Renovados en su esperanza

Renovados en su esperanza

 Hace un día gris.

Estoy aquí.

Participo del milagro de la vida.

Gozo del instante singular y eterno.

Mientras como, me vienen 

recuerdos  de la mili.

Aquel menú idéntico al que hoy devoro:

filete con huevos fritos y patatas.

Yo vagaba solitario y perdido

por las veredas de Oviedo,

hasta que los compañeros

en el rifi -rafe de las armas

me invitaron a compartir

con ellos su cena fraternal

en un humilde merendero.

La vida cuartelaria 

dejó de ser entonces tan amarga,

porque se había establecido un vínculo

de paz y camaradería.

Así como el Señor,

en su ultima cena,

en la intimidad del alto aposento,

compartió el pan y el vino

con quienes jamás dejarían 

de ser suyos,

en su dolor redimidos,

renovados en su Esperanza;

del mismo modo hoy, 

presente para quien le busca,

invita a compartir su mesa 

a toda alma que ansíe comunión

Gago Sardoy, el apostante

Gago Sardoy, el apostante

 A Gago Sardoy a primera vista podría tomársele por un indigente. Es de origen antillano, pero no sabría decir de qué país o de qué isla. Su humildad la manifiesta su atavío, siempre necesitado del algún lavado. Se cala una gorra de paño algo mugrienta, y los camales de sus pantalones se pliegan por fuera sobre las cortas pantorrillas, porque seguramente carece del dinero necesario para pagarse un arreglo. Porque Gago es una criatura solitaria; se la ve vagar arrastrando una pesada bolsa por las veredas de la ciudad. Sí, Gago carece de casi todo, además es negro; pero hay algo más.

 Casi siempre lo tropiezo en las distintas administraciones de loteria, apoyado en un mostrador rellenando columnas y columnas de la primitiva, del bonoloto y qué sé yo. Ensaya múltiples combinaciones que copia de una libreta, dando la sensación de verse enfrascado en una tarea farragosa. Gago Sardoy apenas tiene lo puesto, pero en sus manos baraja la posibilidad que muchos soñamos sin decirlo. Al igual que otros menesterosos fían de la inspiración  para elaborar su arte o sus manualidades con que ayudar a sus carencias, Gago cultiva los laberintos de la Fortuna con los que acrecienta la esperanza.Tiene la corazonada de qué algún día los números mágicos del sorteo coincidirán con alguna de esas columnas minuciosamente repensadas. Entonces su sino cambiará del de paria a acaudalado. Y vestirá ropas lujosas y quienes hoy lo amedrentan lo saludarán con reverencia. Habitará en una buena casa y no será más un indigente. 

Como su bolsillo apenas lo llenan unos euros, necesita meditar mucho antes de emplearlos. Asi pasa horas en las administraciones donde se ha hecho cliente familiar, y los loteros bromean con él, mientras rellena y rellena boletos hasta que siente la corazonada de que el que acaba de completar puede ser el agraciado. A ustedes les parecerá que Gago Sardoy no anda del todo es sus cabales, pero quién lo está del todo. Gago, en su inocencia, no se encuentra tan lejos de esos hombres ambiciosos que buscan fortuna, y que están dispuestos de arrostrar amargos sinsabores con tal de amasarla. Como a los personajes de El Halcon Maltés en su fiebre por el pájaro nergro, podría interrogarse a Gago sobre la naturaleza de su  boleto, y sin duda respondería que se compone de "ese material con que se forjan los sueños". 


¡Júbilo en los cielos!


¡Júbilo en los cielos!

El Hijo ha ascendido

al trino empíreo. Uno

con el Padre y con su Espíritu.

La piedra ha sido removida.

Lo anunciado se ha cumplido.

Lo proclamaron los ángeles

a las pacientes mujeres

acongojadas de duelo.

A la carrera acudieron sus fieles

sobrecogidos por el anuncio.

El sepulcro está vacío.

De la muerte todo rastro se ha perdido.

El ungido del Señor

rompió la cadenas avernales.

Lo pregonó el heraldo

a quienes pululan desolados

en las tinieblas del Hades.

¿Se reservará a los condenados un elíseo?

El Espíritu del puro

descendió a las moradas

subterráneas, y victorioso

del rigor del juicio ardiente,

sin mácula, regresó a la vida,

tras haber recobrado el Paraíso.

La muerte ha sido vencida.

Las puertas quedan abiertas

a la esperanza postrera.

¡Cantad todos jubilosos

la nueva de eterno gozo!