LEV. N. TOLSTOI

LEV. N. TOLSTOI
La figura de Lev. Nicolayevich Tolstoi ha dejado una huella indeleble en el ambito de la literatura universal. Su vida transcurrió durante ese gran siglo de la lieteratura rusa, que dio nombres tan proverbiales como Pushkin o Gogol, Turgenev o Dostoyevki, por dar solo alguno de los nombres que dieron auténtico calado a esa gran época. Tan extraordinarias etapas en la literatura y en el arte suelen manifestarse como presagio de grandes transformaciones. Por entonces se desconocia, aunque muchos lo intuían, que se estaba larvando la que seria la gran  revolución del siglo XX, la de los soviets y la Pravda,   los Komitern y el Potemkin .
Tolstoi formaba parte de esa nobleza concienciada, que intuía que el futuro de Rusia no tendría un desarrollo aceptable sin un cambio fundamental. Predicando con el ejemplo, acometió  en sus propiedades las medidas que consideró necesarias para que dicha transformación tuviera efecto sin grandes convulsiones. Mejoró la vida de sus mujiks, manumitió siervos, compatió con ellos las tareas agrícolas y se sentió realizado asumiendo su estilo de vida, que reconoció más auténtico y humano que el que desarrollaban las clases privilegiadas en San Petersburgo o Moscú. Pero todo ello no hubiera sido posible sin su óptica cristiana, cuyo tamiz sería el único capaz de implantar una reforma radical y bienhechora de la vida rusa, en una sociedad  que se desmoronaba bajo el peso de muchas de sus censurables tradiciones. Tolstoi creía honradamente que la fuerza del  Evangelio- y en esto conincidía con Dostoyevki- sería la única capaz de sanear y apuntalar los carcomidos basamentos que sostenían un mundo en plena decadencia. Tal convencimiento está bien latente en cada una de sus novelas: Resurrección, Anna Karenina, Guerra y Paz, etc..

Resurrección, Ana Karenina, Guerra y Paz, tres grandes novelas que consolidaron ese gran siglo ruso con la más digna esperanza y lo finiquitaron con la gran tribulación. Tres obras de arte perfectas que solo a un genio extraordinario  le estaba dado concebir; en  todas ellas una radiografía moral de una sociedad que , al mirarse en el espejo, descubría y litigaba con las lacras evidentes que predecían su aniquilamiento, el barrunto de esa nieve esteparia que sepultaría bajo el hielo la inconsciente extravagancia de los atildados palacios rusos, de Moscú a San Petersburgo.                                                                                                                          

CANTIGA DEL POVERELLO

CANTIGA DEL POVERELLO
Feliz tú, Sol,
que cada mañana
despiertas la creación.
Feliz tú, Luna,
origen de los sueños,
de inquietud oscura.
Feliz tú, viento
que acaricias con céfiros
y atieres con septemtrión.
En ti camino las aves hienden
y al celo de tus ráfagas
los bosques se estremecen.
Feliz tú, lluvia,
que avivas los sequedales
y con cada una de tus gotas
devuelves a la tierra sus raudales.
Feliz tú, árbol ,
que participas del milagro
de la tierra y de lo alto.
Del limo beben tus plantas,
en tus copas guarecen los pájaros.
Féliz tú, Tierra,
que aposentas las criaturas
mientras tu vientre, día a día,
gesta el prodigio de la vida.
Feliz tú mar,
tentativa de infinito,
en cuyo flujo de ondas incesantes
halla sendero la vela
e intuye el humano
cuál será el final de su carrera.
Feliz tú, hombre,
fiel testigo de estas cosas,
por las cuales Dios te hizo
pionero, oficiante, lucero
a quien quiso revelar su secreto.

EN BUSCA DEL GRIAL

EN BUSCA DEL GRIAL
El Grial es uno de esos símbolos legendarios que ejercen sobre mí cierta fascinación. La leyenda nos cuenta que es esa venerable copa que Cristo elevó, en el aposento alto, durante su última cena pascual y que quiso compartir con sus discípulos, como nuevo pacto en su sangre que por muchos se derrama. También se lo reconoce -y esto entra ya en el terreno de lo legendario- como la copa en la que José de Arimatea recogió la sangre de nuestro Señor vertida en la cruz y surgida de la herida infligida en el costado por la lanza del decurión Casio Longino para verificar la muerte del Redentor. Ambos objetos cuentan, desde la andadura paleocristiana, como elementos esenciales en la iconografia del Grial y dan significación a sus postulados.

La tradición del Grial seguramente fue forjándose durante esas edades  oscuras que prosiguieron a los años del imperio, crisol en el que se fraguó ese magma del que brotaría el decantado universo medieval. En el canto de juglares y trovadores fue tejiéndose ese caprichoso entramado que culminó en el Cuento de el Grial, del bretón Chetrien de Troyes. Esta evocación surgida de las brumas de la Bretaña, nos introduce en ese reino caballeresco y mágico, que constituía la corte del rey Artús y su tabla redonda, en la que tenían asiento sus más reputados paladines. Entre los cuales había que reseñar el nombre de Perceval, que iría definitivamente unido  el mito del Grial . De su leyenda se sabe que los caballeros, custodios del Grial, por una razón nefanda perdieron las bendiciones de la Gracia recibida con el sacramento de la eucaristía, Gracia la cual solo les fue restituida, tras muchas vicisitudes, mediante los meritorios y virtuosos esfuerzos del joven Perceval. La leyenda, en cualquier caso, fue objeto de la pluma de los más diversos cronistas, modelada y remodelada; la heteroxidad de su mensaje y su riqueza simbólica la consustanciaron con el legado esotérico medieval, y con esta inquietante realidad larvaria ha llegado hasta nuestros días, pero pasando antes por el fecundo romanticismo. Fue entonces cuando recogió su resonante eco Richard Wagner, y lo transformó en su Parsi-fal. Desde las notas de este estremecedor drama musical, el mito cobra nueva luz y nos renueva las virtudes del místico cáliz, transparentando en su estremecida musicalidad muchas de esas excelsas plenitudes de la Gracia y revelando en buena parte el prístino mensaje agazapado de su leyenda.

LITERATURA Y CINE

LITERATURA Y CINE
La simbiosis entre literatura y cine a lo largo de la historia ofrece resultados bastante ambivalentes. En consecuencia, porque son medios de expresión totalmente distintos. En el uno es la palabra el material que se depura en su particular crisol, mientras en el otro el vehículo semántico lo constituye la imagen. Tuvieron su encuentro cuando alguien, en los albores del septimo arte, concluyó que el objetivo
 de un film consistía en la destreza de contar una historia en imágenes. Luego llegó el sonoro, y límite que diferenciaba ambas disciplinas se volvio más difuso, hasta el punto que ambas tareas se conformaron en vedaderos basos comunicantes.

Muchas películas han debido su éxito a la consecuencia de un buen guión, extraído las más veces de una consolidada fuente literaria: en su mayoria novelas que tuvieron mayor o menor repercusión como obra escrita. De ahí ese galardón que se otorga en la velada de los oscars al mejor guión adaptado. Pero si adaptar obras literarias fue una venturosa alternativa del cine, hoy asistimos claramente al fenomeno contrario: el de adaptar películas a lo que hoy de denomina formato de papel, principal vehículo durante siglos de la obra literaria. Aparte del éxito que pueda generarse de dichas traslaciones, el hecho es que se trata de una actividad corriente por parte de la editoriales.

De las adaptaciones llevadas al cine de las más memorables obras leterarias, en mi opinión, en la mayoria de los casos, han resultado grandes fiascos. Acaso porque se ha tratado de emular en imágenes unas obras que en lo literario eran sobradamente perfectas: tales  son los casos de Madame Bovary, Ana Karenina, Los Miserables o Guerra y Paz. Las grandes novelas siempre han resultado a la postre frustradas películas.Y solo han gozado de una razonable aceptación aquellas en que como obra acabada la pelicula supera a la novela, casos de creaciones literarias de segundo orden, con escaso eco de crítica y  lectores cuando fueron fraguadas. Creo que en la historia del septimo arte raramente se da el caso en que obras literarias de entidad han llegado a ser igualadas o aun superadas en la versión cinematográfica. Tal circunstacia se ha dado cuando éstas han caído en manos de directores creativos, como fueron los casos de Kubrick o David Lean. En ningún caso el Barry Lindon de Thakeray hubiera alcanzado la excelencia que transpira el film de Kubrick o el Doctor Zhivago de Pasternak hubiera igualado la bellaza expositiva de Lean. Pero ahora, tras muchos años, cuando me decido a abordar la obra de Pasternak, comprendo que pelicula y novela parten y concluyen de premisas totalmente distintas.

NOSTALGIAS DE CAPRI

NOSTALGIAS DE CAPRI
La isla de Capri es uno de esos lugares donde uno se siente vivir plenamente. Rebosa el encanto necesario para hacerte soñar. Cuando uno, que puede gozar de tan fascinador entorno tan solo unas breves horas, abandona la isla, se llevará consigo el extracto indispensable de ilusión para hacertela añorar en muy corto plazo.

Confieso que, si bien nunca llegó a seducirme el atractivo popular de Nápoles, Capri me conquistó con rotundidad de flechazo. Estar en Capri supone una experiencia irrenunciable y una infusión de óptimismo que hará reverdecer recomendables esperanzas. No en vano la escogieron como residencia los emperadores Augusto y Tiberio, convencidos de que allí se restablecía la savia más nutricia para la vitalidad y constituía un seguro antídoto para el pesimismo. Allí senadores desengañados y generales estresados recomponían el deslabazado puzzel de sus inquinas y descalabros, y retornaban recompuestos a sus mezquinas funciones en la Galia o la Mauritania. Cuando el ejercicio proconsular les hastiaba, no tenían más que cerrar los ojos e imaginar el panorama de Capri desde el monte Solaro, respirar su brisa y embeberse con los aromas de sus jardines y frondas.

Nunca el Mediterráneo nos pareció tan bello como cuando se lo contempla desde el promontorio de los jardines de Augusto o desde alguna de las terrazas que se descuelgan hasta marina grande. En verdad. la bahía de Nápoles, con el Vesubio de fondo, es un goce tanto para la vista como para el espíritu, que parece flotar entre el cromatismo de sus azules como el delfín sobre las espumas de un mar embravecido. En Capri el mar nos llena de plenitudes, de variedad de azules: turquesas, cobaltos, violados. Las marinas más bellas nacen de su paleta; su acuarela nos propone posibilidades infinitas, hasta que nos obliga a descansar de su impacto totalizador de azul. Y qué mejor lugar para hacerlo que la piazzeta. Allí saborearemos un café fredo en la terraza del Caso, y nos reconciliaremos con todos aquellos que pudieron hacer de Capri su morada, aunque fuera interinamente: poetas como Neruda, Malaparte o Axel Munthe, millonarios como Onasis, o actores de paso como Carl Gable o Sofía Loren, que nos confortaron con su versión pintoresca y lisonjera de la isla.

LATITUDES DE HIVA-OA

                                              
                                                     El sueño de las playas de Hiva-Oa
                                                   constriñe mis anhelos
                                                   con terquedad de boa.
                                                   Errático destino
                                                   del solitario peregrino
                                                   que buscaba un paraíso
                                                   en el infierno de su entraña.
                                                   En vano buscó en la distancia,
                                                   que tanto engaña,
                                                   el lenitivo para esa llaga
                                                   que únicamente restaña
                                                   el supurar del tiempo,
                                                   la constricción del alma.
                                           

VENECIANAS XXXVI: FORTUNY O LA VENECIA DE PERE GIMFERRER

VENECIANAS XXXVI: FORTUNY O LA VENECIA DE PERE GIMFERRER
Gimferrer es uno de los poetas modernos con los que uno se siente cómodo. Su poética, tras superar el primer impacto de algunas audaces metáforas e insólitas asociaciones, fácilmente se familiariza con nuestro espíritu y corre como un vino alegre por nuestras venas. Además, comparte con nosotros su fascinación por Venecia.

La Venecia de Gimferrer, filtrada por la paleta impresionista de Fortuny, es un espacio vagaroso, tetradimensional, transitado por recurrentes personajes que van asomándose indisciplinadamente al espejismo del relato, a la fascinación del escenario. Del brazo del poeta recorren las áreas y rincones venecianos, deambulan insomnes la plaza de San Marco y los aledaños del barrio. Siguiendo sus pasos, los sorprendemos atravesando el puente de San Moisè, dejando a sus espaldas la filigrana barroca de su iglesia; desde lo alto del puente observan el transcurso de las góndolas por el fiume y vigilan las pinceladas indecisas de un pintor aficionado, enfrascado en una tela cuyo contenido se nos hurta. Virando en una esquina, a través de una callejuela estrecha, alcanzan la plaza de la Fenice, en cuyo teatro se representa Il due Foscari, con escenografía de Fortuny. En el espacio mítico de su escenario, podemos intuir las graves glorias pasadas de la ciudad, pues la Fenice es el aleph donde la ciudad se sueña a sí misma.
El dia de Venecia muere de ensoñación y de crepúsculo. Lamido por el oro viejo del sol que baña la plaza de San Marco, camina un Wagner vacilante, envejecido, cardiopático; en sus labios irrumpen balbucientes algunos compases del Parsifal, en concreto la entrada solemne de los caballeros del grial. Ha dejado el Lavena, como el fugitivo que abandona los jardines de Klingsor y, seguido de Cosima y el pequeño Sigfried, regresa a la góndola de Luigi, que lo conducirá hasta los muros ambiciosos y seguros del Vendramin. Allí garabateará los excelsos y culminantes compases de una música del porvenir, pero tras cuya límpida melodia, agazapado, amenaza el trítono en sordina de la muerte.

Hasta un campo desolado, a primeras horas de la mañana, seguimos el paseo azaroso de un conspicuo visitante  parisino; es el Proust que busca y rebusca entre las piedras de Venecia un tiempo fugitivo. Sobre el muro de un palazzo de ventanales gótico-bizantinos observa la placa que celebra el fasto y óbito de Cimarosa, a quien también se le fue un tiempo acaso nunca recobrado. A Proust se le viene a la memoria un aria del Matrinonio Secreto. Es el pequeño poso que ha quedado en su alma del gran músico. Más tarde, desoyendo la nostalgia de esas músicas, el caminante se perderá en el laberinto por siempre hermético de la ciudad, ese cuyo celo custodia su secreto: ese alquímico crisol donde se fragua el milagro de Venecia. Recorrerá costrosos callejones, estrechos canales hediondos, en busca acaso de esa posibilidad que nunca ha encontrado en su vida. Al fin, harto de buscar, retornará al palazzo Barbaro, para tomar el té con los ingleses. Allí un mayestático pero comedido James, le hablará entre sigilos del extraño manuscrito de un tal Aspern.

Es la noche. Venecia suelta su aromada cabellera y se viste de brocado. Un velo de seda blanca cubre sus desnudeces algo ajadas de cortesana. En realidad, no cuentan las ásperas horas que son, sino esos fugaces instantes que fueron, en los cuales se alcanzó el sortilegio de lo eterno, que acaso no sea sino ese devenir constante y azogado del río de Heráclito, ese cuya ilusión trata de plasmar Fortuny, lienzo tras lienzo, vivencia tras vivencia.