Señor, cuántas veces

Señor, cuántas veces

 Señor, cuántas veces

has venido a mi encuentro

y te he ignorado

con cualquier escusa,

indiferente o ensimismado.

He palpado tus llagas

y no supe darte alivio.

Perdóname, Señor,

por todos las renuencias,

la escusas, los olvidos.

Vi tu rostro en los días,

y en la hora de la muerte,

pero, ay, no supe reconocerlo.

Me embebí de mí

y no supe darme al otro.

Dormí cuando tu velabas,

rechacé la copa que me dabas,

te ignoré cuando te crucificaban.


Adiós, Mamá

Adiós, Mamá

 Madre, un débil hilo

te ata con la vida.

Pronto no estarás.

Sentiré tu ausencia

en la casa solitaria

y en el recuerdo resonará tu eco

como una onda de gozo.

Tu presencia añorará

la fría memoria

y a tu cama vacía

extrañará la mañana.

No podemos remediar que todo pase;

por lo que no permanece,

alguna vez las lágrimas

humedecerán mis ojos,

mientras la flor de tu nombre

musiten mis labios

con congoja.

No olvidarán mis días

tu mirar candoroso

y en el espejo del alma

quedará reflejada tu bondad,

la voz de tu inocencia

en el amargo sinsabor.

Cuando yo también pase

se reunirán nuestros recuerdos,

unánimes en el atardecer.


Constataciones etéreas (Culebrón)

Constataciones etéreas (Culebrón)

 Ha muerto Benedito XVI;

es una pena pues era un papa

que mantenía un pensamiento coherente

sobre la esencia cristiana.

Ha muerto Pelé en un ámbito bien distinto,

pero ambos peroraban a menudo de Dios.

Su supone que el reino de Dios 

se revela fácilmente a los sencillos,

por eso nos cuesta tanto entrar en él.

Yo, acaso fuera medianamente sencillo

durante la ingenuidad infantil.

A mis 66 años no me considero sencillo,

incluso  disfruto con las complejidades.

Poseo una extensa biblioteca,

he escrito varios libros,

 e indago con la lectura

el misterio que se esconde tras la apariencia.

El resultado de mis torpes averiguaciones 

es incierto,

no acabo de discernir con claridad.

He recibido llamadas del reino,

y consolado con meditaciones edificantes,

además constato

alguna que otra experiencia turbadora.

De hecho soy cristiano, he recibido

el bautismo y he sido confirmado 

en una iglesia reformada.

Diria que tengo sed del misterio espiritual,

como a todo hombre me aterra la finitud,

y quiero cerciorarme cabalmente

en cuanto a certezas y claridades.

Pero el reino espiritual se revela

sumido en la confusión.

Nada en él está definido.

No dudo de una realidad transcendente,

pues la he experimentado en lo íntimo.

Me queda el comvencimiento 

de que inverificables fuerzas

actúan configurando mi ser, sin detenerse.

Confirmo  haberse producido en mí

una evolución, ante todo en el terreno afectivo.

Convicciones morales y de principios

que recibí en la infancia

las veo desmororarse sin poder remediarlo.

En la nueva cultura de valores trasvalorados,

pocas son la convicciones que se mantienen en pie.

Incluso advertimos que

nuestras concupiscencias no son duraderas,

van modificándose sin poderlo evitar.

Diríase de una ley tácita

que gobierna el mundo del sexo,

dirimiendo preferencias cualitativas.

Nuertra plenitud erótica

responde a varemos más allá de lo biológico.

Freud no habla de una sexualidad inmanente,

pero por ahí flotan ciertos amorcillos

que interceden en el proceso libidinoso.

Concluyo que ciertas entidades etéreas

estaban interesadas en el proceso de mi sexualidad.

Una de mis bestias negras

durante mi camino de Damasco

llevaba tatuado en el brazo

el símbolo taoista, del ying y el yang,

cosa curiosa no siendo un hombre culto.

La cuestión es que la visión

de tal símbolo me desazonaba.

A la vez que me aterraba 

la visión de la cruz

recordando el peso de mis pecados.

Continurá...