LA FLORENCIA DE LOS MEDICI

LA FLORENCIA DE LOS MEDICI
La mayor parte de las repúblicas italianas estuvieron representadas y gobernadas, sobre todo durante el período renaciente, por distintas sagas familiares que dejaron en cada una de ellas su sello característico. Cabe recordar a los Bentivoglio de Bolonia, a los Baglioni de Perugia, a los Gonzaga de Mantua, a los Este de Ferrara, a los Visconti y Sforza en Milán y, si no creo recordar erróneamente, a los Petrucci en Siena y a los Castracani en Lucca. A Florencia le tocó contar con el señorío proverbial de los Medici.

Los Medici fueron durante la edad media una gris dinastía de comerciantes, de influencia y riqueza bastante moderada en la ciudad. Si ocuparon algún cargo público fue de carácter temporal y de resonancias bastante limitadas. No fue hasta Giovanni Bici de Medici que la familia alcanzó una prosperidad sin precedentes que la situó entre las más ricas de la ciudad y con una influencia decisiva en el gobierno de la misma. Su hijo Cosimo, heredó este importante legado, y con una visión y perseverancia poco comunes consiguió que la familia se consolidara como el eje sobre el cual giraban la economia, el comercio, la política y la cultura ciudadana. Fue un hombre sagaz y refinado, lúcido en la toma de decisiones, que sentó las bases sobre las que se fundamentaría el desarrollo de los Medici hasta su extinción y aun después, pues buena parte de la Florencia de hoy aun parece benecifiarse de sus logros.

Constituido en el principal banquero vaticano, Cosimo consiguió que su influencia fuera determinante en Florencia y su opinión tenida bien en cuenta en ese complicado ajedrez de la política italiana del momento. Usó de una estrategia mediante la cual su hegemonía se volvió más firme y a resguardo de las tormentas políticas coyunturales. Supo mantener este ascendiente desde la sombra, sin ocupar cargos institucionales de relieve, los cuales reservó a sus partididarios, manteniendo de esta forma el control de cuanta decisión se tomaba desde la Signoría.

Como hombre refinado fue un protector entusiasta de la cultura y las artes. Bajo su iniciativa se levantó el palacio Medici-hoy Medici Riccardi- en la via Longa, siguiendo los planos de un joven arquitecto que despuntaba: Michelozzo. Al viejo Brunelleschi encargó las obras de San Lorenzo, hoy inequívoco ejemplo de ese nuevo estilo renaciente que emergía. A su vez, anplió su mecenazgo ayudando a jóvenes artistas como Boticceli o Fillipo Lippi y amparando al tambien joven erudito Marsilio Ficino, bajo cuyo magisterio, respaldado por no menos insignes filósofos y retóricos emigrados desde Grecia, alcanzaron su cenit los estudios clásicos.

A su muerte dejó bien cimientadas las bases de una vigorosa dinastía que sólo reclamaba ser continuada. En ello abundaron su hijo Piero, durante sus breves años al frente de la facción, y, sobre todo, su nieto, Lorenzo el Magnífico.

VENECIANAS XXXII: PALACIO DUCAL

VENECIANAS XXXII: PALACIO DUCAL
El palacio Ducal representa el ejemplo máximo de la arquitectura civil en Venecia. Se le considera el principal exponente de ese peculiar estilo que se denominó gótico veneciano. En su esplendor querría resumirse la riqueza y poderío que atesoraba la república marinera.
Su fachada presenta tres planos distintos de edificación bien diferenciados. En cada uno de estos niveles adopta una solución constructiva independiente. El primero es recorrido por un amplio pórtico sostenido por columnas, las cuales se aúnan entre sí por medio de un arco ojival; el segundo nivel lo encontramos adornado por la vistosidad de esa loggia en cuyos elementos se constiyuye la horma del estilo veneciano y adquiere brillantez y ligereza al edificio; en el tercer nivel se levanta un muro enbellecido por una discreta decoración de estuco que le otorga esa singular coloración rosada, siendo su plano sólo interrumpido por la traza gótica de amplias ventanas y balcones que tornan su acabado más suntuoso.

En el palacio Ducal uno puede hacerse una idea bastante aproximada de la prosperidad y las ambiciones que distinguieron a la República.  Sabemos que esta sin par nación mediterránea era especialmente dada al fasto, que se le reconoce desde que sus nobles artistas lo describieron en esos desfiles solemnes y lujosos en torno a San Marco. En el palacio Ducal queda la huella indeleble de este apoteosis que quisieron celebrar tales artistas. De la mano de esos maestros del color, que llenaron la vida veneciana de un esplendor inigualable, recorremos de una  maravilla a otra  la fastuosidad de sus salas, la mayor parte de ellas destinadas a cobijar a las distintas instituciones del estado. Presenta especial relumbrón la conocida como la del Maggior Consiglio, donde pintores de la talla de Tintoretto, Tiziano o Veronés decoraron con enormes lienzos sus paredes, así como la magnitud de su excepcional techumbre, realzada de dorados y pinturas exquisitas en tal profusión, que el ojo va de filigrana en filigrana.

Mención aparte merece en el palacio su patio interior, donde se puede seguir ese itinerario que nos lleva del gótico al pleno renacimiento. El ámbito se ve realzado por las escaleras llamadas de los Giganti, cuya cúspide permanece custodiada por las dos estatuas de Sansovino que reproducen a Marte y a Neptuno. Sobre la misma fachada norte, se despliegan unas soluciones arquitectonicas de estimable valor, rematadas con estatuas de una factura inmejorable, acaso del propio Sansovino o de Bartolomeo Bon. Cabe tambien reparar en los brocales de las dos cisternas que surtían de agua al palacio. Su labra es extraordinaria y su situación destacable en el área del patio sirve con mucho para realzar sus impactantes perspectivas. Su conjunto nos ofrece, en ese contraste de elementos, una gama de sensorialidades  a las que se hace difícil sustraerse.

Adjuntas al palazzo, unidas por las filigrana de ese cordón umbilical que es el puente de los Suspiros, se hallan las cárceles. Éstas se dividen en dos secciones los pozzi y los piombi, distinadas cada una de ellas a albergar a condenados de laya bien diferente. Sabemos que en esta última purgó su breve tiempo de arresto inquisitorial Giacomo Casanova, que las hizo célebres al describirlas en su Fuga de los Plomos de Venecia, cápitulo esencial de sus amplias memorias.

El palacio Ducal, en definitiva, es visita obligada de todo aquel que quiera conocer a fondo Venecia, pues a través de él, de ese fastuoso legado que aún perdura, se puede penetrar en la médula de esa irrepetible República, de esa ciudad inaudita, que en su audaz singladura proyectó la sombra leonada de su imperio en el plural horizonte que nos señala la Rosa de los Vientos.