¿Es Deckard un Replicante?

¿Es Deckard un Replicante?

Confieso que las primeras veces que vi Blade Runner Deckard me pareció un personaje perfectamente humano. Me convencían de ello sus reacciones frente al dolor, a la angustia, su instinto de supervivencia o sus miedos; también la alteración de su conciencia frente a un hecho que repugna, como el asesinato, aunque se perpetre sobre humanoides de laboratorio, y que le lleva a cauterizar sus remordimientos recurriendo al alcohol.

Sin embargo, durante el desarrollo del argumento se nos proporcionan pistas aclaratorias sobre su identidad que convencen al espectador sobre su naturaleza no humana. La primera de ellas es la crudeza con que el capitán Bryant lo conmina a ejercer su oficio de Blade Runner, concretado en la respuesta: ¿Sin elección...? Si Deckard no hubiera sido una criatura destinada a ejercer dicha tarea, su aceptación sumisa de la orden de su superior no hubiera tenido sentido. Aunque quizá este punto no sea del todo definitorio sobre su verdadera genética, pues pueden aducirse conclusiones de muy distinta naturaleza.

La critica coincide en que la secuencia del film donde se nos revela la biología artificial de Deckard es la desarrollada cuando él se halla en su apartamento, sentado frente al piano, y examina las fotos familiares, las cuales le evocan la vision de un unicornio a la carrera, grabada en su subconsciente con toda la incongruencia de un ensueño. Cierto es que si Deckard hubiera sido humano, sus recuerdos familiares no se limitarían a testimonios fotográficos o a ensueños arbitrarios e inconexos, sino que gozaría de la compañía de parientes vivos, pues se trata de un hombre aún joven a quien bien pueden sobrevivirle padres, hermanos, o cualesquiera otros allegados. Pero Deckard es un solitario perdido en un agujero remoto de la galaxia.

Y si analizamos con detenimiento algunos diálogos dispersos por el guión, en ellos pueden encontrarse lecturas que nos revelan en parte la subrepticia naturaleza del eficiente Blade Runner.

La tercera clave que nos desvela el enigma más definidamente es la escena final, cuando Rachel sale del apartamento y arrastra con el zapato la figurita de papiroflexia, realizada por el ayudante de Bryant, que Deckard recoge del suelo constatando que la policia se halla al tanto hasta de sus más personales e intimos recuerdos, cosa inconcebible si no le hubieran sido implantados y conocidos de antemano por sus  creadores.

Por tanto su huida no responde a la de un humano compasivo frente a una criatura nexus 6 a la que ama, sino a la de dos Replicantes que buscan liberarse del celo opresivo de sus amos.

No obstante, creo que existe un otro matiz en la historia; el de que Deckard sabe de principio a fin del argumento que, como Roy, Kovalski, Zhora, Priss, Rachel, él es tambien un Replicante.

De ahí su extrañeza cuando Tyrell le confirma que a los replicantes los recuerdos se les transfieren mediante implantes, categoría a la que bien pueden sumarse los suyos.



De Sánchez Dragó


 El único libro que poseo dedicado y firmado por un escritor de fama es La carta de Jesús al papa, de Frenando Sánchez Dragó.  No atesoro más libros de este jaez porque me resulta ominoso semejante protocolo; además de que al igual me resulta pesado tener que aguardar en una cola interminable para que tan gregaria bendición parnasiana se consume. Suelo rehuir estos homenajes hacia los escritores que gozan de éxito comercial, porque en su mayor parte su literatura no despierta mi incondicional entusiasmo.

Lo de Sánchez Dragó fue una excepción. Había seguido su trayectoria desde que se dio a conocer en televisión en el programa Encuentros con las letras. Pronto conocimos su variopinta biográfica, sus filias y fobias literarias, sus dimes y diretes. Reconozco que en el momento de la firma pasé un mal trago: el de quedarme como una pasmarote sin saber qué decir ni poder intercambiar unas mínimas frases cordiales y afables con el autor. Me sentía abrumado, menoscabado al enfrentarme a un escritor existoso, que  había consolidado un camino venturoso en el mundo de las letras y que además era un donjuán y un trotamundos, al cual no faltaban redaños ni galardones. Ante él, me sentía minimizado. Yo, un aspirante a escritor, cuyas trabajos nunca habían recibido la menor mención, incapaz de emborronar más allá de un par de folios al día,. me veía y medía frente a un hombre que compaginaba la escritura, la enseñanza, el periodismo, la televisión, en fin, un auténtico animal literario, casi un coloso. En definitiva, me fui con el ejemplar firmado bajo el brazos y abochornado por mi comportamiento timorato, incapaz del tú a tú con tal eminencia heterodoxa de las letras. He de manifestar, sin embargo, que dicho comedimiento se da en mí al acercarme a muchos escritores. Estuve a un  metro de Vargas Llosa y tampoco supe qué decirle; no se si fruto de la timidez o el orgullo. Me cuesta hablar ponderativamente, con adulación. En este último caso, preferí dejarlo pasar.

Guardo en mi biblioteca parte de la obra de Fernando, entre ellas dos ediciones distintas de Gargoris y Abidis, que todavía no he leído, y alguna que otra más de sus obras( ayer mismo adquirí de segunda mano Las Fuentes del Nilo), las cuales me cuesta trabajo abordar porque imagino que lo que se cuenta en ellas ya ha sido divulgado por el autor a través de las pantallas de televisión y los canales de You Tube.

Tiempo después de la escabrosa firma, tuve la satisfacción de compartir una tarde cerca de él, aunque tampoco llegué a saludarlo personalmente, durante un debate (no recuerdo si presentación de alguno de sus libros) realizado en la carpa de una Feria del libro que se celebró en Alicante, en la cual yo divulgaba también  alguna de mis novelas.(¡ Ahora recuerdo que el debate versaba sobre su libro Muertes paralelas!) Durante dicho acto, pude hacerme una imagen más cabal de él como individuo y como escritor. Sin duda era un hombre que tenía el don natural de la palabra, don que continuaba a través de sus escritos y se manifestaba en su versatilidad como animal mediático. Puedo decir hoy por hoy que, aunque no comparta alguna de su opiniones y mantenga bastantes reservas en cuanto a sus creencias religiosas y filosóficas, reconozco en él a uno de los más interesantes escritores de los ultimos decenios de nuestra literatura. La admiro por su enorme fecundidad y por ese talante peculiarisimo de extraordinario individuo que fue, un grande de la vieja escuela., de quien asegura Ramón Tamames que hubiera organizado una gorda en la política española si la muerte, siempre traicionera, no lo hubiera sorprendido en su refugio de Castilfrío.

Cuestiones cuestionables

Cuestiones cuestionables

 Sólo una letra separa a la mujer pura de la puta.

Nadie enmendará mi opinión de que tras el coito

sólo persista la orfandad de la muerte.

Ahora acierto a comprender

por qué a copular llama el vulgo

echar un polvo. La mujer

es polvo y sólo polvo puede trasmitir;

a ellas debemos el barro que nos forma,

ese barro indestructible

del que la jovial ciencia nos convence.

Y el alma, ¿es inmortal?

Si es un don del neuma de Dios,

participa de su esencia

y su misma existencia comparte.

La carne para nada aprovecha,

la palabra es espíritu y es vida.

La conciencia que somos, el ser puro

es un atributo que sólo Dios nos da.

Si la materia permanece

y divina es la consistencia del alma,

compartimos el mismo enigma

que confiere razón al universo,

y de cuyo propósito participamos;

procedemos del mismo útero

que da matriz al tiempo

y en el misterio de su ciclo

nos englobamos. Juntos

caminamos hacia un destino necesario,

de lo contrario sólo cabría

la vanidad y el absurdo,

la duda de un perplejo ¿Para qué?

The Sundowners y la gorra de Ustinov

The Sundowners y la gorra de Ustinov

 He cometido una frivolidad, lo confieso. He adquirido on line una gorra de marino. La frivolidad reside en que toda mi experiencia marinera se reduce a un crucero veraniego por las islas griegas y algunos cortos trayectos maritimos efectuados en Italia, por la  laguna veneciana y el golfo de Nápoles, que recuerde. Me ha impulsado a la compra el hallazgo de una gorra de éstas en una tienda de cachivaches, que, tras probármela,  finalmente no me he decidido a comprar. Semejante fetiche ha desempolvado el desván de los sueños incumplidos. Reservo hacia el mar la nostalgia de no haber emprendido el destino aventurero del marino en mi juventud. Mi propósito de convertirme en un lobo de mar lo frustró la realidad de mi vida, circunstancia que solo retardó el momento de comprender que el mundo no lo puede moldear uno a su antojo. 

No sé quién implantó en mí la semilla aventurera, pues mi padre era todo lo contrario a un hombre dado a  la trashumancia y a la afición por los viajes. Seguramente, los promotores de tan descabellado afán debieron de ser Defoe y Stevenson, cuyos libros ilustrados leí entre la infancia y la adolescencia. No sé por qué las calamidades que sufrían sus personajes se me antojaban a mi peripecias dignas de ser vividas. Las vidas Robinson, Long Silver, Black Dog y el ciego Pew me parecían destinos dignos de compartir, vidas de profundo calado, sin desestimar las gallardas del doctor Livesey y el capitán Smolet.

Alguien dijo que uno nunca pierde al niño que lleva dentro. Tal conjetura la ha despertado el encuentro de la gorra marinera en la tienda de cachivaches. ¿Qué me ha llamado a adquirirla? Seguramente el viaje que tengo previsto a Madrid a primeros de febrero. Como cuento con que en la capital hará frío, me he preocupado de surtirme de las cosas necesarias que me ayuden a evitarlo. Me he procurado guantes y gorro de lana, en sustitución éste la de gorra de sport que llevo habitualmente. Como la gorra deportiva es más bien útil para protegerse del sol, he pensado utilizar el gorro que llevé en Londres bajo un frío de perros. Con el gorro creí ya zanjada la cuestión, pero hete aquí que tropezamos casualmente con la gorra marinera. Al momento, se ha avivado un rescoldo de deseos apagados. No he vacilado en probarme la gorra como digo, y con ella en la cabeza me he encontrado extraño. Toda una vida tratando de reprimir la volubilidad de jovenzuelo caprichoso, y ahora despierta el jubilado con caprichitos. Después he pensado que el gorro de lana es una prenda ominosa, que le confiere a uno el aspecto de un muñeco de guiñol y le pone cara de bobo. He pensando después que un gorra como aquella me podría proteger del frío casi como el gorro de lana. Llevarla por Alicante sería infame, pero en Madrid sería casi lícito; es más, probablemente daría un giro sugestivo a la realidad; en la reseca meseta tal vez tenga algo que aportar un marino de agua dulce. Probándomela, me ha venido el recuerdo de una gorra como aquella que llevaba Peter Ustinov en la película Tres vidas errantes (The Sundowners). He reconocido que mi vida de hoy se parece mucho a la de ese vagabundo solitario, en busca siempre de su libertad, persiguiendo por los caminos polvorientos  un trozo de vida verdadera, en compañís de la familia Carmody. No me he podido resistir a volver a comprar esa vieja novela de Jon Cleary, que seguramente malvendí.


Acabó la Navidad

Acabó la Navidad

 Acabo el día de Reyes viendo el DVD de la Taberna del Irlandés, de Ford. Irremisiblemente Ford es un proscrito de la seudocultura de hoy. La azotaina final que John Wayne propina a su partener en la película haría tirarse de los pelos a la plana mayor del feminismo atávico. El viejo Duke en la España actual purgaría tras las rejas. Consolémonos con que las costumbres han ido variando con el transcurrir de los siglos.

Planeo el retorno a Madrid. Si Dios quiere, dentro de un mes patearé de nuevo sus calles llenas de historia, historias y recuerdos. Espero que este sea el inicio de la reanudación de mi vida viajera. Es posible que se dé alguna escapada al extranjero. En cuanto pueda, pienso retornar a Italia. Cuando encuentro algún conocido, durante la conversación siempre se trata de las vivencias mutuas que suscita la península itálica, añorando sus delicias y la conmoción que provoca su arte, en cualquiera de las disciplinas. Durante las festines navideños se me planteó la posibilidad de visitar el extremo oriente. Eso sería demasiao; como dar un giro copernicano a la vida. Si tal milagro se diera, estudiaría la posibilidad de dejarme caer por Australia y Nueva Zelanda o cumplir ese sueño dorado de visitar la Polinesia francesa. ¡Veremos a ver!

A día de hoy, disfruto de mis días, dejándome llevar por el río inefable de la música; me dejo acunar por el adagieto de la 5ª de Malher, en una copia en vinilo del soundtrack de la Muerte en Venecia de Visconti, conducida por Franco Mannino. En mi vieja cadena suena de cine. A día de hoy creo que el 50% de la película debe su fascinación a la belleza de esta música, que escarba con su melodía en los anhelos del alma; es como un Tristán e Isolda más ruboroso. De mi primer visionado de la película salí embriagado. Supongo que sufrí el trance de la emoción estética, que es algo así como un síndrome de Stendhal placentero aunque exacerbado. No se si se debió tal trasposición a la vaporosa fotografía, a la exquisitez aristocrática de los ambientes que conmocionaron a un hijo del proletariado, o al paroxismo espiritual de la música, última sugerencia por la que yo me inclino. El adagieto me embriaga tanto como Bellini, cuya Norma no paro de escuchar en una vieja grabacion de María Callas, así como también I Capuleti e i Montecchi, donde me abruma el Romeo interpretado por Agnes Baltsa. No paro de encontrar matices, inesperadas nuevas delicias que se descubren tras de cada audición.

La tarea del héroe

La tarea del héroe

 Leo "Sombras en la hierba" , de Isak Dinesen, mujer extraordinaria, donde en su primera glosa ofrece una semblanza de su criado Farrah Aden, el somalí que cuidaba de su hacienda en África  con la misma eficacia de un mayordomo inglés de alto copete. Lo recuerdo en la memorable película de Pollack, siempre a la sombra de su Msabu, pronunciando la rúbrica de "Dios es grande".

Y Dios es grande, en efecto, pues de lo contrario no estaríamos aquí para contarlo. El me ha permitido llegar a estos años de recapitulación, dejándonos contemplar la vida a toro pasado. El torrente del vivir ha trascurrido, como un caudal proceloso arrastrando heterogéneo fango en su corriente. Hasta la jubilación, fue un tiempo de lucha, en persecución de una meta que yo mismo ignoraba. No sabía  a dónde me encaminaba el destino. Un impulso ciego me espoleaba a continuar, a no cejar en la pelea. Desde niño supe que en mi mirada latía un aliento de eternidad. Sólo me resarciría que mi vida no resultara banal. Sufrí lamentables experiencias que echaron por tierra todo mi pundonor: fracaso escolar, vejaciones durante la mili, reiterados desengaños amorosos que condujeron a la disipación y el caos. Todo ello me hizo tocar fondo. Dios me mostró la crudeza de vivir, y ello me hizo reaccionar. Hube de sobrevivir  contra todo pronóstico, mascando la amarga purga de la derrota. En mi horizonte sólo brillaba una esperanza, acometer algo valioso que justificara el yermo de mi vida. Una luz milagrosa que iluminara la tenebrosa existencia. Durante treinta años de duro trabajo asenté mi vida y di a luz siete libros, que constituyen hasta el momento mi obra literaria, mi descendencia espiritual a falta de vástagos naturales. Como conozco el talante de los hombres en este mundo, no me resulta extraño que mi obra no se valore. La fama erige a su ídolos y los derriba. No espero que en un mundo encanallado brille la justicia. Me conformo con que en una librería de lance un desconocido haya comprado uno de mis libros. Acaso llegará un día en que sean muchos los desconocidos que encuentren algunas razones en la humildad de mis escritos, refrendando que mi tarea no ha sido vana.