Verso callado del alma

Verso callado  del alma,
inscrito en el velo de la memoria.
Llama! Candente proximidad,
elocuente fulgor
sobre los ojos cegados
de ver los días,
el ardor astral
perforando la retina
en su extrema proyección.
La rutina cae sobre los labios
silenciosos como la cera candente
desde esa llama olvidada,
presagios urdidos
tras la aurora inflamada
de un recuerdo, un laberinto
donde no podremos encontrar
la certera sintaxis,
y cuyos cabos sueltos
se desvanecerán como el polvo
en la larga agonía no pronunciada.
Gestas banales que se conmemoran
como hechos triviales, almanaques
que arrastran el río de las cosas,
donde la palabra herida
encuentra su objeto donde desangrarse.
Genital convulsión
que busca el eco profanado
de un olvido, el morbo pudibundo
de un sexo donde sembrar
la semilla del alba, la huella de un rocío
como meteoros matinales y fecundos.
Pueden caer las hojas
en la estación devastada,
oxidadas y yermas. Se revestirá luego el día
de duro invierno hasta que un viento
tibio del poniente traiga
la fascinación de los oasis,
la feracidad de las selvas,
la expansión lujuriosa de un polen,
la bendición de la lluvia fecundante
sobre las extensiones estériles,
y la raíces resecas entonces rebrotarán,
y el orden de las cosas alcanzara su sentido,
y germinará por fin la flor
del lecho encenagado.

Perspectivas veraniegas

Son las diez de la noche. El termómetro alcanza los 30ºc . Sometido a la tensión del día, el cuerpo parece desfallecer. Mitigo los síntomas con una Coca cola fría. Las vacaciones se aproximan. Hojeo alguna revista de viajes. Los grandes viajes se han vuelto prohibitivos. La crisis ha desvanecido muchos sueños. En un tiempo fui asiduo a los periplos italianos. Conocía hasta el pormenor de la península itálica. El sueño de visitar a fondo la capital de Italia con "Los paseos por Roma", de Stendhal, en la mano ignoro cuándo podré realizarlo. Dejé unos libros míos en depósito en una librería de Venecía; acordé con el librero que pasaría a cobrarlos o retirarlos en un año a más tardar. No he vuelto a la ciudad de los canales desde entonces, las friolera de un lustro. En París pensaba visitar la casa de Balzac, pues estaba ya harto de la visita convencional a la torre Eiffel, y las demás excursiones  bochornosas de los viajes organizados. París creo que deberá esperar; los tiempos están muy revueltos por allá y yo ya he superado el síndrome de Papá Goriot y la Comedia Humana. Por Londres no se me ha perdido nada, y las salas de British Museum alojarán sus tesoros hasta una nueva y lejana visita. Me llaman más los lugares exóticos. La prácticamente europea Estambul me tienta con su fascinación: el Cuerno de oro, Hagia Sofía, Topkapi, la mezquita Azul, Constantino, la torre Gálata, la añoranza de Pierre Lotí. Y rememoro a Pierre Lotti, pero se me viene a las mientes Schliemann y la mítica Troya. Confieso que visitar los yacimientos arqueológicos se constituyen hoy por hoy como las cosas que más me estimulan. He visitado Éfeso, quizá el lugar más distante alcanzado hasta hoy por mi afán viajero. Estuve en Olimpia, Delfos, Cnosos, cómo no en la magnífica Pompeya. Por cierto que en Italia me gustaría descubrir las antiguas ciudades Etruscas, Cerveteri, Veyes, Tarquinia, etc. Sería una oportunidad incomparable acercarse a esa enigmática civilización. Y hablando de civilizaciones, me queda pendiente la Egipcia. No se cuándo podré viajar allí, seguramente uno de los lugares más fabulosos de la tierra. Ghiza, Sakara, Luxor, Tebas, y comó no el delta, con su romántica Alejandría. Espero que el mundo se normalice o que yo me halle con el animo dispuesto a menospreciar ciertos riesgos. Este verano, atendiendo a mis circunstancias actuales, me tendré que conformar con alguna escapada corta, quizás a Madrid. La sempiterna Madrid, la castiza y la opulenta. Madrid con sus museos y teatros, sus paseos y cafés, su memoria histórica y literaria..Uno de los lugares que me quedan por visitar de ella son las cortes o el parlamento, tal vez allí consiga perderme en su salón de pasos perdidos, como se desorientan nuestros políticos ensimismados en sus retóricas. Parece que hay una exposición de arte veneciano en el Thyssen. Me sobra por el momento.

LA CAMPANA

En la tarde sosegada
-es la canícula de julio-,
una campana fría,
admonición de un cielo perentorio,
espejo de esa luz
tácita y duradera,
centinela del alma, mensajera.
La matriz del silencio se quiebra
en la oquedad del bronce,
su tañido estremece los azules
y de las golondrinas el vuelo leve.
En Alicante el tiempo cede
y se rasga la pereza solaz
que la campana abre,
como un filo que recorta
las alas del aire,
y a cuyos sones de plata
trasparentan jirones de tarde.
Con su eco rotundo interrumpe
la paz remansada
y esparce su anuncio
reclamando para el templo su mesnada.

La flor del mal (poema de angustia)

De aquel error yo estoy arrepentido.
Porque era un huerto
donde ya otros habían cultivado
y mis semillas nunca debieron
profanar sus surcos.
Era terreno vedado y lo sabía,
pero una deriva irrefrenable me condenaba
a cultivar con mi sudor y mis flujos
aquel fruto avernal.
Descubrí la contaminación del pecado,
un lodo correoso imposible de lavar.
Disolverse en el pantano de la lujuria
y conocer de la luna su centinela infernal;
reconocer de unos brazos que son
serpientes enrolladas de cuyos nudos
no te puedes desligar y encenagarte
en el beso degradado del mal.
Desde entonces conocí el universo
de la sombras, una cadena de eslabones
de maldad, el extravío en un laberinto
cuya última puerta nunca sabrás cuando cerrar.

FÉRREA CADENA DE AUSENCIA (poema algo cursi)

Con sangre amasaré el amor
que me deniegas. Con libertad
saldré del calabozo de las penas.
Sin ira escucharé el cruel
juicio inmerecido.
Porque mis horas sin tu amor
son hueras, el porvenir fatal
de ausencia, férrea cadena.
¿Conocerá la noche una mañana,
 filtrará entre sombras algún rayo,
mereceré que algún día
al bajar tus párpados
brote el fervor de una esperanza?

HUELLAS EN LA ARENA

Sobre los días precipitan
los pétalos del alba,
rosada melancolía
que en el dolor congrega
la médula del día
cuya indolencia entrega
en el goteo de las horas.
Sobre las tersas aguas
una zozobra de barcas
en ajetreada singladura,
garantía de ese encuentro
de la aurora con las olas,
del despertar y la luna,
de unas huellas con la arena.

¿Mono Desnudo?

En la época de los años 60 y 70 del pasado siglo tuvo gran predicamento entre los lectores y el público en general un ensayo "científico" titulado El mono desnudo. Apelativo con el que se quería encasillar al ser humano entre los límites de su animalidad. Su autor se llamaba Desmond Morris e ignoro hasta que punto se hallaban cimentadas sus credenciales científicas. El libro era un estudio sobre la trayectoria del homo sapiens desde una perspectiva evolucionista, sin obviar ninguno  de los postulados darwinianos al respecto. Desde el punto de vista de Morris el hombre no dejaba de ser un primate despabilado que había salido airoso de su adaptación al medio. En esta tesis netamente materialista se minimizaba la importancia del desarrollo espiritual y cultural del hombre, del cual se presentaba una imagen totalmente volcada a satisfacer las apetitos más básicos, teniendo como meta el más ramplón de los horizontes. Semejante diatriba no pudo pasar desapercibida y recibió pronta réplica del mundo intelectual. No tardaron unos discípulos de Teilhard de Chardin, ese evolucionista confesional, en apresurarse a redactar una respuesta a la controversia con una obrita que llevaba por título: ¿Mono desnudo u Homo sapiens? En ésta trataron de conjurar el escándalo desmondiano, apostando por una vía más trascendente para la condición humana.

El origen de las especies y El origen del hombre son las obras de Charles Darwin que conservo en mi biblioteca. Reconozco no haberlas leído aunque por su calado deberían ser de lectura obligada para el hombre de los siglos XX y XXI. No pasé de los primeros capítulos del Origen de las especies, pues confieso que como me ocurre en la historia con los textos arcaicos intercalados entre sus párrafos, en las obras de corte científico la abundancia de criptogramas y de notas a pie de página vuelven la lectura farragosa.
Sobre la teoría de la evolución en nuestros días existen claramente dos posturas enfrentadas: la de los incondicionales acérrimos  y la de los detractores consumados. En la primera clase se refugian los académicos aún sujetos a la objeción empírica, y en la segunda aquellos que fundamentan sus creencias
sobre valores religiosos. A esta irreconciliable disputa es a la que quiso hacer frente Teilhard tratando de comprender el evolucionismo a la luz de las Sagradas escrituras. Hoy día nadie puede dudar que la actualidad del hombre como la del universo derivan de un milenario proceso evolutivo, cuyos factores de desarrollo todavía no están totalmente aclarados. Hoy nadie desmiente que la teoría presenta muchos cabos suelto, como tampoco se duda de que las conclusiones sobre la Biblia deban tomarse al pie de la letra. Pero tampoco se puede eludir que existe una explicación científica del cosmos como asimismo una congruencia perfecta de la Verdad revelada. El misterio bíblico responde a un orden acabado; para el creyente todo cuadra, cualquier conjetura encuentra su explicación en el logos del Libro. En su explicación teológica no existen lagunas, como es palmario que el orden del cosmos se rige por leyes inmutables, a las cuales no podemos sustraernos.

El CINE DE DAVID LEAN

Fue David Lean un cineasta que durante la pasada centuria gozó de fervientes incondicionales. Su cine fue de los pocos que alcanzaron la dimensión épica, afrontada con una solvencia acaso no manifiesta desde el cine mudo con Griffith y Eisenstein, aunque su forma de abordar tal género difirió de la de los grandes maestros. Su fuerte fue la épica novelada, las más de las veces con reminiscencias románticas.
Derivación que no sabemos si se debió a una convicción personal o respondió a una mera concesión al espectador. Sin embargo, su gran etapa épica se inició con un film en donde el asunto amoroso se reducía a una simple anécdota. Me refiero al Puente sobre el río Kwait donde, como en el posterior Lawrence de Arabia, tanto el tema como el argumento se ajustan a preocupaciones definidamente masculinas.
Con el Kwait Lean escaló la cima de Holywood, y se le abrieron las puertas a sus posteriores superproducciones. Entre las cuales, no creo que quepa ninguna duda, fue Lawrence de Arabia su obra maestra. En ella encontró la perfecta simbiosis de todas las facetas que componían el film. Historia, guión, interpretación, música, fotografía, decorados, dirección,  se aunaron en una propuesta artística que alcanzó la aureola legendaria que en la actualidad pervive. Cine épico con todo rigor y espectacularidad. La figura de Lawrence, ese inglés amante  del desierto, admirador de Dougthy, emulador de Gordon de Cartum, alcanzó una celebridad que acaso el torbellino de la historia había ensombrecido. Nunca se había ahondado en la doblez de un personaje desde Ciudadano Kane. El Lawrence que nos expone es ese personaje constreñido por todas las contradicciones del ser humano,
peculiar al tiempo que vulgar.
Pero no quisiéramos dejar de insistir en el carácter épico del cine de Lean, puesto que sus siguientes producciones, pese a la preeminencia de la temática amorosa, también lo poseen. En Dr. Zhivago, La hija de Ryan y Pasaje a la India nos enfrentamos a universos absorbentes, donde a través de ese patrón épico se desarrolla la historia, que dará ocasión al motivo amoroso o al tono de comedia, pero siempre se sostendrá atendiendo a ese elemento genérico inherente al destino del hombre. Pocas son las películas que tras contemplarlas calan en nuestro interior. Entre éstas, habría que contar por supuesto con las del director británico. Recuerdo haber sufrido pesadillas durante el sueño, abrumado por la tensión pasional de la Hija de Ryan. A la vez que Lawrence nos sumerge en toda la alucinación de la Arabia desierta, espejismos incluidos. Con sus películas reconocemos haber participado de una experiencia real. Su visionado ha constituido un hito en nuestras vidas, como el de aquella novela que removió el arroyo indiferente de nuestra alma o ese viaje que amplió los horizontes de nuestro mundo.
Lean nos da cuenta de que la vida, pese a ese sustrato trágico siempre amenazante, es una experiencia única que debe vivirse, mientras el hombre no pierda en esencia su capacidad poética y la dinámica creadora del entusiasmo. Aun en la más dolorosa adversidad, mientras subsista el fuego de la pasión, reverdecerá la vida aun en el erial más desolado. No muere la esperanza ni aun en la escéptica Pasaje a la India, donde el arrepentimiento de Adele recordará que el corazón del doctor Aziz no ha marchitado del todo.

Mas el trayecto de Lean hasta llegar a estos grandes films no fue nada espureo. Se consolidó con magistrales ejemplos incluidos en la crónica del séptimo arte. Quizá fue uno de los mejores intérpretes de Dickens para el cine. Sus versiones de Oliver Twist y Grandes Esperanzas no creo que hallan sido superadas, pues ni incluso Polansky resiste la comparación. Lean frecuentó los más diversos géneros, en algunos de los cuales acertó. Incluso se permitió el lujo de filmar Venecia y para ello ideó la anodina comedia Summertime, donde dio carta blanca a Katharine Hepburn y aproximó una evocación algo tópica de la ciudad de los canales.

Música para piano de Friedrich Nietzsche

Hoy he caído en la inconsecuencia de poner una vela a Dios y otra al diablo. Entidad luciferina que ha adoptado la apariencia de la música para piano de Nietzsche. Esas piezas sueltas del filósofo que merecieron el desdén de Wagner. Cuando el genio de Liepzig abordaba la desmesura de su drama universal, el pequeño profesor lo incordió con esas bagatelas de diletante, que no hacían más que exasperar su olímpico ascendente. Las palmaditas en la espalda de las que se creía merecedor el nobel músico, no merecieron del maestro del Anillo... ni el leve tacto de la curiosidad. Tal desencuentro, sumado a otros juicios de índole más personal, fueron el germen de posteriores diferencias que los distanciaron. Cuando Nietzsche acudió a Bayreüth, en su mente ya se elucubraban las Intempestivas que desvincularon los lazos de esa idolátrica amistad. Como suele ocurrir el neófito descubrió que su ídolo tenía los pies de barro. Quizá Wagner hubiera sido el genio sublime sin parangón, de no adolecer de eso humano, demasiado humano. La sutileza aristocrática de Nietzsche no pudo digerir a los alegres bebedores de Nuremberg.

Mi competencia como crítico musical es limitada, pero encuentro el piano de Nietzche algo opaco. Su hondura melódica parece no llegar a resolverse; y en cuanto a su carácter, en ningún momento alcanza a rebasar el canon romántico. Paradójicamente, su musicalidad nos remite a Schumann, a quien tanto censuró por su obertura Manfredo. Echamos de menos en su música esa jovialidad dionísíaca que el tanto exigía en cualquier partitura. Aceptamos su obra como la audacia de un diletante, en cuyas composiciones no alcanzó la brillante maestría que en sus libros desarrolló de modo inmejorable, y cuyos postulados indicaron el camino de la modernidad. Quedan muchas cosas que decir del filósofo de Röcken, de quien a su finura sicológica,  a su familiaridad con lo problemático y su escepticismo metafísico abría que añadir el espejismo de una música que nos permite entrever al hombre apasionado que sólo quiso ser poeta.

Pd.- Como vela a Dios he escogido un recital de godspell interpretado por Kathleen Battle y Jesse Norman.

CIUDAD VACÍA

Partieron los últimos trenes de la tarde.
Las calles quedaron vacías,
escoltadas en las aceras por árboles desnudos.
Cruzó un ciclista, mientras mis pasos
salpicaban el barrillo de la lluvia reciente.
Una farola irradiaba una luz tenue, casi astigmática.
Pájaros oscuros sobrevolaron el crepúsculo.
En los balcones goteaba alguna ropa tendida.
Ladró un can al paso de algún coche.
 En una ventana,  un acorde de guitarra
rasgaba la pesadumbre del silencio.
De pronto, unos pasos me acompañan.
Se percibe un taconeo acompasado
de calzado de mujer. Cuando
intento reconocerla, dobla en la primera esquina.
Su andar me pareció familiar. Tal  vez
podría haber sido ella,
aunque me consta que no está ya en la ciudad.
¿Telefonearla quizá?
Nada aliviaría la cruda condena de la soledad.