RESEÑA NAVIDEÑA PARA LOS SEGUIDORES DE IMPRESIONES Y ANDANZAS

RESEÑA NAVIDEÑA PARA LOS SEGUIDORES DE IMPRESIONES Y ANDANZAS
Estimados seguidores de Impresiones y Andanzas:
En primer lugar desearía felicitaros estas navidades y demostraros mi agradecimiento por manteneros fieles a este blog. Un espacio heterogéneo que destiné para dar cabida  a una creación más inusual y oficiosa, y que en el fondo se ha convertido en esa expresión a bote pronto de mi cotidianidad. En él hallan su columna los sueltos más impensados, se concretó entrada tras entrada mi libro Venecianas, y hoy día es testigo de mis tímidas tentativas como poeta.
Es mi deseo que el blog siga creciendo y que en el futuro el lector encuentre en las nuevas entradas esas impresiones, comentarios y reflexiones que ha estado esperando, reconociéndolas como ese lugar indispensable que da respuesta a sus más inmediatas o preferentes inquietudes.
                                                                                               Un cordial saludo: Francisco Juliá

REFLEJOS DE UN POEMA DE L. COHEN

REFLEJOS DE UN POEMA DE L. COHEN
penetro en la rutina de los cuartos
donde hay ventanas que anuncian
el telón desolado de la ciudad
con sus torres inexpugnables de ladrillo y cristal.
De cuando en cuando las ventanas  se iluminan,
una sombra acaso ficticia irrumpe,
 indica que alguien existe o hay
algo más que salas aisladas,
algo como aleteos de pájaros silenciosos,
el presagio de una presencia
o tal vez solo sea el amago de un resplandor.
En los cuartos suele haber una cama
casi siempre vacía. Sobre el colchón
un cenicero con colillas, una revista
o un libro abierto, además del silencio
que abruma con su espanto. Y quizás
sólo en lo remoto
entre sus sábanas arrugadas
y amargas de sudario
el indicio ofrecido del cuerpo desnudo de una mujer,
con los labios trémulos
otorgando algo que pudo ser amor,
o quizás fue el engaño de un recuerdo
que solo queda de cierto en la soledad,
en el ensueño de una plenitud que se fue,
entre el murmullo de unos labios exangües
que pronunciaron con ternura
la palabra compartir
en el entorno inerte
de una ciudad despoblada,
de un universo mudo
que aguarda desesperado
el verbo vivificador de Dios.

ADIÓS, PETER O´TOOLE

ADIÓS, PETER O´TOOLE
Acabo de conocer por televisión la noticia de la muerte de Peter O´Toole. Es una noticia triste, pero que se compensa con todo cuanto el actor nos ha dejado para recordar.
Gracias a él, y a su descubridor, el gran cineasta David Lean, conocimos la epopeya de la azarosa vida de T.E. Lawrence, ese inclasificable inglés amante del desierto, por cuya iniciativa los árabes se hicieron conscientes de un identidad y aspiraron a ocupar su lugar entre las naciones, tras el desmembramiento del imperio otomano.
Lawrence de Arabia es mi película, y creo que una de las grandes creaciones del séptimo arte; una película que mira con cierta lucidez la aventura de la vida, a través de un ser que tenía poco de ordinario, y que se había arrojado en busca de su destino, un destino humano que cuando se le examina, solo puede ser trágico. Lawrence cumplió su pequeño gran papel en el aluvión irrefrenable de la historia y ganó su momento de gloria, un gloria que no sabemos si caló su más sincera intimidad. Pero así de desagradecido es el acontecer del hombre.

El paso de O´Toole por la historia es en otro sentido memorable.  Fue un actor que supo imprimir un sello inconfundible y pulcro a su quehacer. Fue un monstruo cinematográfico con una filmografía a destacar. Ahí queda su gran papel en Lawrence de Arabia, haciendo pareja inolvidable junto a Omar Sharif, como así mismo creó una pareja no menos extraordinaria con Richart Burton en la gran creación de Peter Glenville, Becket, con un Enrique II de Inglaterra digno de figurar en los anales. Por ello, gracias por llenar con tu tarea algunos de los momentos más gratos de nuestros ocios.Descanse en paz, Peter O´Toole.

PUCCINI POR LOS POROS

PUCCINI POR LOS POROS
No hace mucho adquirí un cd con una selección de las arias más fundamentales de  las óperas de Puccini. Tales ediciones no suelen ser de mi agrado, pues prefiero acercarme a las óperas en su integridad. Pero he de admitir que esta concreta selección ha captado mi interés y la escucho reiteradamente.

No es un secreto que yo me acerqué a la ópera porque en mi juventud me atrajeron los dramas wagnerianos. Por tanto, mi gusto operístico se educó escuchando las graves creaciones de arte del compositor germano y, solo muy lentamente, mis preferencias fueron abriéndose a otros autores. Beethoven fue el primero que irrumpió con su Fidelio, en cuyas arias de Don Pizarro reconocía un vigor dramático parejo al del autor de Tanhaüser. Luego vino mi acercamiento a Mozart, del que me fascino su Flauta Mágica y, más tarde, Don Giovanni, y, como consecuencia, el resto de su repertorio. Sin embargo, en lo que se refiere al la ópera italiana, mantenía bastantes reservas. Porque dicha ópera representaba todas las fobias que pudiera despertar en un hijo del proletariado un género, como el lírico, con toda su parafernalia decadente desplegándose en esos antros de culto que significaban los teatros para las elites. Allí podía contemplarse el lastimoso espectáculo de parejas de gordos chillando como cochinos antes de ser sacrificados. En resumen, las ópera italiana participaba de los defectos de un género que se manifestaba como la reliquia de otros tiempos.

Pero, finalmente, mi predilección por la música fue tolerando que las solapadas virtudes que el género lírico, mal que nos pese, atesora, fueran abriéndose camino por entre la barrera de mis prejuicios y se manifestara a mi espíritu con toda su fascinación. No niego que muchas operas de Verdi siguen ofreciéndome no pocos reparos. La Traviata se me hace insufrible con su remate de sistemáticas florituras y gorgoritos. Nos queda el encanto de cartón piedra del Trovador y la hondura musical de su Otelo, junto a algunos pasajes maravillosos de la Aida. Cuando no escondidos pasajes de su extensa obra que permanecen encubiertos y que paso a paso se nos irán desvelándo con la fascinación de un territorio virgen.
Después, no creo que se ponga en duda, en este conspicuo Olimpo, viene Puccini. Puccini es un caso aparte. Es como un nuevo Verdi que  ha asimilado el pontificado de Wagner. Pronto, aunque ya de largo algunas arias habían calado en mi más sensible memoria, caí subyugado ante la belleza de su Madame Butterfly, que nos transporta con su esplendor pasional bastante más lejos que la novela de Pierre Lotti, en la que está basada. Desde luego, es mi ópera italiana predilecta, pero no hay que obviar otras cotas puccinianas como la Tosca o el Turandot, con arias de una factura tan impecable que colman a las más sentimentales sensibilidades. En cualquier caso, no esperaba que al adquirir el disco llegaría a estar tan colmado de Puccini, que rezumara su esplendor melódico hasta por mis poros.

PLATERO, DE NUEVO EN LOS PRADOS DE MOGUER

Miente quien diga que Platero ha muerto,
como yerra quien constate la muerte del poeta.
Porque el poeta perdura mientras se escuche su voz,
mientras un hombre tenga una razón de amar
y su alma busque saciarse de esa sed inconcreta,
que es la esencia celeste de su divagar.

A Platero aún se lo ve brincar por los campos,
revoltoso, sacudiéndose el vuelo liviano de la mariposas
que pululan trémulas las marismas de Moguer.
Es en la mañana, cuando el astro se quiebra en cristales de aurora
y el mar llena de brillantes de oro sus azules;
entonces, sí, no falta la mano amiga que acaricie su lomo plateado,
ni la risa pueril que celebre su monta,
mientras Platero soporta dócil el leve peso
y observa con sus ojos vítreos de escarabajo
la candidez alborotadora de los juegos infantiles.

En esas horas sutiles es cuando Platero sueña:
se imagina trotar los mullidos prados del paraíso
y gozar en su carrera alocada de la abundancias de tal vergel.
Se recrea con los cantos de los inefables pajarillos y el solaz de sus remansos;
aunque algo estremecido por una voz que parece resonar en lontananza
como el eco memorial de su amo Juan Ramón.
Cuentan que hay en lo espeso de su fronda un manantial,
a cuya corriente acude Platero a diario a abrevar,
y en cuya delicia esconde la semilla perpetua
de la promesa, el milagro del momento eternal,
claro espejo de aguas puras donde se llega a reflejar
 la mirada sonriente y gozosa de quien se proclamó rey
 sobre otro Platero, tan terco y peludo, en Jerusalén.

NOTAS SOBRE W. SOMERSET-MAUGHAM

NOTAS SOBRE W. SOMERSET-MAUGHAM
MI perspectiva sobre la figura de William Somerset-Maugham es algo limitada, pues sustancialmente se concreta sobre dos de sus obras, las cuales he leído al menos un par de ocasiones durante distintos períodos de mi andadura como lector. Y el comentario que me suscitan viene a ser bastante positivo. Si bien, la envergadura como escritor de Somerset-Maugham no alcanza la dimensión de los clásicos ingleses, si merece la pena reparar en su obra, que responde a dos cualidades importantes que conviene reseñar. La primera, es la de una prosa efectiva que no tardará en convencer al lector y llevarlo hasta ese terreno que interesa al narrador, imponiéndole ese postrera reflexión necesaria a cualquier ser humano y obvia en cualquier lector inteligente y sensible. La segunda, es una consecuencia de la primera, su sugestiva amenidad.
  En estos días releo su novela Soberbia(The moon and sixpence, en el original inglés). La obra responde a un interesante trasunto de la figura y la vida de Paul Gauguin, convenientemente maquillada para transformarla en juguete de ficción. Recuperé esta obra de las legendarias ediciones Reno, adquiriéndola en una reciente feria de libros de lance, llevado por el grato recuerdo que improntó su remota lectura durante los felices años del pasado siglo. La novela no deja indiferente a nadie que se acerque a ella con ánimo sembrado de inquietudes.

Si acaso la figura trazada de Gauguin no llega a ser exacta, si logra esbozar los principales contornos de su singular personalidad. Pretende penetrar la psicología de este individuo marginal, que se desmarcó del ser gregario para buscar su propio camino de soledad creativa, de lúcida independencia. Y hace pensar, a través de su obra, que este es el personaje ideal  que buscaba Somerset-Maugham en su galería de tipos singulares. Lo describe más ponderativamente en su otra gran novela: "El filo de la navaja", donde su protagonista elige un camino inusual al que le hubiera correspondido, al margen de una sociedad anclada en sus disipaciones y conveniencias,  y con la indiferencia propia de un alma cegada y embrutecida. Dicho personaje, al adentrarse por sendas bien distintas a las trazadas, comienza a encontrar esas respuestas que en algún caso le redimen de su desubicación en el mundo y le ayudan a encontrar ese sí mismo desvanecido por la desorientación a que lo condena una sociedad hipócrita y fraudulenta.

Estas, entre otras muchas, son unas pocas de las razones por las que conviene recalar de cuando en cuando en Maugham, sobre todo en ese momento preciso en que nuestro espíritu llevado por la inercia del conformismo se agazapa en esa uniformidad estéril y sin horizontes a la que nos aboca una sociedad desnaturalizada en su materialismo.

CON EL LÁPIZ EN LA MANO

CON EL LÁPIZ EN LA MANO
Lápiz en mano restauro las omisiones del tiempo;
pretendo rescatar de su fluir aunque sea un silencio;
de su desolación, acaso una lágrima, el rumor de un vaticinio.
Porque el tiempo hay que llenarlo como sea,
hasta con materiales de derribo,
como se colma el mar con el pulso incesante de las olas;
como hay que llenar preciso el papel en blanco cotidiano,
el deambular desabrido de la prosa que denuncia cada pálpito,
o la página incierta en el albur amedrentado del decurso.
Solo cuando el existir alcanza la dimensión de lo vivido,
el ser completa su significado,
se justifica la razón del continuo crecimiento,
 se consigue paz con garantía de certeza.

ESPAÑOLES EN EL MUNDO

ESPAÑOLES EN EL MUNDO
Nunca me he planteado seriamente la posibilidad de abandonar España en busca de un futuro diferente, de dejar por una ilusión de vida más halagüeña el fárrago de nuestras obligaciones, trampas y ataduras. Pero no niego que he acariciado tal alternativa en distintos períodos de mi vida. En mi adolescencia, llevado por esa inadaptación propia de la juventud y con la imaginación repleta de tentadores ensueños, barajaba compulsivamente que algún día emigraría a Australia. Siempre me ha fascinado Oceanía, su maravilla exótica de continente virgen
 Con el tiempo, aquellas urgencias se desvanecieron y mi vida fue desenvolviéndose en las reales mediocridades que ofrecía España y concretamente una ciudad de provincias como Alicante. Ya de mayor, se mitigó mi sed por las tierras vírgenes y el paisaje ideal fue delineándose en algo más cercano, conforme fui descubriendo la vieja Europa y fue subyugándome el peso de su historia. Y entre todos los países europeos que conozco, uno especialmente cautivó mi corazón: Italia.   Si pudiera, escogería Italia para vivir; cualquiera de sus ciudades Florencia, Venecia, Roma primordialmente reúnen condiciones con sobrado atractivo para afincarse en ellas. Desde la grisura sin contrastes de la monotonía de los años, en la pesadumbre de la cotidianidad, añoro el día cuando acaso jubilado pueda residir mas largas temporadas en Venecia, identificándome con su emotivo pálpito, inmiscuyéndome en su ajetreo cosmopolita y acercándome a la Riva degli Schiavonni para, desde la terraza de uno de sus cafés, atisbar con ánimo extasiado el denso trafico náutico del bacino.

Y es que todos estos anhelos vuelven a reverdecer cuando visiono por televisión el programa "Españoles en el mundo". Me admira la gente que tiene la voluntad suficiente para cambiar de forma radical el paisaje de su vida. Sin pensárselo mucho hacen las maletas y, ¡anda!, ancha es Castilla, o Canada, o China o Tahití o Borneo o Pernanbuco. Me gustaría, frecuentemente sueño, en que se haga en mi vida posible un deseo semejante. Pero por el momento prima lo de siempre, la carencia de una fuente de ingresos que pueda hacer factible el pormenor de esa vida diferente y aventurera.

DEMOCRACIA Y TOTALITARISMO: II

DEMOCRACIA Y TOTALITARISMO: II
Esparta constituye ese otro ejemplo notorio en la antigüedad del estado totalitario, donde desde el nacimiento a la muerte el individuo permanecía ligado a su polis de forma determinante. Lacedemonia, que también así se la conocía, era el ejemplo más eminente de estado en el que una minoría señoreaba sobre el resto de la población. Una clase dominante, la de los spartyatas, dorios que ocuparon la Laconia en migraciones precedentes, prevalecía sobre las demás clases que componían esta compleja sociedad, como el caso de los periecos y los ilotas; estos últimos esclavos, a los que se mantenía en condiciones de servidumbre más que ignominiosa.

El individuo desde una primera edad era arrancado del seno de su familia y pasaba al servicio del estado, quien desde entonces se ocuparía de su educación, encaminada sobre todo hacer de él un individuo útil a la comunidad. Y en una sociedad belicosa como Esparta, el cometido no era otro que hacer de él un guerrero, un spartyata. La eficacia de esta formación tan solo se contrastaba en función del éxito bélico, pues el orgullo del común espartano era alcanzar en la batalla la victoria o la muerte.
Todo en la sociedad espartana giraba en torno a esta ley tiránica de predominio, en la que solo los mejores gozaban de los austeros beneficios que esta sociedad militarizada podía ofrecer. También la cultura participaba de este interés común, y todos los ejemplos de sus letras y su arte no pueden compararse ni por asomo con el esplendor de Atenas. Pero, curiosamente, en la antigüedad esa misma Esparta era la más admirada. Jenofonte pasó sus últimos años en Esparta, convertido en un espartano más. Platón la tuvo en cuenta para su estado ideal, en La República. Aristóteles la ponderó en sus constituciones, etc.

Finalmente, Esparta sucumbió bajo el peso de un status que no se podía mantener, victima de su propia idiosincrasia y de sus carencias; en la esterilidad  en la que devienen la autocracias en los estados totalitarios. Nada reseñable ha sobrevivido de sus ruinas; nada que encomiar de su arte, de su ciencia, de su arquitectura. Sólo ese enérgico orgullo guerrero que decidió la suerte de Grecia, y supuso para Europa un norte duradero, en las Termópilas, Platea y sus demás gestas guerreras.

DEMOCRACIA Y TOTALITARISMO: ATENAS

DEMOCRACIA Y TOTALITARISMO: ATENAS
                                                                    ATENAS.

La antigua Grecia nos ofrece dos claros ejemplos para entender estas opuestas concepciones del estado, como fueron las poleis de Atenas y Esparta. La primera fue el primer estado de la tierra en asumir el gobierno del demos(el pueblo). Incluso se puede añadir que, dentro de sus limitaciones, constituyó un sistema altamente representativo, donde aun el ciudadano más modesto era llamado a participar en las instituciones democráticas. El sistema funcionó por largo tiempo, y bajo él alcanzó Atenas su mayor esplendor y poderio, con la formación de la conocida liga de Delos, que era una forma de disfrazar su hegemonía política, consecuencia del resultado de las guerras médicas. Nadie pone en duda que esta liga tenía un carácter imperialista, y que bajo las premisas de alianza y defensa, con las que se fomentaba el desarrollo comercial y la expansión democrática, la ciudad de Atenas disfrutó su momento de mayor gloria, manifiesta en la proliferación de obras y templos que embellecieron su Acrópolis.
 El sistema político democrático funcionó hasta la llegada de Filipo de Macedonia, donde la monarquía pareció convertirse de nuevo en el modelo de estado que exigían los tiempos. Pero no entraremos a enjuiciar estos ejemplos tardíos, donde bajo la hegemonía macedónica el régimen ateniense se convirtió en un espejismo del pasado, en un simulacro de la vieja democracia.
Lo cierto es, sin embargo, que en la Atenas del siglo V la democracia floreció con una fuerza que ha resistido el peso de los siglos y forjó durante su singladura ese remanente  que constituye uno de los primordiales legados de Occidente. Cierto que para ello tuvo que encontrar al hombre, Pericles, que la hizo funcionar óptimamente y supo hacer generar todas las posibilidades que el sistema encerraba. En ella, el hombre, el ciudadano corriente, pudo ejercer algo que hasta entonces, en manos de reyes, oligarcas y tiranos, le estaba vedado: las libertades políticas, y, como consecuencia, la propia libertad individual, que creaba la posibilidad de desarrollar la inalienable voluntad del ser humano. Cabe decir que, con ello, lo relacionado con el individuo alcanzó un dinamismo y expansión incomparables. Se estimuló la riqueza, el vigor político, el ámbito cultural en todos los sentidos. Solo un régimen así, con el incentivo que ofrecía la libertad y la tolerancia,pudo justificar ese llamado milagro Ático, donde las artes, la ciencia y el saber dieron el máximo de sí, con figuras tan eminentes como Fidias, Sócrates, Platón, Jenofonte, incluso el más tardío Aristóteles, que junto a tantos otros  que están en la mente de todos nos quieren revelar que solo en el desarrollo del individuo en libertad se alcanza el progreso y la realización integral del Hombre.

CARLOS V: EL HOMBRE

La figura de Carlos V se perfila todavía hoy sin una evaluación definitiva. Para España, como Carlos I, fue un rey foráneo y para Alemania, ese Carlos V, representaba la cabeza de un imperio que no satisfacía sus aspiraciones.
En España, Carlos V, durante el franquismo, pese a la asunción del emblema imperial del águila, no fue excesivamente comprendido y se le consideraba un rey con los intereses puestos más allá de la península, enfrascado en los asuntos imperiales. Porque reyes genuinamente españoles lo fueron Isabel y Fernando y, sobre todo, Felipe II, con quien España alcanzó su mayor dimensión en la historia.

Para la España de principios del quinientos, la figura de este joven rey que se puede decir usurpó la corona a su madre, Juana, recluida en Tordesillas, supuso una pesada losa, tanto institucional como económica. En los albores de su reinado, socabó las instituciones castellanas, inmiscuyendo a sus ministros borgoñones en los puestos más esenciales de las estructuras de poder, y esquilmó las arcas repletas por el pingüe comercio de la lana y el usufructo de América para financiar sus guerras y devaneos en Europa. De semejante abuso fue denunciante la revuelta comunera y las admoniciones de las cortes de Castilla, que de algún modo le hicieron reflexionar sobre sus propósitos y deudas con la corona. Pero, claro está, que Carlos no podía olvidar su majestad como sacro emperador romano germánico.

Hay muchos historiadores que señalan que este fue su gran error, el  de creerse figura mesiánica de un imperio universal cristiano, herencia de los tiempos mediévales. Lo cierto es que Carlos se empeñó en una política que chocaba con la nuevas corrientes que traían los tiempos: los nacionalismos y la reforma de la iglesia. Pero aún en esto fue contradictorio. Porque ¿cómo entender que un convencido erasmista se opusiera tan radicalmente a la Reforma de Lutero, y no reconociera, tampoco, ese florecimiento de la naciones que se oponían a las vernáculas ambiciones de familia de los herederos imperiales?

ORIENTE Y OCCIDENTE

ORIENTE Y OCCIDENTE
Oriente y Occidente son los dos ámbitos donde se ha desarrollado el proceso de la historia.  Pero ¿qué son en realidad estos dos conceptos? Encarnan,sí, la fuerza viva-histórica-que ha dado conformidad al acontecer humano. Son dos polos que en su dialéctica han prefigurado la realidad que nosotros conocemos y de la que participamos. Son aún más: dos culturas dispares, dos conciencias distintas que determinan el modo de ser de los pueblos, sometidas a todas las contingencias que plantea el avatar de la existencia. En sí, son dos conceptos que parecen excluyentes, dos concepciones del mundo que se repelen y atraen, entre el diálogo y la pugna, tratando de vadear lo mejor que pueden las corrientes turbulentas de la historia.

En la antigüedad estos dos conceptos abarcaban unas realidades bastante más limitadas que las que hoy los conforman. Occidente lo enmarcaba la cuenca norte del Mediterráneo hasta lo que hoy conocemos como Grecia, y el Oriente se integraba desde la costas jonias de la actual Turquía hasta los montes que delimitan el país de los ríos, conocido por los griegos como Mesopotamia. En estas dos áreas, incluido ese Egipto sureño que viene a participar más de la cultura oriental que de la occidental, se vieron desarrollarse las civilizaciones que dieron configuración al mapa  donde se jugó la suerte de ese mundo. En todo desarrollo de los pueblos parece existir la voluntad de dominio, y ésta es la que vino a prevalecer en ese dilatado proceso de influencia y predominio. Por mucho tiempo oriente pareció tener ganada la partida a occidente; en él se vieron desarrollarse los grandes imperios y culturas antiguas: el Egipto milenario, Asiria, Babilonia, Media y por último Persia, que bajo Ciro fundó el imperio más extenso conocido hasta entonces en la Tierra. Pero su misma extensión hacia de él una entidad descomunal, poco menos que ingobernable. En su sed de dominio, siempre ávido de nuevas fronteras y tributos, tropezó con un pueblo marinero que emergía y que había extendido su influencia por todo el Mediterráneo occidental y aun en las costas jonias, limítrofes con los territorios del gran rey de reyes. A partir de ahí surgió ese conflicto de civilizaciones que iba a condicionar la evolución histórica del mundo antiguo. Primero fue Dario, quien trató de someter a los griegos, perdiendo su oportunidad en Maratón; luego vino su hijo Jerjes, que vio perecer su multitudinario ejercito en Salamina y Platea. Desde entonces los jerarcas orientales renunciaron a la conquista, y limitaron sus políticas a otras estrategias que les dieran resultados más provechosos y menos expuestos. Pero esta prudencia, soló facilitó que los griegos se fortalecieran y buscaran una alianza con la que combatir con garantías al imperio persa. Aunque esto sólo se saldó con la implantación de un nuevo imperio: el de Alejandro Magno, el joven rey macedonio que acaudilló la causa de occidente hasta la impensadas orillas del Ganges. El sueño de Alejandro tal vez fuera del de crear un mundo sin fronteras, y para ello era necesaria  la simbiosis de Oriente y Occidente. Esta sería la buena fe de Alejandro, quien se orientalizó; pero sus generales, tras su muerte, creyeron otra cosa, y trataron que el occidente engullera al oriente. Entonces sólo prevaleció la fuerza de la conquista, el credo de la espada, que era la única deidad que adoraban estos diádocos. Alejandro llevo al Oriente el legado filosófico griego, pero ninguna realidad espiritual que pudiera desbancar a la religiosidad oriental, de modo que el influjo alejandrino en oriente solo fue superficial, atendiendo sólo a formales aspectos de la cultura y la moda.

Porque para que esa dualidad insoluble en algún caso se desvaneciera, hubo de esperar el paso de toda una nueva civilización, del imperio más poderoso de la antigüedad, Roma, y el nacimiento en Palestina, en el momento más esplendoroso de la  historia romana, de un Galileo  que se llamó Jesús y cuya doctrina conjuga en sí esas dos corrientes que parecen excluyentes: Oriente y Occidente. Por eso el cristianismo triunfó y supuso la continuidad hasta nuestros días de ese mundo antiguo, naturalmente renovado.

HISTORIA DE MI VIDA, DE GEORGE SAND

HISTORIA DE MI VIDA, DE GEORGE SAND
He leído durante estas últimas semanas la Historia de mi vida, de George Sand. El libro transpira un encanto especial. Su lectura ha sido enriquecedora y su estilo envolvente,  capaz de convencer al tiempo que deleitar.
Sobre esta mujer todos guardamos la memoria de su leyenda: la de precoz feminista que, disfrazada de hombre, cautivaba las voluntades masculinas que,  inseguras de sí mismas, se plegaban  a su vigoroso magnetismo. Bajo su seducción cayeron de Musset, Chopin y algunos otros. La Historia de mi vida no es que desmienta de plano estos pormenores, pero si los sitúa con una perspectiva en cierto sentido menos sórdida.
Quien se acerca a George Sand, para qué desmentirlo, lo que busca es el contraste de toda esta ropa sucia. Por eso la Historia de mi vida puede suponer un singular hallazgo, el acercamiento a la sensibilidad de una mujer que supo forjarse un destino distinto al que una sociedad inmovilista la condenaba. Se atrevió a tener eso que a una mujer normal no le estaba permitido: temperamento, conciencia de su individualidad, libertad de espíritu, requisito este último demoledor para cualquier reaccionarismo.

La Historia de mi vida, al menos en la versión que hasta mí ha llegado a través de una libería de lance, comprende dos etapas fundamentales en la vida de la protagonista. Una, que me parece esencial, en la que relata esos años decisivos de su infancia y juventud, con una finísima sensibilidad y capacidad de análisis de los procesos primarios y fundamentales de cualquier ser humano. Su agudeza sicológica y su maestria narrativa, que alcanza el pulso necesario para describir la memoria, la convierte en precursora de esa otra obra clave de la narrativa memorialística de la letras universales: me refiero A la recherche du temps perdu, de Marcel Proust. Claramente nos recordarán los cálidas vivencias de Nohant a las profundas sensaciones de Combray. Nos es raro que Proust bebiera en estas memorias de la Dupin para elaborar el complejo universo de su ciclo, en el que se nos recuerda cuál debe ser la esencia de la literatura.

En la segunda parte de su libro, Sand nos presenta su abigarrada galería de amistades. Allí se rememora con ternura a Balzac, en esos tiempos pioneros en donde se fraguaba su desbordada genialidad. Nos recuerda, que en un viaje a Italia coincidió en el mismo vapor con Sthendal, o mejor con el más sombrío Henri Beyle, cónsul en Civitavechia. Puntualiza la capacidad extrema del escritor para la ironia, incluso para la sátira. Y no es para menos, y hasta nos sorprende, que ese reconocido enanorado de Italia le planteara una visión por lo demás cáustica de la peninsula y de sus conspicuos moradores, tan dados a la fácil caricatura. En este viaje, Sand descubrió Venecia. Se enamoró de ella como tantos otros, elevándola al rango de ser vivo capaz de despertar sentimientos y quizá  hasta prestarse a este recíproco juego, como tal esperarían de ella los más románticos.

Sobresale entre sus últimas páginas, ¡cómo no!, el recuerdo de Chopin; el crudo invierno pasado en Valldemosa; la sutil penetración para describir su complejo temperamento. Pormenoriza la índole de su relación, donde la frágil personalidad del compositor la comprometía hacia un celo maternal. Claramente, Sand revela el carácter de tan compleja relación, hasta donde permite el pudor.
En definitiva, quien se adentre en la lectura de la Historia de mi vida, se encontrará con un libro hermoso, contado con la amenidad de una mano maestra. 

VENECIANAS XL: VENECIA Y VIVALDI

VENECIANAS XL: VENECIA Y VIVALDI
Parafraseando la cita de Nietzsche de que "cuando digo música, pienso en Venecia", podríamos sintetizar ambos elementos en la figura de Vivaldi.
Cierto que hubieron otros muchos músicos en Venecia; el propio Monteverdi fue maestro de capilla de la Basílica de San Marco; destacaron también Tomasso Albinoni y los Marcello. Pero fue Vivaldi, qué duda cabe, el máximo exponente de la música más genuinamente veneciana. En la obra de Vivaldi late esa visceralidad vital y deslumbradora que imprime ese sello característico a la ciudad de los canales.

Entre sus obras, la más celebrada quizá sea Las cuatro estaciones. Su éxito tal vez resida en que su exquisita belleza alcanza al mayor número de sensibilidades. Está comprobado que la obra gusta hasta a quienes por principio son indiferentes a la música clásica. Por mi parte, he de manifestar que es una obra que no me canso de escuchar; tiene un innegable valor terapéutico para cualquier afectado por el estrés y la melancolía; su fluir será como una fuente que mitigue cualesquiera resquemores. En el sortilegio de sus notas se encierra un efectivo antídoto contra la tristeza; cualquier espíritu se elevará al escuchar las alegres notas de la Primavera, arrastrada por el impulso de sus céfiros y el auge nervioso de sus corrientes crecidas por el deshielo. Todo corazón trepidará con el presto del Verano, donde la tensión de la cuerda cobra aliento de absoluto. Le impregnará la también dulce nostalgia de los íntimos celajes del Otoño, y en el Invierno perseguirá los pasos sinuosos del beodo a través del sendero nevado, con ánimo temperado y filosófico. El alma se reconfortará con sus notas como con las más tiernas frases de amor.  Cadenciosos arpegios, emotivos increscendos, brillantes trinos. Es la quintaesencia de la cuerda que penetra hasta la fibra más sensible del alma y nos concede el milagro trascendido de la música.

Un gondolero vacila tratando de mantener el equilibro; el bacino acusa el furor de las borrasca: ruge el viento, arrecia el temporal: es La tempesta de mare. Quizá sea el más brillante de sus concerti , un género que Vivaldi apuró hasta sus últimas consecuencias, buscando las más reservadas posibilidades del Allegro y las sutilezas más delicadas del movimiento lento, una parcela donde Handel y Albinoni eran maestros. ¡ Qué suma delicia nos ha robado el tiempo privándonos de escuchar su giardino armónico interpretado por su orquesta de alumnas en el  Ospedale de la Pietà¡ Pero Venecia, rescatándolo del olvido, mantiene vivo su legado, y nos reserva  su milagro, el sueño de su música imperecedera. No hay más que pasarse por San Basso o San Vidal.

EL HOMBRE QUE HABÍA PERDIDO LA SONRISA

EL HOMBRE QUE HABÍA PERDIDO LA SONRISA
No es que le costara sonreír, es que, aunque se esforzara, le resultaba más que imposible esbozar siquiera una sonrisa
Poseía fotos, en ese bagaje de recuerdos disecados en papel kódak que todos poseemos, donde aparece de niño, sonriente frente al objetivo del fotógrafo. ¿Que había ocurrido, pues, para que esta circunstancia se hubiera vuelto inviable?
No recordaba cuándo había reparado en este pormenor. Quizá repasando las fotos de los últimos años. Sus fotos de carnet se le antojaban horripilantes; en ellas aparecía un rostro que le costaba trabajo reconocer. Un rostro avejentado, fláccido, que adoptaba una aseriada mueca. No se reconocía, porque su memoria solía observarse en el espejo de su juventud. Entonces, aún podía sonreír; poseía las pruebas gráficas de que así era. No como ahora, cuando se observaba  con agrio gesto, asomando su cabeza entre otras muchas, en las fotos anuales de la comida de empresa. En éstas, cuando el fotógrafo dispone el objetivo e invita a enfatizar la sonrisa en ese Cheese o patata tan tópicos, él por mucho que intenta disciplinar los músculos para que articulen la sonrisa, solo logra componer un amargo gesto, casi un rictus.

Es un rictus que le preocupa, casi le atormenta; calcula que es ese poso que ha dejado en su fisonomía el dolor de los años, el resumen de la vida...; y siente terror. ¿ Será quizá que en esa mueca comience a configurarse lo que será el último gesto, ese que ya no nos es propio y que nos modela la máscara impersonal de la muerte?

CREPÚSCULO PARA UN CUADRO DE MONET

CREPÚSCULO PARA UN CUADRO DE MONET
Crepúsculo. La tarde desfallece fatigada de la luz.
Claridad evanescente es la atmósfera tenue. El sol agonizante amarillea, dora las nubes livianas, nebulosas; sus rayos mortecinos espolvorean purpurados la levedad del éter. El azul se vuelve cendal lechoso.
Es una extensa mancha parda el Benacantil. El aire apenas acaricia; la tarde despereza con el rubor voluptuoso de una meretriz. En los jardines, los árboles se ensombrecen, mientras en la copas frondosas se escucha el alborotado frenesí de los pájaros. Algo pasa rasgando el aire; pudiera ser un murciélago.
El caminante penetra el corazón del ocaso. La ciudad endomingada descansa del ajetreo de la semana. Contados son sus paseantes; apenas hay trafico. Las grandes avenidas buscan la lontananza, con dorados reflejos deslumbrando en las fachadas acristaladas. La tierra parece trascendida. El tiempo fluye lleno de presentimientos; teme la noche, donde su corazón recela dejar de latir. Conoce la muerte, por eso abomina ese lado oculto de la creación.
El sol es una bola encendida de oro viejo, un crisol donde se forja el latido vital del universo. La tarde va muriendo; el color se apaga. Las nubes se colorean de un tenue rosa femenino; el sol vierte su estertor entre doradas añoranzas. Llegan las sombras como harapos de misterio para envolver la apatía de la ciudad cansada de discernir. La sutilidad de la luz acaso inspiraría un cuadro de Monet. Pero es la noche con su negligé de vampiresa, adornada con la peineta de bruñida plata de la luna. Todo es acabado. Negro

VENECIANAS XXXIX: ACQUA ALTA

VENECIANAS XXXIX: ACQUA ALTA
He escuchado por televisión, como cada año, las noticias referentes al "Aqua alta"  que cada otoño-invierno sumerge parte de Venecia bajo las aguas de la laguna. Por mi parte, es una circunstancia que nunca he presenciado in situ, pero que debe ser bastante engorrosa para los nativos y no exenta de pintoresquismo para los turistas.
Cada año, la plaza de San Marco y sus aledaños quedan parcialmente anegados por las aguas, con los consiguientes perjuicios patrimoniales y económicos. Los agoreros anuncian que tales flujos periódicos de la marea acabarán haciendo sucumbir bajo las aguas a la legendaria ciudad de los canales, con todo su esplendor y prestigio histórico. Si tal ocurre, la humanidad perderá una de esas huellas que mantienen viva la memoria de su destino. Porque en Venecia cobra valor el paso de los siglos y se nos recuerda que esa transición de las generaciones nos es una carrera vana, que ese legado de los siglos pasados es el aquilata y da consistencia a nuestro fugaz presente. Pues en Venecia la obra del hombre cobra rango, como dirían los italianos, de capo lavoro (obra maestra).
Nadie desea que este vaticinio pesimista se cumpla. Nos resistimos  a creer que uno de los más rutilantes milagros que la humanidad ha producido quede sepultado bajo las aguas como una segunda Alejandría de Egipto. Venecia, la perla del Adriático, debe durante los siglos venideros seguir destellando sus nacarados reflejos sobre el azul de ese mar inmemorial, de ese "mare nostrum " del que la República fue de las más suyas. Sí, Venecia  debe ser consolidada,  apuntalada, protegida de la ávidez de ese lecho fangoso que intenta engullirla entre las amenazantes fauces del olvido y convertirla en otra Troya, en otra Síbaris. Por tanto, debe ser rescatada como sea del furor de las aguas, como lo fue Moisés, con la cesta, de las aguas no menos voraces del Nilo. ¡Rescatad Venecia!, sea con el plan Moisés o cualquier otra audacia de la ingeniería, porque el espíritu de la humanidad quedará por siempre incalculablemente agradecido, ya que solo por testimonios como el de la Serenísima la llama de su más alta esperanza permanece viva.
  

CONCIERTO Nº 2 DE RACHMANINOV

CONCIERTO Nº 2 DE RACHMANINOV
El gusto es algo en verdad en continua evolución; como cuanto nos rodea, está sujeto al cambio. Cuando uno cree formado y asentado su juicio y sus valoraciones, hete aquí que esa maduración del espíritu en la alquimia de la vida, nos sorprende con unas sintonías que no creímos que se pudieran producir.

Mi conocimiento de la obra musical de Rachmaninov se remonta a esa época, hoy remota, de mi personal acercamiento a la música llamada clásica. Como todo apasionado, este contacto con dicha música no se produjo sino con ímpetu desbordado, con la avidez del inane, con la furia del enamorado que necesita saciarse de cuanto anhela su corazón. Como mi espíritu, aún tosco, irradiaba el vigor de la juventud, buscaba en ese ámbito musical cuanto estuviera acorde con la impaciencia de su pulso, con el fluir pasional que recorría sus venas, mientras anhelante esperaba alcanzar por el influjo de las notas un anonadador paroxismo. Su primer amor, como el de otros muchos, fue sin duda Beethoven. ¿Quién podría sustraerse a su fuerza telúrica, eludir su abrazo arrebatado al mundo, desentenderse de su dimensión sideral? Y Beethoven perduró; luego vendría Wagner con su extraordinaria fuerza musical y poetica; vino para quedarse y para constituirse en uno de los compañeros más frecuentados de mi vida. Mi espíritu se sentía reacio a que otros penetraran en el ámbito de estas dos potestades de la música, y se volvió exclusivista. De esta época quizá date mi primera audición de Rachmaninov; entonces, me pareció un músico algo flebe, pastoso, retórico y por demás plúmbeo. Su música se me antojaba nebulosa e indirecta, y, pese a su apariencia fascinadora, no lograba trasponer las puertas de mi gusto y de mi corazón.
Pero, en realidad, para asumirlo, ¡qué duda cabe!, se necesitaba ese rodar depurador del tiempo, esa evolución del gusto, la dilatación de esas estrictas normas estéticas que luego reconocieron la genial obra de Mozart, el universo estilizado y melancólico de Chopin, y las vicisitudes en ese salón de la íntima subjetividad romántica, lo cual   ayudaría luego a reconocer el torrente sensible y aristocrático que constituye la voz de Rachmaninov. De modo, que hoy puedo exclamar con Marilyn Monroe, en "La Tentación Vive Arrriba", al escuchar el concierto numero 2 para piano y orquesta del compositor ruso:  ¡Sucumbo a su impacto emotivo".

EN EL CAMINO...

EN EL CAMINO...
El verano me llevó a tierras gallegas. Para quien habita en el extremo opuesto, dicha opción resulta sobradamente estimulante y llena de atractivos. Mi estancia de un par de días durante el año anterior en Santiago, fue la que me hizo reincidir. Porque la capital gallega es una ciudad llena de fascinación, y su vitalidad, ciertamente, parece resurgir de una fuerza espiritual que, para los católicos, competerá al Apostol y, para los demás, resultará algo tan vivo y evidente que no se lo puede desdeñar. Este motor, sin duda, es el "Camino".
Nunca como este año he estado tentado de emprender el Camino. Hasta el último momento mantuve la reserva con un mayorista de viajes que ofertaba una alternativa del Camino a pie. Abordaba los últimos cien kilómetros  del Camino francés, partiendo desde Sarria hasta Compostela, en cinco o seis etapas llenas color y bastante sugestivas, suficientes para torturar los pies y cultivar una bonitas ampollas. Pero ¡que más da!, no involucraremos en el torbellino del Camino. Porque, verdaderamente, la ruta debe andar llena de sorpresas y entre sus peregrinos podemos encontrar los grupos más heterogéneos, cuya motivación final para emprenderla puede dejarnos algo perplejos. El camino real es por fe, ciertamente una fe harto discutible; pero habrá quien se lance al camino por un promesa, para cobrar experiencia, con finalidad deportiva, por inquietudes culturales, e incluso para ligar, porque esta claro que la dilatada fraternidad de la ruta abre todas las puertas. En cualquier caso, el Camino nos invita a que hagamos acopio de sus tesoros más vitales y estremecedores, que calcemos las botas, aprestemos un cayado, una mochila y nuestra más apasionada esperanza y emprendamos un personal peregrinaje, en el que cualquier caso es seguro que encontremos ese algo más.
Hasta hace poco tales nombres y etapas comunes al Camino me eran desconocidos, pero hoy los pronuncio con cierta cómplice familiaridad. Siento recelo de que todavía no hayan formado parte de mi bagaje personal, que no haya conocido su auténtica realidad de primera mano y que sus senderos aún permanezcan en la incertidumbre, en la vaguedad del ensueño. No conozco a ciencia cierta su topografía, pero puedo imaginarla: Vivir en plenitud sus tierras feraces, abrumados por el hondo latido del corazón galaico.  Portomarín, Palas de Rei, Arzúa, Vilar de Donas, Monte del Gozo, nombres que hay que penetrar no desde la indiferencia del turista sino desde la vivencia del peregrino que busca en la extensión de las leguas las profundidades de su corazón. En un slogan del Camino leí: en la mortificación está el gozo. Yo no diría tanto, pero es seguro que el Camino reserva un íntima vivencia que se nos irá desvelando durante el ejercicio de la ruta. Quizás"eso" que nos conduce a  Compostela es la búsqueda desesperada de nosotros mismos, la ratificación de ese compromiso espiritual en el que descubrimos que ¡sí!, verdaderamente, no estamos solos.

DE LEÓNIDAS Y SUS TRESCIENTOS

DE LEÓNIDAS Y SUS TRESCIENTOS
Es difícil evaluar el peso en la historia del sacrificio de Leónidas y sus trescientos, en el paso de Las Termópilas. Estratégicamente supuso un dilatorio movimiento táctico, un ganar tiempo para que los demás griegos en retaguardia se organizaran. Su inmolación supuso algo así como una victoria moral y dio ejemplo para que la armada griega se batiera audazmente en Salamina y con coraje redoblado  su ejército en Platea. Allí feneció la leyenda de los inmortales y el mito de un rey invicto. En efecto, en la llanura se enfrentaron dos concepciones del mundo y del hombre, la tiránica del rey de reyes y la de la libertad bajo la ley, que Leónidas y Temístocles representaban.
Sobre esta segunda estimación se ha construido Europa, bajo los ideales del nuevo hombre filosófico que se atreve a indagar su verdad con valentía. Leónidas, que procedía de un régimen autárquico y disciplinado, anunció unos nuevos tiempos que solo en Atenas supieron representar y legitimar: el desarrollo del hombre en libertad, la practica de la democracia que aun ilumina nuestro milenio.

TENTATIVA DE ACUARELA

TENTATIVA DE ACUARELA
Quisiera describir con tintes lúcidos estos versos,
sostenerme en la gramática del deseo,
horadar con el lápiz afilado los cielos de la ilusión.
Viejos cielos de azulina sobre los que prendían
rechonchas nubes de algodón en las tiesas cartulinas
coloreadas del ensueño enternecido de la infancia.
Aquello debería haber sido un indicio de que habría un algo más,
una premonición, un cántico,
un juego celeste que justificara esa espuma de la vida
que se desvanece en la arena
al continuo beso mortal del mar.
Mar azul de intensa acuarela,
que buscaba entre sus gamas un idilio de marina,
un paraíso que se sabía perdido
y que solo recobraba el arrebato desfogado del ensueño.
Sí, quisiera que mis versos fueran claros
a la hora de decirme, a la hora de encontrar
ese epicentro fugitivo, ese omphalos que se hurta
buscando el abecedario callado
que al deletrearlo descifra la palabra Dios.

REVISIÓN DE BLADE RUNNER

REVISIÓN DE BLADE RUNNER
Es sin duda Blade Runner una película que gana con los años. Contiene muchos de los elementos que la convierten en un clásico.Sin acaso pretenderlo, Ridley Scott gestó uno de sus mejores films, que quizá no haya igualado en tentativas posteriores.

Pero, ¿ por qué la película ha tenido un eco tan persistente? A primera vista, pudiera catalogarse como una obra de ciencia ficción. Género que ha proporcionado al séptimo arte títulos inolvidables, junto a un ingente corolario de bodrios. Blade Runner adeuda a la ciencia ficción su entramado más superficial: exactamente ese en el que destaca la indagación en unas parcelas de la biogenética que que por entonces, cuando se escribió la novela en que se basa el film, suponían un reto todavía por explorar. Porque la manipulación genética es un tema que sigue abierto al debate, y su ejercicio se ve siempre rodeado de consideraciones morales. No abordemos, para no eternizarnos, si le compete al hombre inmiscuirse en el milagro indescifrable de la vida.

Pero este tema nos es nuevo, nos lo trajo hace más de un siglo, con sus reflexiones, incertidumbres y apasionamiento, una de las joyas clásicas de la novela gótica: el Frankenstein, de Mary Shelley . En ella, se examina si pueden ser lícitas o cuando menos recomendables las facultades demiurgicas,   imperativamente vedadas al hombre en su condición de criatura. ¿Qué responsabilidad cabe a un ser imperfecto, de crear criaturas sujetas a una naturaleza degradada?

Es uno de los aciertos de Blade Runner barajar atrayentes mitos de nuestro tiempo, muchos de ellos recogidos por el cine, como ese futuro postatómico nada halagüeño con que la gran eclosión borró de nuestros horizontes toda fe en el progreso. En este sentido, Blade Runner es un film crepuscular, bañado de lluvia ácida y de pesimismo en cuanto a que son ciertos mezquinos intereses los que hacen caminar el mundo. Un mundo, el del film, que no cabe dentro de sí y se complace en soñar planetas intergalácticos como alternativa a un presente sin solución; parcelitas bien aprovechables de ilusión en la costa de moda. Nos enfrentamos, pues, a un futuro no de esperanza sino de decadencia en plena degeneración., un mundo aherrojado por oscuras energías que centellean en la noche como voraces lenguas de fuego  de dragones solapados.

Como hemos dicho, en Blade Runner se contienen muchos géneros. El más evidente es su formato de novela negra. Encierra todos los virtuosos tópicos del género; nada tiene que envidiar a los viejos clásicos y, como en ellos, es entre las sombras crepusculares y del anochecer donde se concitan sus fotogramas más relevantes y críticos. Pero, podríamos decir que la trama policíaca es la capa superficial  de su enjundioso fruto, pues su meollo encierra más sustanciosas pulpas. Cabe decir, y esta es su gran virtud, que Blade Runmner nos habre un camino filosófico, una metafísica, a través de sus grandes interrogantes: esos graves porqués que toda criatura se formula respecto a la incertidumbre de su ubicación en el cosmos, de su naufragio en el eterno río del tiempo, que hace que nuestras vidas parezcan frente a su aluvión superfluas "lágrimas en la lluvia". Todo lo cual nos sitúa frente a la perplejidad de la criatura frente a lo creado y su creador. La actitud del nexus 6 rebelándose contra los dioses funda el mito de un moderno Prometeo.

ICONOS DE NUESTRO TIEMPO

ICONOS DE NUESTRO TIEMPO
Algún que otro sábado suelo ir a cenar a un bar de comida rápida, que fue pionero en esta clase de menús, en la ciudad de Alicante. Hará unos pocos años, el establecimiento fue remozado en una suerte de pub sicodélico, en donde el cliente puede alucinar un poco mientras deglute la carne picada de las hamburguesas, la tripa artificial de las salchichas o la fécula congelada de las patatas fritas. El local lo decora una pintura enrollada y suele estar bien ambientado con la música de la edades míticas del "pop". Completan esta decoración los posters que revisten la pared frontal de la barra. Mientras uno degusta la ternera agualosa, el pepito correoso o el sandwich bikini no dejaran de observarlo los ojos penetrantes de esas efigies que otrora fueran sempiternas en nuestras vidas. Se repiten con persistencia obsesiva las imágenes de los chicos de Liverpool: John, Paul, George y Ringo. No   puede faltar la célebre portada de Abbey Road, a la que se halla adjunta otro sugestivo friso con sus cabezas algo así como vacilonas, que se diría. Mas allá, se completa la triada beatelmaniaca con otro cartel a lo Warholl, de una algo fría sicodelia,  a la que habría que añadir una foto en solitario del gran Lennon . Y aquí concluyen los tributos al más celebre grupo que dio la música moderna, como se la llamaba, pero se suceden otro buen número de láminas de otras figuras del pop-rock, no menos punteras. Donde yo habitúo sentarme cuando acudo a este pub-bar, casi siempre me pilla de frente los rostros risueños de otros tres iconos de los setenta, como son Mick Jaeger, Bob Marley y Pete Tosh. Confieso que de este último sólo tengo referencias gracias al epígrafe que aparece al pie de la foto. Mientras como mi salchicha y los miro y me miran, puedo asegurar que si algo teníamos en común en la cándida adolescencia, tales semejanzas se han desvanecido con el lastre de los años y la disparidad de los destinos; el de ellos hacia una rebeldía lucrativa, y el mío al de un conformismo paupérrimo.
Mientras se permanece en la barra del bar, si la mirada no se detiene, se continúa con otras instantáneas no menos sugestivas: una de Bob Marley en solitario, genial creador del "regae", estilo de ascendiente "afro" al que suele resistirse mi sensibilidad, y que tuvo un destino algo patético; y por último, casi al final, resta a la derecha, sin ninguna mezquina intención, un poster rompedor, de rutilante cromatismo, electrizante como su música, del legendario Jimmy Hendrix. Mientras uno lo observa, la imagen parece vibrar con los acordes de su guitarra enloquecida, y nos hace replegarnos en ese rincón de la memoria,. cuya realidad permanece mientras sigamos siendo nosotros, cuando nos creíamos que éramos más felices, o por lo menos era más desbordante la plenitud del gozo y más desgarrada la vitalidad del dolor. Jimmy Hendrix era el paradigma de la vida frenética con que la juventud soñaba derrochar su existencia; pasó como un ciclón arrollando las esplendidas cumbres del "hit parade" y derrumbándose luego en la misérrima sordidez de las drogas.
Y, hablando de drogas, no falta la foto, en este peculiar retablo, de un melenas que me resulta desconocido, el cual apura un porro de cannavish con ánimo interesante, mientras sostiene con indolencia su guitarra acústica, con la que seguramente acompañaría emotivas baladas recordando los crípticos paraísos de Lovecraft. Esta foto que menciono cae sobre el tabique inclinado de la chimenea en donde antiguamente se encontraban las planchas de asar del antiguo local, y que ahora es aprovechada para colgar, como si se tratase de un altar de exvotos, todo suerte de adornos o fotografías de pequeño formato; entre ellas, cómo no, una de Ernesto, por supuesto, Guevara. En ella aparece fumando el veguero habano que significa el usufructo de la victoria revolucionaria.
 En verdad, este pub-bar parece el mausoleo de todos los sueños frustrados, de unos ideales que se esfumaron entre las cenizas de Utopía, y cuando nos sumergimos en su atmósfera parece que quisiera recordarnos nuestra mala conciencia hacia unas aspiraciones que alguna vez creímos nobles y plenamente justificadas. Solo el andar del tiempo vino a rescatarnos del error y a recordarnos que nuestra ilusión de libertad pronto la aherrojó el sistema con sutiles lazos, convirtiendo sus puros nutrientes en un yogurt que puede servirse como sabroso postre, tras de las salchichas, si se lo adereza con la suficiente azúcar.

REFLEXIONES SOBRE RICHARD WAGNER

REFLEXIONES SOBRE RICHARD WAGNER
Recientemente he leído una serie de artículos referidos a la reposición del Anillo del Nibelungo, en Bayreuth. Según el cronista, se había cometido una cierta desmesura con la escenografía, que fue abucheada por el público. Tal circunstancia, no nos aclara nada de un público que no creemos que a día de hoy participe de la virtud de la inocencia, un público que resurgió cual Fénix de las cenizas del nazismo.

El escenógrafo fue  increpado por incluir en su decorado el guiño paródico de un monte Rhusmor con sus efigies trastocadas. Quienes presidían su cumbre eran los iconos del comunismo: Marx, Engel, Lenin y Stalin.  Sabemos que la tesis ideológica del "Anillo..." wagneriano no anda muy desencaminada de los presupuestos de estos propagadores del comunismo, pues su discurso se entrevera con ciertas aspiraciones anárquicas, próximas a la ácratas entelequias de su compañero en la revolución de Dresde, Bakunin.

Juzgar a Wagner por sus presupuestos ideológicos, es como enjuiciar moralmente la conducta depredadora de un Tiranosaurios Rex. El Wagner revolucionario se disipó en los lieder a Matilde Wesendonk. Hoy dia carece de fundamento juzgarle por su pensamiento político o filosófico: tanto Stirner como Shopenhauer han quedado atrás. Como pensador dio tan buena cuenta de él Nietzsche como Wagner de éste como músico.
Lo que nos queda, pues, es el Wagner artista.

Como artista Wagner alcanzó una cumbre inigualable, que no creemos las del Wallhalla sino más bien las del Parnaso de las Musas. Con su drama musical dio un paso más allá de lo que hasta entonces había reclamado el arte; sobre él se construyó la modernidad y desbrozó un camino para todo aquel que quiera considerarse seriamente artista. La genialidad de la composición del Anillo del Nibelumgo sentó cátedra dentro de la música.  Con Lohengrin finiquitó el romanticismo, en Tristán e Isolda patentó la nueva música, y con Parfisal dio el mejor ejemplo de conocimiento espiritual, no alcanzado desde tiempos de Bach o Handel. Nadie como él se aproximó, con compases más celestiales, a ese misterio del Viernes Santo; él, que había anunciado el crepúsculo de los dioses. Se puede poner en entredicho al Wagner filósofo, ideólogo o Teólogo, pero nunca al Wagner músico, poeta, artista.

RENOIR

RENOIR
Se estrena en estos días un film francés dedicado a la figura legendaria de Renoir. La proyección abarca el postrer período del pintor, transcurrido a orillas del mar, en la Riviera francesa. La película refleja con esmero la intimidad del pintor y su familia, cuya puerta se nos abre de la llave de su última modelo, misteriosamente contratada y desde cuya mirada se nos desvelará el hermético e inusual mundo de los Renoir.

El viejo pintor malvive postrado en una silla de ruedas, aquejado de una enfermedad degenerativa. El anciano, ya viudo, habita una gran casa frente al mar, en la que convive con criadas y antiguas modelos, que permanecen fieles al patriarcal ascendente del pintor. Incidentalmente acuden sus hijos, atrapados en esos días por el torbellino de la guerra. La película nos ira mostrando, a través del conflicto que plantea la convivencia con la nueva modelo, el mundo interior del pintor y los suyos, la inquietudes de su arte, los pormenores de su pincel, y el colorido ya algo desvaneciente de su paleta. El pintor que, como para Tiziano, el color era una fiesta, conforme sus fuerzas flaquean y su alma se extingue lentamente, como un cabo de vela, ve como se apaga el fulgor de su paleta, y su pincelada se vuelve morosa y persistente, persiguiendo ese ideal de la belleza que tantas veces escapa. En André, la protagonista, parece reencontrar encarnado ese ideal, expresado en la plenitud de su cuerpo joven, a través de cuya epidermis parece irradiar la luz virginal de la vida plena, la forma mejor acabada de la naturaleza.

DEFENSA DEL GRECO

DEFENSA DEL GRECO
Entreteniendo mis ocios en las estanterías de la Fnac tropecé con un librito que captó mi atención. Era un sucinto estudio dedicado al Greco, y estaba firmado por una célebre e iconoclasta figura de nuestras letras.
El acercamiento literario a materias de arte como a otras materias da cabida a toda clase de arbitrios que se puedan abarcar dentro del arco, por lo demás flexible  y dócil, de la literatura. Hago esta reseña para puntualizar que el libro no ya me escandalizó, pues uno ha llegado a unas alturas que rara cosa le escandaliza, pero si sembró en mi espiritu algo cercano a la consternación.

Sobre la figura del Greco se han escrito múltiples biografías, unas más rigurosas que otras, y no pocos ensayos. De estos últimos quizá el más sonado sea el de Ramón Gómez de la Serna, que la suerte de haberlo adquirido en italiano acaso me haya librado de su perorata. No he leído el de Ramón, pero el de este otro autor no debe andarle a la zaga en cuanto a audacia. En él maneja toda clase de conceptos, apreciaciones, teorías y licencias biográficas, que nos vuelven el retrato del pintor tan novedoso como irreconocible.

Aquí - y según el juicio de atildados artistas que reseña en su estudio-nos encontramos con un Greco erótico en lugar de espiritual, homosexual en vez de morigerado, amanerado en lugar de manierista, refugiado en la depravación en lugar de en la piedad. Esta nueva personalidad tan alejada de la que prefiguraran M.B. Cossío o J.Camón Aznar nos llena de sorpresa e inquietud. Acaso el Greco durante siglos no las ha dado con queso. Me resisto a creerlo. Yo no encuentro el homoerotismo en los cuadros del Greco, al menos semejante al de otros coetáneos itálicos como el Broncino o el Sodoma, donde ese morbo resulta tan evidente y a flor de piel en el aura de sus cuadros. Observar el San Mauricio y la legión tebana como un cuadro erótico, solo denota el retorcido eros de quien así lo interpreta. Confundir cuadros de devoción con telas de pasiones nefandas sólo denuncia a aquellos que, confundidos en sus concupiscencias, sólo crean en derredor un universo de calumnias.

OBSERVACIONES SOBRE BÉCQUER

OBSERVACIONES SOBRE BÉCQUER
Hace ya algún tiempo que publiqué mi novela en torno a la memoria del poeta sevillano, Gustavo Adolfo Bécquer. Mi perspectiva respecto del poeta se ha ido ensanchando, desde que decidí unir su recuerdo al del espacio ensoñado de mi quehacer literario. Mientras escribía la novela, me valí del Bécquer estereotipado que nos legaba la posteridad, ese Bécquer que muchos soñamos a través del esquema que nos han dibujado los manuales escolares, envuelto siempre en esa aureola de evocación romántica, que de seguro no fuera la del  Bécquer real.
No negaré que utilicé a Bécquer en función de la expectativas de la novela que quería escribir. Bécquer no era más-y nada menos- que el personaje narrador-protagonista de la historia, y como todo personaje en el que se pone la carne en asador, un trasunto de uno mismo, un vehículo a través del cual el escritor trata de congeniar con  sus congéneres. Muchos me han achacado que yo elijo a los protagonistas de mis relatos por cierta afinidad personal, cierta empatía hacia ellos, lo cual está bastante lejos de ser exacto; porque, en el caso de Casanova por ejemplo, la elección se debió más a las fobias que nos desunían que a cualquier otra coincidencia cordial. Casanova fue elegido porque era el personaje recalcitrante que la novela, Muerte del Bibliotecario Ilustrado, reclamaba.

En estos días,  he estado leyendo la biografía que, sobre Bécquer, escribiera Gabriel Celaya. En ella, el poeta vasco, trata y se esmera en desvelar la luces y las sombras que condicionaron la existencia de nuestro primer poeta romántico. Pues, como en todo hombre, estas esplendían o ensombrecían a la par. Celaya, en su pormenorizado estudio, se esfuerza en hacer hincapié en la diacronía entre el hombre y el artista. Reconoce que uno era Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, un ser parcialmente anodino, al que desdibujaban las lacras de su misérrima humanidad, y otro, muy distinto, el Gustavo Aldolfo Bécquer poeta, el espíritu ensoñador que buscaba transcenderse por los caminos del arte. Es muy posible que estos dos seres encontrados existieran en un mismo hombre, pues el ser humano, y más un ser humano joven, es poliédrico en muchos aspectos. Tal vez Bécquer no sería el que nos gustaría admitir, como tampoco Cervantes lo fue; pero de todas las fuerzas centrífugas y centrípetas que convergen en un ser humano, al cabo el destino supo extraer, o logró refinar en su crisol, cuanto sería más conveniente-y en ello no andaría lejos cierta mano celestial-para la memoria y celebración de los hombres: el Gustavo Adolfo Bécquer místico y poeta, trovador y artista, narrador y dandy, que supo crear y recrear el ensueño de su época, ese espejo en el que quisieron mirarse las generaciones.

Cuando leo alguna biografía de alguno de los personajes sobre los que he escrito, no me admiran las certezas confirmadas, sino las muchas incertidumbres develadas que ya había intuido.

VENECIANAS XXXVIII: CANALETO: VISTA DEL CAMPO DE SANTA MARIA FORMOSA

VENECIANAS XXXVIII: CANALETO: VISTA DEL CAMPO DE SANTA MARIA FORMOSA
La vista que Canaleto nos ofrece del campo de Santa María Formosa resulta algo plana. La perspectiva es convencional, centrándose en presentarnos primordialmente su iglesia. Creo que, cómo tantas otras, ésta se edificó sobre los planos del Codussi  y resalta por la concepción curvilínea de su perímetro, con un trazado de planta bastante inusual, y la modernidad de estilo de su torre, muy lejos de viejas concepciones góticas y bizantinas, imperantes en la ciudad.

La composición de la instantánea tiene algo de decorado, como de rígida tramoya por donde deambulan o reúnen los figurines que constituyen su paisanaje. El tiempo parece detenido; la cotidianidad de la plaza se percibe algo forzada, poco natural, en la que se echa de menos  cierta emulación de la escenas costumbristas de la pintura flamenca. La visión de Venecia en Canaletto resulta marcadamente iconográfica, aun lejos del hallazgo de la anécdota menos absoluta pero viva. En cualquier caso, es de encomiar el esfuerzo del pintor que nos ha legado en el ámbito del vedutismo la Venecia más verosímil.

El campo de Santa Maria Formosa constituye uno de los lugares de tránsito más encantadores de Venecia; en ella es conveniente detenerse cuando uno anda de camino a Canareggio o busca los esplendores del campo de San Zanipolo. En alguna de sus terrazas es bueno rezagarse y respirar el espíritu más genuino de la Serenísima, con sus vivencias más locales, de un ritmo más sosegado del que se disfruta en los alrededores de San Marco o Rialto. El campo se halla condicionado por los hábitos que propician los horarios y ceremonias de la iglesia; en la noche le dan vida los conciertos de música veneciana que tienen lugar en su presbiterio. Por lo demás, en el entorno del campo el deambular es constante al abrigo de sus bares, de sus palazzos, de sus puestos ambulantes. En su ámbito, en definitiva, Venecia palpita y nos remite la imagen de su más puro costumbrismo.

CAMILLE PISSARRO: EL LATIDO DEL PAISAJE

CAMILLE PISSARRO: EL LATIDO DEL PAISAJE
Se encuentra Camille Pissarro entre los fundadores del movimiento impresionista. Parece que bebió sus fuentes, junto a Monet, durante el exilio londinense originado por la guerra franco-prusiana de 1870. Allí tuvieron como referentes a Turner- ese precursor de tantas cosas- y Constable, dos concepciones que sentaron las bases de por dónde andaría el futuro de la pintura.

Se encuentra en Pissarro la influencia de ambos. En algunas notas del tratamiento del color-esto es obvio en su etapa londinense-, la de Turner; y en la elección del paisaje rural como el principal género a cultivar, la de Constable. Porque quizá sea en el paisaje donde consigue Pisarro sus mejores logros. Ese paisaje de Louveciennes, de Pontoise o de Eragny, que le aportaron la luz y el color necesario para transformarlos en vida, vida de una sensibilidad a flor de piel.

Es en el paisaje donde el espíritu de Pissarro afronta su desarrollo más culminante, en una trayectoria que lo identifica con ese momento en que cada paisaje expresa su latir, el presentimiento de esa voluntad que define su apariencia. Espíritu y obra convergen en ese punto decisivo por el que debe transparentarse la verdad, la razón pictórica y la razón humana.

No buscó Pisarro la fascinación de los paisaje apabullantes de las regiones exóticas, como pudiera significar el antecedente de un Church, sino que acudió, en busca de una belleza distinta, a la Francia más provinciana. Paisajes roturados donde se deja sentir una huella humanizada, de vergel cuidado, de edén que ha pasado inadvertido por el transcurso rutinario e indiferente de la cotidianidad. Allí Pissarro busca la era solitaria y abrasada por el peso del sol, los campos acabados de surcar donde aún se advierte una mula de labranza, el esplendor de un granado florido, la encrucijada de un camino en un momento cualquiera del día; en definitiva, un lenguaje que nos enfrente cara a cara a esa verdad que determina todo arte. Nunca como en Pissarro el paisaje se mostró como trasunto del alma del hombre, de sus ánimos, de sus mudanzas. Como en ésta, a través de su canon el paisaje late en lo absoluto, entre el sarpullido del color, el reverbero de la luz y el tiempo detenido como una sombra posada. Aunque, de repente, también puede encontrarse al hombre, a quien no olvida, camino de la labor, detenido en un sendero, en el pescante de una carreta que avanza macilenta, o sorprendido cosechando o tal vez rezando, émulo de esas figuras extáticas del "Angelus, de Millet.

En Pissarro, el paisaje dejó de ser una referencia para convertirse en una búsqueda de si mismo. Si no, ¿adónde conduce ese sendero incierto que se adentra en el misterio de ese bosque otoñal de Marly, siguiendo el trayecto de dos figuras indeterminadas, tal vez labradoras de regreso a su cabaña u ociosas burguesas disfrutando de una jornada campestre?

EN CASA DE LOPE DE VEGA

EN CASA DE LOPE DE VEGA
Aprovechando la reciente inaguración de el Ave, que enlaza Alicante y Madrid en poco más de dos horas, y escapando del agobio que me producen las fiestas locales, me he plantado en el "foro", como dicen los castizos. En Madrid siempre hay experiencias que merece la pena revivir. Por ejemplo, la primera mañana me he dejado caer, reincidente, en la casa museo de Lope de Vega. Porque para mí sigue siendo Lope de Vega; me resisto a la familiaridad de nombrarlo Lope a secas, como suelen mentarlo los literatos de copetillo. No sea que al final descubramos que se trate de otros Lopes.

La casa de Lope de Vega sigue estando en el mismo sitio desde hace siglos, esa calle, hoy Cervantes, donde también, paradójicamente, malvivió su vejez y expiró el genial don Miguel. Pero lo que perdura en el poso de los siglos son los patrimonios, que nos recuerdan el notable acomodo burgués del Fénix de los ingenios. Porque lo de Cervantes solo fue un modesto pasar. Por eso nuestra imaginación se cierne sobre lo que se mantiene en pie, que no es otro que la añeja casa de nuestro más celebrado autor de comedias.

La casa retiene en su ambiente ese sabor de rancia españolidad, del paupérrimo confort de nuestro barroco. Como en él, todo son luces y sombras. Es la casa de un hidalgo, con todos sus privilegios y carencias. Es la casa de un literato; todo gira en derredor de las exigencias del oficio. Nada extraña, pues, que la sala principal sea el despacho-biblioteca. De todo el mobiliario, quizá lo único que le corresponda, lo que realmente pertenecía al Fénix,  sea el retrato que lo preside, que nos presenta a un Lope de Vega ya maduro y convencional. Su biblioteca, que debió ser bastante voluminosa, esta surtida hoy de fondos de la biblioteca nacional. En ese holgado salón, se da cuenta de que el dramaturgo escribió buena parte de sus comedias más celebres y de que en torno al brasero celebraba alguna de las tertulias más envidiadas de Madrid. El resto de los habitáculos son, en comparación, modestos. Resalta entre todo que fuera de los pocos madrileños que se permitía un salón comedor. De las habitaciones, lo más reseñable, es que en la de huéspedes se alojara el capitán Alonso de Contreras, celebrado por su libro de hazañosas memorias de un veterano soldado de los tercios.

Pero para hallar acaso lo que más complacia al alma del poeta, además de la mustia capilla, habría que asomarse al frondoso jardín. En verdad, complementa la casa un patio hermoso. Allí hallaría el autor, cuando hallaba descanso entre obra en obra, su mejor solaz. En el invierno lo volvería ameno su verdor, hallaría su esplendor en primavera, y en el verano se deleitaria al cobijo de sus sombras y al húmedo frescor de la tierra. Pasearía sus senderos, tal vez leyendo o recitando; sestearía frente al pozo. Qué júbilo de flora recatada, qué delicia la sombra del granado, la feracidad de frutos salpicada del naranjo, la solemnidad del abeto o la sombra liviana de un tilo. Allí acaso Lope, entre amor y desengaño, conoció el gozo.

RETRATO DE CARLO BROSCHI (FARINELLI)

Confieso que no tenía una imagen concreta de Farinelli. Acaso habría visto alguna en algún museo, pero no la había retenido en la memoria. Por fin, tal imagen se precisó en un retrato conservado en una de estas graves instituciones, el museo de Bellas Artes de San Fernando, en la calle de Alcalá de Madrid.

De Broschi se han prefigurado distintas efigies de su personalidad, según el subjetivo parecer de cada uno de sus biógrafos.  Se lo perfila como un hombre desbordado por su profesión, por la que no tuvo más elección que entregarse en cuerpo y alma. Desde niño, determinado por una nefanda amputación, vio sus pasos encaminados por los senderos del arte, de la música y, muy particularmente, de una clase de música que tuvo su apogeo en el siglo que le tocó vivir. Broschi fue el castrato por excelencia; por decir más, el más renombrado entre ellos. Por los testimonios que nos han llegado, fue el mejor formado y seguramente el de mejor calidad de voz. Sus condiciones innatas, la supresiones del bisturí y la tutela de Porpora hicieron de él uno de los acontecimientos más reseñables de su siglo.

En el retrato de la academia de Bellas Artes de San Fernando, se nos presenta el Broschi que cabríamos imaginar. Un ser delicado, inteligente, con cierto encanto femenil que creo las morbosas conjeturas sobre la ambigüedad de su sexo. Si fue sodomita, inclinación que debió darse en muchas de las víctimas de este lujo antinatural, lo fue abocado por una sociedad caprichosa y cruenta.
El retrato debió pintarse cuando Broschi recaló en España, de vuelta ya de sus éxitos internacionales, para aliviar la hipocondría de ese rey sumido en profundas depresiones: Felipe V. En el Aranjuez de bellos jardines cantaba Farinelli con la dulzura del ruiseñor, mitigando la penas que acongojaban el corazón de un monarca abrumado por la vida. Fue el único cantante que pudo sustraerse al fárrago de los teatros y convertirse en cantante de corte, un mecenazgo con el que aseguró su futuro el resto de sus días, hasta que la muerte cursó su indeclinable visita en Bolonia. En tal trance, no sabemos si Farinellí, consciente de esa voz que fue prodigiosa, cantó a la Parca, como al rey, una romanza exquisita para de esta manera ganarse el paraíso.

REFLEXIONES SOBRE MENGS

No comprendía el juicio poco favorable sobre Antonio Rafael Mengs, un pintor tan correcto como brillante. Había seguido su obra por los museos y palacios de España, especialmente en el Prado y La Granja. Todo lo acreditaba como un pintor de corte a tener en cuenta, hasta que hace unos días me situé en el rincón de la sala donde cuelgan sus pinturas, en el museo del Prado. Por tres flancos diferentes me contemplaba la regia familia española coetánea del pintor. Eran Carlos III y los suyos. Algo habia en todos ellos que llamaba mi atención, no exenta de suspicacia. Me observaban con majestad de iconos desde la superficie bidimensional del cuadro. Las figuras representadas aparentemente eran distintas; se les podía adjudicar una personalidad propia, definida; sin embargo, había algo, aparte de los signos del parentesco, que los hacia converger. Todos presentaban la misma pose, la misma actitud, la misma capciosa sonrisa, risueña y afable, que se volvería standard desde los tiempos emergentes de la fotografía. Eran, sí, variados personajes en género y número; pero sólo en lo superficial, en la máscara, parecían distinguirse uno de otro: todos parecían participar de una misma alma, una única verdad, por lo demás anodina. Constituían, al primer vistazo, un solo personaje; eran seres distintos, pero unánimes en espíritu, en expresión. Sus ojos sólo miraban hacia afuera, carentes de profundidad, y únicamente dejaban transparentar su apostura y compostura regia, aquello que debia oficialmente saberse de ellos.

Solo un retrato difería en personalidad y ánimo del resto: era el del propio Antonio Rafael Mengs.

PANCHO VILLA CABALGA DE NUEVO

La otra noche echaron por televisíón el film Villa Cabalga, que tiene por mayor virtud la de representar una forma de hacer cine en el pasado. En realidad, es un Spaguetti Wenstern, rodado en España,con muchos de sus secundarios bien reconocibles por todos nosotros, y con reminiscencias evidentes de Los Siete Magníficos. Comparte con ese film, además de la ambientación, sobre todo su elenco, en el que sobresalen las presencias, ya lengendarias, de un velloso Yul Bryner, quien parece haber dejado a un lado, en pro de la coherencia, su caraterístico depilado, y un siempre efectista y efectivo Charles Bromson. Ayuda a crear una pátina más hollywoodiense el cooprotagonismo de Robert Mitchum, cuyo personaje constituye una réplica enriquecedora y sugestiva en el resultado final de la historia.

La imagen de Francisco Villa, Pancho para sus admiradores, se reviste para los no Mexicanos de una aureola legendaria. Para nosotros los españoles, es una suerte de José Mª "el Tempranillo" que logró acceder a las más altas instancias políticas. Tiene fama de aguerrido, de subversivo y de chuleador; todas ellas celebradas virtudes dentro de la idiosincrasia mexicana. Su gloria fue pareja a la de su correligionario Emiliana Zapata, figura a todas luces mejor tratada por el séptimo arte, que la realzó en el film de Elia Kazan, ¡Viva Zapata!, con soberbia interpretación de Marlom Brando. Tanto Villa como Zapata son efigies del panteón revolucionario de la América hispana, donde acaso la problemática que lanzó a estos dos hombres a la desaforada lucha revindicativa sigue latiendo. Hoy supongo que con ese PRI en el poder tantos lustros, partido que en tiempos remotos simbolizara la esperanza para México, el problema del justo reparto de la tierra sigue existiendo, a la vez que permanece el desequilibrio social, además de muchas de las circunstancias que decidieron a estos dos hombres del pueblo, Villa y Zapata, a alzarse en armas contra la oligarquía terrateniente. Pero el tiempo no pasa en balde, y las distintas épocas exigen soluciones distintas.

Villa y Zapata vivieron una época de convulsiones. Europa enfrentaba su primera Gran Guerra; en el este despuntaba el albor que constituiría el apogeo de las ideologías. Entonces el hombre aun se permitía soñar con la utopía, y propiciaba un mundo que se amoldara a su horma. Se vivía de pleno ese segundo acto de un proceso que comenzó con la toma de la Bastilla y la decapitación de Luis XVI; celosos gurus se adueñaron de la voluntad popular e hicieron creer en un orden perfecto creado por un hombre sacado de la imaginación de J.J Rousseau. Pronto la débil mecha prendió en la hojarasca de unos postulados en decadencia y se convirtió en hoguera. Y de ese yermo calcinado surgieron las sombras de Marx, Lenin, Trostki, abarcándolo todo, como mitos colosales que pintara Diego Rivera en sus murales e idolatrara Frida Kalho. Porque Villa y Zapata surgieron en un mundo donde todavía se creía que en política había grandes palabras: Libertad, Justicia; y heroicas gestas: revolución, y que valía la pena luchar y morir por ellas. Hoy, y en nuestros lares, tales hitos  los hemos sustituido por la aspiración desengañada y conformista de la "sociedad del bienestar", otra entelequia por la que la mayoría de las veces no merece la pena ni vivir.

PASEOS POR EL PRADO

PASEOS POR EL PRADO
 Una de mis visitas obligadas cuando recalo en Madrid, es el museo del Prado. Me gusta Madrid como turista; creo que no la soportaría si tuviera que vivirla cotidianamente, sometido a cualquier clase de disciplina laboral. El Madrid del sosiego vacacional resulta un enclave bastante más llevadero. En estos viajes, que suelen ser reiterados, acostumbro dedicar una mañana a visitar el "Prado". Creo que el Prado me enganchó desde una mañana, de hará lo menos cuarenta años, en que acompañamos hasta sus salas a cierta amistad que estudiaba en la politécnica, con la determinación de ayudarle a preparar un examen de Historia del Arte. Para mí, que había dejado mis estudios desmoralizado ante el fracaso escolar, aquella experiencia resultó bastante provechosa y volvió a convencerme de que una de las cosas que más me gustaba era estudiar. Pero estudiar esas materias que me aportaran algo, que ayudaran a formarme respecto de cierta valoración personal: pues el modelo humano al que yo aspiraba difería bastante del que consideraba la sociedad. Aquella mañana en el Prado, me puso en contacto con los grandes maestros, a los que hasta entonces solo había accedido desde los manuales escolares. Aquella fiesta de la proporción y el color anidó en mi corazón  una recóndita esperanza, que ahora, auspiciada por los repetidos viajes, viene a ser una realidad. Traspasar el umbral de la ignorancia para saber interpretar  un cuadro viene a formar parte de ese núcleo de aspiraciones que me incitan a acercarme paso a paso a las profundidades del arte.

                     Aquella mañana de hace cuarenta años recuerdo que me fascinó el Bosco y me inquietó Patinir. Constato que la impresión del Tiziano fue adversa; no me gustaron del todo sus colores: celajes de falsete y ciertas estridencias que no acabaron de complacerme. Es curioso cómo cambia el gusto y la opinión con los años. Velázquez y Rubens representaban el gusto oficial, al que no tenía nada que anteponer, salvo mi ignorancia. El Greco entonces me parecio un pintor de tristes cuadros religiosos. De entonces, recuerdo con simpatía un cuadro: El archiduque Leopoldo Guillermo en su galeria de pinturas de Bruselas, de Teniers. Aquel me pareció un cuadro osado, inquietante y lúdico. Me maravillaba ese planteamiento del cuadro dentro del cuadro. Por entonces me pareció uno de las obras más significativas del Prado. El artista no había pintado solo su propio cuadro, sino que para hacerlo había tenido que aplicarse en la técnica de imitar a grandes maestros, pues eran Tiziano, Tintoretto, Holbein, etc,en su amalgama, los que estructuraban el cuadro y presuponían su anécdota. En el fondo una maravillosa obra de sincretismo.
Y es curioso las vueltas que da la vida, pues diariamente contemplo esa misma escena palaciega del archiduque, sorprendido en esa instantánea feliz por el ojo del pintor, en la lámina enmarcada que cuelga de la pared de mi despacho. Porque con tales bagatelas he de conformarme, hasta que nuestro moderno destino errabundo me lleve nuevamente al Prado.

ALGO SOBRE BEETHOVEN

ALGO SOBRE BEETHOVEN
Reconozco que Beethoven fue el primer artista que supo conmoverme. Recuerdo que mis primeras audiciones datan la temprana adolescencia, donde con el oído pegado al aparato de radio compaginaba el alienado seguimiento de lo 40 principales con el descubrimiento de las sinfonías beethovenianas más asequibles. ¿Quién podría resistirse a los primeros compases de la 5ª sinfonia o al cuarto movimiento de la novena, cuyo himno A la Alegría popularizara Miguel Ríos?

Indudablemente, aquel pequeño grano de mostaza fue creciendo y, hoy día, podría decirse que navego las ondas de la melomanía con la soltura del navegante que ha salvado el cabo de Hornos de la musicalidad y hoy luce los anillos distintivos sobre el lóbulo de su oreja. Son incontables las veces que he escuchado, sin perder casi nunca ese primer fervor, las sinfonías beethovenianas; naturalmente unas más que otras, pues cada cual tiene su predilección. Decía Furtwängler que el gusto del público suele inclinarse hacia la sinfonías impares, osea: la 1ª, 3ª, 5ª, 7ª y 9ª. Aunque opino que en tal elección se echa de menos el pastoril encanto de la 6º, alguno de los movimientos de la octaba, como el alegro scherzando, y algun otro de la cuarta, sin soslayar definitivamenta la 2ª, de la que se pueden entresacar no pocos compases inspirados.  Y es que como decía Wagner al ser preguntado por el porqué de no componer sinfonías, contesto: ¿Para qué? Si Beethoven ya ha escrito las "nueve".- Creo que con esto queda todo dicho.

Para mí, que la música contituye un alimento diario, pues suelo escribir, leer, conducir...escuchando música, el impetuso lenguaje beethoveniano supone  una de esas "sacras conversazioni" a las que no puede renunciar mi espíritu, pues me sentiría como el náufrago que se ve privado bruscamente de agua y alimento en medio de la devastadora desolación del océano ignoto.

LAS CAUTELAS DEL CONDE-DUQUE

LAS CAUTELAS DEL CONDE-DUQUE
Es el Conde-Duque de Olivares uno de esos personajes que mejor se prestan al estudio biográfico; basten como muestra esos dos verdaderos clásicos del género correspondientes a Marañón y a J.H.Elliot. Confieso haber leído las dos con verdadero interés, y eso que el personaje en un primer vistazo, matizado sobre todo por la fina sicología velazqueña, no suscita ninguna notaria simpatía. Marañón, en su biografía, más que al político estudia al hombre, mientras que la de Elliot destaca como el monográfico completo del historiador profesional.

Con la figura del Conde-Duque nos adentramos en esa España de la decadencia que nos solivianta con sus mustios sinsabores. Es el declive de un imperio que se muestra en toda su disolución y flaqueza. En la semblanza de un rey inepto, ninguneado por la voluntad del valido, parece condenado el destino de esa España que aún parecia engañarse con sueños gloriosos, que constituyen el alimento del que se nutre el quijotismo español. Parece ser que Olivares llegó a la política para cargar sobre sus hombros el rumbo de esa nave que ya marchaba a la deriva. Marañón nos lo retrata como el político de voluntad más firme y acaso de los más rectos en medio de una corte abatida en la disolución: un rey voluble, una nobleza desmoralizada, unos ejercitos batidos en muchos frentes, una sociedad  corrompida en su propia naturaleza por los privilegios, y un pueblo empobrecido y tornadizo. Para Marañón el destino de Olivares vino dictado por su propio carácter; sucumbió a sus propios defectos; se disipó en el logro de sus ansias. Parece ser que murió con la cabeza algo trastornada, quizá secuela de haber obligado a su organismo a la tensión suprema, a la tarea de un Atlas que cargara sobre sí el sobrepeso del más vasto imperio hasta entonces conocido. Pero durante tales calendas, en verdad, España ya no era más que una caricatura de sí misma, y la emergente Francia exigía ceñir el laurel cesáreo sobre su testa; las astucias de Richelieu entretejían la urdimbre del poder y los ejércitos franceses vencían a unos viejos tercios anquilosados e inefectivos. La hora de España habia pasado. La única gloria que restaría es la que pintaría Luca Giordano en la gran escalera del El Escorial.

REFLEXIONES Y SENTIRES

REFLEXIONES Y SENTIRES
                                                                  TOLEDO
                                     PATIO DEL HOSPITAL DE SANTA CRUZ

Lo primero que sorprende es la quietud del claustro; sólo se escucha el murmullo contemporáneo y aislado de una fuente. En la atmósfera detenida se puede penetrar el tacto del silencio; apenas de largo en largo trina un pájaro o rasga el aire la ráfaga de un aroma. En lo alto, hacia lo infinito, el sol amarillea en los muros contrastando con el cobalto del cielo. Los rayos de esplendor alcanzan, más abajo, en lo cotidiano, los mirtos del jardín de sencillas geometrías, en cuyo centro chapotea la fuente que clama esa razón inhaprensible de las cosas. En su manar, se presiente el enigma de la duración, la devaluada consistencia de lo que fluye, desgarrado del pulso de Dios, en donde late el sí mismo, roca inexpugnable de la eternidad.
Sí! Ni tan siquiera el vuelo de un pájaro interrumpe el sosiego en el espacio contrito del noble patio, evocador ámbito guarecido por arcadas seculares y que permanece indiferente ante los calmosos pasos  de ese visitante que cree escuchar en la leve fuente el eco solapado de su verdad.



                                                             CONTRASTES

  Los pueblos levantinos nacen de la luz y del mar, donde buscan las orillas de espuma como corales agazapados en la roca.

Los pueblos de la meseta nacen del rigor y de la tierra, como compactos rebaños de arcilla y soledades.

SONETO: DIA DE RESURRECCIÓN EN VERONA

SONETO: DIA DE RESURRECCIÓN EN VERONA
Verona despereza, leve bruma,
primaveral rocío su aliento esparce
de dragón dormido; el viento alce
su verde grosura entre aérea espuma,

cuando la dorada luz solar suma
la madurada plenitud que alcance,
colina arriba, tan liviano trance:
lo imperecedero se consuma.

En exaltado júbilo redoblan,
pascua de Resurrección, las campanas;
su prístino matiz tantas mañanas

llena de rumor medieval la ciudad,
que en ese tañer de gloriosa unidad
sólo la eternidad de Dios proclaman.

UN PRELUDIO PARA CHOPIN

UN PRELUDIO PARA CHOPIN
Toda la obra de Federico Chopin destila un aura de aristocrático refinamiento. No en vano, su gran mentor, Franz Liszt, lo calificaba como "el principe". Nadie como él ha consumado las posibilidades de su instrumento, el piano, hasta convertirlas en una "maniera" tan intrasferible como sugestiva.

La música de Chopín nos habla de tú a tú, de intimidad a intimidad. Nos quiere transmitir los vaivenes de su espíritu: desde la inquietante plenitud a la desgarrada incertidumbre. En sus melodias arraiga un romanticismo en carne viva, transformado por el numen en puro sentimiento. Lejos de él el vuelo retórico, la ampulosidad pedante, la veleidad programática que acompañó a muchos de sus compañeros de viaje que, tras ascender a las fragosas cumbres de su ambición, toparon con el yermo paisaje de sus limitaciones.

Chopín quiere hablarnos quedo, de uno en uno, en la intimidad del salón, donde agazapados alrededor del fuego queremos penetrar el misterio del corazón. Al contrario que Beethoven, que quiso hablar al universo, el polaco pretende indagar en los vericuetos del alma, revelar la música callada que palpita tras cada identidad. Su empeño es transmitir ese fuego, esa llama trémula que arde en el candil de cada corazón. Desea mostrar en el torrente blanquinegro del teclado la claridad de sus despertares, la angustia de las sombras nocturnas, sumidas en un sino de doliente pesimismo, como efímera consistencia de un manar que fluyera hacia la nada. Teme que el dulce caño de su hontanar se disipe en los sequedales, se pierda en el olvido de los céfiros, sin redención; por eso se vuelve nostálgico de sí mismo.

He leido un librito sobre la vida de Chopin y George Sand en Valldemosa, Mallorca. En él se nos desgrana el pormenor de ese fatídico invierno, en el que un hombre que buscaba curación, abatido por un cúmulo de adversidades comenzó a desvelar el fantasma de su fatídico destino. Allí, encerrado entre los góticos espacios de la Cartuja, escribió sus páginas más contradictorias: algunas de las más delicadas, sí, pero sobre todo las más lúgubres e inconsolables.

VENECIANAS XXXVII: MOMENTOS VENECIANOS

VENECIANAS XXXVII: MOMENTOS VENECIANOS
Las visitas a Venecia se llenan de momentos apabullantes si nos dejamos llevar por sus magníficas perspectivas, esos incontables aspectos de su paisajística capaces de engendrar un universo de postales; también si nos dejamos absorber por el torbellino de su arte, donde pronto nos veremos cautivos en los dominios de la belleza; no se debe menospreciar tampoco el pulso de su vitalismo, con el que se nos invita a frecuentar una vida desproporcionada, embebida en el frenesí de su encanto y que nos mantiene presos en el vértigo de un derroche que amenaza con llevarnos pronto a la banca rota.

Pero encontraremos otra Venecia más sosegada si nuestro propósito es vivirla en el sereno pálpito de lo cotidiano. La descubriremos pronto en los remansos de sus campi, en esas rutas erráticas por su sorprendente laberinto, inmersos en el estimulante ejercicio del descubrir una Venecia inexplorada que nos saldrá al paso a lo largo de la fondamenta de un paradisíaco fiume,  o al sortear un puente frente al que toparemos con la fachada, en piedra de istria, de alguna iglesia hasta entonces desconocida, en la que destaca aislado y dominador un esbelto campanile. Sí, Venecia sabe insinuarse, entreabir la medida de su secreto a aquel que se acerca paciente al fluir moroso de su tiempo e intuye el trajín de ese duende que se presiente vivaracho en sus rincones, pese al peso adormecido de los siglos, en los que puede rastrearse el paso de las generaciones; porque cada una de ellas imprimió su sello en el entramado inconcluso de la ciudad. Venecia aparenta no haber despertado de los sueños que fueron y por eso se la contempla como esa remota princesa adormilada en lo legendario.

Pero volviendo al hoy, sin duda, descubriremos la Venecia posible, la que reconoceremos en las pequeñas cosas, en sus momentos superfluos, esos, por ejemplo, en que agobiados por el calor buscamos refugio en un café de la Riva degli Schiavoni y nos deleitamos con una refrescante limonada,  mientras a nuestro alrededor contemplamos el incesante discurrir de los paseantes, el deambular frenético de los camerieri o la guardia avizorada de los gondoleros, en tanto que dejamos que nos penetre capilarmente el crepitar tumultuoso de la vida veneciana, su trasiego incansable de hombres, pájaros y embarcaciones. En otro momento, buscamos el sosiego más recatado de un campo. En ese campo se asienta la fábrica extraordinaria de una iglesia; en su centro, el bronce esturreado de algún prócer; hay palomas, pocos viandantes, un árbol hirsuto, un vendedor ambulante  de témperas y acuarelas. Entre su género acaso se encuentre alguna vista original de algún rincón reseñable de Venecia. Sobre el enlosado, protegidas por sombrillas, se arraciman las mesas de un restaurante, siempre dispuestas a acoger a algún indeciso trotamundos. Ocupamos una de ellas para comer una pizza, que es cuanto el turista puede permitirse con los precios que se barajan en la ciudad y que elevan a calidad de lujo lo más necesario. La comida no deja de ser frugal, pero verse envuelto en el entorno incomparable, lo vale. Son, en definitiva, esos pequeños momentos estelares del viajero ,  los que hacen a Venecia imprescindible.

LEV. N. TOLSTOI

LEV. N. TOLSTOI
La figura de Lev. Nicolayevich Tolstoi ha dejado una huella indeleble en el ambito de la literatura universal. Su vida transcurrió durante ese gran siglo de la lieteratura rusa, que dio nombres tan proverbiales como Pushkin o Gogol, Turgenev o Dostoyevki, por dar solo alguno de los nombres que dieron auténtico calado a esa gran época. Tan extraordinarias etapas en la literatura y en el arte suelen manifestarse como presagio de grandes transformaciones. Por entonces se desconocia, aunque muchos lo intuían, que se estaba larvando la que seria la gran  revolución del siglo XX, la de los soviets y la Pravda,   los Komitern y el Potemkin .
Tolstoi formaba parte de esa nobleza concienciada, que intuía que el futuro de Rusia no tendría un desarrollo aceptable sin un cambio fundamental. Predicando con el ejemplo, acometió  en sus propiedades las medidas que consideró necesarias para que dicha transformación tuviera efecto sin grandes convulsiones. Mejoró la vida de sus mujiks, manumitió siervos, compatió con ellos las tareas agrícolas y se sentió realizado asumiendo su estilo de vida, que reconoció más auténtico y humano que el que desarrollaban las clases privilegiadas en San Petersburgo o Moscú. Pero todo ello no hubiera sido posible sin su óptica cristiana, cuyo tamiz sería el único capaz de implantar una reforma radical y bienhechora de la vida rusa, en una sociedad  que se desmoronaba bajo el peso de muchas de sus censurables tradiciones. Tolstoi creía honradamente que la fuerza del  Evangelio- y en esto conincidía con Dostoyevki- sería la única capaz de sanear y apuntalar los carcomidos basamentos que sostenían un mundo en plena decadencia. Tal convencimiento está bien latente en cada una de sus novelas: Resurrección, Anna Karenina, Guerra y Paz, etc..

Resurrección, Ana Karenina, Guerra y Paz, tres grandes novelas que consolidaron ese gran siglo ruso con la más digna esperanza y lo finiquitaron con la gran tribulación. Tres obras de arte perfectas que solo a un genio extraordinario  le estaba dado concebir; en  todas ellas una radiografía moral de una sociedad que , al mirarse en el espejo, descubría y litigaba con las lacras evidentes que predecían su aniquilamiento, el barrunto de esa nieve esteparia que sepultaría bajo el hielo la inconsciente extravagancia de los atildados palacios rusos, de Moscú a San Petersburgo.