Visita a Toledo

Me llena el gozo cuando abordo la carretera que bordea el Tajo, en dirección a Toledo. Como tantas veces accedo a la ciudad por el puente de Alcántara. Me consta que no es el único puente con ese nombre, y que existe otro romano próximo a Cáceres. El toledano habilita una de las entradas a la urbe, que desde la altura preside el Alcázar. Tal puerta debió de ser vital en otros tiempos, pues la defiende el castillo de San Servando. No pocos encontronazos entre cristianos y moros debieron librar sus murallas. Escasos castillos preservan mejor el sabor medieval. Hoy constituye un aliciente más, que da raigambre a la ciudad. Al asomarme al Tajo observo que discurre moroso; el agostado verano ha mermado su cauce, propiciando que al llegar al Baño de la Mora sus aguas no presenten sonora turbulencia y se derramen casi mansas para trazar la hoz que abraza la abrupta peña. Hacia la vega se lo divisa plácido entre unos campos que denuncian los colores del estío, en donde abundan los ocres entre una verdura casi parduzca. Contrastan con la memoria de florido vergel con que Garcilaso los encomia, refiriéndose sin duda a sus orillas más feraces. Pero tales son los rigores de España, sus extremados contrastes.

Asciendo atravesando la vieja puerta árabe, acusando las  empinadas rampas y escalas hasta alcanzar la plaza de los conventos que colindan con una de las fachadas del hospital de Santa Cruz, hoy museo. En ella destacan unas galerías enmarcadas por arcos, que en alguna oportunidad anterior tuve ocasión de cruzar. Para salir de la plaza, hay que doblar hacia una cuesta bastante pronunciada, que mas o menos viene a dar en los aledaños donde antiguamente se ubicaba la posada del Sevillano.
Pocos portales hay en Toledo, si exceptuamos los de la catedral, como el del antiguo hospital de Santa Cruz. Su maravilla detiene al viajero, cuya vista se complace , atenta a cada detalle, a cada filigrana surgida de la piedra. Su ancho portalón invita a entrar al edificio, augurando en su interior parejas excelencias a las de la fachada. Si el visitante lo hace, créame no saldrá defraudado.

Antes de traspasar el arco de la sangre, me detengo a ofrecer mi saludo a la moderna estatua de Cervantes, que se adelanta airosa a darnos la bienvenida. Significa ya para mí una fórmula en la que solicito la buena acogida de la ciudad. Desayuno en Zocodover. La plaza ha cambiado bastante desde mi primera visita a la urbe. Donde hoy se abre McDonald, Burguer King y otros establecimientos por el estilo, antes se situaba Casa Telesforo junto a otros negocios que se ocupaban de la artesanía autóctona de dulces y mazapanes. Ingreso en el corazón de Toledo calle del Comercio abajo. No existe bajo donde no se instale una tienda, de la especie que sea. Si se dejara uno llevar por las tentaciones abandonaría la ciudad con las faltriqueras vacías. Porque a Toledo hay que acudir con el bolsillo bien nutrido, ya que en ella hasta el ver cuesta dinero. Pospongo la visita a la catedral para más tarde, y me encamino al barrio judío, dejando atrás la fachada principal con sus tres magníficas puertas, las del Perdón, el Paraíso y el infierno. El itinerario que sigo, el cual desde mis últimas visitas acostumbro hacer, se inicia entre el ayuntamiento, obra cumbre de la arquitectura civil en Toledo, y el palacio arzobispal. Tras superar un pasadizo cubierto, enfilo una calle que desemboca en la de Santo Tomé, uno de los lugares cruciales de la ciudad. Abundan en ella ejemplos de la arquitectura más antigua conocida en la urbe, si desestimamos monumentos tales como la mezquita del Cristo de la Luz, y acaso las viejas sinagogas. A media altura de la calle se eleva la torre mudéjar de la parroquia de Santo Tomé, iglesia de enorme relevancia en la historia toledana. Justo antes de doblar por el callejón que conduce hasta la puerta de la iglesia, instalado en la fachada, destaca el gran crucifijo. Semejante talla, más que nada por el lugar inusual que ocupa, significa una referencia esencial para el visitante, que bien pronto percibe la preminencia de la religiosidad católica en Toledo. Probablemente, sea la urbe de España con más conventos e iglesias por metro cuadrado. Distingue a Santo Tomé, ante todo por exhibir en lo que antes fuera una capilla, el inefable cuadro del Entierro del Conde de Orgaz, noble que según las últimas estimaciones su pedigrí sólo alcanzaba el tratamiento de Señor, que no es poco. Decir que quizá se trate de la pintura más lograda del cretense, tal vez resulte una obviedad. Digamos que el Entierro...es al Greco, lo que las Meninas a Velázquez. Tras esto sólo añadir que el lienzo supone un antes y un después en la obra pictórica del artista.

Descendiendo la judería, se desemboca en la sinagoga más importante de Toledo, la del Tránsito, conocida así porque por un tiempo fue dedicada a una advocación mariana.  El interior de la sinagoga no deja indiferente. En su decoración se extrema la excelencia de la conjunción del arte arábigo-sefardí. Repleta de epigramas y arabescos, su arquitectura nos recuerda como ninguna que Toledo era la ciudad de las "tres culturas".A unos metros de la sinagoga se extiende el paseo del Tránsito, lugar donde antiguamente se extendía la barriada perteneciente al marqués de Villena, en donde abría su taller el Greco. De un lado del paseo se goza de las vistas más maravillosas de la ciudad, con su accidentada orografía: el meandro del Tajo, el imponente despeñadero de su cuenca y los cigarrales de fondo, que van a perderse en los montes de Toledo ; del otro, delimitado por una larga tapia, abre sus puertas lo que hoy se conoce como la casa-museo del Greco. Se trata de unos edificios que acondicionó el marques de la Vega Inclan para promocionar la cultura en la urbe y consagrar el nombre de Theotocopuli. En su interior se exhiben lienzos nada desdeñables del artista. Resulta placentera su área ajardinada y el peculiar conjunto arquitectónico sume al viajero en la nostalgia.

Al otro extremo de la calle nos aguarda otra gran sorpresa: El monasterio de San Juan de los Reyes. Fue obra erigida por los Reyes Católicos, que quisieron reservarlo para su morada final, antes de que su mausoleo en la capilla Real de Granada fuese definitivo. La mayor maravilla de San Juan de los Reyes es sin duda su claustro. Maravilla de maravillas donde el caminante, sofocado por los rigores
mesetarios, puede encontrar sin duda su oasis. Es una filigrana del gótico flamígero, en donde en cada elemento resalta la excelencia. Cada arcada es diferente, como diferente es cada capitel y columna. Allí se presienten los sosegados paseos de los monjes y el rumor de los rezos. Nada queda que añadir tras el exhaustivo estudio que sobre él realizó Bécquer. A día de hoy, está totalmente restaurado, pues en viejas fotografías se muestra derruido en alguna de sus partes. A la iglesia no pude entrar, pues en ese  momento se celebraba una boda de alto copete, a juzgar por el modelito de auto descapotable  de colección que aguardaba en la puerta.

Perdido luego en el dédalo toledano, me propuse dar con Santo Domingo el Antiguo, convento para cuyo retablo realizó el Greco sus primeras obras en España. Contra todo pronóstico, la búsqueda no fue del todo ardua. Pronto reconocí los muros de Santa Leocadia, iglesia que siempre permanece  cerrada, salvo en horas de misa. Como había escuchado que desde la terraza de la casa que fue de Paco de Lucia se divisaba la torre del siglo XIII de la iglesia, decidí buscar su paradero. No tuve que esforzarme mucho, pues se ubica en la misma esquina de la plaza, encarando la entrada del convento de Santo Domingo. Ambos lugares visité; el hotel Entre dos aguas abre sus puertas a unos metros escasos de la casa que Bécquer habitó durante su estancia más prolongada en Toledo. Del paso del poeta me parece que sólo queda la memoria de una plaquita en la fachada; del guitarrista, cuadros, documentos, guitarras, su memoria reciente en unos patios donde aún parecen escucharse sus pasos. En el convento me aguardaba el retablo renacentista, primero en su estilo de Toledo, en donde destaca la copia fastuosa de la Trinidad. En verdad, el cuadro más canónico de Theotocopuli, donde se advierten las influencias venecianas y romanas. El serpentinato del Cristo yacente es inequívocamente miguelangelesco. Una monjita anciana me invita traspasar la verja que separa la capilla del convento; a través de un butrón abierto en el suelo se puede divisar la cripta donde reposa un pequeño ataúd encofrado, cuyo interior se supone contiene los restos del pintor de Candia. Acepto los argumentos irrefutables que aduce la religiosa para probar tal certeza. Sea o no verdad, no hace daño a nadie y supone un aliciente más para aquel turista que se decide a visitar Toledo.
Compartir en Google Plus

Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

  • Image
  • Image
  • Image
  • Image
  • Image

0 comentarios:

Publicar un comentario