Soneto a Mishima

Soneto a Mishima

Andar hacia una sentencia aplazada

fue el trágico sendero de tu vida,

nada pudo enmendar la vieja herida

sino el acero ancestral de tu espada.


Era tu sino el femenil del poeta,

pero a la fértil pluma preferiste

el camino samurái como meta.

En su romántica muerte advertiste


más honor, que en la belleza, en el rito

triunfal del seppuku sobre la nada.

Tu inmolación recobra el mito


cuando el ígneo sol  fulge en llamarada,

gloria de Amaterasu que deshace

el temor en el grito kamikaze.


Con la excusa de Loti

 Con la jubilación, me he vuelto un comprador de libros compulsivo. Este fin de semana tropecé en una librería low-cost con el primer tomo de las obras de Pierre Loti, editado por Planeta, en papel biblia. Lo del papel biblia tiene la ventaja de que da gusto acariciarlo. Bolaño admitía que adquiría libros, que sabía no iba a leer nunca, sólo por el placer de acariciarlos. Bueno, pues sólo por darme tal gusto he comprado el segundo tomo, dedicado a los viajes del tal Loti, no sé si para acariciarlo, ya que esto comporta un elemento erótico, o sólo para acallar mi insaciable ansiedad. De Loti únicamente he leído madame Crisantemo. Conseguí una vieja edición de la novela, algo ajada, y di cuenta de ella por la valiosa razón de que su historia indirectamente había influido en el libreto de la Madame Butterfly, de Puccini. La cual sigue siendo mi ópera


predilecta del genio de Lucca. Los entendidos dicen que La Boheme, que Turandot, pero, qué quieren,  la exquisitez de Butterfly enerva nuestra sensibilidad romántica. Luna llena, cerezos en flor y seppuku. No sé si a Mishima le iba la ópera, pero es probable. La Butterfly es el exponente de todo orgullo y sentimentalidad dolidos.

Pero volvamos a Loti. Hoy día Loti es un autor casi olvidado. Es un viajero decimonónico que condensó en sus escritos su experiencia de trotamundos. De él he oído múltiples cosas, desde una presunta o notoria homosexualidad hasta su complicidad con cierto café o mirador de Estambul. Tras Madame Crisantemo, durante una época ensoñadora con lugares vírgenes, adquirí su novela Rarahú, ambientada en los mares del Sur. No llegué a leerla, porque durante tal fiebre pude hacerme con la película Tabú, de Murnau. Con ella me bastó para saciarme de primitivismo. No sé si en la tierra queda algún paraíso, aunque es poco probable. Conociendo la catadura humana, nos conformamos con que Capri, por ejemplo, constituya un seudoparaiso. No sé si voy a leer a Loti. Últimamente he adquirido tantos libros, que ya mis años pendientes restan posibilidad de leerlos todos. Pero, en cualquier caso, nos conformaremos acariciándolos.

Los libros

Los libros

 No tengo una biblioteca tan selecta como la de Luis Alberto de Cuenca, 

pero igualmente me extasío observándola.

Los volúmenes de obras completas Aguilar,

los de la biblioteca clásica Gredos,

los estantes donde se alinean los libros de bolsillo de filosofía,

los de literatura hispana y sudamericana,

los de historia antigua que tantas satisfacciones me han dado,

las baldas de filología y critica literaria,

la estantería de historia del arte

y esas otras más pequeñas donde se almacena de todo un poco:

la poesía en mi dormitorio,

la literatura extranjera y en otros idiomas, 

y la leja que ya reservo a las primeras ediciones.

Pienso que tengo suerte,

pues los libros siempre han sido mis fieles compañeros

y han confortado 63 años de angustias y soledades,

de amargos cálices reservados a los hombres del montón.

Quisiera llorar, con Withman, pero no puedo,

compartir con Bukowski su desolación

frente a las cenizas de la biblioteca pública de Los Ángeles.

Doy gracias porque ha pasado el tiempo 

y mis libros siguen junto a mí,

quizá sean un lujo de burgués

pero han sido adquiridos con el callo del proletario.

Que gozo cada mañana levantarme y reconocer

que a mi espíritu le quedan muchas lecturas con las que alimentarse.

La búsqueda de la verdad

La búsqueda de la verdad

Decía Sábato que la novela es el vehículo de conocimiento más adecuado para escudriñar la verdad. Más allá de la filosofía y la ciencia , la novela abarca, desde su subjetivismo, facetas analíticas vedadas a las anteriores para escarbar en lo más profundo. En ella se aborda de modo más pormenorizado el axioma délfico-socrático del "conócete a ti mismo". Sólo desde este íntimo conocimiento podemos acceder a comprendernos en nuestra totalidad. 

Oigo el compacto de la "Heroica" grabada por Klemperer. En ella se atisba la verdad de la revolución romántica, con cuya voluntad Beethoven implantó sus premisas. También se ensalza al héroe en el nuevo individuo, encarnado en Napoleón. Napoleón no buscaba la verdad sino la contingencia del poder, con eso le bastaba para satisfacer su ego. Hoy vivimos en un mundo donde se ha disipado, relativizado, la verdad. Se habla de la posverdad que no es sino un eufemismo de la mentira. Observando la deriva de la elecciones en Estados Unidos se da uno cuenta de la orfandad del individuo en esta polarización de intereses contrapuestos. Se plantean dos concepciones del mundo. Se tilda a una de tradicional, de progresista a la otra. Pero desde que Einstein concibió lo del universo relativo, cabe la duda al enjuiciar postulados tan contradictorios. Como individuo me siento naufragar. Como el Padrino, no quiero ser una marioneta en manos de los poderosos. Hoy me sentía ávido de "verdad". En todo este laberinto de controversias a qué podemos aferrarnos, con qué evidencia contar para que no nos engulla la turbulencia del despropósito propagado por los manipuladores de opinión. En mi periplo sabatino descubro un pequeño librito que capta poderosamente mi atención como si se tratara de un aldabazo del destino, lleva por título La búsqueda de la verdad, de San Agustín. Consuela saber que hubo alguien antes de nosotros que padeció la misma sed por encontrar no ya un concepto inmutable sino una evidencia viva, piedra angular de cuanto nos rodea. Quizá la verdad, como bien postula San Agustín, admita una única evidencia: el amor. Pues con éste se manifiesta la poderosa energía que hace rodar el mundo. Y solo en ella se puede alcanzar a ver el rostro de la verdad, de Dios.