PANORÁMICA DE BILLY WILDER

PANORÁMICA DE BILLY WILDER
Rancho aparte en la historia de la cinematografía merece, sin la menor duda, Billy Wilder. Creador de las más sugestivas comedias rodadas por Hollywood, es a su vez autor de sólidos dramas como (Sunset Bullevard)El Crepúsculo de los dioses, (Double Identity) Perdición o (The Spirit of Saint Louis) El héroe solitario. En ellos, da la talla del cineasta con más sobrados recursos y de fundamentos más sólidos. Dando un somero repaso al índice de sus títulos, uno no deja de salir del asombro. En alguna de sus obras representativas, supo sacar de Marylin Monroe su lado más encantador y toda la enjundia histríonica que cineasta alguno haya aprovecahado de Charles Laugthon.

He revisado sus peliculas con abnegada fruición, contando con las facilidades que nos deparan los modernos sistemas audiovisuales. Y es que las peliculas de Wilder son de las pocas que permiten un reiterativo visionado sin dar plúmbeas pruebas de desgaste, de soporífero desinterés, como ocurre con muchos films, susceptibles a más de una contemplación, pues bien pronto dejan entrever sus mermas. Cuando uno no sabe a qué carta quedarse y requiere pasar una velada agradable antes de ir a la cama, lo mejor es entregarse a cualquiera de los títulos que nos propone Wlder. Con una comedia de cualquier otro autor, sus chascarrillos y situaciones más divertidas nos parecerán pronto manidas; si se recurre a un sólido drama, la seriedad de su planteamiento quizá nos resulte gravoso. Con la opción de Wilder casi siempre acertaremos, pues, aun manteniendo el tono de comedia, sus guiones vendrán a hablarnos de una realidad que siempre nos toca, aunque sea indirectamente; en su personajes, perfilados con mimo de retratista, se verán reflejadas todas las aspiraciones y frustaciones del ser humano.

A la hora de escoger un título que cuente con nuestra predilección respecto del resto, la elección se vuelve harto compleja, pues muchos de ellos presentan cualidades bien diferentes. Encontramos, por ejemplo, la lucidez crítica en "El Apartamento", la sátira brillante en "Primera Plana y Un dos tres...", la ironia nostálgica de la "Vida privada De Sherlock Holmes", la elaborada precisión en el guión de "Testigo de cargo", la fascinación evocadora en "Irma la Dulce o Avanti", y la chispa transgresora en la vivencia más cotidiana en "La tentación vive arriba", acabando con el socarrÓn humor más que negro de "Aquí un Amigo".

Confieso que a uno de los títulos a los que he demostrado una predilección más contumaz ha sido a Avanti, o Qué ocurrió entre tu madre y mi padre, como se llamó en España. En él Wilder muestra la indolencia de una amoralidad permisiva, incidiendo en que es durante ese período anual de asueto, las vacaciones veraniegas, cuando el hombre se encuentra veradaderamente a sí mismo. Es sintomático que el pragmático ejecutivo Wendell Ambruster, jr. tropieze en la misma piedra que su irreflexivo padre, cayendo en las agridulces redes de un condescendiente adulterio. El lugar será Ischia, uno de esos evocativos "paraísos" del Tirreno, donde durante esa canícula veraniega incluso lo imposible se hace posible, y aun en el flemático, adusto e insensibilizado ejecutivo aflorará ese sentimiento restringido a los empleaduchos que se llama amor.

VENECIANAS XVIII: DORSODURO

VENECIANAS XVIII: DORSODURO
La especial situación de Dorsoduro le confiere la particularidad de ser uno de los barrios más luminosos de Venecia. Constreñido entre el Gran Canal y el Canal de la Giudecca, acusa ese carácter de pequeña península encerrada un poco en sí misma. Dentro del gran pez en que se configura Venecia, ocupará el lugar del bajo vientre. No obstante, sus procesos metabólicos se alejan bastante de los inconvenientes estomacales.

En Dorsoduro se siente uno como liberado de ese dédalo axfisiante que caracteriza el corazón de Venecia; allí se pueden respirar las brisas provenientes de la Giudecca, impulsadas por la proximidad del mar abierto. Las calles atravesadas por fiumi persentan un aspecto de especial jovialidad, de simpático ajetreo de barcas que llenan de vida sus horas. Y para respirar más a pleno pulmón, siempre queda el recurso de asomarse a le Zattere para contemplar el incesante paso de las embarcaciones, desde fabulosos cruceros a minúsculas embarcaciones de uso particular. El pasado verano, cada tarde de mis cortas vacaciones en la ciudad de los canales, disfrutaba de las últimas horas del atardecer asomado a esas aguas nerviosas que espejaban los postreros dorados del sol y con su trafico bullicioso traían recuerdos de ensoñadas latitudes.Inmerso en su pulso vivaracho, las bonanzas de su brisa parecían arrancar el peso gravoso de nuestras limitaciones.

Dorsoduro se une a Venecia por el puente de la Academia. Justo bajo el puente, se distribuyen las mesas de un restaurante desde donde también resulta incomparable dejar deslizarse morosas las horas crepusculares; ubicado en las mesas lindantes con el Gran Canal, contemplar los matices de los reflejos solares sobre las cúpulas de la Salute es algo que no tiene precio.
También cercana, pero un poco mas allá del puente, se encuentra la galería de la Academia; en sus salas se nos propone un recorrido exhaustivo por la pintura veneciana. Desde los siglos del gótico, a ese siglo que tanto condicionó la personalidad veneciana, el XVIII. En sus paredes, se completa la colección, iniciada en Ca´Rezzonico, de los lienzos costumbristas de Pietro Longhi. No pueden faltar, claro está, en ese gozoso recorrido por sus salas, ni los Bellini ni Carpaccio, para dar paso, seguidamente, a ese apoteosis renacentista, con la Tempestad, de Giorgione, La cena en casa de Levi, de Veronese, o el rapto del cuerpo de san Marco, de Tintoretto, sin obviar ese excelente retrato de Giovanne, de Lorenzo Lotto, al que Mujica Lainez identificara como el de su duque Pier Francesco Orsini.

En Dorsoduro se levanta, justo en uno de sus extremos, vecino a la punta de la Dogana, uno de esos templos que mejor definen a Venecia y que la dotan de esa especial configuración urbana: La Salute. Este magnífico logro del Longhena, otorga una relevancia especial al barrio, por otra parte salpicado de otros ejemplos de arquitectura religiosa de importancia nada desdeñable, como Il Gesuati o San Barnaba.
Dorsoduro acoge,por otra parte, junto a la parroquia de san Trovasso, uno de los rincones más pintorescos de Venecia: el secular astillero donde se construye la embarcación más genuinamente veneciana: la góndola. Afín al carácter legendario de la enlutada piragua, su fundación y pervivencia también deben adentrarse en terrenos de la leyenda. Así como, tal vez, ocurriera en gran medida con el insólito navío que descubrimos anclado a la fondamenta del fiume de san Trovaso. Era una vieja barcaza con el velamén oblícuo, rescatado fósil lagunar, que permitía la nostalgia de una Venecia que sólo recobramos en las imágenes decoloradas de añejas estampas llenas de añoranza.

Otra faceta de Dorsoduro es su peculiaridad de barrio bohemio; se caracteriza como ese lugar escogido de Venecia donde suelen afincarse los artistas. Seguramente, es uno de los zonas con mayor numero de galerias por metro cuadrado, en las que pueden contemplarse exposiciones ciertamente recomendables, aunque también abunda lo mediocre. Dando en cierto sentido solera artística al barrio, en el palacio Venier dei Leoni, se encuentra la sede del museo Peggy Guggenheim. Esta riquísima enamorada de Venecia escogió el jovial barrio para echar sus raíces y ofrecer a la ciudad un legado que la valió su carta de ciudadanía. De residir yo en Venecia quizá lo haría en la proximidades del Ghetto,pero la opción de Dorsoduro es algo que encandila con su festiva vitalidad. Tal distinción cautivó a los hombres del cine, pues muchos de sus rincones y pasajes alimentaron no pocos deslumbrantes fotogramas. Su atmósfera, sin duda, debió encandilar a Woody Allen y en muchos de sus alrededorores se rodaron largas secuencias de la cinta Summertime, de David Lean.

El EGIPTO DE LOS FARAONES

El EGIPTO DE LOS FARAONES
En estos días he estado leyendo un libro excelente: El Egipto de los Grandes Faraones, de Christian Jacq. Como muchos libros dedicados a Egipto resulta deslumbrador y colma nuchas de la expectativas despertadas con su compra. Para mí, casi todos los libros referentes al antiguo Egipto revisten la misma críptica fascinación de sus viejos jeroglíficos. Recuerdo con sumo placer la lectura sobre todo de un libro que satisfizo profundamente mi sensibilidad: La Civilización del Egipto Faraonico, de Françoise Daumas, publicado por editorial Juventud. Aparte de su rigor en la divulgación histórica, constituía un fascinante proyecto de creación literaria. La fructuosidad de su lenguaje, la claridad en la exposición de los diversos temas y la acertada estructura acabó por engancharme, hasta acuciarme a sumergirme por segunda vez en el placer de su lectura.

En El Egipto de los Grandes Faraones, Jacq nos hace respirar toda la magia que envuelve a esta vieja civilización que se desarrolló a orillas del Nilo. En la profundización sobre estas figuras egregias cuyas personalidades distinguieron las distintas épocas abarcadas por esta experiencia humana que significó el Egipto faraónico, Jacq analiza las distintas dimensiones de ese mundo complejo, el cual aún sigue perdurando como enigma. Porque por mucho que se investigue, descubra y sintetize ese puzzel disperso, siempre existirá más de lo que se ignore que de lo que se conozca acerca de él. La arqueología, principal metodo de acercamiento a esta civilización casi prehistoriográfica, no nos puede desvelar con veracidad siquiera aproximada sus conclusiones. Y en esto quizá reside su encanto; el historidor de Egipto puede divagar a través de sus conjeturas poco esclarecidas, y, contando con los materiales aportados por la investigación, crear la mejor de la idealidades posibles.

Cuando uno ese acerca a la visión del antiguo Egipto siempre le rodea ese halo lleno de misterio de su poética, con una potencia casi tan arrolladora y caracteristica como la que pueden ofrecer las grandes civilizaciones de Asia: China, Japón o el sudeste asiático. Descifrar el enigma de sus momumentos, divulgadores de una riqueza cultural incomparable, nos hace abordar demensiones desconocidas, dilucidar las coordenadas de un mundo extraño que se regía por unos fundamentos incomprensibles para el hombre actual materializado. El mundo moderno ha optado por desacralizarse y he ahí una de las claves de su actual desorientación, de nave a deriva en la procela de la historia. Ello, entre otras cosas, es la clave de que muchos ojos traten de penetrar el misterio del viejo Egipto, de buscar en ese orden místico que da significación a sus templos y monumentos un arraigado pilón para nuestro naufragar contemporáneo.

LA CASA DESOLADA

LA CASA DESOLADA
Existía una casa en mi barriada la cual había sido abandonada por sus últimos inquilinos; acaso porque fueran viejos arrendatarios a los que el propietario había despachado, arrepentido del cobro insignificante del menguado alquiler de tantos años. La casa era una planta baja de esas construidas en las primeras décadas del siglo veinte, con un no muy amplio espacio habitable, que se complementaba con un reducido patio trasero. Seguramente, la expectativa de sacar una máyor renta al edificio había pesado en el ánimo del propietario a la hora de tomar aquella decisión de desembarazarse, pese a los cargos de conciencia, de aquel modesto matrimonio de ancianos que lo habitaba. En el horizonte de aquellas humildes vidas, tras el hecho, ya sólo apuntaría el tránsito de unos oscuros y tristes años en un impersonal asilo de acogida. El trasfondo de aquel caso significativo lo constituía, qué duda cabe, la cuestión de hasta dónde puede llegar la codícia financiera y la avidez de lucro. Por entonces corrían los años cuando hacía estragos la especulación inmobiliaria. La venta de pisos resultaba un negocio redondo del que ni aun el menos avisado podía sustraerse. Era sintomático que la agencias inmobiliarias proliferasen como setas y el sector de la construcción estuviera haciendo su agosto durante tales años de auge. Tal coyuntura propicia aprovechó, sensatamente, nuestro propietario para extraer de su proyecto el más pingüe beneficio.

Pero, hete aquí, que entre prolijos prolegómenos que conllevaban verificar tal plan, en tanto el arquitecto diseñaba el proyecto y se obtenían los debidos permisos del ayuntamiento, se presentó una de las más graves recesiones que viviera el sector, el coste de los pisos, inflaccionado, se devaluó, las rentas fijas no pudieron hacer frente a los gravosos intereses y dejaron de ser un negocio lucrativo las operaciones inmobiliarias. Resonó a los cuatro vientos la fatídica palabra: ¡Crisis!.
La casa pues, la humilde casa de mi barriada, no fue entonces demolida y permaneció en pie durante un buen tiempo, concibiendo entre los vecinos la añoranza de que volviese a ser habitada. Y un buen día-porque hay que confiar en la providencia-, al pasar frente a ella, se cumplio aquello tan esperado: vi a una mujer con un niño de corta edad asomar a su puerta.Concediéndoseme en los días sucesivos la oportunidad de reconocer al resto de la familia: al padre y los distintos hijos, ninguno de los cuales alcanzaba la adolescencia. Desde un principio, aquella mundanza contaba con cierto cariz sospechoso, pues puertas y ventanas en la casa hasta ese momento habian permanecido sobrecerradas por sólidos candados. Pero daba igual, aquel edificio símbolo de la codicia humana, de las mezquinas leyes de la propiedad, estaba sirviendo de hogar, de ese hogar tan incierto mientras persiste el espectro de la pobreza, a una nueva familia a la que aportaba unas más risueñas perspectivas temporales y, acaso, siquiera levemente, dejaba entrever un futuro, algún futuro. Con ello, las prenumbrosas estancias se han llenado de nuevo, por fin, con la luz de las risas de los niños. A su vez, la calle se ha colmado con un vivo ajetreo, perdiendo ese aire adusto de travesía poco frecuentada. Ahora da otra vez gusto transitar frente a su fachada, contemplar el entrañable desenvolvimiento de la vida familiar donde antes solo regia el rigor del abandono, el vacio mausoleo de unas vidas olvidadas que ya sólo aguardaban la devastación de la excavadora para borrar su recuerdo de la memoria de los hombres.

Pero aquel tiempo idílico duró sólo unos meses. Una mañana, al pasar, no vi ni rastro de aquella nueva familia, y la casa parecía otra vez vacía, con las puertas y ventanas apuntaladas con maderos. Desde entonces, al volver a transitar por aquella calle solitaria, asaltaba el recuerdo afable de los niños jungando a la pelota junto a la casa; parecía incluso escucharse el cascabeleo de sus voces y el frenesí de sus juegos. Pacientemente, con cierta ilusión, esperé a que la casa fuera de nuevo habitada, que recobrara la vecindad de aquella familia encantadora; mas, muy al contrario, el tiempo deparó que la casa no fuese no solo otra vez habitada sino que fueran tapiadas con ladrillo su puerta y ventanas. Y que,al volver de los meses, descubriera, consternado, únicamente el solar, pues con toda urgencia la casa habia sido derribada y ya sólo quedaba espacio para la desolación, un espacio cinscuncrito a una planta plana allanada de estéril escombro.

Pero hoy he vuelto a pasar frente al solar donde se ubicaba la casa. Me ha reconfortado el ver, a través de la alambrada que lo aisla, que donde se encontraba su patio hoy florecen plantas y arbustos; por sus tapias trepa frondosa la enredadera y hasta se yerguen precoces dos arbolillos de hojas anchas y bastante crecidos. Al contemplar aquello, le llena a uno de estremencimientos ese milagro siempre presente de la vida, esa esperanza que subsiste pese a la sombras de la destrucción.

VENECIANAS XVII: ISLAS DE VENECIA

VENECIANAS XVII: ISLAS DE VENECIA
Venecia tiene la característica de constituir una insularidad lagunar. Es el resultado de una peculiar ecosistema que cuenta con ventajas y desventajas. Cabe decir que la ciudad se fundamenta sobre un conglomerado de islotes que conforman su peculiar condición de dédalo recorrido por caprichosas ramificaciones fluviales, base de su especial geografía. Ese apelmazado panal de islas en mitad de las laguna se complementa con el cinturón de otras muchas deparramadas a su alrededor. Son de todos conocidas Murano, Burano y Torcello, pero es justo mencionar otras de importancia no menor como esa franja costera que la separa del mar, el Lido, o esa otra singular donde se ubica su cementerio, San Michelle, sin dejar de recordar unas pocas menores, como San Erasmo, San Lazaro degli Armeni o San Francesco del Deserto, por mencionar sólo unas cuantas.

Me son conocidas las más importantes, las cuales he visitados en mis frecuentes viajes. Murano y Burano, tan distintas una de otra como su mayúscula inicial, reservan un encanto difícil de olvidar. Murano, por los fornace de sus vidrieros que le infunden ese misterio alquímico que deja boquiabiertos a los turistas. La isla, en su perfil, es una prolongación de Venecia misma, pero conserva, sin embargo, esa joya románico bizantina de Santa Maria e Donato, ante la que no pude resistir ser retratado por un grupo de japoneses, siempre dóciles a la visicitudes de la técnica fotográfica. Burano es un lugar para la ensoñación, el colmo paisajístico para un pintor naif, aunque de su abstración podría extraerse un cuadro de Mondrian. Su cromatismo le infunde un carácter de aldea irreal, como un ingenio de Disney, en el que el viajero se sumerge para olvidar en el laberinto secreto y callado de sus calles la dura encerrona de la vida. Burano es un verdadero oasis en medio de la laguna; los modestos pescadores que lo habitaron se vieron tentados de crear en Europa una suerte de Bora Bora civilizado.

¿Qué decir de Torcello? En principio sólo lo conocí desde la distancia de Burano, sobre cuyo horizonte se erigía el esbelto campanile de Santa Maria Asumpta. Visité sus templos magnificos durante mi última visita, donde tuve tiempo de admirar su patética soledad entre la fronda, sus nostálgicas reminiscencias de un tiempo mítico y silente. Rebosa elengancia su solitario campanile, desafiando durante siglos los atardeceres verdeescarlatas de la laguna. El mosaico del altar mayor sobrecoge en su sencillez y habla directamente al alma, realzado por la restauración exhaustiva que se le ha realizado.

No goza de mi aquiesciencia, sin embargo, el Lido; es como visitar una población turística al uso. La presencia del automóvil malogra el encanto veneciano. Su playa es como todas las playas en cualquier confín, atestada de bañistas indolentes y sembrada de estrambóticas construcciones. El Gran Hotel des Bains parecía deshauciado durante mi visita; nada recordaba aquella recreación que le hizo resurgir en su gran época y el eco del viento no traía en abasoluto el encanto de eufónicas voces femeninas que reclamaban vehementemente a Tadzio...
Aquí nos detenemos por hoy, pero quede claro que esa Venecia insular no concluye aquí.

FRANZ LISZT: UN IMPROMPTU

FRANZ LISZT: UN IMPROMPTU
Se reafirma Liszt como el músico romántico por antonomasia, consolidador de ese aspecto constituido por la música programática, que tiene su culminación con el planteamiento formal del "poema sinfónico". Otro de los aspectos que lo caracterizan como romántico es su exacerbado subjetivismo, donde en cada una de sus obras el eco personal alcanza carácter de dynamos. En cada fragmento resuena el hombre particular, el más íntimo, el más contradictorio. Su musica sólo pretende ser espejo de ese debate interior, del que surgen los diversos paisajes del espíritu: los atormentados o los melancólicos.
Su instinto de fino intelectual es el que le inpulsó a sondear esa música textual o programática. Consumado lector de paladar exquisito, su lúcidas aproximaciones a los grandes poetas, como en el soneto a Petrarca, la sinfonia Dante o Fausto, su poema Tasso, Orfeo,etc., suponen una certera interpretacion de la complementariedad de las artes para consolidar los caminos del espíritu. Pues el hombre que desconoce su cultura, carece de finalidad; ya que tan sólo desvelando el hermetismo de sus claves, consigue interpretarse.

Quizá Liszt no fue el más genial, pero si el más lúcido. Su instinto supo valorar tanto el drama grandilocuente de Wagner como el poema intismista de Chopin. Amigo de ambos, juntos llevaron el movimiento romántico desde su apogeo hasta la aurora de su debacle. Ese siglo diecinueve que conoció nombres tan relevantes, desde Schubert a Bruckner, encuentra en ellos tres su eje; en su confidencialidad se desenvolvió el dilema romántico. Sus personalidades eran bien distintas, el uno, Chopin, relegado en sus paraísos intimistas; el mundano Liszt siempre tentado de un escape espiritual, y, por último, el revolucionario Wagner, que agotó el lenguaje del romanticismo hasta garantizar su crepúsculo. Ellos, claramente, acondicionaron el asiento de nuestra modernidad.

Estos días he hojeado ese librito fundamental que escribió Liszt acerca de Chopin. En él queda patente la extrema generosidad del primero, que supo descubrir la enjundiosa esencialidad de esa creación reservada a los dominios del piano, que para muchos hubiera pasado inadvertida. En su preciso apunte biográfico nos revela al más fundamental Chopín, desde el comprometido nacionalista de sus polonesas al más sutil y cálido de sus mazurkas. En su breve monografía queda atinadamente reflejado el enigma de ese inhabitual ingenio, que encontró en las audiencias reducidas la mayor constancia de su universalidad. En el arabesco de sus notas perladas que refrigeran nuestro espíritu como una fina llovizna de presentimientos, alcanzamos verdaderamente esos aurorales dinteles de la mayor esperanza. Desde entonces, no podremos acercarnos a Chopín sin el recuerdo magnánimo de liszt.

VENECIANAS XVI: GRAN CANAL

VENECIANAS XVI: GRAN CANAL
Qué duda cabe que el Gran Canal veneciano es uno de los cursos de agua más mágicos del mundo, en cuya regata uno se puede transportar a perdidos universos ya sólo asequibles dentro de la ensoñación. En su itenerario uno se va asomando a los vestigios de las muchas venecias que fueron, entrañadas en el paralelismo de los multiples palacios e iglesias nacidos con transparencia diamantina del fondo cenagoso de las aguas. En su trazado serpenteante se diseminan esas memorias edilicias, testigos de su triunfal apogeo y resumidas en apabullantes lienzos por Tiziano, Tinttoreto o Veronés. Esa gran dama que se encumbra hasta los míticos celajes para recibir dádivas u ofrendas de sus bien amados hijos, quienes en célebres cortejos triunfales por el Gran Canal la honraron, como en el festejo anual donde se recuerda el jubiloso retorno de Caterina Cornaro, reina de Chipre, en el fasto conmemorativo de su regata histórica.


El Gran Canal fue y es prodigo en ceremoniales y pompas, incluidas las fúnebres. No pocos recorrieron esas aguas en su postrer regata. Se nos hace familiar la de Wagner, que uno gusta imaginar bajo la música en off de la marcha fúnebre del Sigfrido. Cuán parecido ese itinerario al último realizado a bordo de la barca de Caronte. Acaso el Patinir hubiera debido sustituir su paisaje fabuloso por ese más concreto que trazan las aguas del Canal. Pero el Canal aunque se muestra digno con los despojos de la muerte, nos habla primordialmente de vida. Vida que fue y que continúa. En cada uno de los palacios, en su maravillosa diversidad, se recoge esa herencia de los muchos mundos rebosantes de pletórica vivencia. Esa nobleza de sus piedras y marmóles que nos recuerdan la voz del Evangelio: Si éstos callaran, las piedras hablarían.

Cabría enumerar los muchos palacios que asoman a sus orillas, llenos de legendario acontecer. Famosos unos por quienes los construyeron; otros, por quienes los habitaron; pero juntos forman ese patrimonio celebrado por cada uno de los viajeros que diariamente recorren sus aguas sobre toda suerte de embarcaciones. Cada vez recorro el Canal me enfrento a esa aventura renovada del descubrir: descubrir nuevas perspectivas; insólitas edificaciones que hasta entonces se nos habían hurtado; vislumbres presentidos tras el reverbero del sol sobre las aguas; las huellas, en fin, de un muy rico pasado en el colorista tapiz de esa memoria edilicia que nos habla de sus hechos. Desde San Simeone Piccolo hasta la Dogana da Mar uno se enfrenta a un universo cada día nuevo de sensaciones, a una chistera de mago en la que siempre resta algo distinto por descubrir.

DE NUEVO UN AÑO NUEVO

DE NUEVO UN AÑO NUEVO
Nuevamente el año comienza con las dulces cadencias de la familia Strauss, durante el acostumbrado concierto de año nuevo. Esperemos que no concluya al compás de más lúgubres sones.
Hace tres veranos tuve oportunidad de asistir en Viena a un concierto celebrado en la misma Sala Dorada en la que se desarrolla ese concierto anual. Pero las impresiones recibidas eran bien diferentes. Puede decirse que la sala no gozaba de esa elegante jovialidad festiva del primero de año, y en lo más intenso de la canícula, si de tal puede hablarse en Viena, acogía un programa especialmente diseñado para turistas, aderezado de bastante Mozart y un poco de Strauss. Como el precio de la entrada era seguramente más razonable que el que se demanda para la gala de año nuevo, salí de aquella hermosa sala-algo menos de lo que resulta en año nuevo con su decoraciones florales- moderadamente satistecho.

Viena es una ciudad de salones; diríase que se plegaba a la exigencias del viejo imperio de Franz Joseph. Todo en ella parece destinado a la ceremonia palaciega, a sus cortesanas celebraciones. Por eso abunda de salones en los que resuena la brillantez de su música. Musica acompasada para acompañar la variada gemoetría de los bailes cortesanos; porque deslizándose sobre sus pulidos suelos y bajo el mítico colorido de los frescos en sus bóvedas Viena fue reconocida como ciudad de la música, pero también del baile: Viena, ciudad del Vals.

Fue de la música, porque entre su elegante vecindario acogió a Mozart,Haydn, Beethoven, Schubert y tantos otros, y del baile porque su sociedad se reconoce en la celebración anual del baile de la ópera, en donde su mejor sociedad entre comillas exhibe sus más suntuosas galas. Un mundo, en fin, que entusiasma a la sensibilidad femenina y que construye en él la romántica quimera de su Sissi, la más reiterada de sus idolatrías.Un caso más que interesante para la analítica del Dr. Freud, creador de esa ciencia singular para una sociedad ociosa como la vienesa: el sicoanálisis.