De algunas lecturas

De algunas lecturas
Oigo una charla de Vargas LLosa sobre Gabriel García Márquez. Busco infructuosamente Historia de un Deicidio, publicado en 1971 por Seix Barral. Es inasequible; solo apto para coleccionistas. Yo todavía no puedo colgarme los galones de bibliófilo. Los tales son como niños repelentes con bigote y poder adquisitivo. Así que me las cuelan todas; la mayoría de los libreros a granel me la dan con queso. La única pieza de lance que por la bisoñez del vendedor resultó propicia fue la de un Rayuela del 68. Lo compre barato; por ahí se vende por 50 euros. Encontrar una 1ª edición que te saque de apuros es tan difícil como publicar una novela en una editorial de campanillas y que tenga éxito.
Pero los milagros solo se dan para los favorecidos de la Fortuna; los desventurados hemos de conformarnos  a una vida astrosa y sin melindres. Personajes estos últimos que por contra forjan las grandes novelas. ¿Qué hubiera sido de Dostoyevski sin su elenco de seres mancillados? Concreto más, sin ellos no hubiera existido la novela rusa. Actualmente, leo sosegadamente El adolescente, de Feodor Mijailovich. Confieso que me cuesta seguir el hilván de la historia, pero disfruto en esa atmósfera  mefistofélica, de personajes desquiciados que han revolcado en el lodo sus conciencias, ¿Cómo el autor de la abyecta pocilga sabe extraer el diamante puro? Aun para el depravado cabe la redención.
Todos hemos nacido en el pecado, dóciles para el mal, a cuya opción tiende nuestra débil naturaleza.
Pero Dios da a cada uno su oportunidad, aun a Ralskolnikov. Incluso del más hondo pozo te puede sacar el brazo misericordioso de la Fe. El pensamiento de Dostoyevski en nuestra república de las letras habría fracasado. ¿Qué opinaría el ruso de lo políticamente correcto? No sé que se hicieron con él Lenín y Stalin, aunque he oído que sus simpatías se inclinaban más por Gorki. Seguramente lo ignoraron; mirarse en su literatura hubiera reconcomido sus conciencias. Buscaba Dostoyevski salvar al hombre, independientemente de su condición, porque tanto en el noble como en el siervo anida la maldad, y ambos claman por ser rescatados.

Los libros y la mili

Sigo en las redes la excelencia de algunas bibliotecas personales: La de Luis A. de Cuenca, la de Gabriel Albiac, la de Sánchez Dragó, la de Juan Villoro, la de Pedro Cuartango. Llega un momento que la afición a los libros se vuelve obsesión. Tal circunstancia llega de pronto, cuando el libro empieza a significar un elemento importante de tu vida. En muchos casos el libro en principio es un medio de adquirir conocimientos, una herramienta útil con la que poder promocionarse, algo necesario para  engrandecer el intelecto y del cual valerse luego para ampliar el currículo con vistas al éxito social.
Confieso, sin embargo, que el acercamiento a los libros fue, por mi parte, sincero y leal, pues siguiendo a los gurus de la época yo ya había dinamitado mi futuro, abrazando el espejismo antisistema. Mi acercamiento, pues, a la lectura surgió de la inocencia, elegí los libros como compañía de mi soledad, como paliativo a la cultura establecida a la que había renunciado.
Tal bisoñez no rebasó la criba del servicio militar, por la que fui destruido. Lo único que me salvaba allí era el apego al libro. Por lo demás, se encargaron de finiquitar mi cándida adolescencia. Una imagen me ha quedado: me recuerdo en el cuerpo de guardia, leyendo Un mundo feliz, de Huxley, mientras el sargento me observaba con mirada displicente o desdeñosa. Él había puesto  su servidumbre en el rigor militar, yo en la fuerza transformadora de las palabras. Ambos éramos reos de nuestras limitaciones. Los libros han sido bálsamo para el dolor de la existencia. Nunca jamás he vuelto a disparar una granada de fusil. No sabría decir si las letras son ocupación de maricas y las armas de hombres virtuosos, ni por cuál de los caminos se accede a la plena libertad.

Fin de semana en Valencia

Fin de semana en Valencia
He regresado  a Valencia después de muchos años. He circunscrito mis pasos al perímetro de la memoria, prescindiendo de sus nuevas áreas urbanizadas. En Valencia tuve mis primeras experiencias laborales y degusté mis primeras soledades. He  reservado mis paseos al callejero del recuerdo. Cotejando lo que aún pervivía, con las nuevas realidades: Edificios de construcción reciente, nuevos comercios, modernas zonas ajardinadas. Cuando dejé Valencia, todavía un pequeño brazo del Turia recorría su cauce. Me complazco hoy observando sus viejos puentes, cuyos nombres se han borrado de mi memoria. Desde las torres de Serrano contemplo los tejados de la ciudad. Me aseguran que dicha perspectiva es mejor desde la cima del Micalet. Cuando entro en la catedral  se está dispensando el oficio. En el templo, como en otros muy distintos de España, conviven diversos estilos. A su torre, el Micalet, se le asignan fundamentos árabes. La puerta de la catedral nos muestra algo del barroco valenciano. En el interior, se compaginan el gótico y el románico. Su retablo no goza la majestuosidad del de Toledo o Sevilla. La celebración del culto me impidió detenerme en las capillas laterales. Tampoco pude observar de cerca el Santo Graal , el mismo que Juan de Juanes reproduce en su Santa Cena del Prado, como tampoco visité, en la plaza de La Virgen, el santuario de la Madre de Dios de los Desamparados.
Sí  visito el museo San Pio V, próximo al gran jardín de Viveros. En él se nos muestra un recorrido por varios siglos de pintura valenciana, desde el medievo, y aun atrás, hasta la modernidad, donde no falta el colorismo del gran Sorolla.  En el resto de salas destacan la tenebrosidad de Ribera y algunos excelentes lienzos de Ribalta, entre los que se intercalan numerosas obras de otros pintores de nuestra geografía, entre ellas alguna del Greco.
Valencia me ha sentado bien: gratos paseos, alguna paella, deliciosas horchatas, ojeo de libros en su abundantes librerías, sosiego escuchando una fuente en alguno de sus parques, reencuentro con lo que fui y satisfacción con lo que hoy es.

Quiero hacer una apuesta por el éxito

Quiero hacer una apuesta por el éxito
Siento la flor fría de la noche
aguardando los amaneceres intangibles,
el viento azul, la piedra rota
en el fondo de la alberca de la fuente.
Como una lágrima de rocío
en la otoñal tristeza de los campos,
ateridos en la lontananza.,
presintiendo la perdida corriente.
El fúnebre ataúd, la monda calavera,
el esqueleto desvencijado
en el lecho del lodo
olvidado en el bosque de la memoria.
Quiero hacer una apuesta por el éxito,
por esa vida que escapó a la inundación,
por esa alma que cerró los postigos al otoño,
por esa gracia recobrada en la sonrisa de una niño,
por ese sabor a sal del mar,
por la osada imaginación
que traspasó las barreras del horizonte.