DE LEÓNIDAS Y SUS TRESCIENTOS

DE LEÓNIDAS Y SUS TRESCIENTOS
Es difícil evaluar el peso en la historia del sacrificio de Leónidas y sus trescientos, en el paso de Las Termópilas. Estratégicamente supuso un dilatorio movimiento táctico, un ganar tiempo para que los demás griegos en retaguardia se organizaran. Su inmolación supuso algo así como una victoria moral y dio ejemplo para que la armada griega se batiera audazmente en Salamina y con coraje redoblado  su ejército en Platea. Allí feneció la leyenda de los inmortales y el mito de un rey invicto. En efecto, en la llanura se enfrentaron dos concepciones del mundo y del hombre, la tiránica del rey de reyes y la de la libertad bajo la ley, que Leónidas y Temístocles representaban.
Sobre esta segunda estimación se ha construido Europa, bajo los ideales del nuevo hombre filosófico que se atreve a indagar su verdad con valentía. Leónidas, que procedía de un régimen autárquico y disciplinado, anunció unos nuevos tiempos que solo en Atenas supieron representar y legitimar: el desarrollo del hombre en libertad, la practica de la democracia que aun ilumina nuestro milenio.

TENTATIVA DE ACUARELA

TENTATIVA DE ACUARELA
Quisiera describir con tintes lúcidos estos versos,
sostenerme en la gramática del deseo,
horadar con el lápiz afilado los cielos de la ilusión.
Viejos cielos de azulina sobre los que prendían
rechonchas nubes de algodón en las tiesas cartulinas
coloreadas del ensueño enternecido de la infancia.
Aquello debería haber sido un indicio de que habría un algo más,
una premonición, un cántico,
un juego celeste que justificara esa espuma de la vida
que se desvanece en la arena
al continuo beso mortal del mar.
Mar azul de intensa acuarela,
que buscaba entre sus gamas un idilio de marina,
un paraíso que se sabía perdido
y que solo recobraba el arrebato desfogado del ensueño.
Sí, quisiera que mis versos fueran claros
a la hora de decirme, a la hora de encontrar
ese epicentro fugitivo, ese omphalos que se hurta
buscando el abecedario callado
que al deletrearlo descifra la palabra Dios.

REVISIÓN DE BLADE RUNNER

REVISIÓN DE BLADE RUNNER
Es sin duda Blade Runner una película que gana con los años. Contiene muchos de los elementos que la convierten en un clásico.Sin acaso pretenderlo, Ridley Scott gestó uno de sus mejores films, que quizá no haya igualado en tentativas posteriores.

Pero, ¿ por qué la película ha tenido un eco tan persistente? A primera vista, pudiera catalogarse como una obra de ciencia ficción. Género que ha proporcionado al séptimo arte títulos inolvidables, junto a un ingente corolario de bodrios. Blade Runner adeuda a la ciencia ficción su entramado más superficial: exactamente ese en el que destaca la indagación en unas parcelas de la biogenética que que por entonces, cuando se escribió la novela en que se basa el film, suponían un reto todavía por explorar. Porque la manipulación genética es un tema que sigue abierto al debate, y su ejercicio se ve siempre rodeado de consideraciones morales. No abordemos, para no eternizarnos, si le compete al hombre inmiscuirse en el milagro indescifrable de la vida.

Pero este tema nos es nuevo, nos lo trajo hace más de un siglo, con sus reflexiones, incertidumbres y apasionamiento, una de las joyas clásicas de la novela gótica: el Frankenstein, de Mary Shelley . En ella, se examina si pueden ser lícitas o cuando menos recomendables las facultades demiurgicas,   imperativamente vedadas al hombre en su condición de criatura. ¿Qué responsabilidad cabe a un ser imperfecto, de crear criaturas sujetas a una naturaleza degradada?

Es uno de los aciertos de Blade Runner barajar atrayentes mitos de nuestro tiempo, muchos de ellos recogidos por el cine, como ese futuro postatómico nada halagüeño con que la gran eclosión borró de nuestros horizontes toda fe en el progreso. En este sentido, Blade Runner es un film crepuscular, bañado de lluvia ácida y de pesimismo en cuanto a que son ciertos mezquinos intereses los que hacen caminar el mundo. Un mundo, el del film, que no cabe dentro de sí y se complace en soñar planetas intergalácticos como alternativa a un presente sin solución; parcelitas bien aprovechables de ilusión en la costa de moda. Nos enfrentamos, pues, a un futuro no de esperanza sino de decadencia en plena degeneración., un mundo aherrojado por oscuras energías que centellean en la noche como voraces lenguas de fuego  de dragones solapados.

Como hemos dicho, en Blade Runner se contienen muchos géneros. El más evidente es su formato de novela negra. Encierra todos los virtuosos tópicos del género; nada tiene que envidiar a los viejos clásicos y, como en ellos, es entre las sombras crepusculares y del anochecer donde se concitan sus fotogramas más relevantes y críticos. Pero, podríamos decir que la trama policíaca es la capa superficial  de su enjundioso fruto, pues su meollo encierra más sustanciosas pulpas. Cabe decir, y esta es su gran virtud, que Blade Runmner nos habre un camino filosófico, una metafísica, a través de sus grandes interrogantes: esos graves porqués que toda criatura se formula respecto a la incertidumbre de su ubicación en el cosmos, de su naufragio en el eterno río del tiempo, que hace que nuestras vidas parezcan frente a su aluvión superfluas "lágrimas en la lluvia". Todo lo cual nos sitúa frente a la perplejidad de la criatura frente a lo creado y su creador. La actitud del nexus 6 rebelándose contra los dioses funda el mito de un moderno Prometeo.

ICONOS DE NUESTRO TIEMPO

ICONOS DE NUESTRO TIEMPO
Algún que otro sábado suelo ir a cenar a un bar de comida rápida, que fue pionero en esta clase de menús, en la ciudad de Alicante. Hará unos pocos años, el establecimiento fue remozado en una suerte de pub sicodélico, en donde el cliente puede alucinar un poco mientras deglute la carne picada de las hamburguesas, la tripa artificial de las salchichas o la fécula congelada de las patatas fritas. El local lo decora una pintura enrollada y suele estar bien ambientado con la música de la edades míticas del "pop". Completan esta decoración los posters que revisten la pared frontal de la barra. Mientras uno degusta la ternera agualosa, el pepito correoso o el sandwich bikini no dejaran de observarlo los ojos penetrantes de esas efigies que otrora fueran sempiternas en nuestras vidas. Se repiten con persistencia obsesiva las imágenes de los chicos de Liverpool: John, Paul, George y Ringo. No   puede faltar la célebre portada de Abbey Road, a la que se halla adjunta otro sugestivo friso con sus cabezas algo así como vacilonas, que se diría. Mas allá, se completa la triada beatelmaniaca con otro cartel a lo Warholl, de una algo fría sicodelia,  a la que habría que añadir una foto en solitario del gran Lennon . Y aquí concluyen los tributos al más celebre grupo que dio la música moderna, como se la llamaba, pero se suceden otro buen número de láminas de otras figuras del pop-rock, no menos punteras. Donde yo habitúo sentarme cuando acudo a este pub-bar, casi siempre me pilla de frente los rostros risueños de otros tres iconos de los setenta, como son Mick Jaeger, Bob Marley y Pete Tosh. Confieso que de este último sólo tengo referencias gracias al epígrafe que aparece al pie de la foto. Mientras como mi salchicha y los miro y me miran, puedo asegurar que si algo teníamos en común en la cándida adolescencia, tales semejanzas se han desvanecido con el lastre de los años y la disparidad de los destinos; el de ellos hacia una rebeldía lucrativa, y el mío al de un conformismo paupérrimo.
Mientras se permanece en la barra del bar, si la mirada no se detiene, se continúa con otras instantáneas no menos sugestivas: una de Bob Marley en solitario, genial creador del "regae", estilo de ascendiente "afro" al que suele resistirse mi sensibilidad, y que tuvo un destino algo patético; y por último, casi al final, resta a la derecha, sin ninguna mezquina intención, un poster rompedor, de rutilante cromatismo, electrizante como su música, del legendario Jimmy Hendrix. Mientras uno lo observa, la imagen parece vibrar con los acordes de su guitarra enloquecida, y nos hace replegarnos en ese rincón de la memoria,. cuya realidad permanece mientras sigamos siendo nosotros, cuando nos creíamos que éramos más felices, o por lo menos era más desbordante la plenitud del gozo y más desgarrada la vitalidad del dolor. Jimmy Hendrix era el paradigma de la vida frenética con que la juventud soñaba derrochar su existencia; pasó como un ciclón arrollando las esplendidas cumbres del "hit parade" y derrumbándose luego en la misérrima sordidez de las drogas.
Y, hablando de drogas, no falta la foto, en este peculiar retablo, de un melenas que me resulta desconocido, el cual apura un porro de cannavish con ánimo interesante, mientras sostiene con indolencia su guitarra acústica, con la que seguramente acompañaría emotivas baladas recordando los crípticos paraísos de Lovecraft. Esta foto que menciono cae sobre el tabique inclinado de la chimenea en donde antiguamente se encontraban las planchas de asar del antiguo local, y que ahora es aprovechada para colgar, como si se tratase de un altar de exvotos, todo suerte de adornos o fotografías de pequeño formato; entre ellas, cómo no, una de Ernesto, por supuesto, Guevara. En ella aparece fumando el veguero habano que significa el usufructo de la victoria revolucionaria.
 En verdad, este pub-bar parece el mausoleo de todos los sueños frustrados, de unos ideales que se esfumaron entre las cenizas de Utopía, y cuando nos sumergimos en su atmósfera parece que quisiera recordarnos nuestra mala conciencia hacia unas aspiraciones que alguna vez creímos nobles y plenamente justificadas. Solo el andar del tiempo vino a rescatarnos del error y a recordarnos que nuestra ilusión de libertad pronto la aherrojó el sistema con sutiles lazos, convirtiendo sus puros nutrientes en un yogurt que puede servirse como sabroso postre, tras de las salchichas, si se lo adereza con la suficiente azúcar.