Sí he de vivir, que sea sin timón y en el delirio

"Si he de vivir, que sea sin timón y en el delirio."
                 (Mario Santiago)


Pudiera ser factible
si sólo se contara con uno mismo,
si el corazón desconociera el compromiso.
Caminé ese camino
de ilusiones y luciérnagas por un tiempo.
Eso fue, cuando gocé
la débil y juvenil naturaleza.
Al principio creía caminar
codo con codo con la musa,
queriendo segar con mi inocencia
la frondosa maleza;
pero cuando, en un momento,
volví a la conciencia
supe que los ladridos que escuchaba
eran los del cerbero del infierno.
Una noche, de repente,
me sorprendí dormitando entre la escoria.
¡Había descendido tantos peldaños
en el abismo! Pero, ¿dónde, Señor, la gloria?
Ya no era amigo de nadie
ni de mí mismo. Quise encontrar
la muerte en el pozo de la noche.
De hinojos en la avenida mas transitada
pedí ese golpe fatal que me inmolara.
De refilón pasó algún coche
que no me atropelló;
las luces de sus faros
serían como los ojos de Dios.
Perdidas estaban ya la musa y el amor.
Descarriado por siempre
en las sendas del delirio,
del borde del precipicio
solo me libró un golpe duro y frío,
sin compasión. Aquello era un atraco,
y el ángel del infierno un vil ladrón.

Se acercan las vacaciones

Se acercan las vacaciones. No tengo nada preparado. Una reserva de hotel en Madrid me obligará a trashumar a la capital. Tal vez sea la única escapada; no dispongo de tiempo para mayores alegrías. Lo cierto es que a día de hoy, acaso por la imposibilidad de efectuarlas, no me tientan las largas y provechosas viajadas por el extranjero. Creo haber visto ya casi el mundo necesario para una vida, con fruto más o menos objetable. Pues Kant, sin salir de Königsberg, engendró todo un sistema filosófico. Pero todo es relativo; una visita a Roma no tiene por que inspirar los paseos stendhalianos o La primavera romana de la señora Stone. Como digo, recalaré en Madrid; allí me esperan los atractivos ya rutinarios de la ciudad. Aunque ninguna de las visitas a Madrid son tautológicas. Veré distintos libros en la cuesta de Moyano o en la Casa del Libro; los cuadros del Prado y del Thyssen admitirán una óptica renovada, porque por suerte o por desgracia nuestra experiencia del tiempo en la vida es siempre lineal y existen pocos momentos unos iguales a otros. Ya que lo del tiempo cíclico, a efectos prácticos, no pasa de ser una conjetura. Visitaré el Comercial y el Café Gijón, donde espero no echar un sueñecito como la última vez. Y es que la verdad no se sabe por qué uno visita tales  lugares: ¿Acaso por tropezarse con alguna celebridad literaria? Si se la encuentra, ello no significaría más que una anécdota que en nada mejoraría tu situación, ni por transmisión telepática aumentaría la cantidad y calidad de tus creaciones como escritor. En el Gijón y en el Comercial estar poco, pues los espectros de Cela y Umbral que por ellos deambulan pudieran enojarse y enviarte donde solo ellos sabían decir dónde. Aunque claro está que Madrid no se agota en estos recoletos lugares. Madrid es mucho Madrid. Si yo te contara. Tal es, que lo antepongo  a la visita de Asturias, donde el hotel Ibis, en las faldas del Naranco, me está llamando. Porque Oviedo ya no me sabe a la precaria malvivencia de la mili. Allí hoy se puede gozar  de un clima inmejorable para las fechas, y está plagado de rincones idílicos que seguro podrán devolverte el goce festivo de la vida.

Rayuela o Royuela

Rayuela o Royuela
Cuenta Mujica Lainez la anécdota de que cuando Julio Cortázar y él ganaron ex aequo el premio J.F.Kennedy, por sus obras Rayuela y Bomarzo, Julio Cortázar, tras felicitarlo por carta, le propuso la tentativa de convertir ambas novelas en una, que bien pudiera titularse Boyuela o Ramarzo. Mujica celebró el ingenio de su colega, mérito que por seguro no hay que negarle. Hoy, cuando al cabo de los años, me decido a comenzar la novela de Cortázar, por lustros postergada, se me viene a las mientes que en el juego de títulos se les escapó uno,  Royuela, pues abruma el tedio cuando decides abordar tan quintaesenciada lectura. Una vez confié a un amigo que el Finnegans Wake de Joyce lo leería cuando fuera viejo; hoy haré extensión de esa frase y añadiré que Rayuela lo leeré cuando vuelva a ser joven.

Tres versiones de Recuerdos de la Alhambra

La primera, es la del excepcional Paco de Lucia. Encuentro su versión algo precipitada, con esa viveza rítmica de los palos flamencos. Como gran improvisador, le cuesta sujetarse al canon clásico. La finura melódica se le escapa en un fraseo desigual. Como romántico, prevalece en él la efusión pasional frente a la mesura clásica.

La de Narciso Yepes es también ejecutada con cierta velocidad; no sé si la recomendada por el compositor para interpretar la pieza. Frente a la de Paco destaca por una mayor refinada riqueza en los matices. Desprende una muy bien urdida simetría y acaricia la nostalgia evocadora de Tárrega.

La tercera y última, la del maestro Andrés Segovia. Es la más pausada de las tres. Está claro que Segovia busca trasmitir la emoción melódica. Se detiene en el detalle, y el fluir homogéneo nos hace degustar el fraseo y una gran riqueza grácil y evocadora. Segovia nos hace sentir cada nota, y el resultado alcanza la sensualidad del poema.