Bienvenido 2020

El año ha entrado sin hacer ruido. Como si se hubiera descalzado para echarse a dormir. La media noche me ha sorprendido durmiendo en el sofá. La vieja película que había puesto en el televisor ha propiciado el sueño. En cualquier caso, bienvenido 2020. La fecha suscita referencias a la ciencia ficción. Por mi parte es el año en que ha llegado la jubilación. Es menester que Dios nos colme de prosperidad. La necesitamos. Proyectos hay muchos: continuar el blog, publicar de nuevo, remontar nuestra envergadura intelectual, leer mucho, viajar, acercarnos más a Dios. Suena un cd de Cat Stevens, antes de que venerara a Alá. Quien ha conocido de niño el cristianismo no puede a la ligera desviarse hacia otros dioses. El primer libro que me ha llegado este año es El genio del cristianismo, de Chateaubriand. Espero que Dios me ilumine para retornar a los relatos de fe, como hice en Aroma de Nardo y Naamán el sirio. No sé si serán algún día libros de éxito, pero Naamán casi lo escribí al dictado, como si guiara mi mano una voz interior. Escribir. Escribir es la realización del anhelo de quien yo quisiera ser. Cuando en la adolescencia vagaba por las radas portuarias tratando de satisfacer la sed de aventura, una voz me recalcaba que yo debía materializar aquellas vivencias del yo interior que demandaban una duración y, afianzado en la corriente, escapar como un baluarte del río del tiempo. Ha llegado 2020. A estas alturas no sé cuánto de mí ha quedado. ¿ Algo más que lágrimas en la lluvia? Espero que algo más que palabras. Aunque tales palabras sean el fruto más valioso que he engendrado. Tengo anhelos de perpetuidad, pero no quiero caer en la arrogancia de otros muchos. No quiero alardear de sabio, ni de la excelencia de mi prosa. Es necesario afrontar con humildad las tentaciones. Que el río de la vida suene, que su torrente arrastre toda la carga de alegría y penas. Acaso me reste por vivir lo más determinante de la vida. Consolidar los lazos humanos más estrechos. Contemplar de nuevo bellos horizontes. Venecia no está lejos. A ella volveré como hijo pródigo ¿ Me reencontraré de nuevo con el esplendor de Atenas? No sé. La vida es corta; el mundo, amplísimo. De cualquier forma 2020 ha llegado, redundante en su numeración. Habrá que esperar y ver lo que depara. En cualquier caso lo recibo y lo asumo, como es necesario para toda vivencia en esta vida y en este mundo.

¡Jubilación!

¡Jubilación!
Al fin, me he jubilado. La última página del calendario recoge un verso del salmo 126: "Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán". Después de esto resulta difícil creer en las casualidades. Al jubilarme, he decidido pasar página. Son muchos años de frutos verdes y maduros que han salpicado el camino. Pero sólo el futuro importa. El pasado es inamovible. Soy más viejo, pero jamás en mi juventud gocé de la plenitud de ahora. Soy más sabio, conozco mis límites, sé definir la línea que demarca el precipicio del abismo humano. He apurado las miserias de la carne, me ha salpicado el cieno de la corrupción. Fui consciente de mi malévola naturaleza. Parafraseando al apóstol, "Lo que no quiero hacer, eso hago; lo que quiero hacer no hago". Ha llegado la jubilación. Soy libre. Ya no soy siervo de los hombres sino de la entelequia del estado. De éste ya solo nos libra la muerte, que es el reino de lo apolítico. Donde la condición humana hace cesación de su naturaleza. No quiero pensar en la muerte. Mi padre sobrevivió 26 años tras la jubilación. Intentaré emularlo en lo posible. No es nada fácil. Mi edad se aproxima a la de Abraham, más aun en la senectud Dios le prometió que multiplicaría su descendencia como las estrellas del cielo. La paternidad biológica no  sé si será posible, pues es cosa de dos. Hace falta que un útero complaciente acceda a la perpetuación.
Vislumbro como más posible la fecundación espiritual. El parnaso me está esperando. Sueño que mi nombre quede grabado por el esplendor de las musas. Pido a Dios que de energías para emprender una nueva novela. Pero no para una solo, sino para unas cuantas más y para que se nos habran las puertas de las editoriales y para que nuestros lectores proliferen como las estrellas de Abraham.

Memoria de Patxi Andión

Recientemente, ha fallecido el cantante Patxi Andión. Era una de esas personas con las que, por mi parte, la empatía hacia el ser humano iba más allá de su adscripción política. Creo haber escrito algo sobre él en este blog. Patxi contaba con mi admiración juvenil. Presencié su actuación en vivo en una discoteca alicantina, a la que me desplacé ex profeso, siendo yo renuente a frecuentar esos antros cavernarios de la juventud insustancial. Yo por aquellos años era un izquierdoso convencido, más que nada por oposición a un orden establecido que simbolizaba el poder constrictor frente a mi evidente debilidad. Era un joven protegido por los algodones familiares, confiado bajo la tutela de un padre al que no estaré nunca lo bastante agradecido, aunque su familiar protección desatase por contra mi rebeldía. Mi padre era hombre que simpatizaba con lo establecido, o se amoldaba a ello. Su convicción cristiana es la que lo llevaba a aceptar el principio de autoridad como el evangelio aconseja. Yo iba con los tiempos, que se movían bajo el anhelo de sacudir las cadenas y respirar nuevos aires de libertad, tal vez sin ponderar su exacto precio, cuáles eran sus tasas. Por entonces llegaban las voces de Dylan y Baez, de Hesse, de Kerouac., de Sartre, de Brel. Ecos que se recogían en las canciones de Patxi Andión. Patxi era un resistente, aunque en sus últimos tiempos corrió el peligro de ser engullido por el sistema. Apareció en el cine interpretándonos a un impúdico Arcipreste de Hita, se disfrazó de Che Guevara en un musical, formalizó unos desposorios con el papel cuché. Este Patxi ya no era el mismo, había asumido la frivolidad del espectáculo. Y nosotros queríamos al Patxi de voz varonil, que arremetía contra esto y contra aquello. A ese Patxi comprometido con la vida, con la dignidad, con los desfavorecidos, aquel que compuso una de las canciones de amor más bellas, y tal vez más afrancesadas de los setenta, Samaritana. Ha pasado mucho tiempo pero a un hoy la escucho con emoción. Su pathos concuerda con el mejor Brel. Patxi nos ha dejado, y es como si hubiera entrado el frío en el recuerdo. Aunque siempre lo recordaré retador, trascendiendo la pijosidad de aquel antro de la música disco, presentando unas canciones llenas de vigor y de lirismo, convenciéndonos de que en la vida residía un sincero fondo de verdad que la hacia digna de vivirse.

La Rama Dorada

He comprado por un pastón La rama dorada, de Frazer. Por el mismo precio podía haber adquirido veinte libros. Es Navidad. Todo sea en aras del saber. Hace meses que persigo ese título, difícil de encontrar en librerías. El original era una prolija enciclopedia de doce tomos. Hoy se vende en un sólo volumen resumido de más de quinientas páginas, publicado por la editorial Fondo de cultura económica. En esta editorial mejicana se encuentran muchas  de las obras más sugestivas con las que  se puede encandilar a todo espíritu culto. En ella están  editadas, La Paideia de Jaeger, La Psique de Rhode, y La obra de Paz y de otros ensayistas de su talante; y sus manuales de historia o filosofía son imprescindibles para quienes quieren regalarse con un entrante ligero con el que empezar a abordar cualquier materia grave.
He encontrado La Rama dorada en la sección de Antropología. No sé si el estudio de la religión corresponde a esta ciencia. Se reconoce tal obra como esencial para interpretar el arcano de las antiguas religiones mistéricas. Sospecho que uno de sus apartados concreta el análisis de los misterios eleusinos. Recelo de que dichas experiencias religiosas permanezcan ligadas al fármaco. De ello se deduce que el hermetismo griego no nos revela una mística sino una narcótica. Nos hace dudar de esa sibila de Delfos que profetizaba tras la inhalación de cierto gas, de cierta hipnótica emanación. ¿Son sus oráculos una clarividencia o una obnubilación? Soy de los que creen que "¿Haberlos?, ¡Haylos!
Pero también de los que recelan de que tras cruzar el umbral de las puertas de la percepción se acceda a una verdad objetiva, sino más bien a un secreto confín de lo fantástico.

Sor Verónica Berzosa

No soy católico. Tal circunstancia no excluye que se reconozca en la iglesia de Roma una manifestación sincera de fe. Nada sabía de la madre Verónica Berzosa  hasta que por ¿casualidad? di con ella en YouTube. He escuchado sus conferencias en la red y reconozco en ella una voz de prístino fervor. Acaso no comparta sus postulados, pero su testimonio revela la integridad de quien ha escuchado la voz de la verdad, porque quien es de la verdad oye Su voz. Podría extenderme en graves reflexiones y vanas retóricas, pero sobran las palabras. Sor Verónica nos discierne que hay un camino hacia el espíritu. Que el amor de Cristo es la verdadera fuerza invencible.

Corrección sobre Cortázar

Corrección sobre Cortázar
En pasadas entradas, quizás injustamente, arremetí contra Cortázar prevenido contra su beligerancia ideológica. Cuando yo lo creía imbuido por un fanatismo a ultranza de posicionamiento político, durante la vieja  entrevista que le realizó Joaquín Soler Serrano para su programa A Fondo Cortázar revela una postura más acorde con el escritor que con el político. Pues el primero es defensor de lo humano, mientras que el segundo no deja de ser un tergiversador de lo social. A la referencia a su obra Todos los fuegos, el fuego, Soler Serrano le sugiere Todos los hombres, el hombre. El escritor disiente, objetando que tal concreción atentaría contra un valor fundamental en el hombre, su individualidad, su peculiaridad. ¡Qué lejos tal aseveración de las uniformadoras tablas rasas de las utopías marxistas!

Porque tú no me amabas


Porque tú no me amabas
con dolor rompía la mañana,
los días,  tristes maduraban,
la vida se malgastaba.
Porque tú no me amabas,
sin dicha  que enjugara
el pesar de mi alma,
ni propósito, ni razón
que mis pasos guiaran.
Mi yo naufragaba,
huérfano de su mitad,
como si a la naranja del sol
le faltasen sendos gajos.
Mundo ensombrecido,
envuelto en soledad y frío.
Porque tu no me amabas
comprobé que en mi pecho
el corazón se dolía., yermo,
sin consuelo,
sin conocer las mieles
que para otros reservabas.
Porque tu no me amabas
no permití que otra extraña
ocupase tu hueco.
Vagaba caminos de ausencia,
teniendo por compañera
la soledad que reflejaba el espejo.
Porque tu no me amabas
deje que la vida se me escapara,
pues ya nada me importó
tras recoger la flor del amor pisoteada.









VERGÜENZA

VERGÜENZA
Yo derrochaba la indolencia juvenil,
aspirando el aroma de las flores,
acariciando la turgencia de las rosas.
Hasta que un día, penetrando la fragancia
de la noche, vi al diablo.
Vi el fuego de sus ojos,
supe de sus astucias y sus vendettas,
de sus espíritus de maldad
en las regiones celestes;
acosado por sus puyas
supe del sabor de la muerte,
de la corrupción del alma
cuando en ella ha penetrado
la gangrena de maldad.
Todo el cuerpo está contaminado;
no hay espacio indemne
donde buscar refugio.
Pero él no actúa solo:
tiene sus sicarios
por los que trata de inocularte la derrota.
Aun siento el aliento de sus babas en el alma,
el escalofrío en la piel al rozar sus escamas.
Olvidamos que tras la caída en el paraíso
reinó la sombra del terror.
La malicia levantó la vergüenza de la quijada con Caín,
que aún sigue golpeando, aún sigue golpeando.
mientras que el mundo sea mundo,
 reino exclusivo de Lucifer
hasta que suenen las trompetas ineluctables del juicio
y nos rescaten,

Tras leer a José Hierro

Tras leer a José Hierro
Las criaturas vagan orgiásticas
por la reciente noche sabatina,
beben, fuman, esnifan;
hablan, se abrazan, ríen, jalean.
Prueban a ser humanos
sin mañana, ávidos de pasiones,
glotones de besos, como si
la sombra del infortunio
no hubiera cruzado su puerta.
Sin duda no conocen
el rigor de la carencia,
el amargor de la derrota,
la soledad de ser hombre,
la llaga del rencor,
el áspero fruto
en el campo agostado,
la devastación tras la tormenta.
Sin duda  tal vez alguno
haya cauterizado la herida
de un desamor, o quizá
sacado las cuentas con la vida;
pero seguro ninguno
habrá leído a José Hierro,
habrá renegado de la flor
indemne que ha arrancado,
reconociendo de que para su conciencia
ha sido un impostor.

Sobre algunas obras de Joyce

 Me ha venido a las manos, por una cantidad menor, un ejemplar del Finnegans wake, de Joyce, de la editorial Lumen. Para mí sigue siendo un libro tabú; ni siquiera he intentado leerlo. Si ya la lectura de algunos capítulos del Ulises requieren un esfuerzo de concentración supremo, la de Finnegan Wake presupone que desde sus primeros párrafos quedaremos tan in albis como antes de emprender la lectura. El calado sapiencial de Borges nos aclaró al propósito que el Ulises es a la vigilia lo que el Finnegans Wake al sueño. Esta dimensión onírica de la novela la vuelve especialmente impenetrable. Si ya resulta ímprobo descifrar las innúmeras citas, intríngulis y asociaciones de ideas con que el autor atiborra el Ulises, seguir los derroteros soñolientos de una erudición inasequible seria tan problemático como abordar los trabajos de Hércules. Hay un Joyce más natural como el que nos retrata las escenas de Dublín. Releo en momentos dispersos el cuento que sirve de colofón a esta aproximación a la vida irlandesa: Los muertos. En él desarrolla un naturalismo digno de encomio, ofreciéndonos unas secuencias que van mucho más allá de las estampas costumbristas, reparando en la singularidad de los personajes hasta hacerlos universales. Es soberbia la postrer escena del hotel, donde Greta refiere a Gabriel su antigua relación con un muchacho que murió de tisis. Después de habernos mostrado todos los aspectos de la vida de Dublín, Joyce nos recuerda esa otra circunstancia que nos es consustancial: La muerte, la cual equilibra el fiel de la balanza de nuestra condición en el mundo. Después de la maestría de Los muertos, a Joyce sólo le cupo ofrecer la genialidad del Ulises.

Nietzsche, poeta del saber

Descubro en un breve reportaje la modesta habitación de Nietzsche en Sils Maria. Conjeturo que como la de Keats en la plaza de Spagna romana la ocupaba en calidad de pensionista. Y es que lo de filósofo incomprendido no debe dar para mucho más. El conocimiento aísla. Porque cuanto más nos esmeramos en garantizarnos alguna verdad personal e intransferible,  pocos quedan que la quieran compartir. Verdaderamente, las circunstancias biográficas de Nietzsche dan escalofríos. Un hombre vencido, maltratado por la enfermedad, apartado socialmente, intelectualmente silenciado. En este particular calvario el filosofo creyó expiar los pecados del pensamiento occidental. Porque en su propia decadencia agonizaban los rescoldos de una racionalidad caduca. Comprendió el callejón sin salida del pensamiento de occidente, y tras asumir su calvario, ya purificado, quiso ofrecer al mundo un nuevo renacimiento.
 Lo morigerado del entorno, nos revela a un hombre que se vivía hacia dentro; como si nada significara para él el mundo fenomenal. Solo la grandiosidad de las montañas como milenarios titanes, desafiando inmutables la fragilidad de lo caduco. Sin tiempo, tendiendo una escala a la infinitud del universo. Aquel encorvado caminante que buscando los senderos, trepando por las escarpas que apenas podía afrontar su debilidad, busca por cualquier medio ascender hasta la cumbre nevada. Al fondo del barranco el dulce valle donde se refugia nuestra pusilanimidad burguesa; pero sus ojos no quieren mirar abajo sino a las cimas donde planea solitaria el águila. Solo en la mirada  de infinito puede encontrarse la revelación. ¿Será su visión un nuevo paso para la humanidad? ¿Habrá oídos nuevos para su mensaje? El frío es glacial. En la vasta soledad de las cumbres, un hombre solo frente al enigma del universo. En la encrucijada de los siglos el numen ha escogido al insignificante filósofo. Bienvenido el gozo, la nueva verdad, hija de la poesía. Porque columbrando el esplendor de Sils María supo que aquello que nacía tenía su matriz en la lírica. Nietzsche, poeta del saber.

Entre la joya y la palabra


Paso indiferente entre las joyerías
de los grandes almacenes,
porque su mucho valor
no pasa de ser efímera vanidad,
mientras que el libro
que llevo bajo el brazo
del cual leo algunos versos,
deslumbrado por el brillo
del oro y de las gemas
sirvientes del gobierno de Plutón,
es verdadera riqueza para el corazón,
nutriente de mi intimidad y de mi sosiego,
fuente, alimento.
Bebiendo los sorbos de su savia consoladora,
ahuyento de mí el temor a la muerte.
Porque los goces del metal
solo me recuerdan su frialdad sepulcral,
silencio inerte frente a la vitalidad
espiritual de la palabra,
que rebosa en mi alma
como un torrente de esperanza.

Las cumbres de Sils María

El nacimiento de los deseos no deja de ser para el hombre un enigma. Enigma menos hermético si se cuenta con una tentación a la mano como la que supone internet. Al abrir una de sus páginas, cierta propaganda me tentaba con la carnada de conocer los diez pueblos más bellos de Suiza. Se puede decir que he estado en Suiza, al menos de refilón. No recuerdo si una o dos veces he visitado Ginebra y algún que otro paraje puntualmente, como las cataratas del Rhin. Pero conocer a fondo, lo que se dice conocer, no la conozco. Me vienen a la memoria las postales idílicas de ciertos calendarios que una generosa madrina tutelar cristiana enviaba a casa cada navidad. Sus bellos paisajes, de Lucerna o Zermatt, con el Cervino de fondo, alimentaban nuestra fantasía. Varias veces he barajado hacer el viaje definitivo a Suiza, pero unas u otras circunstancias, lo han impedido. Hoy entre ese abanico de pueblos extraordinariamente bellos e idílicos, se han inmiscuido las vistas de un lugar que retiene singularísimas resonancias, Sils Maria. Su paisaje es epatante. No resulta gratuito que tal rincón contara con la predilección del "sombrío viajero". La luz resplandeciente de su belleza tal vez iluminara milagrosamente sus ojos áridos. Nietzsche sitúa en Sils María el nacimiento de la intuición de su "eterno retorno", fundamento metafísico que luego desarrollará la figura de Zaratustra. En Sils Maria hay constancia del paso del filósofo; conserva su modesto retiro burgués, que mantiene su memoria avalada por una nutrida biblioteca donde se condensan títulos tentadores de su obra. Nunca se me había ocurrido la posibilidad de visitar Sils María, como tampoco Davos-platz, pese a mi devoción por la Montaña Magica, de Mann. Sin embargo, las hermosas vistas de las montañas y el lago, junto al hecho  de conocer aquel lugar transcendente para el filósofo por el que profesamos admiración pero con el que mantenemos profilácticas distancias, han despertado las apetencias de esas lejanas cumbres Suizas, donde seguramente el hombre se encuentra más cerca de lo absoluto, de Dios, de uno mismo.

DE VENECIA

Sigo con preocupación las noticias referentes a Venecia, relativas a las inundaciones anuales provocadas por  el acqua alta. Leo en la prensa que la basílica de San Marco, además de acusar desperfectos considerables en su pavimento  y mobiliario, puede haber padecido daños estructurales, que habrían incidido en la consistencia de sus cimientos. Como es sabido, la iglesia se asienta sobre un entramado de troncos de madera que penetran el fondo de la laguna, y en contacto con el agua  se ven sometidos a un proceso de petrificación, el cual habilita la edificación sobre los mismos. Este sistema no carece de fragilidades, y la incidencia de cualquier fenómeno irregular que trastoque el equilibrio de la laguna puede llevar al traste a los más incomparables monumentos arquitectónicos que proliferan por la ciudad. En otras palabras, San Marco pudo haberse venido abajo como en su día ocurrió con el monumental Campanile. Dado el caso, recelo de que pueda ser reconstruida "Come era e Dove era".
La pérdida de tan emblemática iglesia sería una desgracia sin paliativos para el patrimonio cultural del mundo. Bueno sería, para que no tengamos que enfrentarnos a semejante catástrofe, que se reanude ese faraónico proyecto de ingeniería que, por medio de compuertas, aísle la laguna, y a la propia ciudad de Venecia, de las embestidas del mar y del trasiego de los descomunales cruceros por sus aguas. Porque perder Venecia sería  como perder uno de los mayores tesoros de nuestra historia. Y es que cualquier hombre deja de ser el mismo tras la experiencia de visitar Venecia.
En diferentes informativos advierto las secuelas que han tenido las inundaciones. La plaza de San Marco permanece anegada bajo medio metro de agua. Me pregunto qué será de sus cafés, del  entrañable Florián. En su marquesina ya no suena la música, sus valses, fragmentos e interludios, ni tampoco las palomas encuentran terreno donde pulular y picotear las semillas que,  de extranjis, les sirven los turistas. El salón más acogedor de Europa se halla hecho unos zorros. Me viene a los labios una melodía más melancólica que la de Aznavour. Venecia está de pena. ¿ Cómo podríamos ayudarla para que no se nos vaya? Porque es que el temporal se ha abierto paso hasta en la recoleta librería del pintoresco Luigi Frizzo. Las barcas que la adornaban se han puesto a navegar, cargadas de libros, repletas de memorias de esa Venecia ya irrepetible y que se nos fue. Hay que volver a Venecia, aunque la Venecia de entonces ya no volverá a ser la misma.

Wagnerianas II. Lohengrin

De todas las versiones que existen de Lohengrin tengo predilección por la de Rudolph Kempe. La he escuchado esta tarde entre la admiración y el éxtasis. En ella la música romántica destiló sus más íntimas dulzuras y sus más patéticas exaltaciones. Hay un poema de Cernuda que nos refiere al rey Ludwig II de Baviera escuchando el drama. Cabe imaginar el arrobo real al saborear sus partes más intensas, el fervor de sus desenlaces sublimando el dramatismo de la música. El que tanto Ludwig II y Cernuda tuvieran tendencias homoeróticas parece delatar una cierta afectación musical en el drama. Tales paroxismos debieron envolver la atmósfera de la alcoba del rey en Neuschwanstein. El corazón del rey que, como todo joven romántico, aspiraba a ese desiderátum erótico que se alcanza en el Lohengrin, asistió defraudado  a la serenidad conyugal que le ofrecía su prima Sophie. Huyendo de esa realidad desilusionante, se refugió en el universo utópico que garantizaba la música de Wagner. Ésta daba la mesura de sus aspiraciones. Fue típico del XIX encontrar en el arte el paliativo de la vida, pues en aquel se alcanza la ilusión del infinito
Y es que la inspirada partitura de Lohengrin parece hecha para abrazar el colmo del diletantismo, conseguido cuando las voces (las almas) de Lohengrin y Elsa se funden en un abrazo espiritual que ya preludia la mística de Parsifal.

Cervantes y sus consonantes.

Cervantes rima con guantes,
tunantes, bergantes,
abracadabrantes.
Rima con antes.
fulgurantes, navegantes y feriantes.
Podríamos rimarlo a su vez con guisantes,
estudiantes y cuadrantes.
También daría juego con tirantes,
diletantes, entrantes o vigorizantes.
Casa con lugares como Nantes,
Guermantes o Abrantes.
Sus fecundidades rimadas son tan  fascinantes,
que darían para una epopeya en consonantes,
donde dos caballeros andantes sobre rocinantes
partieron a la lucha contra endriagos aberrantes
para librar de las cadenas a sus más fieles amantes.
Lo que dieron de sí tales inquietudes galantes,
permítanme que les diga, medien los purgantes,
no lo narraría ni el propio don Miguel de Cervantes.

¿Las dos Españas otra vez?

¿Las dos Españas otra vez?
Asisto con tristeza y preocupación al inmediato acontecer de la política española. Parece que
España no escarmienta, pues nuevamente se polarizan las posturas, desenterrando el fantasma de las dos Españas, que como sabemos cualquiera de ellas ha de helarnos el corazón. Parece ser que la pasada guerra incivil y fratricida no ha cicatrizado sus profundas heridas. Ni el tiempo ni el olvido ni
el borrón y cuenta nueva de la transición han servido para extinguir las viejas rivalidades.
He aquí que de nuevo la asaltan intereses mezquinos, anquilosadas reivindicaciones, resueltos antagonismos. Después de varios llamamientos a las urnas, la situación no tiene visos de enmendarse.  La alarmante coyuntura demanda una solución de estado, que los partidos parecen renuentes a afrontar. En toda la noche electoral solo se escuchó una voz apostando por una solución sensata, que no se valoró en su justa medida. Un lúcido Pedro J. Ramírez reclamó una coalición entre PP y Psoe, cuya amplia mayoría serviría para afrontar con garantía la grave situación que amenaza al país. A mi juicio ésta sería la alternativa más acertada, si a nuestros políticos les queda alguna pequeña pero recomendable visión de estado. De otro modo observaremos cómo España se nos vuelve a ir al carajo.

Reflexiones sobre Zorba

Reflexiones sobre Zorba
Afirma Zorba, en el film de Cacoyannis, protagonizado por Quinn y Bates, que vivir es liarse la manta a la cabeza. Propone la novela de Kazantzakis un camino de iniciación entre maestro y neófito. Zorba enseñará a su discípulo a caminar sobre la cuerda floja de la existencia, de la que éste no deja de ser un mero contemplador. Confieso que, personalmente, nunca he asumido la vida hasta sus últimas consecuencias, ¡vamos!, que no me he liado la manta a la cabeza. En ese sentido estoy más cerca de Bates que de Quinn. Por eso escribo. Cuando he tratado de navegar las aguas procelosas del destino, he naufragado. Porque no es de sabios lanzarse a las aguas turbulentas, sin por lo menos un manual de náutica. Quién se deja arrastrar por el torrente y sale a flote, ese merece las mayores felicitaciones. Quien no ha sentido el vértigo de la vida, nos se ha realizado a sí mismo; pero es que resulta comprometido descender del sólido pedestal de las estatuas.
Dar rienda suelta a la pasión no sé si es el camino correcto al que aferrarse. La ubicación del voyeur cuenta a su vez con bastantes garantías y satisfacciones. Lanzarse a la desesperación de un Juan Dhalmann, en el Sur de Borges, es como jugarse la última certeza de intimidad a cara o cruz. Zorba tampoco hubiera dudado porque el Sur estaba en él.

Embriaguez sin vino

Embriaguez sin vino
He vivido en contadas pero memorables ocasiones la experiencia de la embriaguez sin vino. Nietzsche sin dudar la hubiera achacado a la influencia de Dioniso. Permitidme que yo, dude. Recuerdo en particular una ocasión durante el período de la primera juventud, en que mi alma se reconoció de la misma pasta que la de mis semejantes y, que solo la rigidez de las convenciones, impidió que comunicara a cada uno de los viandantes con los que me cruzaba la buena nueva de la hermandad de todos los hombres. Seguramente no hubiera sido comprendido y el que más y el que menos no me hubiera ahorrado el tratamiento  de loco. Momentos igualmente exultantes se repitieron al cabo de los años, invadiéndome con la desusada pasión de los fenómenos casi místicos. Sólo su condición pasajera contribuyó a que fueran juzgados con la cautela de aquel cuya supervivencia depende de afirmar sus pasos bajo el dictado del sentido común. Conociendo el paño, tales experiencias las he guardado como regalo inmerecido del espíritu y me he guardado de buscarles un discutible significado transcendente, o como quien dice los tres pies al gato. Son un esporádico regalo que me honra con su bendición en momentos exclusivos y dispares. El último arrobo que recuerdo me poseyó cuando visitaba el ágora de Atenas. Sentía como si participara de aquella vida milenaria que allí había acaecido. Como diría Dragó, percibía el reclamo de extrañas vibraciones; mis oídos no las escuchaban, pero allí resonaban las voces de sus grandes oradores, el rumor de aquella polis irrepetible; y en cualquiera de sus encrucijadas inesperadamente podía uno haberse tropezado con Sócrates, que desandaba el camino del Areópago junto Fedro, Trasímaco, o Glaucón.¡
¿Cuántos habrían hollado aquel laberinto de ruinas ? ¿Cuántos se habrían extasiado como yo ante la contemplación del templo de Hefesto? La eternidad lo sabe. En aquel momento no era yo, era el hermano de todos los hombres.

Weber a dos euros

He comprado una opera de Weber, Carl María von, claro está, por dos euros. Resulta paradójico que a este eminente músico se le venda a precio de saldo. Cierto que la grabación no es muy buena; en cualquier caso un Weber por dos euros resulta una verdadera ganga. La opera es Euryanthe y la interpreta entre otros un joven Walter Berry, pues se grabó en la Viena del 49. Escuchando tal música,
nos preguntamos cuánto Wagner debió a Weber. Para quienes piensen que la creación surge ex nihilo, comprenderán cuánto el artista debe a la tradición. Porque las influencias no solo son recomendables,  sino inevitables. Sin Der Freischütz no hubiéramos conocido el drama de Wagner, pues el genio alemán no surgió de la nada. ¿Weber de Beethoven, Mozart, Gluck? Del canon bebemos todos, pues no hay nada más allá de éste.

La senda del sabio en la lucha espiritual

Cuando cansado de esa lucha de contrarios
que, sigilosos, tu  armario
han ocupado; de esa pugna de titanes
tatuada en los dedos de Mitchun
que se oponen combativos
para imponer su capricho
y donde difícil se dirime el saldo
de vencedor y vencido,
entre virtud y pecado,
entre odio y amor.
A mis mientes acude este dicho:
Sigue la senda del sabio
y el camino se abrirá expedito.
No temerás al dardo enemigo
ni se impondrá el poder del Averno.
La reyerta de esa lucha maniquea
quisiera repartirse los despojos
de mi alma,  que exhausta de dudas, titubea,
siempre indecisa entre lozanía y abrojos.
La senda del bien elegiría,
pues aunque la refute Sabina,
hay más miel en la sed de bondad
que acíbar en las hieles malignas.
Hieles que simulan mieles
pero cuyo legado es letal,
sin paliativos.

Soneto a Sabina

Yo quisiera que mi arenga, Sabina,
no resulte intempestiva o cansina.
Leo con provecho tus cien sonetos
volanderos, satisfecho, sin vetos

ni resquemor por tu facundia hábil,
fértil en naturales y de pecho
donde aun el más locuaz sería inhábil
y triunfante tu verbo por derecho.

Juraría que inclusive el Parnaso
ha conquistado tu verso certero,
pues aun las musas celebran tu caso.

Mayor poeta eres que tonadillero.
Quien  dude, recite algún volandero
soneto a cuya salud alzo el vaso .

Yo soy mis lecturas

Cuando era joven imperaba la creencia de que el escritor tenía que forjarse en la vida. Discípulos de la vida fueron Dostoyevski, London, Conrad, Hemingway. Se aceptaba que Dostoyevski no hubiera sido quien fue sin la experiencia exclusiva de su fusilamiento frustrado por el indulto de zar. Que London se empequeñecería sin su actividad aventurera en el Yukón o los mares del sur. Conrad desmerecería sin su biografía marinera, y que poco nos habría trasmitido Hemingway sin su inquietud viajera y petulante. Tal argumento no es errado, pero a tal aserto bien cabría oponer que nada hubiera sido Borges sin su sabiduría libresca, Joyce sin su pedantesca erudición, Proust sin su biblioteca familiar.
Con esto quiero llegar a la conclusión de que yo jamás hubiera escrito sin la ayuda de los libros. Ellos me formaron, me hicieron descubrir el placer de domeñar el laberinto del lenguaje, el deleite de transcenderse con una obra bien escrita. Si escribo, es porque los libros me sirven de acicate y guía para navegar por las aguas literarias. En absoluto niego que la experiencia vivida se constituya como base donde el escritor se funde para desarrollar su discurso, pero sí afirmo que sin el soporte esencial de la lectura tal discurso presentaría mermas evidentes que volverían su propósito comunicativo ineficaz. Nunca un contenido sin una envoltura apropiada alcanzará los fines deseados. Un mensaje tan acuciante y vital como el de Cristo no se hubiera nunca trasmitido con acierto sin la alegórica sutilidad de las parábolas, como también la claridad socrática se hubiera ensombrecido sin la exposición acertada del diálogo platónico. Por eso
convengo que el 75 % de todo escritor corresponde a su bagaje literario, a esa profusión de obras dispersas y contradictorias que han ido calando en su espíritu hasta configurar esa conciencia peculiar e intransferible que se encuentra en todo hombre dedicado a las letras. 

Venceréis, pero no convenceréis

Se ha estrenado recientemente en los cines una película referente a Unamuno, en la que ocupa especial protagonismo el acto celebrado, a principios de la guerra civil, en el paraninfo de la universidad de Salamanca. Estuve en Salamanca y visité esos entrañables rincones unamunianos, la universidad, el palacio rectoral, donde residía, asi como su vivienda particular, algo más distante de ese centro neurálgico salmantino. De aquella ceremonia del 36 se recuerda el enfrentamiento con el general Millán Astray, emblemático  legionario en el que parecían converger todos los pundonores castrenses. Se sabe que el careo fue encarnizado, estableciéndose una rotunda disensión en cuanto a la cuestión española y que concluyó con el célebre "Venceréis, pero no convenceréis". No sabemos si el militar herido en sus convicciones llegó a desenvainar el sable. Se dice que Unamuno tuvo que abandonar la sala bajo la protección de la mismísima doña Carmen Polo, esposa del generalísimo.
Otra de los pormenores que he escuchado en alguna de las mesas redondas que se han celebrado al propósito, es la evidencia de que el escritor acudió al acto con una carta guardada en el bolsillo de su levita. La firmaba una mujer: Enriqueta Carbonell. En ella rogaba a Unamuno para que intercediera para recobrar a su marido, desaparecido durante los primeros meses de la guerra. Se llamaba Atilano Coco y era pastor protestante en Salamanca. Siempre se ha hablado de las simpatías del escritor hacia la Reforma. Acaso en el vínculo amistoso con este clérigo puedan explicarse alguna de las claves.

El destino me deparó la circunstancia de conocer a Enriqueta Carbonell y a la propia hermana de Atilano, Noemí Coco. El hecho se dio porque los tres asistíamos a los cultos de la iglesia evangélica española, en la calle Maestro Caballero, de Alicante. De Enriqueta conservo un recuerdo infantil, pues debió fallecer hacia mi pubertad. Esposa y cuñada vivían en una humilde casa del desaparecido barrio del Garbinet, donde tuve oportunidad de visitarlas en unas cuantas ocasiones. Como yo era un niño, sus amargas circunstancias vivenciales seguramente no me fueron claramente manifestadas. Solo más tarde con el trato más prolongado con Noemí Coco me fueron expuestas más descarnadamente la trágica vicisitud de la muerte violenta de Atilano Coco. Unamuno poco pudo hacer por un amigo que, cuando él presentó sus quejas, seguramente había sido ajusticiado y asesinado. Tal historia, como la de esa España incivil y desangrada, presenta muchas ramificaciones que aún conviene vivirlas en lo privado, en esa intrahistoria que a cada uno corresponde, pues nadie puede alardear de poseer una verdad irrevocable.

Divina proporción

Había decidido poner un disco de Charlie Parker, prepararme un whisky y evadirme en el argumento del Invierno en Lisboa, de Muñoz Molina. El hombre es proclive a la molicie, a satisfacer desidias corporales y olvidarse de que su otra mitad es sólo espíritu. Es el eterno dilema entre Sancho y don Quijote, esa dialéctica materia espíritu que Cervantes supo trasladar a mito, encarnado en la humanidad de escudero y caballero. Pero estas reflexiones vinieron después, porque lo que realmente me hizo desistir de mi propensión a la indolencia, fue el encuentro durante mi paseo con una de las iglesias principales de la ciudad. La impresión de su sugestiva arquitectura llamó mi atención. Seguramente durante la larga vida habré cruzado frente a ella sin reparar en sus detalles más esenciales. Pero esta tarde su lenguaje espacial y geométrico, de medidas proporciones, manifestaba una sintaxis clara y elocuente. Sus aristas, ángulos, arcos y planos articulaban el silabismo de un lenguaje esclarecedor. Nada en sus formas me pareció gratuito, la ordenación cabal de sus volúmenes querían expresar algo, algo que reconocemos en nosotros y que nos remite a esa armonía que está en todo lo  creado. La exactitud de sus partes no era en absoluto falaz. El ensamblaje concordante de nave, cúpula y crucero obedece a un cálculo esencial. Nos habla de una realidad que permanece y subyace en cada uno de nosotros, en el perfecto equilibrio del espíritu. Claramente aquellas piedras me hablaban, y era su mensaje de sencilla perfección, una perfección que nos revela
el fondo de sublimidad que fundamenta nuestro espíritu.

De Jacques Brel y Ne me quite pas

Escucho en YouTube la vieja canción de Brel, "Ne me quite pas". Vieja pero es una canción joven, o al menos para jóvenes. En ella el eros viene unido a la sentimentalidad. Es así como los jóvenes experimentan el impulso amoroso. En el hombre maduro la calidez de la pasión se enfría y los limites entre instinto y espíritu se demarcan. La canción de Brel que antaño me conducía al orgasmo sentimental, hoy la encuentro algo afectada, en exceso romántica. Es necesario encontrarse en la edad de la ingenuidad de la pasión para vivir verso a verso su lírica propuesta. Qué quieren que les diga, a día de hoy me dice más ese Jacques Brel que condenado por el cáncer desertó hasta las islas Marquesas y allí rodeado de la más exuberante vitalidad supo aguardar el último suspiro de una vida que pudo ser desaforada pero seguramente digna de vivirse.

Sexolatría

Sexolatría
El monarca del Averno
fustigó mi carne flaca
con su rabo negro.
En mis ingles sus ascuas
abrasaron como infiernos.
La voluntad sin causa,
los celos por sentimiento.
Solo mi ardor ciego,
y la urgencia de un falo enhiesto
tras la voracidad del sexo.
Derramar la savia blanca
en el volcán de fuego
hasta consumir el anhelo
que la pasión no abarca.
Desplomarse del cielo al suelo
y reconocerse inane y mudo
mientras se escucha sarcástica
la triunfal carcajada del cornudo.

Wagnerianas

Le he tomado el gusto a las versiones wagnerianas de Clemens Krauss. Contaba en mi discoteca con una versión suya del 44 de El Holandés errante, en pleno ocaso de los dioses. La ópera de Múnich entonces sería un hervidero de fanatismos, exacerbados ante la eminencia de la debacle. Su segunda parte es magistral, traspira un ruboroso lirismo que la distingue de otras versiones. Pienso en la de Klemperer, de no menor magistral factura, pero a mi modo de ver la de Krauss la hace desmerecer. Cuenta con una Senta y un holandés excepcional, Hans Hotter en todo su vigor juvenil. Lo que he oído de su Anillo...dice mucho en su favor, es un maestro del tempo y posee una gran sutileza melódica. De momento solo he escuchado El oro del Rhin y La Valkiria, pero a buen seguro la obra vendrá a formar parte del canon wagneriano. Los nazis que hicieron de la obra de Wagner su quinta esencia mitológica, tuvieron buen olfato en aferrarse a las interpretaciones de Krauss como a un clavo ardiendo, mientras sobre sus cabezas explotaban las bombas aliadas. Siento gran curiosidad por escuchar su versión de Parsifal, obra que en Knappertsbuchs tuvo a su sumo pontífice.

Una vez tuve un amigo

Una vez tuve un amigo
Una vez tuve un amigo,
amigo de esos tiempos
en los que aún le quedaban
a uno amigos.
El era todo fuego,
yo esperanza dormida.
Amigos en lo bueno
y en lo malo; toleró
mi ignominia y mi deshonra.
Aun en esos instantes del desprecio,
supo compadecerme;
de voluntad no me juzgó.
No vaciló su cordialidad,
supo reconocer lo bueno
que prevalecía en mi alma.
Hoy, rebuscando viejos papeles,
he tropezado con una carta suya.
En ella me tanteaba y radiografiaba,
supo reconocer quien yo era,
tal vez tan distinto a él,
pero no le importó.
Hoy camino de la vejez,
me consta que en otro tiempo
tuve un amigo, que supo atisbar
mi esperanza dormida
y el hombre singular que yo sería.

Academia y Perípato

Academia y Perípato
Cronológicamente nos consta que Platón era mayor que Aristóteles, de quien fue maestro. Pero yo tengo la impresión que el autor de la Metafísica era el más anciano, en tanto que el de la República era el joven y aventajado discípulo. Se da en Aristóteles la cautela de la vejez, advirtiendo en Platón la osadía juvenil. Se reconoce en sus diálogos la frescura de la juventud, mientras en el corpus  del de Estagira la plúmbea gravedad de la cátedra. Platón nos enseña deleitando, su discípulo nos complica preocupando. Queda claro hacia donde se inclinan mis simpatías, aunque temo que en filosofía no debe prevalecer el gusto sino el rigor. Su búsqueda es la de la  verdad no la de la belleza; debe considerársela como ciencia, no como arte. Aunque hemos de convenir que en la antigüedad el concepto de sabiduría era global y no  especializado como hoy día. Hoy ya no existe el sabio sino el erudito.

Sobre literatura griega

Leo la Historia de la literatura griega, de Albin Lesky. Sin duda una memoria fascinante. El estudioso explora los grandes hitos que la componen, desde la época homérica a la romana, en la que descollará la enorme figura de Plutarco. La exposición sobre el primer poeta griego, Homero el divino, es minuciosa y documentada, recorriendo sus dos cantos primordiales La Ilíada y la Odisea y examinando su estructura hexamétrica y la claridad de estilo. Reconocemos en cuanto a ella que somos lo que somos gracias a la contribución del aedo ciego de Quíos. De Quíos, Esmirna o Ítaca, ¡que más da!  La Ilíada y la Odisea nos han proporcionado esa mitología ejemplarizante en donde se mira occidente; en ella reconoce la meta de sus aspiraciones, cuando en la vicisitud legendaria de sus héroes se compendia la "virtud" añorada. Héroes vigorosos de los que los propios dioses sienten celos, y a los que protegen o combaten según sus afectos. Estudia luego Lesky los Hinmos Homéricos, fragmentos que desconozco, pero que según el autor gozan de parecida excelencia a la obra épica.
Compara luego Lesky a los poetas líricos, tras glosar de forma exhaustiva la obra de Hesíodo. Entre Hesíodo y Homero media sin duda alguna una diferencia de clase. Mientras el uno exalta los grandes valores aristocráticos propiciatorios de la guerra, el otro es poeta del pueblo, de talante rústico, y propagador de la paz. Los Trabajos y Días nos hablan de la vida sencilla del labrador, de una Grecia cotidiana que poco tiene que ver con los fundamentos de la gloria y el honor y el valor heroico de sus hazañas, ni con el apoteosis de los dioses que recorren con sus francachelas las cumbres de la Hélade. También entre los líricos media esta distinción, pues fue claramente el beocio Píndaro representante de ese mundo privilegiado de los aristogitoi, en cuyas odas ensalza el mérito de los mejores, de los que se distinguían por sus facultades extraordinarias, esos vencedores olímpicos y píticos, respaldados sin duda por el apoyo de los poderosos. Nombres de relumbrón figurarán entre los laureados. En oposición encontramos a Arquíloco, poeta más de calle, elegíaco y ditirámbico,
Mas tarde un terremoto conmovió toda Grecia, surgió la tragedia, el arte sumo, donde la Hélade se interpretó a si misma. Ese canto de macho cabrío, que tuvo con Esquilo su mayor representante, dándole la grandeza y estructura definitivas. Las siete tragedias que han perdurado demuestran la excelsitud de su arte. Desde Los Persas, donde deslumbra la generosidad del vencedor sobre esos bárbaros humanos, a los que más tarde se enajenizó, hasta el Prometeo encadenado, donde lamenta la condena del benefactor de los hombres, pasando por la Orestíada, que deja bien patente la excelencia de su arte. Fue su genio tan vivo, tan auténtico, que en su tumba de Gela (Sicilia) escribió este epitafio: Aquí yace Esquilo, quien luchó con honor en Maratón y Salamina.

Como un presentimiento

como un presentimiento.
como una vaga sombra,
como un revelador fonema
en el abecedario del universo.
¿ Habré intuido o tal vez descifrado
el más allá del concepto?
El mundo o el tratado de la luz:
esa luz que se agazapa
tras el tamiz de lo ilusorio.
¿Veré alguna vez su resplandor
elemental y absoluto?
¿ Acaso alguna vez en el vértigo de la ausencia
reverberará el brillo de su rayo,
en la condenación del silencio
escucharé su susurro permanente,
en el misterio de la razón
el impulso esclarecido de su logos.?

Señor, acerca tu copa

Señor, acerca tu copa
Señor, acerca tu copa hasta mis labios,
sople tu viento en mis oídos,
derrama aunque sea una gota de tu sangre en mi silencio.
Muchos son los caminos
en los que descarriarse,
cuantiosos los eriales, contadas las vides.
Muéstrame ese, aislado, que conduce a tu amor.
No fui obediente, Señor, perdí tu norte.
Pero tu eres paciente, y sabes esperar.
Hasta la aguda soledad
penetra la brisa de tu aliento.
Entre el errado pensamiento
se cuela el pulso de tu razón.
Pesadilla es el recuerdo aciago de los días.
Ahora que Tú y yo hemos hecho las paces,
permite que otra vez en mi rostro
resplandezca un estigma de bondad.
Coros celestes proclaman la maravilla de tu altura.
Si vuelves los ojos a la tierra,
solo verás pecado y mortandad.
Si he de sufrir el destino del humano,
que en mi corazón reverdezca la semilla de tu Edén.

No podrá el jazz taponar la herida

Una lluvia desigual empapaba las baldosas nocturnas. La mirada clavada en el suelo, forzada por el cuello de la gabardina se cegaba con los gusanillos fosforescentes que dispersaban las farolas de las calles. La llovizna retardaba el momento de abrir la puerta del bar Martin´s y sentir el calor confortable de su interior. El bar Martin´s era el único donde uno se podía olvidar de todo, del sinsentido cotidiano de la vida, de esos sentimientos amargos que apremiaban a acodarse en la barra o en una de sus mesas y exigir  el lenitivo de un bourbon anestésico. La soledad, los reflejos del whiskey sobre el diamantino cristal y el campanilleo de los hielos en el vaso. En cada trago, parecía beberse la noche, el olvido.
El bar lo regentaba Stanislaus, pero no se sabia por qué le había puesto el bar de Martin´s. El lugar  era conocido por las criaturas de la noche, que acudían allí a malgastar su existencia desdeñosa. Trago a trago, vacío a confidencia, pieza a pieza de las que interpretaba Stanislaus en el piano, acompañado por un saxofonista, también de color, a quien todos llamaban Travis. Solía ser en las noches de sábado, ya rebasada la medianoche, cuando se podía escuchar al dúo. Entre semana había que conformarse con el pianista que intercalaba el jazz con piezas más estándares , según fuera el tipo de clientela. Si uno acudía por esos días a primera hora, podría sorprenderlo ensayando la Rapshody in blue, de Gershwin, de la cual comentaba que no era de su agrado, acaso porque le faltase la autenticidad racial del jazz. Stanislaus era un negro fornido, rapado, seguramente con un pasado antillano que se había dejado ver por Miami y las ciudades del sur. Travis provenía del Corydon londinense, y había refinado su instrumento en locales desperdigados sumidos en sonnolencias, borracheras y nostalgias. Su vida la pasaba entre culos de JB y discos de Coltrane.
En el Martin´s se podía llegar pasado de copas, pero se recibía una atención de caballero. Era un espacio donde predominaban las buenas maneras de los indecorosos, pero allí se alternaba sin que se inmiscuyera ningún indeseado. Stanislaus mantenía limpio de parásitos el ambiente.
En el bar de Stanislaus no preguntaban el cómo ni él porqué, y aunque como en todo comercio lo importante era el cuanto, se recibía con el precio de la consumición el regalo del gotear perlado del piano del dueño y la melancólica gangosidad del saxo de Travis.
En aquella noche especial había acudido al local de Martin´s para olvidarme de mí mismo. Para afrontar una soledad que ya nadie jamás compartiría. En los sorbos de bourbon y en el bálsamo con que el saxo y el piano penetraban en mi alma creía descubrir un consuelo, un olvido. Pero en el fondo de la copa parecía entrever sus cabellos rubios, desparramados a lo largo de la almohada. La melodía del saxo penetraba como una lámpara en mis recuerdos y me traía el sabor de sus besos. Mi corazón latía pero permanecía indiferente. Arrellanado en el mullido sillón, cigarrillo tras cigarrillo, trago tras trago, obnubilado por la voz cálida y amarga del jazz, no me preocupaba lo que sería de mí cuando abandonara el local y me internara en la noche. Los reflejos dorados de la bebida me evocaban el color de su piel. Desgraciadamente, la punta rojiza del  cigarrillo el rodal chamuscado del disparo en su vientre. El bourbon que se derrama por mi barbilla, los dos hilos de sangre que se vertían desde las comisuras de sus labios. Pero, en el momento, todo parece haberse detenido y la única realidad son los sones del saxo que relamen la llaga de mi alma con su esencia narcótica y me hacen olvidar que haya algo más que un presente, un buen bourbon, la música de  Coltrane que cala hasta la esterilidad del más hondo dolor. Ella nunca me acompañó al bar de Martin´s. Por eso puedo acudir a él sin que me ahoguen sus recuerdos y percibir en los solos de Stanislaus y Travis un discurrir distinto al tiempo, en donde podemos descubrir una verdad simultánea. Cuando salgo a la noche,empapado de jazz y bourbon, oigo el eco lejano de una sirena. Ha dejado de llover, lo que da un nuevo aspecto a las cosas, que recuerdan un día de ayer, desvaído, discrepante del ocurrido, donde yo tras salir del bar Bristol pude haberme recogido en casa, no haber acudido a la cita con ella en el hotel Ramdom y no haberla matado.

Y Pilato pregunta a Jesús: ¿Qué es la verdad?

Durante el interrogatorio al que Pilatos somete a Jesús, privadamente, en las dependencias del pretorio, surge la pregunta: ¿Qué es la verdad?
Recientemente, he escuchado una entrevista memorable de 1989 en la que Jesús Quintero sicoanaliza al conspicuo escritor Antonio Gala. A lo largo de la entrevista surge esta pregunta: ¿Qué es la verdad? Gala reflexiona, no desea precipitarse. Finalmente, conviene en que la "verdad absoluta" trasciende nuestro raciocinio y que cada uno ha de conformarse a su verdad personal. Supongo que por reminiscencia de su pasado como monje cartujo, el escritor acude a la Biblia y escoge este pasaje en que Pilatos hace al Cristo esta pregunta Vital. Según Gala la pregunta no es contestada por el Salvador, pues la elude con uno de sus enigmáticos silencios. Cristo ya enunció la respuesta cuando señaló que Él era el camino, la verdad y la vida. Según Gala la repuesta inapelable hubiera sido responder con el " Yo Soy". La cita se halla en el Evangelio de San Juan, 18: 37-38, y dice lo siguiente: "Le dijo entonces Pilato: -Luego, ¿eres tú rey? Respondió Jesús: -Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. Le dijo Pilato: -¿Qué es la verdad? Y dicho esto, salió otra vez donde estaban los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito." Hasta aquí el Evangelio. En él no se nos aclara si Jesús calla simplemente o Pilatos vuelve a sus asuntos sin atender a la respuesta. Respuesta que, a mi modo de ver, esta implícita en la primera contestación que da Jesús: "Yo para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi  voz". Queda claro que para Pilato la voz de Cristo no resonaba en su interior. No podía conocer la verdad porque no participaba de ella, ni pudo reconocer en el preso la presencia del Dios vivo.

MENDIGOS (Relato)

MENDIGOS (Relato)
Peter solía mendigar -y aún continúa haciéndolo- en la calle principal de Alcázar, acuclillado junto a una de las hamburgueserías más concurridas de la ciudad. Aunque esta ubicación era a veces alterada por un rincón bien visible en la plaza Nueva. Podía vérsele, pues, acuclillado, o sentado sobre un cartón, entrelazadas las piernas como las de un faquir, silencioso, con su barba rala, cara de circunstacias y la mirada fija en un punto impreciso, como si mirara más hacia dentro que hacia fuera. Acurrucados en derredor, dormitaban sus perros, cubiertos por una manta cuando refrescaba. Eran tres, de distinto sexo e indefinida raza. La perra tenían algo de pastor y el perro parecía un perdiguero, blanco con rodales negros. De los nombres sólo recuerdo el de éste, Funke; el de las perras no lo sabía precisar, pues las llamaba en alemán, con unos sonidos guturales como rugidos. Nunca se separaba de ellos; lo compartían todo: la cruda soledad, la casa, en la que en ocasiones coincidíamos, y el alimento. Buena parte de la limosna que recogía, a veces sustanciosa, pues Peter tenía un aquél que caía bien al personal, la malgastaba con los perros. Quería más a esos bichos que a nosotros, que éramos sus colegas, con los que tantas veces había compartido techo - aunque este fuera mísero y ruinoso- y la fraternidad de unos tragos por las noches, cuando lo veíamos apartar los anchos tablones que disimulaban el muro medio derruido por el que accedíamos a la casa y nos reuníamos en torno a un fuego. Pronto nos cercaba el nerviosismo de los perros, ladrando, mordisqueando, husmeándolo todo. Por deferencia a Peter, nos veíamos obligados a soportar, aunque con resignación cada vez más gravosa, a aquellos animales del diablo durante la larga noche. A veces, quedábamos dormidos y sentíamos su aliento en la cara, y la verdad es que teníamos que mantenerlos a distancia, si no podían llenarte de chinches y garrapatas.

Peter no era gran bebedor, al contrario que Herminio y yo, que quizá abusemos demasiado del alcohol. Desde que lo conozco, y eso casi coincide con su llegada a Alcázar, apenas lo he visto un par de veces lo que se dice borracho de verdad. A él le priva más una china o los porretes de grifa. En su tierra, sé de buena ley, estuvo enganchado a la coca. Tuvo que salir por piernas. Alguien le contó que en España el coste se obtenía de gañote.

Sus roces con Herminio por el asunto de los chuchos -porque yo lo achaco a éstos , aunque no niego que pudieran haber razones escondidas, pues el corazón de la gente es retorcido e imprevisible- llegaron a la crispación aquella noche en que los tres nos hallábamos pasados de bebida. Habíamos mezclado vino con aguardiente, uno a granel que era como beber alcohol de farmacia. Así que no tardamos mucho en quedar achispados. Pero lo cierto es que entre Peter y Herminio existía de antes cierta antipatía, ¡vamos!, que no se tragaban el uno al otro. Porque el alemán iba por derecho, lo cual en Herminio despertaba una envidia que lo reconcomía por dentro. Debieron tener sus más y sus menos en aquella época en que parecían uña y carne, durante los comienzos de nuestra amistad. Debió de ser la novedad, porque molaba eso de tener un colega extranjero. Llevaba apenas unas semanas en la ciudad cuando le conocimos. Nuestro rollo abarcaba la zona Reyes Católicos-Estación Renfe, hasta plaza Nueva, que es donde trabamos amistad. Intimamos pronto, pese a las suspicacias del germano, que era un hueso duro, bastante reacio al compadreo. Nuestra primera francachela la corrimos aquella misma noche, dando cuenta de una botella de coñá  que Herminio había afanado en unos almacenes. Hospitalarios, le invitamos a acompañarnos a la casa abandonada que solíamos ocupar, sobre todo durante las noches peores del invierno. Pronto él también se hizo inquilino por el morro y disfrutamos  muchas veladas, acurrucados los tres( más tarde se añadieron los perros) en torno al fuego, cuyas llamas iluminaban el pequeño comedor, mera covacha apenas habitable con la que había que conformarse, pues el resto de la casa estaba llena de escombro.

Juntos, además, batíamos la zona centro hurgando en los contenedores de basura, en los que si se tenía suerte se encontraba algo con lo que se pudiera mercar. Nuestro mejor negocio fue esa vez en que desvalijamos el cobre de una fábrica de hilados y nos lo pagaron a precio de oro en la chatarrera.
Aquella fue una buena época. Pero como en esta vida nada dura, pronto todo se fue al garete. No nos quedó más recurso que pasar la gorra, que es una forma de decir que mendigamos. Con lo cual sacamos alguna guita durante las fiestas de Alcázar, cuya mayor parte malgastamos con unas golfas que hacían la carrera en la plaza Velázquez. Fue Herminio, el más rijoso de los tres, quien se apresuro a camelar a una de las putas con su cháchara lisonjera y obscena. Dilapidó los cuatro chavos que tenía en festejarla. Ella debió corresponderle, pues él se volvió más tratable, aunque al llegar la noche no tuviera un mendrugo que echarse a la boca.  Eva, pues por tal se la conocía, aunque quizá sólo fuera un nombre de batalla, en el esplendor de sus dieciocho años debió de ser una belleza gitana nada desdeñable, pero con el transcurrir de los años había desmejorado mucho. Era una beoda, y su guarrería había ensuciado su lengua y la hacía pensar siempre mal. Tratarla debía ser un infierno. Yo no la hubiera follado ni regalada. Pero Herminio estaba encelado, y había perdido los papeles. Le previnimos sobre el asunto, pero pasó de nosotros y se comportó como un pringao. Peter le advirtió que el roce con fulanas puede resultar peligroso, y le dio algunos  consejos. Herminio respondió con un corte de mangas y se fue. Después de aquello aumentó su inquina contra Peter. Por un tiempo rehuyó nuestra compañía y se entregó a la más cachonda de Eva, pero pronto la miel se le volvió hiel en la boca. Tuvo la tentación de chulearla, pero ella ya estaba resabiada, y a él le faltaban redaños. No sacó de ella ni cuatro duros, y la tía se aburrió pronto de tal parásito y busco la protección de los de su raza. Herminio la sorprendió una noche amancebada con un gitano que le había birlado sus cuartos. La reyerta no tardó en consumarse, y una noche, en un callejón próximo a la plaza Velázquez, se enfrentaron. La navaja del gitano brilló premonitoria antes de herir a Herminio en el brazo, quien al ver la sangre se amilanó y huyó de la refriega.

En la mañana, le vi entrar en la casa. Yo permanecía aún acostado, aturdido por el colocón de la noche. Me habló con toda la mala leche de que era capaz, sujetándose el brazo que traía herido por un tajo profundo que todavía sangraba. Mi pidió que lo curase. Le lavé la herida con un culo de vino que había sobrado y se la vendé con un pañuelo. Le aconsejé que debería ir a un hospital donde le curasen bien. Demostró su rechazo maldiciendo y rechinando los dientes. Con el tiempo, conseguí tranquilizarlo, ofreciéndole tragos de una botella de coñá que me había agenciado. Antes que el alcohol lo adormilara, tuvo varios arranques de cólera, en los que juraba cepillarse a la Eva y al cabrón del gitano. Herminio jamás asimiló su cobardía.

Fue por entonces cuando el guarda de una obra regaló a Peter las dos perritas, porque a Funke lo recogió vagabundo y famélico, persiguiendo a las gaviotas que correteaban sobre la arena, en playa de Buenavista. Los cuidó como si fueran sus hijos, y era muy raro verlo sin su compañía. Pronto el hombre de los perros se hizo familiar en las calles de Alcázar. Con frecuencia los traía a nuestro cubil, donde no sosegaban un momento, babeándonos la ropa y llenando de piojos los cartones que usábamos de colchón. Solíamos hacer la vista gorda, pero tal situación no podía prolongarse. Herminio, que desde su altercado en la plaza Velázquez, andaba bien jodido y buscando en quien asentar la mano para calmar su mala leche, encontró en Peter y su camada blanco perfecto sobre los que orientar sus resquemores.

Aquella noche llegamos ya los tres algo achispados a la casa. Un par de latas de sardinas teníamos para acompañar el morapio peleón. Herminio que desde que se comió las sardinas de la cena no dejaba de soplar y ni siquiera compartía la botella, como para dar la coña, blasfemó y dijo:
               - ¡ A estos perros de mierda me los voy a cargar un día!
Y sacudió una patada a una de las perras que insistía en olisquearle los pies. La tangana se organizó al instante. Peter amenazó con tomar represalias si el otro volvía a maltratar a sus animales. Herminio escupió todo su veneno, y juró rajarlo el día menos pensado. La cosa no llegó a más porque pensábamos que ha Herminio le faltaban huevos. Todo quedó en bravatas y juramentos, un mal rollo que obligó a Peter a abandonar la casa aquella noche, seguido por sus perros, que meneaban dócilmente el rabo.

Unos días después encontré a Peter pateando la ciudad desasosegado, sobrio pero sombrío, solo con dos de sus perros correteando tras él. Me confió que le habían robado una de las perritas aquella misma mañana. Admiré su solicitud y preocupación tratándose simplemente de un animal, pero hay que reconocer que en la calle, donde no se tiene ná de ná, se agarra uno a lo que sea sino se está podrido del todo. A la perrita la encontraron degollada en un descampado próximo a la estación. Peter lloró de la rabia. Desde ese día no hemos vuelto a ver a Herminio.

Poetas y poesía

No puedo ocultar que mi acercamiento a la poesía y los poetas es algo receloso. De éstos despierta mis reservas su condición pusilánime, de hombre entregado a tareas placenteras, que inclinan al individuo más al vicio que a la virtud. Durante mi formación juvenil la poesía formaba parte de mis lecturas; recuerdo que en aquella época leí la poesía más esencial. Aunque no muy a fondo a los clásicos, pues la obra de Góngora , Quevedo y Lope presentaba un calado profundo, sí me dilaté en la de nuestros poetas del diecinueve y del veinte, Espronceda, Bécquer, Darío, Machado, la generación del veintisiete, primordialmente Alberti y Lorca, también a Hernández, León Felipe, Neruda, etc.
De la poesía foránea frecuenté la lectura de Baudelaire y los simbolistas franceses, Rimbaud y Verlaine, principalmente. Y es que aquello de las flores del mal y una temporada en el infierno despertaba verdaderamente el morbo. Ambos forjaron un malditismo que hoy rige el chauvinismo poético. En ese momento para mí los poetas eran hombres osados, que hacían frente a lo establecido, enarbolando el estandarte de la libertad. Hoy he de  constatar que sus figuras humanas se han empequeñecido conforme he ido madurando, y se perfilan como seres miserables dominados por la molicie y el vicio, pero hábiles con la palabra. Supieron plasmar en sublimes versos su desgarrado acontecer antes de precipitarse como detritus en el sumidero del tiempo. Cuando volvemos a su memoria lo hacemos en su lectura, pues en aquellas estrofas canonizadas dejaron lo mejor de sí mismos. Por mi parte, escribo poesía y no se bien por qué; mi único argumento es que un buen día, en la soledad de un hotel en Olimpia, Grecia, me metí en la cama con las Odas de Píndaro y me puse a recitar en voz alta. Al poco rato, noté como una embriaguez me invadía; mi ánimo enaltecido quizá se elevase hasta las cumbres del Parnaso o algo parecido; los versos de Píndaro resonaban con una autoridad atemporal, profética. El numen de la belleza parecía haberme poseído y el torrente de la pasión había enardecido mi alma hasta las lágrimas. Tal vez exista el éxtasis en la poesía como en la fe. Junto a los abundantes disolutos, tal vez exista el genio ermitaño que se complace en la pureza. Aunque la redención por el arte no deje de ser una redención parcial.

Visita a Toledo

Me llena el gozo cuando abordo la carretera que bordea el Tajo, en dirección a Toledo. Como tantas veces accedo a la ciudad por el puente de Alcántara. Me consta que no es el único puente con ese nombre, y que existe otro romano próximo a Cáceres. El toledano habilita una de las entradas a la urbe, que desde la altura preside el Alcázar. Tal puerta debió de ser vital en otros tiempos, pues la defiende el castillo de San Servando. No pocos encontronazos entre cristianos y moros debieron librar sus murallas. Escasos castillos preservan mejor el sabor medieval. Hoy constituye un aliciente más, que da raigambre a la ciudad. Al asomarme al Tajo observo que discurre moroso; el agostado verano ha mermado su cauce, propiciando que al llegar al Baño de la Mora sus aguas no presenten sonora turbulencia y se derramen casi mansas para trazar la hoz que abraza la abrupta peña. Hacia la vega se lo divisa plácido entre unos campos que denuncian los colores del estío, en donde abundan los ocres entre una verdura casi parduzca. Contrastan con la memoria de florido vergel con que Garcilaso los encomia, refiriéndose sin duda a sus orillas más feraces. Pero tales son los rigores de España, sus extremados contrastes.

Asciendo atravesando la vieja puerta árabe, acusando las  empinadas rampas y escalas hasta alcanzar la plaza de los conventos que colindan con una de las fachadas del hospital de Santa Cruz, hoy museo. En ella destacan unas galerías enmarcadas por arcos, que en alguna oportunidad anterior tuve ocasión de cruzar. Para salir de la plaza, hay que doblar hacia una cuesta bastante pronunciada, que mas o menos viene a dar en los aledaños donde antiguamente se ubicaba la posada del Sevillano.
Pocos portales hay en Toledo, si exceptuamos los de la catedral, como el del antiguo hospital de Santa Cruz. Su maravilla detiene al viajero, cuya vista se complace , atenta a cada detalle, a cada filigrana surgida de la piedra. Su ancho portalón invita a entrar al edificio, augurando en su interior parejas excelencias a las de la fachada. Si el visitante lo hace, créame no saldrá defraudado.

Antes de traspasar el arco de la sangre, me detengo a ofrecer mi saludo a la moderna estatua de Cervantes, que se adelanta airosa a darnos la bienvenida. Significa ya para mí una fórmula en la que solicito la buena acogida de la ciudad. Desayuno en Zocodover. La plaza ha cambiado bastante desde mi primera visita a la urbe. Donde hoy se abre McDonald, Burguer King y otros establecimientos por el estilo, antes se situaba Casa Telesforo junto a otros negocios que se ocupaban de la artesanía autóctona de dulces y mazapanes. Ingreso en el corazón de Toledo calle del Comercio abajo. No existe bajo donde no se instale una tienda, de la especie que sea. Si se dejara uno llevar por las tentaciones abandonaría la ciudad con las faltriqueras vacías. Porque a Toledo hay que acudir con el bolsillo bien nutrido, ya que en ella hasta el ver cuesta dinero. Pospongo la visita a la catedral para más tarde, y me encamino al barrio judío, dejando atrás la fachada principal con sus tres magníficas puertas, las del Perdón, el Paraíso y el infierno. El itinerario que sigo, el cual desde mis últimas visitas acostumbro hacer, se inicia entre el ayuntamiento, obra cumbre de la arquitectura civil en Toledo, y el palacio arzobispal. Tras superar un pasadizo cubierto, enfilo una calle que desemboca en la de Santo Tomé, uno de los lugares cruciales de la ciudad. Abundan en ella ejemplos de la arquitectura más antigua conocida en la urbe, si desestimamos monumentos tales como la mezquita del Cristo de la Luz, y acaso las viejas sinagogas. A media altura de la calle se eleva la torre mudéjar de la parroquia de Santo Tomé, iglesia de enorme relevancia en la historia toledana. Justo antes de doblar por el callejón que conduce hasta la puerta de la iglesia, instalado en la fachada, destaca el gran crucifijo. Semejante talla, más que nada por el lugar inusual que ocupa, significa una referencia esencial para el visitante, que bien pronto percibe la preminencia de la religiosidad católica en Toledo. Probablemente, sea la urbe de España con más conventos e iglesias por metro cuadrado. Distingue a Santo Tomé, ante todo por exhibir en lo que antes fuera una capilla, el inefable cuadro del Entierro del Conde de Orgaz, noble que según las últimas estimaciones su pedigrí sólo alcanzaba el tratamiento de Señor, que no es poco. Decir que quizá se trate de la pintura más lograda del cretense, tal vez resulte una obviedad. Digamos que el Entierro...es al Greco, lo que las Meninas a Velázquez. Tras esto sólo añadir que el lienzo supone un antes y un después en la obra pictórica del artista.

Descendiendo la judería, se desemboca en la sinagoga más importante de Toledo, la del Tránsito, conocida así porque por un tiempo fue dedicada a una advocación mariana.  El interior de la sinagoga no deja indiferente. En su decoración se extrema la excelencia de la conjunción del arte arábigo-sefardí. Repleta de epigramas y arabescos, su arquitectura nos recuerda como ninguna que Toledo era la ciudad de las "tres culturas".A unos metros de la sinagoga se extiende el paseo del Tránsito, lugar donde antiguamente se extendía la barriada perteneciente al marqués de Villena, en donde abría su taller el Greco. De un lado del paseo se goza de las vistas más maravillosas de la ciudad, con su accidentada orografía: el meandro del Tajo, el imponente despeñadero de su cuenca y los cigarrales de fondo, que van a perderse en los montes de Toledo ; del otro, delimitado por una larga tapia, abre sus puertas lo que hoy se conoce como la casa-museo del Greco. Se trata de unos edificios que acondicionó el marques de la Vega Inclan para promocionar la cultura en la urbe y consagrar el nombre de Theotocopuli. En su interior se exhiben lienzos nada desdeñables del artista. Resulta placentera su área ajardinada y el peculiar conjunto arquitectónico sume al viajero en la nostalgia.

Al otro extremo de la calle nos aguarda otra gran sorpresa: El monasterio de San Juan de los Reyes. Fue obra erigida por los Reyes Católicos, que quisieron reservarlo para su morada final, antes de que su mausoleo en la capilla Real de Granada fuese definitivo. La mayor maravilla de San Juan de los Reyes es sin duda su claustro. Maravilla de maravillas donde el caminante, sofocado por los rigores
mesetarios, puede encontrar sin duda su oasis. Es una filigrana del gótico flamígero, en donde en cada elemento resalta la excelencia. Cada arcada es diferente, como diferente es cada capitel y columna. Allí se presienten los sosegados paseos de los monjes y el rumor de los rezos. Nada queda que añadir tras el exhaustivo estudio que sobre él realizó Bécquer. A día de hoy, está totalmente restaurado, pues en viejas fotografías se muestra derruido en alguna de sus partes. A la iglesia no pude entrar, pues en ese  momento se celebraba una boda de alto copete, a juzgar por el modelito de auto descapotable  de colección que aguardaba en la puerta.

Perdido luego en el dédalo toledano, me propuse dar con Santo Domingo el Antiguo, convento para cuyo retablo realizó el Greco sus primeras obras en España. Contra todo pronóstico, la búsqueda no fue del todo ardua. Pronto reconocí los muros de Santa Leocadia, iglesia que siempre permanece  cerrada, salvo en horas de misa. Como había escuchado que desde la terraza de la casa que fue de Paco de Lucia se divisaba la torre del siglo XIII de la iglesia, decidí buscar su paradero. No tuve que esforzarme mucho, pues se ubica en la misma esquina de la plaza, encarando la entrada del convento de Santo Domingo. Ambos lugares visité; el hotel Entre dos aguas abre sus puertas a unos metros escasos de la casa que Bécquer habitó durante su estancia más prolongada en Toledo. Del paso del poeta me parece que sólo queda la memoria de una plaquita en la fachada; del guitarrista, cuadros, documentos, guitarras, su memoria reciente en unos patios donde aún parecen escucharse sus pasos. En el convento me aguardaba el retablo renacentista, primero en su estilo de Toledo, en donde destaca la copia fastuosa de la Trinidad. En verdad, el cuadro más canónico de Theotocopuli, donde se advierten las influencias venecianas y romanas. El serpentinato del Cristo yacente es inequívocamente miguelangelesco. Una monjita anciana me invita traspasar la verja que separa la capilla del convento; a través de un butrón abierto en el suelo se puede divisar la cripta donde reposa un pequeño ataúd encofrado, cuyo interior se supone contiene los restos del pintor de Candia. Acepto los argumentos irrefutables que aduce la religiosa para probar tal certeza. Sea o no verdad, no hace daño a nadie y supone un aliciente más para aquel turista que se decide a visitar Toledo.

El último track del Parsifal

Oigo el último track del Parsifal que Knapperbusch interpretó en Bayreuth. Wagner calificó la obra de festival sacro. En ella se demuestra que desde la heterodoxia se puede participar de la más ortodoxa espiritualidad. Se sabe que Wagner albergó el proyecto de componer un drama versado en la vida de Jesús de Nazareth. Nunca lo realizó, tuvo que conformarse con su Parsifal. Nietzsche reconoció que su música hería como un puñal. En esa coda final se evidencia que al menos Wagner vislumbró los bordes del cielo. En el vuelo de la alba paloma sobre nuestras cabezas debe encontrarse inefable plenitud. Nuestras manos ensangrentadas por el pecado presentarán la blancura de la nieve. Y nuestra alma se elevará hasta la pureza impoluta que trasciende de esa música inaudita. ¿Finalmente encontró Wagner esa conversión que irónicamente denostaba en Listzt? Nietzsche vaciló ante ese atisbo de santidad. No se puede revelar tan límpidos celajes sin haber entrevisto qué hay más allá de uno mismo. ¿Intuyó Wagner en la trascendencia la liberación de la desesperanza de la "voluntad"?

Sobre Invierno en Lisboa, de Muñoz Molina

Estoy leyendo El invierno en Lisboa, de Muñoz Molina. Es un escritor cuya trayectoria no puede ser más admirable. Hijo del pueblo, se hizo a sí mismo a golpe de folio, de relato, de novela. Reconozco que he llegado a su literatura algo tarde, pero es que me cuesta gran trabajo desertar de mis clásicos. Muñoz pertenece a mi generación, año arriba o abajo. Mi primer contacto con su obra fue a través de su relato autobiográfico Ardor guerrero. Leyéndolo, reviví mi mili casi coetánea y análoga a la suya. Ambas en el lluvioso norte, y sometidas a muy similares vicisitudes. La novela de Muñoz hasta cierto punto me ayudó a reconciliarme con un tiempo que creía perdido, a aclarar un serio borrón que solapaba nuestra biografía.
Nacido en Úbeda, Muñoz siempre se sintió ávido de nuevos horizontes, los cuales fueron despejándose con un prematuro comercio de su pluma. En la mili, ya se sentía escritor y aprovechaba esos prolongados intervalos que se daban en el ejercicio de la soldadesca para emborronar y emborronar cuartillas. Recuerdo que durante la mía mis mandos me observaban por el rabillo del ojo al verme devorar novela tras novela. En su sana filosofía deducían que el hombre que lee mucho no es del todo de fiar. Seguramente estaban en lo cierto, pues durante aquel período es cuando más alejado me sentía yo de los valores castrenses. Pero volvamos a Muñoz, quien se bautizó en la novelística con su Beatus ille, con cuya primera edición me hice yo recientemente. Y así novela tras novela alcanzó el renombre literario y hasta la solemne orfandad de ocupar un sillón en la Real Academia de las Letras.
Invierno en Lisboa quizá sea una de sus obras más conocidas. No sé si llegó a hacerse una película.
Muñoz domina el oficio, y con unos cuantos elementos desarrolla un relato cuya lectura engancha desde sus primeras páginas. Es una de esas historias que se cuentan durante las largas noches de copas. Utiliza un decorado que conoce, el de las noches canallas de San Sebastián, de cuya sabia se embebió amparado por los pases fin de semana que se proporcionaba a los soldados que no quedaban bajo arresto. La atmósfera del relato es sombría, agobiante, casi claustrofóbica. En su coctelera agita todo los elementos del Thriller: alcohol, jazz, sexo, culpabilidad, y crimen. Muñoz maneja con maestría tales resortes y nos hace adentrarnos en un angustioso túnel cuyo itinerario conlleva un peaje de complicidad e incertidumbres. A su final nos perseguirá un rastro
de imborrables máculas. No será la indiferencia lo que nos despierte, si acaso la derrota. Tras traspasar la barrera de la justicia, la sangre ya no podrá borrarse de nuestras manos ni la condena de nuestra conciencia.

Voces del parque del Retiro

Voces del parque del Retiro. Hay multitud de moscas que transitan mi anatomía con molesto zumbido. Se escucha el rumor de los pasos de los paseantes, que van y vienen; el ladrido de un perro mascota, el tráfico a lo lejos, el son de una trompeta en lontananza. Puedo escuchar el murmullo  de la fuente aunque quede distante, el fru fru del viento agitando las ramas de los árboles, en los que las hojas relumbran como pinceladas de luz de un pintor impresionista. Rutinas del viajero. Se ven juegos y carreras infantiles, se oye un ronco rugido de motor, la vibración uniforme del camión grúa. Se cruza un hombre fumando, los jardineros atienden a sus faenas, hiere la retina el rojo de las flores. Una mujer oriental pasea a su niño en un cochecito. Tras un seto,  se abre un rincón de juegos donde los niños se columpian y se ensucian de vida. Las hojas blandamente caen, los pajarillos corretean por el césped, las palomas se posan sobre la pileta de una fuente  en donde acaba de manar el surtidor de agua. Calor. Un ciclista barre mi horizontal. Un claxon. Rasga el silencio la trompeta lejana.. El ruido de la fuente. El comezón de las moscas. Rodales de sombra que esparcen los árboles. Es ya mediodía. No queda tiempo para el  silencio. A estas horas bulle la ajetreada colmena de Madrid.