LLUEVE (POEMA)

LLUEVE (POEMA)
Llueve.
Las campanas de la Misericordia llaman a sus fieles.
La tarde despereza la melancolía del otoño:
luz indecisa de cielo nebuloso,
un presagio que estremece la arboleda de Quijano
mientras el viento mece en ráfagas crepusculares.
Las fuentes ya callan la sed ardorosa del estío.
Rasea un pájaro en el aire humedecido,
¿será acaso un vencejo o los frecuentes verderones?
Las calles se despejan,
temen la tormenta avecinada,
el madurar de las horas incoloras,
ese inaccesible secreto
de la multitud que aborda los tranvías,
que tímida busca en sus arrecogías
esa otra realidad que acontece adentro.

CALENDAS GRAECAS

CALENDAS GRAECAS
Adquirí en un bazar, creo que de Rodas, la figurilla de un hoplita espartano, aderezado con toda su panoplia guerrera, desde las grebas a su tremolante cimera. En su mano derecha la larga pica; sustentado sobre el pecho el redondo escudo, ese sobre el cual debía regresar a la patria si no alcanzaba la gloria en la batalla.
Aquellos tiempos del siglo V a de C fueron míticos, constituyeron un jalón importante en la historia de occidente. No solo se venció a los Persas, esa primera  contienda donde el oeste prevaleció sobre el oriente, sino que se forjaron las primeras constituciones donde la ley reemplazaba al poder tiránico de los individuos y el pensamiento del hombre conoció su desarrollo en libertad, lejos del saber intuitivo de los mitos. Creyeron los griegos que en la insumisión, en el sacrificio osado y el valor de su espada, se les abrirían las puertas a un mundo diferente, hacia unos horizontes desconocidos donde el valor del hombre se definía en el ejercicio de su propia libertad y no en las resignadas cadenas de una uniforme esclavitud, sujeta a la pirámide inmovilista del poder. Pero, ¿verdaderamente venció el hombre esta vejada condición? ¿O la libertad constituye un pulso que hay que librar día a día, a través de las épocas?  Sí, la libertad se conquista en cada una de nuestras decisiones diarias y, acaso, en el certeza de una fe en la que sólo la Verdad nos hará libres.

SOBRE LA TRINIDAD DEL GRECO

SOBRE LA TRINIDAD DEL GRECO
Uno de mis predilectos cuadros del Greco es su Trinidad. Se cuenta que esta inspirado en una obra de Durero, artista que tuvo una importancia decisiva en la iconografía renacentista y dejó su huella más eminente en esa melancólica Nuremberg, ciudad de iglesias y gremios, a uno de los cuales perteneciera el mítico maestro cantor  Hans Sachs. Conviniendo que toda influencia es bien admitida y resulta incluso enriquecedora, cabe al artista sin embargo  la libertad en su interpretación. En su Trinidad el Greco resuelve a su maniera el conjunto, y en él se nos habla de sus otras muchas influencias, en este caso italianizantes. En el cuadro se observa una marcada emulación miguelangelesca. Contemplándolo diríamos que nos encontramos ante una de sus "piedades", si no fuera porque ese cortejo disímil de ángeles nos lo desmiente abiertamente. No fue el maestro florentino un buen diseñador de estos seres celestes, pues se contentaba con la terrena musculación de sus gnudi , que con gran profusión hacen de bisagra para su gran obra en la capilla Sixtina. Presencias angélicas para las que el Greco en cambio denotaba gran versatilidad. Pero es, sin embargo, en el Cristo donde se nos revela esa gran impronta manierista, en boga cuando el maestro de Candia convivio con otros colegas asiduos al palazzo Farnese de Roma. Allí se empapó el cretense de todos los postulados del genio de Caprese, como queda patente en el gran Cristo, cuya forma serpentinata  era tan del gusto de Miguel Ángel como de sus seguidores acérrimos, los manieristas.

Todo en el cuadro es una delicia: desde la transida majestad del Padre al sugestivo escorzo del Jesús yacente, pasando por la polícroma agitación del cortejo arcangélico hasta alcanzar la gracia cenital del Santo Espíritu envuelto en esa gloriosa luz dorada, cuya radiación llena de intensidad el mensaje del cuadro. En verdad, fue una suerte que don Diego de Castilla trajera al cretense de Italia, en esa época en que todo joven artista trata de emular, y aun de superar, a los grandes maestros reconocidos. En la Trinidad el Greco seguramente desborda el hieratismo de Durero y Miguel Ángel, dejando que rebose el gran lazo de divina humanidad entre padre e hijo, donde el primero aun reconociendo necesaria la ofrenda, no puede ocultar el amargo dolor por la suerte de su vástago.

No sé lo que pensarían o sentirían las monjas de Santo Domingo el antiguo al contemplar desde la capilla, en sus horas de misas, rezos y novenas, la cúspide de ese brillante retablo que les legó el Griego. Pero lo que es yo, al observar el pequeño cuadrito que cuelga sobre mi despacho, no puedo evitar entre los muchos deleites un estremecimiento.

CONSUELOS CIUDADANOS

CONSUELOS CIUDADANOS
Desde el establishment se intenta consolarnos de nuestro drama ciudadano con el partido semanal de football, aunque gane quien gane en ningún modo variará un ápice el  tráfago de nuestra existencia. Porque hay algunos  que en esta mera ilusión competitiva descubren un suerte de sucedeneo comparable con el que las distintas facciones romanas acogían el apogeo que los generales
 conseguían con sus triunfos. Que gane o pierda el equipo en el que por razones un tanto oscuras hemos depositado nuestra confianza, es algo que nos proporcionará esa necesaria dosis de ilusión y autoengaño equiparable a la de oxígeno en un enfermo con asma crónico. Verdaderamente, hay algunos que en el football han sublimado sus aspiraciones y sueñan que el gol de Ronaldo o Messi los redima de la frustración de sus limitaciones. Espejismo del que solo el tiempo los hará despertar.
Pero en nuestra sociedad existen otros más drásticos, o elementales quizá, que decepcionados acaso de que cualquier salida sea posible, han optado por ese antídoto de resignado existencialismo que supone la cerveza. Algunos de estos suelen reunirse esporádicamente en una esquina de la calle donde resido, lata de cerveza en la mano, sumidos en la socarrona charla que prevalece entre los adictos al rubio fermento. Seguramente son unos desengañados, que ya ni creen en el Barça, ni en la democracia, ni mantienen la ambición de que su vida pueda cambiar algún día. Se manifiestan como quien conoce que en la particular lonja de su sociedad ya esta todo el pescado vendido, y se contentan con que en el reparto se les adjudique aunque sea una mezquina parte de la morralla. A uno de estos integrantes lo tropiezo frecuentemente, siempre cerveza en mano. Viste con la informalidad del que ya nada tiene que aparentar y cuyo único credo es ya la cerveza, y con ella pasea las calles, en shorts y camiseta de sport, practicando la vieja filosofía que perdura en esta sociedad desde los griegos: vive lo mejor que puedas y deja morir. Porque verdaderamente su predilección por la suculenta bebida energética llega a extremos insospechados. Baste el dato de que dos o tres días atrás lo sorprendí en un barrió distante de la ciudad. Yo iba en el coche, camino del trabajo. El persistía en su sabio destino, lata de cerveza en mano, ropa fresca para mitigar los calores, y su macilento andar por la vida como de andar por casa. No creerá cuantas tentaciones de mejora le ofrezcáis, pues ya solo fía en el regocijo de ese preciado momento de ingerir sus latas de cerveza. ¿Qué es lo que se le había perdido en aquel lejano barrio? Tal vez se tratara de un enojoso imponderable. El caso es que él no apartaba de su sino la realidad de su lata de cerveza. Hablen otros del gobierno, del mundo y sus monarquías...Y ande yo caliente, y ríase la gente.
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SONATAS DE BEETHOVEN

SONATAS DE BEETHOVEN
Con sus sonatas Beethoven llenó de fascinación la intimidad familiar de occidente. Junto a la calidez del hogar resplandeció sobre los rostros  arracimados en torno al piano la llama de un misterio que al paso de dos siglos aun se sigue descifrando. Bajo su inspiración el instrumento alcanzó una expresividad jamás sospechada. Por vez primera un alma se vertía sobre el pentagrama vibrante del deseo, abierta a una corriente de vida desconocida. Toda forma se sujetaba  al aliento sincero del artista, transformado el equilibrio clásico en anhelo desbordado de infinito. El músico se aleja de las claridades más evidentes y sondea en ese espejismo subyacente de nuestra realidad, en busca de unas claves de las que pueda derivarse una respuesta: la respuesta agónica del hombre, la que en su perpleja finitud le acompaña.

La música de Beethoven se vierte con la virulencia de un torrente por serranos peñascales, brinca, cabrillea entre espumas, se precipita agitada siguiendo el designio de una ignota voluntad, busca sus senderos, no elude su necesidad, apunta variables horizontes, ávidos acaso de un sino sin contrastes: la vastedad del mar. Ese mar que la diversidad del camino justifique, donde la vida se trascienda en respuesta  serena y eterna, en luz que clarifique el misterio del sonido, cuya esencia sea radiación no sima insondable. Silencio. Oscuridad.

Es posible que al final del camino nos miren los ojos yertos de la muerte, que tras el misterio de la vida de la música nos aguarde el silencio. Silencio, olvido eterno, lo contingente contrito en su propia nada.
Pero sin el silencio no existiría la música:: contraste de silencios y sonidos en el tiempo. La música es grande porque sabe contener su propia negación, como nuestra vida preserva el germen de la muerte. Por tanto vida y muerte una sola cosa son. Pero lo importante es lo que haya más allá de la vida y de la muerte.

ASUNTOS GRIEGOS

ASUNTOS GRIEGOS
Atenas es una ciudad a la que hay que cogerle el gusto. Es la ciudad mediterránea por antonomasia. En su orografía y urbanismo puede darse la mano con muchas otras ciudades de la cuenca del mare nostrum. Cuando llegas a Grecia tienes la sensación de no haberte movido del sureste español. Aunque, en verdad, tal semejanza no deja de ser una aproximación a priori. Cuando se la va conociendo, una a una van surgiendo buen número de afortunadas discrepancias.

He conocido Grecia en dos provechosos viajes distanciados en el tiempo, pero que en cualquier caso permiten una perspectiva aproximada. Un primer periplo me llevo por buena parte de la Grecia peninsular, donde descubrí esos enclaves que dejaron una importante huella histórica, como la misma Atenas, o Delfos, u Olimpia, o Corinto, o Micenas, etc. Aquel periplo me permitió el contacto con sus viejas ruinas milenarias, esas a las que no ha perdonado el sedimento del tiempo, ni las convulsiones telúricas,  ni el poder destructor del hombre mismo. El devenir ha arrasado Delfos, sembrado un rompecabezas lítico que torna difícil discernir en su espejismo cuanto en realidad fue. Allí estaba el hogar de Apolo, en ese templo que ya solo reivindican un par de depauperadas columnas desafiando ya sin jactancia la plenitud del sol cuando alcanza su cenit sobre la cumbre del Parnaso. Qué decir de Olimpia, donde yace desmoronado  como por efecto dominó el magnífico templo de Zeus y en cuyo estadio resulta difícil evocar las aclamaciones de triunfo, a no ser que echemos mano de un oportuno Píndaro.
Pero a pesar de todo, sin contar con la fortuna de haber acompañado a Pausanias en el siglo II en su memorable Descripción de Grecia, podemos colegir que sus piedras siguen contando su gran época legendaria y aun podemos celebrar ese apogeo en el deteriorado perfil del Partenón o en la mirada todavía infinita de las caríatides de Erecteión.

Porque bajo su cumbre memorable, Atenas sigue viviendo. Como en la antigua Ágora, la ciudad se contempla en plazas como las del Sintagma u Ommonia; en sus calles se advierte un mismo inquieto pulular; en su comercio se conserva idéntico dinamismo al que tuvo en tiempos de Ampurias o Masalia, de Tartesos o Cerveteri; y en sus tabernas aun pervive el gozo del saber vivir, de saber aguardar el devenir con una actitud sabia y provechosa. Nada mejor que buscar el cobijo de sus sombras en la plena canícula de agosto, mientras se degusta un café fredo a orillas de Ágora y se contempla a lejos la fortaleza imperecedera de la Ácropolis.