surcos del agua

edades de espuma

desatemperada.

El ojo de un puente.

Un vacio. El tiempo

golpeando la aurora

inconcreta, en el silencio.

Venecia es de agua

Venecia es de aurora

Venecia, esa colcomanía

que un sueño incorpora..

.

Italia, o el gozo de vivir

Italia, o el gozo de vivir

 Sí, Italia me llama. Tengo pensado en un futuro pasar allí una larga temporada. La experiencia italiana fue una de las más gozosas de mi vida. Su aliento propició el auge de mi labor literaria. Fueron tiempos fecundos en todos los sentidos. Mis lecturas fueron vastísimas; apasionadas respecto a la Historia del Arte. Apuré cuanto pude las delicias itálicas. Periódicamente, visité Venecia; quise atrapar toda su milagrosa realidad. En ella reconocí la labor benefactora del hombre. Mi formación contracultural, enemiga de todo lo civilizado, tuvo que doblegarse frente al sueño de Venecia. Aprendí a apreciar el "legado" desde una perspectiva positiva. El "sistema" alienante dejó puertas abiertas a la realización liberadora del hombre. Los márgenes de la belleza redimen de la desventura cotidiana. La ciudad deja de ser la cárcel de los inadaptados para transformarse en una alternativa esperanzadora. Otras cosas aprendí en Italia, pues allí mis ojos se abrieron a otra vida con mayúsculas. Pensé que allí podía trascender a ese ánomino que jamás traspasará los límites de su insignificancia. Me hice más Yo contrastándome con los rutilantes Otros. Allí aprendí también que la grandeza también sucumbe y que vivir aún en la pequeñez es lo que da sentido al universo. Italia, o el gozo de vivir. Intuí lo inefable mientras comtemplaba las cúpulas de la Salute doradas por el sol de la tarde. ¡Quiero volver, no me cabe otra elección!

JAVIER MARÍAS IN MEMORIAM

JAVIER MARÍAS IN MEMORIAM

 He recibido con tristeza la noticia de la muerte de Javier Marías. Sobre todo por tratarse del fallecimiento de un escritor. Podría afirmar que los escritores y sus libros se han significado como los mejores camaradas de mi vida. Es la de éstos una amistad duradera, a la que se suele acudir en los momentos extremos de soledad. La mayoría de las amistades han ocupado un período de nuestra vida, de mayor o menor calado, y por unas razones u otras los lazos se han deshecho, como consecuencia de la distancia, el tiempo, la deslealtad o el olvido. Siento que Marías no haya ocupado un lugar en ese Ateneo de mi espíritu que nutren los escritores, que para con su obra carezca de referntes mi memoria, pues nuestro conocimiento ha sido el de los flashes audiovisuales y no el íntimo de lector comprometido. Lo veía algunas veces por televisión y redes, donde mantenía un tono discreto en relación a otros colegas del "starsistem" de la narrativa. Sin duda, Marías era un introvertido. Y en este carácter debe englobarse su abundante obra, de la que se oía decir que estaba escrita para sus amigos o para contados fieles que habían empatizado con su personal hermetismo. Tengo a Marías por un "onettiano", aunque para mí es todavía un escritor virgen cuya lectura está aún por emprender.

En una de sus últimas entrevistas en las redes le escuché decir, lo cual parece premonitorio, que, al contrario que su amigo Pérez-Reverte, en cuyo magín bullían numerosos argumentos para nuevas novelas, a él parecían habérsele agotado la ideas de futuros relatos. Tal conclusión quizá resida en esta circunstancia que venimos señalando, pues el unirverso en el que se mueve el escritor introvertido es el de sí mismo, el de la íntima singladura y la introspección, buscando sus historias mediante un sondeo interior y rechazando todo material ajeno a su ámbito cotidiano, donde hay que circunscribir su "lírica". De ahí que a su andaura le sea más inmediato encontrar sus límites. Pérez-Reverte, en cambio, es un extrovertido; su mirada se proyecta en dirección contraria, su cometido es explicar cuanto le rodea. En el mundo encuentra sus fuentes, sus paisajes, su épica, los referentes de un hombre desenvuelto frente al entorno hóstil, decidido a vencer al mundo, su historia y sus interrogantes, no a explicarlos. Ambos han sido coetáneos, participaron  de cierta similitud de ámbito y atmósfera, pero ¡han sido tan dispares! Descanse en paz, Javier Marias.

GALGO CORREDOR DE SÁNCHEZ DRAGÓ


 Esta mañana he hojeado con curiosidad  el libro de memorias de Fernando Sánchez Dragó, Galgo Corredor. Finalmente, no me he decidido a comprarlo, pese a que el autor trataba de seducir con citas estimulantes de la más diversa procedencia, de Jung a Bergamín, pasando por él mismo y su imagen transgresora de la tarea literaria. Lo malo para Dragó es que tal radicalidad, a día de hoy, no pasa de ser un estereotipo que vende, o vendía. Alabo su determinación de desmarcarse del escritor que lo "es" por el gran público (lector o simplemente curioso) y su voluntad de delimitar su independencia, adscribiéndose a una literatura de combate y personal como la que desarrollaron su ídolo, Hemingway, Henry Miller, Kerouac, Bukowski u otras eminencias contraculturales que paradójicamente ha engullido el sistema, que a día de hoy es el único que existe. Si tal militancia no hubiera "molado" al establisment,  qué hacía tan díscolo autor recibiendo el Planeta. La sociedad premió su disconformidad como premia la impresentabilidad de los Rolling Stones y las demás "bandas" que esquilman el remanente financiero de la cultura.

Dragó me resulta simpático. Lo sigo desde que se diera a conocer en el programa "Encuentros con las letras". Puede considerársele un personaje público, condición a mi parecer que desvirtúa a ese escritor montaraz, indomeñable, como le gusta ser recibido. Lo malo es qué la mayor parte de estos escritores anómalos de que se tiene registro han permanecido en el anónimato durante su experiencia literaria, recuérdese a Kafka, a Lautremont, aun el mismo Stendhal no reconoció gloria alguna en vida. Su discurso no concordaba con el de su época, por eso se granjearon el silencio de sus contemporáneos.

El libro Galgo Corredor me resulta una propuesta demasiado personal, de la que me asalta algún reparo a la hora zambullirme en él como en las aguas del Postiguet, tal cual hiciera el adolescente Sánchez Dragó cuando accedía al tranvía en Padre Esplá, a unos pasos de Gasset y Artime, donde yo nací, para disfrutar de una mañana playera alicantina. Dragó fue todo lo que yo no pude y anhelé ser, un reputado trotamundos. Alguién que quiso exprimir todo el jugo a la vida, experiencia que no sé si es del todo recomendable. Hacer recuento de nuestras promiscuidades e infidelidades personales no sé si ayuda a fortalecer el ánimo o a sumirnos en la desesperanza. Dragó se echa a los hombros la pedagogía de Hermann Hesse y pontifica desde su cátedra heterodoxa, llevándonos por lo general a una confusión teórica, en la cuál resulta problemático determinar una orientación. Encuentro cierto paraleismo con Bukowski, quien despotricó de todo y contra todo, con recalcitrante cinismo, para a  la hora de la muerte desear ser enterrado siguiendo el ceremonial budista. ¿Por qué budista? Dragó no sabemos si ha hecho su elección, o si desea seguir manteniéndose en su sincretismo escéptico. Por mi parte, me hago oídos de Salomón, y reconozoco bienaventurado al hombre que en las cosas de Jehová medita de día y de noche. Sé de mi condición vana y éfimera y me aferro a mi Biblia como último baluarte después de la quema.

SABINA EN EL RASTRILLO

 He adquirido en un tenderete de libros de lance una "segunda edición" de "Ciento volando de catorce", de Joaquín Sabina, editado en Colección Visor de Poesía. Al efectuar la compra, no reparé en ese detalle. Entresaqué el ejemplar de entre una hilera apretada de libros vanales y económicos. Con esto distingo el poemario de Sabina de un batiburrillo de género editorial condenado al trapicheo o apto para el contenedor de basuras, siempre que una generosa ánima lectora no rescate alguno de ellos y los transforme en válida vivencia. Hay que amar la literatura, los libros, para dar relevancia a ese detalle de calendario. Sólo, una vez en casa, y al observar detenidamente el ejemplar descubrí que era una segunda edición de 2001. En ese mismo año se publicó la primera. Quizá para los poetas de esencia Sabina suponga un versificador de artificio que no de arte. Pero su libro ahí queda, con su virtud y defecto, su fronda y su hojarasca, pendiente del juicio del tiempo; entre los contemporáneos fue un hit de ventas en su dia. Nadie puede negar a Sabina su olfato poético y su habilidad de seducir al gusto.


Con el libro en mis manos, me he preguntado cuál será su valor bibliófilo. Hay segundas ediciones de algunos autores bastante bien cotizadas. Pienso en Rayuela de Cortázar, Cien años de soledad, de García Márquez, en La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, como ejemplo. Algunos títulos de Roberto Bolaño, rebasan ya la cantidad módica. En las subastas se los rifan los coleccionistas. Sabina, en cuanto a popularidad, quizá rebase a la de los citados y cuenta con una pléyade de seguidores mucho más nutrida. En su  centena volandera reparé cuando asomado a la ojiva de mi torre montagnesca, indagé en la vicisitud de los trovadores goliardos que pululan el feudo. 

En resumen, no sé si el libro tendrá algún valor; todo dependerá de los caprichos del mercado. En cualquier caso, me doy por satisfecho con poseer dos ejemplares de obra tan singular, la segunda edición y la décimo y tantas.

Pasiones domingueras o dominicales

Pasiones domingueras o dominicales

Hoy he comprado por un euro el DVD de La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, en el rastro del Ayuntamiento. No ha habido suerte; la copia estaba hecha cisco. La primera parte del metraje parecía estar en orden; empezó a descomponerse tras la escena de la flagelación. Sus imagenes me siguen conmoviendo, pese a las gansadas de esos churrascos azurros manifestando su sadismo. ¡Pero esto es un distanciamiento! El grano de la película consiste en participar con Cristo y en Cristo de su Pasión. Con esta película comprobé que muchas de sus imágenes, o frases del Evangelio en ella recogidas, hablaban a mi espíritu. Tal circunstancia -constaté más tarde- no fue casual.  Pues al fin llegué a convencerme de que Dios hablaba por medio de su Palabra. Por eso la escribimos con mayúsculas.

El rastro del Ayuntamiento va cada vez a menos. El frenazo económico mundial se deja notar. El comercio más modesto es el primero en acusarlo. Uno tras otro han ido desapareciendo los puestos que más me interesaban. Particularmente de libros. Porque de antigüedades y decoración (figurillas, cuadros) suelo adquirir alguna cosa muy de cuando en cuando. Aunque tales tenderetes también merman. Antes, en lo referente a libros, siempre se encontraba alguna ganga editorial aceptable; pero ahora, con el negocio reducido a un único puesto, se hace bastante difícil regresar a casa con cualquier nueva discreta joya que enriquezca nuestra biblioteca, library, o librero, como dicen en América, la hispana, por supuesto. 

En el mundo de hoy, hay quien trata de apagar su ansiedad vaciando la despensa, fumando puros sin tregua, tomándose otra copa, manirompiendo sus rentas o frecuentando el lupanar...; yo me desfogo comprando libros, aumentando mi biblioteca, aun a sabiendas de que  muchas de tales adquisiciones nunca llegaré a leerlas. La lectura se ha convertido en una pasión, pero una pasión con minúsculas, de la cual sé que nunca llegará a colmar el inagotable anhelo del corazón. Porque para saciar a este órgano sólo existe una Pasión, ésta con mayúsculas, y una sola agua que calma la más acuciante sed.


Eco dormido

Eco dormido

 eco dormido en el alma,

naufragio de desesperanzas,

quimeras que destilan los poros del deseo,

¿prosperará ese sueño sometido

de la evanescencia de vagas nostalgias?

Conocéis mi solitaria espera,

ese grito ahogado

porque nunca llegó a ningún oído,

el talento sin objeto malgastado.

la duda enquistada, el desaliento,

la leve disconformidad fugitiva.

Bajo el cuero cabelludo

laten mis pensamientos,

por los que transita el anhelo

como el agua límpida transcurre

sobre los guijarros del río.

Ellos, los pensamientos, 

en su íntima fragilidad,

 me dicen que estoy vivo,

y la esencia de ellos mismos

garantiza que soy con el universo.

En la palabra que cimenta su sustancia

reside la plural confianza; en el consuelo

del diálogo regresamos al núcleo primero.

Por la palabra fuimos concebidos;

entretejiendo en su urdimbre

tratamos de descifrar el laberinto desconocido;

con ella se expresa con callado tesón el tiempo,

lo variable, lo sucesivo.

El orden de su gramática procura,

como el compás que traza una geometría,

que el margen de nuestra ilusion no sea vano,

iluminando su destello la tiniebla estéril.

Soleá, por Paco de Lucia

Soleá, por Paco de Lucia

Paco de Lucia cuando fue consciente de su genio, dejó de compartir la obra para todos, tornándola deleite para sí. No niego que la guitarra de Paco y el cante de Camarón alcanzaran cumbres de audacia virtuosa cuando emprendieron derroteros innovadores. Pero tanto el toque como el aire que a mí me llega es el que sigue enraizado en la elementalidad del canon flamenco. Oigo estos días la interpretacion de Paco de Lucía de una soleá, grabada para televisión española en Barcelona, alla por el año 76, que no tiene desperdicio. En ella deja manifiesta su técnica excepcional, destacándose como el guitarrista con más recursos del arte jondo. Nunca Paco dejó más patente su magisterio, ofreciendo un dimensión universal del legado más noble del flamenco. ¡ Está colosal!

La mirada quieta, de Vargas Llosa

 


He leído la introducción del nuevo libro de Vargas Llosa sobre Galdós, La mirada quieta. Durante los primeros párrafos no he reconocido la prosa del Nobel peruanano. Me ha asaltado la duda, pues el escritor es ya octogenario, de que hubiera recurrido a asalariados para "implementar" el texto. Su comienzo me ha dejado, como usan los de Podemos, "ojiplático". La mención laudadoria a otro escritor contemporáneo, es el caso de Javier Cercas, verdaderamente no la esperaba. Y acabada la lectura de dicho prólogo ignoro a qué se debe la mención encomiástica de tal autor. Inserto que sólo sirve, a mi entender, para dar pie a los malpensantes sobre la realidad de cierto clientelismo prevaricador en nuestra literatura.

Para un admirador de la filigrana valleinclanesca, como yo, Benito Pérez Galdós no deja de ser el "garbancero". Vargas Llosa, en la panorámica general de su introducción, no consigue contradecir esta consideración. Para un teórico riguroso como él, imbuido del perfeccionismo flaubertiano, un autor provinciano como don Benito no logra disimular sus carencias. Pero es que en el diecinueve se escribía para entretener al lector (en aquella época acaso el único vehículo de evasión) y no para satisfacer a los críticos. Seguramente, don Benito se había quedado en Victor Hugo, y no entendía la pulcritudes de Flaubert, ni las modernas osadías de Proust o James. Galdós cietamente no era un innovador ni lo pretendía, se limitó a testimoniar la vida en derredor, que impactaba en su alma, del Madrid postromántico. Madrid de apogeos y desigualdades, de apariencias y desdenes. No hay escritor mas madrileño que Galdós, que no lo era; como tampoco lo fue Carlos Arniches. Quizá sea este costumbrismo lo que se nos hace más cuesta arriba en la lectura reciente del autor canario. Dejé colgada Fortunada y Jacinta, axfisiado por la letanías castizas madrileñas que abundan en sus primeros capítulos. Aunque no reniego en retomarla más adelante, tal vez este sea mi primer reparo, porque sólo tengo elogios para su genio narrativo en Trafalgar;y su talento balzaciano en la descripción del don Lope, en su novela breve Tristana. Brillantísimo me resulta el fresco de la depauperada vida en la capital, en Misericordia. Por este acercamiento a los menesterosos, se estimaba a don Benito como continuador de lo cervantino, pero es evidente que su novelística carece de la fecunda originalidad de Cervantes, de inagotable lectura.

Anhelo de Venecia

Anhelo de Venecia

 Sí, las cosas están cambiando. El mundo ya no es potable. A la vuelta de la esquina seremos todos parias. Soñando con un viaje, sólo encuentro una oferta asequible en el peor hotel de Venecia. Antes la Serenísima no se hacia tanto de rogar, aceptaba ciertas componendas. Hoy para visitarla, una economía austera debe alojarse en Mestre. Si tal es el plan, prefiero no revisitar Venecia. De Venecia exijo ciertas complacencias, el confort de su decadencia. Desde Visconti, se la revive aristocráticamente. Quiero amanecer a la orilla de sus canales, con el graznido de las gaviotas madrugadoras. Si no se habita en su dédalo la estancia se vuelve excursión. Qué ingrato tener que coger un tren en Mestre todas las mañanas; pierdes de la ciudad su belleza matutina. ¿A quién enbaucaría Wagner para alojarse en el Danieli? La aspereza  de un mal alojamiento desvirtúa la miel de sus deleites. Venecia hay que apurarla a fondo, con solvencia aristocrática como dije. No regatear el precio de la consumición en la terraza de los cafés de San Marco. Dejarse clavar por los desaprensivos restauradores a la hora de la comida. No digo ya utilizar los taxis, porque sin duda resulta más ameno el vaporetto. Hay que armonizar con las galas de sus palacios, soñar con sus leyendas, reblandecerse con la melancolía de su música, adormecerce al vaiven de la góndola con las primeras estrellas. Celebrar su Triunfo, su apoteosis en el arte.Venecia, de nuevo anhelo visitarte; ¡qué no se haga mucho de rogar La primitiva!

La petaca de Hemingway


 He llegado a Madrid: no ha sido fácil. Para cumplir tal destino, he tenido que sortear una infección digestiva originada por una bacteria, superar la covid hace un par de semanas, quedarme sin gafas un día antes del viaje, y, en la misma mañana, padecer cierto añadido de ritornelo congestivo, secuela soterrada del omicron, para ya a pie de tomar el tren ser informado en ventanilla de un error en la validación de los billetes. En verdad, que parecían confabularse las fuerzas adversas para malograr los cuatro días de relax de que disponía. Pero pese a tal panorama, no dejamos de ser afortunados, pues en nuestro derredor acontecen verdaderas desgracias. No son pocos los de mi generación que se ven acechados por los más sórdidos designios. La vida son cuatro días, y los más de ellos aciagos.

El calor bochornoso de Madrid, ciertas punzadas en el pecho esporádicas pero preocupantes, una mente fatigada que aún retiene el lastre rutinario de nuestro día a día, más el resultado de vagar toda la jornada bajo la canícula, me han dejado exhausto y con un horizonte envuelto de cierto pesimismo, lo cual me ha impulsado a romper con la promesa de abstenerme de bebidas alcohólicas, que la lucidez de hombre en mis cabales me recomendaba. No he podido renunciar a un vino durante la cena, y luego a una copa más contundente celebrando el disipar del día moribundo. En el salón del Círculo de Bellas Artes he aguardado la noche, aceptando esa "Huida del Tiempo" a la que Josep Pla nos invita, en una edición de Austral recién adquirida. Ese tiempo medido cuyo paso no tenemos más remedio que aceptar, pues participamos de su misma esencia, efímeros como su sustancia.

Recuerdo que el año pasado yo tenía distintas sensaciones en Madrid. LLevaba algún tiempo mitigando dolores y sinsabores  con algo de analgesia etílica. Tenía más o menos la edad en la que Hemingway pululaba por Madrid, y como él tuve la tentación de borrar las miasmas de cuerpo y alma con algún abrasivo. Adquirí una botellita de bolsillo de J.B.. Con ella, en la soledad del hotel, pretendía compensar la carencias del vivitorio. Pero, tras dar un segundo trago, solo alcanzaba cierto malestar general y una boca más reseca, que el escepticismo de los años no permite refrescar. Hay que recordar a la romántica juventud que la petaca de Hemingway no era la ambrosía de su triunfo sino la purga de sus miserias. 

La Pedantería

La Pedantería

 Hay un defecto o tendencia a la que se sienten abocados muchos escritores en alguna etapa de su carrera. Si bien, si maduramos dicha reflexión, quizá concluyamos que semejante propensión sea inherente al ejercicio del oficio. ¿ Cuándo se adquiere y quiénes? Normalmente, los escritores que atesoran una fecunda formacion libresca o erudita. Si se es asiduo lector, se llega a un punto en que el conocimiento alcanza un cupo y se desborda, manifestándose en consideraciones pedantes. Cuando se es joven se admira a esos escritores que se adornan de mayor erudición, cuyos textos revisten una mayor complejidad, confundiendo tal cripticismo con la sabiduría. Ingenuamente creemos que a tal densidad expositiva corresponde un porcentaje análogo de experiencia. Así buscaremos entre sus páginas el diamante puro de su verdad cabalística, y lo consideraremos un guía y un profeta, que desbrozará nuestro camino hacia el conocimiento, la luz, y la libertad. Sólo la madurez nos convencerá de que tales autores tal vez se hallasen en análoga obscuridad, perplejidad y confusión a la que nos encontrábamos nosotros cuando los leímos.

La pedantería suele venir unida a la retórica literaria, por eso sus cultivadores son prolijos a lo largo de la historia. La derivación al manierismo se ha dado en casi todas las corrientes artisticas. Ya en el arte griego se dieron tres épocas: la arcaica, la clásica y la helenistica, siendo esta última compendio de las anteriores y saturada de elocuencia y proclive a la pedantería. Es difícil sustraerse a ésta siendo el autor de hoy por lo común un hombre culto.

En nuestras letras, ya el Siglo de Oro padeció este vínculo, manifiesto, por ejemplo, en el culteranismo de Góngora. No se sustraía a él tampoco Calderón. En el Neoclásico tal vez no había escritor que no lo fuera. El romanticismo se nutrió de ella en su versos engolados. Nos la volveremos a encontrar en el modernismo: Rubén Dario fue un gran cultivador. A su influjo no escapó el 27. Y así nos ha perseguido hasta nuestros días, cuyo mayor exponente a día de hoy lo encontramos en Vila-Matas. 

Son sus máximos artífices en la literatura contemporánea, en primer lugar Joyce, a partir del Ulysses; su discípulo Becket, lo secunda; en Francia no nos olvidaremos de Hugo, pero no se nos puede escapar Sartre; ¿ Faulkner, en Norteamérica?; en Sudamerica, casi todos los cubanos lo son: Carpentier, Lezama Lima integral. Paradiso es todo un ejercicio de ella. Ya en Argentina, no pudo dejar de serlo, como era el clavel en su solapa, Mujica Lainez, con su estilo aristocrático, denso y suntuoso. Lo fue Borges, aunque hizo los mayores esfuerzos por liberarse. Aunque, en resumen, el que este limpio de pecado, que arroje la primera piedra.

La Voz

La Voz

 Espero alcanzar unos días de vacaciones en Madrid. Es todo cuanto puedo permitirme. La carestía de la vida, los lazos familiares, la salud no del todo en su plenitud, se presentan como contratiempos a vencer. Por lo que toca al contante, el mismo viaje se vuelve un lujo. El aumento del precio de los carburantes ha vuelto un dispendio extraordinario desplazarse. Lo sé, la pandemia... la guerra de Ucrania... Un ida y vuelta a Madrid en el Ave cuesta lo que costaba un vuelo a París. Con mi pensión de hoy día, que el estado en su celo se encargó de cercenar, no me da para escapadas al extranjero. No sé qué esperaba la benefactora nación, ¿ acaso que, despues de 36 años cotizados ejerciendo un duro trabajo en la industria, inhalando venenos y obsequiado con una hernia discal como colofón, aguantara hasta los 65 cuando hay quien con mínimo esfuerzo vive de rositas, oxigenándose durante los veranos tal vez a bordo de un yate, y luciendo collares de espumillón junto a odaliscas tostándose al sol?

 Sé que todo depende de la oferta y la demanda. Y que la fortuna favorece a los audaces. No es que me queje, comprendo que gente como Messi o Michael Jordan disfruten de un opulento style of life; por su excelencia seguramente lo merecen. Pero permitidme dudar de que en este mundo el mérito auténtico sea reconocido y recompensado equitativamente. Hoy la labor del escritor de cara al exterior se ve sometida a unas conveniencias comerciales que poco tienen que ver con la calidad de una obra. A pesar de ello, perseveraremos, no por nada, ni para convencer a nadie de nuestra excelencia, sino porque escribir para nosotros es una pura necesidad que nos justifica como personas, y sin cuyo cultivo nuestra alma se perdería en la aridez de la nada. La experiencia de la voz personal es un recuerdo a nuestra dignidad como seres humanos.

Bagatela

Bagatela
franqueza, rudo metal.
prenda de abrigo...
(creo que harás mal
si permaneces conmigo).
poesía posesiva.
lira lírica delira
necesidad expansiva
de ojo que ya no mira.
si sigo a este paso
voy a decir una parida.
mejor será callar, o acaso
eludir toda diatriba.
pues ando parco en oratoria;
tan lejos de Cicerón,
que comparado a su memoria
no he dejado el biberón.
ni me refrenda Calíope
ni por mí un euro da Erató,
pues sus galas gastó con Lope
y a los demás dejó sin voz.
Creo que estos versos
ya van llegando a su fin,
y hora va siendo de recoger tiestos
y colocar la guinda en el pudín.




Perspectiva sobre John Milton

Perspectiva sobre John Milton

 Cuando uno es joven permanece permeable a toda clase de influencias, pero carece de la facultad de juzgar con criterio. Según sopla el viento de la propaganda cultural vamos asimilando nuestra adhesión a las particulares tendencias. Ya en el franquismo y en el postfranquismo el marco cultural estaba dominado por el dirigismo de la izquierda. Así concluíamos que durante la guerra civil todo el museo de Apolo se había decantado por uno de los bandos de la contienda. Machado, Antonio, Lorca y Miguel Hernández, secundados por Alberti, Cernuda, Aleixandre y Prados. era en quienes había recaído especialmente la excelenccia del númen. Ignorábamos que el bando adversario contaba tambien con poetas nada desdeñables como Gerardo Diego, Manuel Machado, Rosales, Ridruejo, Panero, Vivanco, etc.

Tales corrientes en el terreno de las ideas nos llevan a venerar a autores cuyo predicamento e influencia se nos presentan incontestables. Uno de estos casos es el de John Milton, uno de los astros de la literatura inglesa despúés de Shakespeare. Compré sus obras porque las juzgaba por su carácter religioso. En mi desconocimiento, llegue a regalar alguna de ellas a un íntimo, como lectura edificante. Se calificaba a Milton como protestante. Cuando leí por primera vez el "Paraíso perdido" quedé perplejo; me chocó el protagonismo de la obra acaparado por Lucifer. No ahondé en tal paradoja, y continué cosiderando a Milton como un autor cristiano. Sólo gracias a una conferencia reciente, dilucidé este contrasentido. Averigué que Milton pertenecía a la admistración de Oliver Cronnwell, el dictador republicano que corto la cabeza de Carlos I. Fue la primera cabeza coronada que rodó en las revoluciones de Europa; más tarde vendrían la de Luis XVI, en Francia, y Nicolás II en Rusia. Milton fue hasta su muerte un acérrimo revolucionario, enemigo del derecho divino para los reyes, contradictor de la dogmática ortodoxa y excéptico en materia de fé. Si el Paraíso perdido no es en absoluto una añoranza del edén bíblico, su Paraíso recobrado es un descreído alegato donde se refuta la divinidad de Cristo y el dogma de la Trinidad. El parnaso literario, como la ética de los olímpicos griegos, no debe ser nunca tenido como un aprendizaje formativo; de tan elevadas cumbres constatamos que sus enseñanzas no han mejorado con el paso de los años; ahí tenemos como ejemplo claro a Baudelaire, cuya poesía es un mero regodeo en sus aberraciones. 

Madre Verónica


 La madre Verónica es más bella

cuando habla a sus novicias, 

compartiendo la alegría de Jesús.

Fluye de sus labios evangélica dulzura,

colmenera delicia de su íntimo

gozo en el banquete esponsal.

Nos encandila en sus disertos,

pero al trasmitir sus argumentos

no aparta de su mano el corazón.

Asimismo su mirada, viva y pura,

esplendente aguamarina,

penetrada de misterios celestiales,

examina en regocijo los dones del Señor.

Fervorosa en su boca es la Palabra;

tanto ayuda en el desaliento

como anima a convicción.

En la soledad de la celda,

eleva vehemente plegaria

buscando en el espejo del alma

una huella del rostro de Dios;

pues ya camino del calvario

en doble lienzo de paño

su sudor y sangre enjugó.

Más tan triste poso amargo

ve transformado en alegría

tras recibir en cada misa,

en su iglesia burgalesa,

la promesa de Jesús, la Eucaristía.


El mundo va muy de prisa

El mundo va muy de prisa

 ¡Sí, el mundo va muy de prisa! 

Cuando te crees afianzado

por fin a la tierra,

y dominas unos conceptos

que dan fundamento a tus hechos,

he aquí, a tu alrededor, una sociedad

que ha aherrojado tu voluntad

y a tu deseo más propio le ha provocado tropiezo,

embaucándote con su camelo de infinito

y guiándote como azaroso barquito 

de papel por su tornadiza corriente;

he aquí, pues,

se ha dado la vuelta como un calcetín, 

y hoy lo correcto es avieso;

lo digno, pérfido; la verdad un entredicho;

gigantes eran, pero los juzgan molinos;

y por gatos sólo se cuentan los pardos de la noche.

Advierte, sin embargo, que más que nunca

hoy la ley es pasajera, y su tiempo está contado.

Por la historia han pasado todos los reinos,

todas las leyes, todas las guerras,

todos los levantamientos y revoluciones,

y todos los hombres  que las promovieron.

Muchos de ellos hoy son silencio.

Permitidme que, ahora que encaro mis últimos tiempos,

elija primero el "yo" que el "nosotros",

pues al uno lo reclama lo eterno,

mientras que al nosotros sólo el recuerdo.


La muerte del canario

La muerte del canario

 El tema ha sido tratado muchas veces en literatura. Lo recoje Juan Ramón Jiménez en Platero y yo. Lo trató el turco Cafrune, junto a Marito, en la canción El niño y el canario. Es obvio, se trata de la muerte del canario. Ese dulce pajarillo que por unos pocos años ameniza nuestro día a día con su alegre canto. Porque sin duda es el canario el mejor cantor en el concurso de las aves. Contrasta la belleza de su repertorio con la monotonía de su vida recluida, a la que correspondería una triste melodía. Pero el canario parece gozar en el reducido ámbito de su jaula. Es un ave del hogar y no de la intemperie. Ignora la libertad, pero su recompensa es la belleza. Durante unos años compartimos sus dones, a cambio de cuidarlo y  de dispensarle una vida regalada. Quieras o no, poco a poco se le va tomando afecto y crece nuestro agradecimiento por convertir la aridez de nuestro silencio en una delicia sonora.

En casa también había un canario. Se lo regaló a mi padre un criador de aves. Durante algunos años, desde su jaula de alambre, amenizó las mañanas de nuestra galería con sus trinos vibrantes. Pasó a ser uno más en la casa, con una entidad propia, a quien nunca faltó su agua y su alpiste y nuestro beneplácito. Así pasaron unos años, hasta que una mañana nos extrañó su silencio, la ausencia de ese canto que prodigaba celebrando los tempranos rayos del sol. Todo aquel invierno lo pasó con la cabeza escondida entre el plumón, que se había vuelto albo, sin volver a cantar. Un mediodía de inicios de primavera lo encontramos muerto en la jaula. Hecho una bola blanca e insignificante. Cualquiera se hubiera deshecho de él arrojándolo a la bolsa de basura de aquel día, pues la vida contemporánea nos insta a ser prácticos. Pero mi padre, comprendiendo que representaba el óbito de alguien cercano, lo metió en una cajita y caminando hasta la parcela de campo más próxima, lo enterró en la tierra húmeda, bajo un manto de hierba. Es un ejemplo que todavía me conmueve y que sin duda Dios se lo tendrá en cuenta.

Nietzsche

Nietzsche

 En estos días leo "La cultura de los griegos", título correspondiente a las obras completas de Federico Nietzsche, editado por Aguilar. El libro lo componen las lecciones impartidas por el joven profesor Friedrich Willhelm Nietzsche durante su período docente en la universidad de Basilea. Tenía referencia de tales estudios desde que comencé a leer al filósofo, no había cumplido aún los veinte años; sobre todo en algunas semblanzas biograficas de sus obras dispersas, que yo leía preferentemente en Alianza Editorial, a cargo de Andrés Sánchez Pascual. En dichos prólogos, se hacía con frecuencia mención a esta etapa juvenil del pensador, que por entonces era tenido por su maestro Ritschl como una promesa de brillantisimo porvenir en el campo de la filología clásica. En dichas lecciones se observa hasta qué punto Nietzsche había alcanzado una proverbial erudición en dicho ámbito, y su trato con el mundo griego era intimísimo, como de andar por casa. Tales conocimientos constituían sus fundamentos, y resulta casi imposible comprender a fondo al Nietzsche posterior si tener en cuenta su filohelenismo. No obstante, él fue consciente de que tan esmerada erudición libresca era una rémora para su desarrollo vital. De semejante particular sólo puede ser consciente el hombre entregado en cuerpo y alma a una labor investigadora, tarea que tiende a prefigurar a quien la ejerce un talante como de "rata de biblioteca", carente de esprit y pasionalmente exangüe . Acaso esta exhacerbación de su desarrollo intelectual lo mostraría carente en otros aspectos humanos. Poco conocemos de su vida más personal y amorosa, salvo que contrajo la sífilis, seguramente durante un escarceo en un prostíbulo napolitano, y su enconado deseo de contraer, yendo ya para los cuarenta, matrimonio con la joven Lou Andreas Salomè, mujer singular en muchos sentidos´. Junto a su amigo Paul Ree, igualmente enamorado de la joven, vivieron un paradójico menage a trois.

Pudo haberse anquilosado el bisoño profesror ejerciendo la docencia, rastreando con ojos minuciosos y miopes entre el legado clásico, pero su complejidad emocional exigía respuestas. Algo impensado, no obstante, se adelantó variando sus expectativas. El encuentro con la enfermedad le distanció de la cátedra y   propició la reflexión, facilitando al filósofo su cambio de piel, con la que restauró su alma como las serpientes mudan de vestidura. Cuanto lo que para cualquier espíritu árido la lectura  constituye un riego fertilizante, para el saturado por la erudición libresca la misma se configura como un vicio contraproducente que impide el desarrollo sano de la propia personalidad. En esas horas bajas de debilidad, el enfermo se reencontró a sí mismo. Durante las diferentes crisis como indefinido convaleciente Niestzsche rehusó abrir las páginas de cualquier libro. En esos dilatados veranos, en climas suaves para salvaguardar la salud, seguramente vagaba por las montañas y valles de Sils María, en la Alta Engadina Suiza, sin ningún ejemplar de imprenta bajo el brazo. Únicamente la pureza de ese aire revitalizador haría posible la visión cuasi profética del Zaratustra, mensaje para todos y para nadie, con cuyo espíritu se remontaba como a las cumbres las águilas, alejándose de los abismos nihilistas. La poca luz que su ojos enfermos le aportaban, debía de reservarla para vislumbrar lo esencial. La gestación de la obra a la que estaba llamado; esa obra que abrió sus surcos desafiando los imponderables, esencialmente esa mala salud, y en cuyos postulados auguraba un antes y un después para la civilización. La llevó a cabo como pudo, filosofando a martillazos; mediante el aforismo del que fue maestro; desmenuzando la cultura griega hasta darle la vuelta al último pliegue de sus postulados; dinamitando cada dogma que apuntalaba su época; triturando el racionalismo y practicando un personal sepuku con el viejo hombre que predominaba en él, el pesimista schopenhaueriano admirador de Wagner. Porque "En Nietzsche contra Wagner" denunció la decadencia que gangrenaba la cultura. Si vindicó el aporte del músico al arte en "El nacimiento de la tragedia...", inspiradísima obra de juventud, que fue denostada sin embargo por la ortodoxia académica, denunció su  contaminación en "El caso Wagner", tras su decepción en los fastos de Bayreuth. Supo apreciarse lo bastante a sí mismo como para no eclipsarse como un wagneriano acrítico, entre sus vapores delicuescentes y odaliscas marimacho. Herido como Anfortas, no se plegó a la lanza que le tendía Parsifal, sino que dio carpetazo al genio, advirtiendo en él acaso un esoterismo malsano. Quiso con su "Anticristo" silenciar al Graal.

 Nadie calibró una identidad con mayor tino que Niezsche en su Ecce Hommo. Reconocía su buen olfato en cuestiones psicológicas. Decía compartir tal facultad con Stendhal. El Ecce Hommo fue uno de sus libros esenciales que releí con mayor fruición. Gustaba de indagar, fisgón, en el striptis de un alma noble. Conservo la primera edición de Alianza completamente deshojada. Destaca en la obra su egotismo: por qué soy tan sabio, por qué soy tan inteligente, por qué escribo tan buenos libros, etc. Destaca también  en él la osadía de parangonarse al Cristo del martirio. Pese a ser hijo de un clérigo, Nietzsche no penetró la decisiva esencia del cristianismo. Se ensañó racionalmente en el entredicho de su moral, hacia la que mostró una radical beligerancia, y en su función histórica,, civilizadora, sin ahondar, sin embargo, verdaderamente en el misterio. Sobre esto cabría indagar en cuál era el concepto filosófico que Nietzsche tenía de Dios. Seguramente, el desarrollado por la filosofía alemana hasta Hegel. Su metafísica la había asimilado en Schopenhauer. Pero en cuanto a este tema también su formación filológica tuvo algo que decir. En ese primer libro "El nacimiento de la tragedia" nos expone ya tal metáfísica, cuyos coceptos maneja según los griegos. Su respuesta la buscó en su panteón y en sus misterios. Ya en su acaso, sumido en la demencia, se identificaba como discípulo de Dionisos. En ese hermoso libro intuye esas dos naturalezas que fluctúan en lo humano, la Apolínea y la Dionisíaca. Una de sus mayores intuiciones. ¿Acaso consideraba a Cristo como un nuevo Dionisos? Como para Nietzsche no había más más allá que la vida, todo misterio se ligaba a la inmanencia del mundo natural. En Dionisos Zagreo se cumplía la regeneración cíclica de lo viviente. No había un orden espiritual, sino el natural que la voluntad generadora nos representa. Por eso su übermensch bebe en Darwin y no pasa de ser una conjetura. Ese übermensch con el que ha suscitado mayores contradicciones su obra, tergiversado el tema probablemente por su hermana, que relabroró el estudio "En torno a la voluntad de poder", en donde se trata de dicho asunto. Hermana de la que disentía y de la que fatídicamente acabó dependiente. Relación forzosa y tóxica, la cual retrató en "Mi hermana y yo". Elisabeth Föster-Nietzsche que acabó formando parte de la corte hitleriana.

Nietzsche en el XIX constató la muerte de Dios. Un reino que ya se había visto cumplido en su proyección historica, según Hegel. Tocaba, pues, pasar página. Así sería si no fuera el Verbo el que tiene la última palabra, pues nunca pasa. Y ahora nos advierte: Nietzsche ha muerto. Nadie gusta ya sus chascarrillos ateos, ni tolera la vigencia de una verdad desesenciada, dialéctica. Toda la iconoclastia decimonónica se ha ido desvaneciendo con el declinar del siglo XX, durante el cual la civilización se desangró por sus heridas, y la botas de la indiferencia pisotearon las flores del perdón, prodigando el yermo de las almas. El hombre ahito de mirarse en el espejo de su egolatría no encontró el peldaño por el que ascender hasta la nueva criatura amoral. Las naciones de hoy vuelven la mirada a Dios, el viejo nuevo nacimiento es la sola esperanza para el hombre pasajero y devastado; éste anhela volver a mirarse en el espejo eterno. No hay otra fuente que sacie. Porque lo humano sólo se supera en el amor, que nunca es demasiado humano. El amor es el camino que nos transforma, que colma toda ansia, que restaña la herida que atormenta al ser, que responde a nuestra perplejidad de criaturas, que devuelve el gozo a nuestras entrañas desgarradas. El ser sin Dios es incompleto, sólo una razón guía el universo.


En torno a Platero y yo

En torno a Platero y yo

 Platero y yo, por lo poco que se le recuerda, se diría un libro trasnochado. He oído decir incluso, a gentes que no aman la palabra, que es un libro cursi. Para mí, sin embargo, tiene un profundo calado y hace estremecer las fibras íntimas de mi  sensibilidad. Lo considero uno de los libros fundamentales de nuestra literatura. Con una proximidad al lector análoga a la del Quijote. Porque, ¿cuántos son los libros redondos de nuestro canon? Tras el Quijote, tan sólo unos pocos. ¿ El buscón? Algo de Bécquer, Las sonatas de Valle, ciertas página de Azorin y Miró. Para algunos La Regenta; según otros el Lorca más inspirado. Entre todos ellos hay un hueco para Juan Ramón y Platero y yo.

He oído decir que la personalidad del poeta tenía poco en común con su obra. Su críticos lo tildan de neurótico y malediciente.Seguramente, era un hombre celoso de su trabajo, en el que empeñó todas sus energías. Fue poeta en todos los aspectos, cultivó todas las vertientes que reclama el númen. Su verso tiene una crístalina elegancia, cuajado de aires fragantes del sur. En cuanto a su prosa, es sencilla y honda, lírica y elegíaca, pulida como una joya en la que se ha limpiado toda impureza. Está escrita para lectores en los que perdura el vergel de la infancia, para hombres maduros que aún conservan una mirada cándida de adolescencia.

Períodicamente recurro a la lectura de Platero y yo; su candor se pega a mi alma como una lapa. Lo leo como se leen los libros inspiradores, apurando lentamente su néctar y tratando de no desaprovechar ninguna de sus esencias. Me cuesta decir lo he concluido. Lo saboreo saltando al azar por sus episodios, según me dicta el ánimo del momento. Esta suerte de lectura sólo es análoga a la que reservo para La Biblia, En ésta me gusta saltar de un libro a otro, seleccionar pasajes, elegir, por ejemplo, los salmos predilectos del libro de David. Así releo Platero...Aguzo el oído para escuchar los rumores de su prosa, la agonía policroma del crepúsculo en Moguer, la esencia mestiza de Andalucía. Sí, Platero y yo ocupa ese rincón aparte en el corazón de la lectura. 


Una llama arde dentro de ti

Una llama arde dentro de ti

 Amigo, no apartes la lumbre

de mi camino,

pues hay sombras 

que a su orilla acechan,

baches que propician el tropiezo,

fieras amenazando en la tiniebla.

La luna es solo un espejo;

por sí no tiene plenitud.

Bajo su luz espectral

se mueven esquivas criaturas,

maléficas presencias

que buscan tender el ardid al recto.

Mantente alerta

y revístete de fortaleza,

pues veladas fuerzas

intentan torcer tus designios.

Persiste en la fe, no te corrompas,

se fiel a ti mismo, 

pues en el centro de tu corazón

gobiernan el bien y la justicia,

que Él sembró en ti con el bautismo.

Su llama alienta dentro de ti.



SEMANA SANTA

SEMANA SANTA

Por cuestiones de índole familiar paso esta Semana Santa recluido. Mi más importante ventana al mundo es la televisión. Los informativos siguen machacando con la guerra en Ucrania, que no es para menos. Mientras los rusos devastan Jarcov y Mariúpol, en España una población de vacaciones se vuelca en las piedades procesionales. Tras dos años tras de las mascarillas, los desfiles multitudinarios se hacían de rogar; aunque de algún modo las primeras se resisten a desaparecer con el "caso de las mascarillas". Uno de los implicados, tras haberse embolsado 5.000 000  libres de comisiones por unos lotes de mascarillas de algo dudosa calidad, reivindica una medalla por parte del Ayuntamiento. Pero así es España. Una España a un tiempo transgénero y conventual, que expía sus vacilaciones con la catarsis en pos de la imagineria de los "pasos". No sé hasta qué punto concuerda la sencillez cristiana con la bullanguera idolatria multitudinaria.

Las iglesias estan vacías, se convive en una sociedad laica y descreida, ¿cuál es, pues, el resorte que concita tan desusado fervor, que pone el bello de punta a los concurrentes? Tal experiencia puede significar una síntoma de manifestacion espiritual, pero en realidad tal sensación epidérmica me cuesta creer que provenga de una honesta consagración cristiana. Contemplando todo este espectáculo tradicional religioso, nos asalta una pregunta: ¿Se mantendría tan desmesurado evento sacro si no interviniera en ello el turismo y todo el interés económico que tales celebraciones generan? Me atrevería a adelantar que no. Pues el mismo Cristo ponía en tela de juicio las manifestaciones de fe capciosas y estentóreas.

Hago zaping buscando algún programa de contenido religioso.  Se retrasmiten procesiones y en la cadena católica el Via Crucis presidido por el papa. Casi todas las películas emitidas nada tienen que ver con contenidos en consonancia con las fechas que se conmemoran y su tan tremendo signicado, no ya religioso sino incluso en el orden histórico. Se ha llegado a un punto, que se confunden la películas de romanos como si por su concordancia histórica implicaran una relación de tipo piadoso. ¿Es Espartaco, de Kubrick y Douglas, un referente cristiano suceptible de ser emitida en estas fechas como si mantuviera alguna relación con la pasión y muerte de Jesús, ademas de por coincidir el esclavo sublevado y el Redentor en un casual sacrificio en la cruz? ¿Habrá mentes pensantes en los entes televisivos que todavía confundan la escabechina bolchevique con la instauracion del reino de Dios? Pero como hoy todo es desinformacion (fake news) ocurre que, como en Ucrania, no se tiene nada claro. La única pelicula de contenido cristiano emitida esta tarde era La historia más grande jamás contada, película correcta aunque algo fría, creada más desde la distancia de la mente que desde el fervor del corazón. Casi puede darse la mano con la experimental de Pasolini, El Evangelio según San Mateo. Por mi parte echo de menos títulos como Ben-Hur, La túnica sagrada, y, cómo no, La pasíon de Cristo, de Mel Gibson, de la cual coíncidiremos muchos creyentes en que es la más lograda, pese a gozar de las fobias de no pocos incredulos y de los remilgos de algunos creyentes.


HACER NOVILLOS

HACER NOVILLOS

 Defraudaba a la sociedad, a mis padres y a mí mismo, pero no podía evitar encaminar mis pasos hacia el Garbinet y no hacia el instituto donde me requería el deber. Es frente a la adversidad donde se forja la hombría, pero yo era inconstante y blando. La dirección que había tomado me reservaba la voluptuosidad del campo y el despertar matutino de la vida, bajo la caricia radiante del sol, en contraste con la aridez de las aulas. Íbamos hacia la primavera y los almendros ya estarían en flor. Por senderos y bancales mis jóvenes miembros perseguían la libertad; si me hubiera decidido por el camino contrario, habría padecido la presión de los profesores y el trato engorroso de los alumnos, incomprendido en el pupitre solirario. En el campo tenía que afrontar también la soledad; por unas horas sería el proscrito. Pero ¿no hacían lo mismo muchos de los animales que se escondían en las frondas, sin dar cuenta de sus actos? La vida de las bestias nos es una vida regalada; tampoco la del hombre; ambas están marcadas por su finitud. La única diferencia es que los animales lo ignoran. Pero, ¿en verdad, lo ignoran?  Yo en el campo encontraba un relajo momentáneo de esa incertidumbre, de esa penosa sensación que condiciona cada vivencia, dejándome llevar y uniéndome sin preguntas con las cosas. Todo fluía siguiendo un impulso necesario, en el que no existían las contradicciones. El sol presidía ese aventurado devenir, en el que todas las criaturas se regían por una voluntad secreta aceptada con docilidad, como obedeciendo un tácito acuerdo.

 Reconfortaba sentir el roce de la maleza en los camales del pantalón mientras caminaba y sentía desperezarse la jornada. Los pájaros volaban a su arbitrio, y si les placía, trínaban celebrando la mañana. Porque parecía cubrir a tales mañanas un alba pulcra, una sensación edénica. Todo rezumaba frescura, idílico encanto; la hierba colmaba el olfato con su perfume; pinos e higueras emitían el suyo, ácido y punzante; los almendros alegraban con sus flores de nata; una corriente rumoreaba en una acequía, a la que resguardaba un cañaveral  donde se dejaba oír algún sapo; las chumberas daban  sus frutos; esbeltas se erguían la pitas, amenazando puntiagudas, y al final del camino polvoriento, un chaletito. en el que alguien tenía la suerte de morar. Al pasar, un perro ladraba tras la puerta. Un muro mediano al que se apretaba un seto de bojes lo aislaba de los campos.

En la mitad de un prado, al otro lado, a un tiro de piedra del camino, aprovechando una cabaña abandonada, vivían los gitanos. Habían ocupado aquellos muros derruidos, aislándolos de la intemperie  con tablas, lonas y cartones. No sé si tal apaño los protegería de las lluvias torrenciales del levante. En un cercado de alambres, a un lado picoteaban unas gallinas. Un burro gris, un tanto hirsuto, coceaba nervioso, atado con una cuerda a un olivo. Qué venturosa parecía la vida de esos gitanos. Ellos no tenían que responder de asignaturas y deberes. Mas no obstante tenían que soportar la cotidiana carencia, aislados del resto, sujetos a otro sino, como yo en estos momentos. Odiaban a los payos. Tal vez si me sorprendieran así, indefenso en el camino, me despojarían de todo. Y en mi circunstancia, sería un engorro tener luego que dar cuentas. Mas nada hay que temer; los veo salir de su chabola. Observo a una mujer y sus pequeños churumbeles. Un chavea adolescente, cubierto por un sombrero de paja, da de comer al burro. Me alejo por el camino, sin que reparen en mi presencia. Qué grato sería despertar cual los gitanos con los gallos, vivir sin ataduras ni confort, hacer de la vida una aventura. Todo esto lo pienso porque cuento con volver a mi casa, sencilla y acogedora.

Me adentro por la senda buscando nuevos alicientes. La mañana va madurando y el sol parece empezar a picar. Una brisa recorre los campos y mece la arboleda; siento su frescor en la cara. Es grato sentir tal plenitud de vida. Por un rato, me olvido de la escuela y mi  conciencia se apacigua sin insistir en sus reproches. Me recuesto sobre la hierba. Arranco una espiga para juguetear con ella. Acaricio mi nariz con sus pequeñas agujas, como si la cepillara. Eso me hace estornudar. Tendido del todo, sujetando la nuca entre las manos, cierro los ojos como adormecido. Al abrirlos, me ciega arriba el azul, donde circula el algodón de contadas nubes. Bastante cerca, brinca un saltamontes. Tal suceso me recordó cuando, junto con los amiguetes,  precoces entomólogos, salíamos al campo a capturar insectos. Los guardábamos en una caja un poco más grande que la caja de zapatos agujereada, en la que criábamos gusanos de seda. De estos -unos pocos ejemplares que se movían en un lecho de morera-, lo que nos atraía era vigilar el proceso de su metamórfosis: la formación del capullo y la posterior conversión en crisálida. En cuanto a los demás bichos, lo que más azuzaba la curiosidad  respondía a una cruenta experiencia: encerrar en un frasco de vidrio un saltamontes acompañado de un mantis religiosa. Nos estremecia descubrir al día siguiente el cadáver  mutilado de la  langosta contemplado por una mantis erecta lamiéndose las letales  garras. Tan macabro rito constituía una de las primeras experiencias con la muerte. Porque hay una trinidad que nos condiciona: el espacio, el tiempo y la muerte. Pero tendido en aquel rodal herboso, inmóvil, sólo era consciente del tiempo que transcurría, lento pero sin detenerse. En aquel vagar ocioso por los campos, que apenas distraía con un poco de lectura, las horas pasaban casi sin ser sentidas y, al comprobarlas en el reloj de pulsera, constataba que estaba próximo a dar la 1 y que toda la tensión de la mañana desfallecía y sentía como un amago de tristeza. El sol alcanzaba el cenit y brillaba cegador. Tocaba el momento del regreso, de reintegrarme a la colmena de la ciudad, ese ámbito estructurado y sin horizonte, y someterme a su despiadada disciplina de obligaciones y reglas. En el aula, otro habría sido convocado a responder en la clase de matemáticas, para resolver aquellas complicadas ecuaciones tan irresolubles. Yo deseaba ser un hombre íntegro, pero aquella deriva indolente me llenaba de vacilaciones. Al llegar a casa comía sin apetito la comida que mi madre preparaba. Por hoy había sorteado la cruda realidad, pero al día siguiete me tendría que volver a enfrentar al mismo reto.

Glosas toledanas

Glosas toledanas

 En estos días leo un libro sobre Toledo. En España hay muchas ciudades con una prolija historia, pero Toledo ocupa un lugar relevante. De capital goda y de los reinos cristianos, a través de los siglos se consagró como nuestra particular Roma, desde donde su arzobispo primado velaba por los designios morales de la patria. Su muralla nos cuenta que estuvo sometida a cuantiosos asedios. Hoy la preserva como una joya dentro de un cofre, que merece ser guardada. A ella acuden los nostálgicos de España, porque en su personalidad se reconocen sus heridas. En sus piedras parece inscrito nuestro ADN. Dentro de su laberinto se enjambran nuestras leyendas. Allí reside el alma de nuestro pretérito envanecido. Bécquer supo rastrear el palpitar de aquello que ya no éramos, discernir sus ecos. En sus nostalgías pudo reconocer al hombre que él nunca fue y que ya desdeñaba la era industrial a la que se avanzaba. Su añoranza de un gran pasado se diluía en el menoscabo de una realidad presente. Lo arrebató su siglo como el viento barre las hojas del otoño. Su joven vida se truncó de modo efímero, sin él saberse ya ganado por la posteridad.

Toledo: ¡Qué bella vista de sus montes desde el paseo del Tránsito! En su límite se hunde el precipicio en donde traza su hoz el Tajo, que corta un paisaje de colinas a cuyo solaz se salpican los cigarrales. Según dicen, en el área del paseo se ubicaban las casas del palacio del marqués de Villena, en donde vivía y tenía su taller el Greco. Teothocupuli es otra presencia permanente en Toledo. Su obra se halla desperdigada por la ciudad. Parte de ella en el cercano museo; el resto en la catedral, o en Santo Tomé, donde en una de sus capillas se contempla el Entiero del conde de Orgaz,  y , por último, en Santo Domingo el Antiguo, para el que pintó el retablo presidido por la Trinidad, acaso mi lienzo favorito del artista, además de algunas obras genéricas dispersas por iglesias y conventos. Podría decirse que lo fundamental de su obra está en el Prado, en Madrid. Pero su alma sigue residiendo en Toledo. Palpita junto a la idiosincrasia de la ciudad. Toledo exhala Contrarreforma. En ella se aglutina la catolicidad de España. El Greco prefiguró su devoción, su piedad desgarrada, tan esencial como las almas. Alma, llama. En sus figuras arde el fuego de la fe. Esa luz mística que envuelve a toda su imaginería.

Hay tantos nombres ligados a Toledo. Reyes: godos como Wamba y Recesvinto; cristianos como Alfonso VI, quien la reconquistó, y Pedro el cruel, quien la perdió. Pasear por Toledo es rescatar esos origenes; tropezar sus restos en San Román; penetrar la leyenda en la mezquita del Cristo de la Luz, porque Toledo también fue mora; capital antes de los Omeyas, reino de taifa con Al Mammun. Se dice que en ella convivieron tres culturas, la cristiana, la musulmana y la judía. Para rastrear esta última hay que bajar de nuevo al Tránsito, corazón de la judería y en donde se ubicaban sus sinagogas, rebautizadas con nombres cristianos como Nuestra Señora del Tránsito y Santa María la Blanca. En ellas ha perdurado la esencia Sefardí, la de aquellos judíos que abandonaron con lágrimas la vieja Sepharad, que no era otra que España. Esa patria que a todos nos incumbe, y sin cuyo legado no sabremos reconocernos. Y de la que no podemos desligarnos, pues somos con nuestras circunstancias.