LAS EDADES

Constatar el paso del tiempo en la vida del hombre suele constituir una experiencia amarga. Para verificarlo, echamos mano del espejo, y acostumbramos comparar la figura que se nos refleja con la que de nosotros guardamos en la memoria, casi siempre la de la más pletórica juventud. Cuán acertado estuvo Grien, en su cuadro"Las Edades y la Muerte", donde se plasma tan feliz alegoría de la carrera humana. ¿Cómo en la más hermosa mujer, mediante el tiempo, puede darse la más ajada decrepitud? Es una de las muchas crueles lecciones que nos da la vida.

A propósito de estas evidencias, llevado por una curiosidad, tal vez insana, ocurrióseme seguir la pista de algunos iconos de belleza que estuvieron en candelero durante nuestra juventud. Aunque nuestra caballerosidad excluyó de este análisis a aquellas bellísimas mujeres que idolatrábamos, no fue tan reservada para con los hombres, y así decidió poner el punto de mira, por ejemplo, en aquel singular adolescente que nos descubrió Visconti en el rol de su Tadzio, para su película "Muerte en Venecia". No pudo resultar más impactante la sorpresa. Los años habían vuelto irreconocible a aquel impoluto Bjorn Andresen. La huella del tiempo es capaz de tornar horrenda la más excelsa belleza. ¡Cuán distinta la realidad, de los sueños con que forjamos nuestra vida! Y para mayor abundamiento en ello, no saliéndonos de la órbita viscontiana, echemos un vistazo sobre Helmut Berger. ¡Quién lo vio y quién lo ve, herr Berger!

Pero es que la parábola de la vida no respeta a nadie, ni aun a quien suscribe.

QUIETUD

QUIETUD
La tarde quieta,
el campo yermo,
sol de estío,
un hombre descansa
sobre una piedra
a la orilla del camino.
Parece su mirar de lejanías,
pero es un observar hondo,
ensimismado, concreto.
Ve las horas que corren,
oye el rumor de la acequia escondida,
recuerda los días sepultados
y el porvenir ausente.
No hay más que la vida que late,
la frágil consistencia de las cosas,
la levedad del mundo.

LA MUERTE DE NARCISO

LA MUERTE DE NARCISO
Quién pudiera descargar
la metralla que se lleva dentro,
dar al corazón un vuelco
y asir los metales candentes de la aurora,
tomar por asalto
el día vacilante,
contar el tiempo,
abrirse de par en par al viento,
barrer el último polvo del silencio,
descarnar la grosura del verso,
la andanada de voces
que reclaman el postrer grito,
del mar su voz de infinito;
en la cueva del mito
descifrar su secreto,
revelar que esconde
su significado inconcreto.
Embriagado de sí mismo y vino,
de un empacho de lunas
feneció el poeta,
todo resplandor frío
de plata y látex,
de hilos sin sentido,
de bifurcaciones y grifos.
¿De Narciso la sangre
se derramará en el espejo
inestable del río?
Todo fue por mirarse
y no entender
que del agua corriente
no se debe beber.

Sinsabor

Sinsabor
Cuando la astilla del desencanto
el corazón taladra,
cuando la vida se vuelve baldía
y la voluntad se desvanece
en la costatación de su derrota,
y ya solo permanece ese amargo sinsabor...
¿dónde queda el consuelo
de la huidiza esperanza?
¿Como asir esa mano, Señor,
de tu Victoria?
¡Aviva, mi Dios, el pábilo de la fe!

INSTRUMENTOS

Cuando la guitarra
desgarra
la entraña del silencio.
Cuando el diapasón
agrede el aire
con su son.
Cuando el violín
traspasa el alma,
melancólico y gentil.
Cuando la flauta
imita al ruiseñor
desde la rama
del almendro en flor.
Cuando el saxofón
jadea un blues
de soledad y dolor.
Cuando el piano forte
precipita la lluvia
como perlas frías.
Cuando el violoncello
tiñe de crepúsculo
el socorrido cielo.
Cuando la trompeta
proclama el do
y concluye esta canción...


Javier Reverte: tras las huellas de Albert Camus

Javier Reverte: tras las huellas de Albert Camus
Me zampé el último libro de Javier Reverte en un día. Reverte es un  escritor que habitualmente he soslayado, tal vez porque practicaba un periodismo documental y yo me decantaba por una literatura más esencial. Sin embargo, este último libro, el primero para mí, ha supuesto una experiencia. Sin ser un lector asiduo de Camus, me ha cautivado la peregrinación de Reverte por sus lugares sagrados.
El libro tiene el encanto de ir a contracorriente, pues nos adentra en el corazón de ese mundo islámico hoy tan denostado. Sus descripciones de esa Orán, tan española, y de la Argel luminosa y aristocrática gana la curiosidad del lector y alienta su facultad de ensoñación. De la fea Orán, se recuerda ese paseo por su playa, tras las huellas de Meursault y la fascinación por la tragedia de El extranjero. De Argel, es vivo y emocionante su incursión en esa Casbah, inmemorial y clandestina.
Tuve mi primera aproximación a Argelia, en mi juventud, a través de los libros De Jean Larteguy, en los que nos introduce en la vorágine de la guerra de Liberación.  En la Argelia de Reverte, se nos describe un país lastrado por sus contradicciones políticas  y culturales, y al que aún le quedan heridas por restañar, pero que sin embargo fascina. Incluso le asalta a uno la tentación de acercarse al puerto, que no distara un par de kilometros de mi casa,  y tomar ese ferry cutre y maloliente, lleno de árabes, que diría Camus, coránicos y contrabandistas, con su híbrida indumentaria y su lenguaje áspero, con destino, seguro aventurero, a esa desolada Orán, a esa Argelia berberisca que, a día de hoy, con toda certeza, ya no constituye un preludio de las Mil y una noches.

Supe de la luz el nombre

Supe de la luz el nombre
Supe de la luz el nombre,
de la desazón del silencio
al filo de las hojas
en el sendero solo
del ineludible otoño.
La fina llovizna
barnizaba la hierba 
de reflejos y por los troncos
sombríos del bosque
trepaba la yedra
tratando de abrazar 
la arcaica solidez del leño.
En las copas desnudas
ya no anidaban los pájaros
y entre sus ramas 
asomaba la inclemencia
gris del cielo tormentoso.
¿Vendrá otra primavera?
¿o yacerán las hojas resecas
hasta pudrirse en el légamo húmedo?
¿Veré otra vez la flor,
el rayo de luz tierna 
acariciando la floresta
desde su lejanía del azul insondable?
¡Luz! Tan esencial
y breve como mi "voz".
Luz, voz...
ventanas de Dios.

CORRUPCIÓN

CORRUPCIÓN
Llegan noticias alarmantes del mundo. Si uno lee la prensa o ve la televisión, día sí y día no, nos salpica el esturreo de la misma inmundicia. Unos y otros se increpan con el denuesto de "corrupción". Pero mientras esa inmundicia no enturbie nuestros íntimos intereses permaneceremos indiferentes. Se nos quiso hacer creer que eran cuestiones puntuales, circunscritas a fulanos aislados. Tal o cual individuo había cometido un desliz ético. Pero desconocíamos que ese pequeño quiste se desarrollase como alarmante metástasis. Dijimos: fulano es corrupto. Luego descubrimos que no solo era fulano, sino zutano y mengano Tan importante incremento nos hizo recelar que fuese corrupto todo el partido azul o el rojo. Se adoptaron severas medidas profilácticas, pero la epidemia en vez de menguar siguió incrementándose. Se encendió la alarma: es el sistema el que está corrupto. Papeles de Panamá: nos es solo el sistema sino nuestro mundo global el que empieza ya a apestar como un retrete.

El globo terráqueo

Tenía un globo terráqueo que giraba sobre su eje. La batería de su corazón hacía recelar el movimiento perpetuo, pero no era más que un juguete. Conforme perdía la carga, su movimiento continuo rotativo degeneraba en un desplazamiento incontrolado de traslación que hacía peligrar su integridad en la estrecha leja de mi biblioteca, donde emulaba el cosmos. Agotada casi la pila, controlaba yo su ebria dinámica asentándola sobre un centro de la repisa más seguro. Repetí dicha operación durante toda la tarde, pero al fin un postrer sueño me venció. Entonces la divertida esfera se transformó en manzana de Newton y no pudiendo eludir su ley implacable, se precipitó en el abismo. Ya no volvió a girar sobre su eje, pero ahora contemplo el mundo sin estrés. También comprendo qué sería de la Tierra sin su cosmos y del hombre sin el mundo.

El Guitarrista falso

Paseaba los alrededores de San Ginés, en Madrid, tratando de sacar algún partido de la tarde festiva. En la chocolateria, la valleinclanesca Buñolería Modernista, una ingente cola impedía tomar el chocolate con churros de rigor. En el "Pasadizo San Ginés" amenizaba el discurrir de la tarde la cadenciosa melodía de una guitarra. El músico interpretaba un pieza de Bach, cuyo título no sabría precisar pero su estilo barroco coincidía de pleno con el del cantor de Santo Tomás de Liepzig. La técnica del ejecutante parecía harto burda, pero el resultado quedaba bastante bien tratándose de un músico ambulante sin referencias. En un principio no presté mucha atención, distraído con las vicisitudes de la cola de la chocolatería, pero conforme descendía el Pasadizo...me iban complaciendo esos acordes barrocos que hacían vibrar el diapasón de la guitarra. La música llegó, finalmente, a ser tan grata que una moneda de mi bolsillo fue a parar a la gorra del postulante.
Proseguí mi camino, con la guitarra resonando a mis espaldas, pero continué merodeando por la zona, ocioso, aguardando si cabría darse la coyuntura de abrirme paso hasta la intrincada barra de la chocolatería. Gané tiempo echando un vistazo en la librería de viejo ubicada en la esquina del Pasadizo...En ella, después de curiosear un tanto desganado como quien cumple con un trámite protocolario, encontré un libro que llamó mi atención. Se trataba de la biografía de Miguel Cané, llevada a cabo por su descendiente Manuel Mujica Lainez. Estos libro primerizos e insólitos de Mujica son difíciles de encontrar en España, así que no dude en adquirir el ejemplar.
Entretanto yo hacía mis compras, el aire traía nuevas melodías de ese corazón malherido por seis espadas (no recuerdo si Lorca dice seis o cinco) de la guitarra. Decidido a probar otra vez suerte en la chocolatería, remonté la cuesta de San Ginés, atendiendo a la contratapa de mi reciente compra, donde sucintamente se glosaba sobre el prócer bonaerense. Y otra vez pasé junto al guitarrista ambulante sin prestar mayor atención a su nueva pieza de música española.
Si yo no hubiera hecho mis pinitos durante mi juventud con la guitarra, quizá no habría reparado en la circunstancia. Fue una fugaz intuición, un  afortunado "eureka": descubrí un hecho que delataba una bellaquería de lo más grosero. Como el guitarrista se valía de un amplificador, al paseante corriente se le hurtaba que la música que oía era un playback y que el guitarrista se limitaba a pulsar unos acordes arbitrarios sobre los trastes y la caja de resonancia, echándole mucha jeta a la interpretación. Y con su fraudulenta técnica no solo se conformaba con interpretar a Bach, sino que emulaba las difíciles cadencias de Paco de Lucía. Aunque allí donde Paco punteaba, tremolaba o trinaba, nuestro hombre aplicaba sus elementales acordes y su rasguear y rasguear. Ante dos jovencitas que lo observaban perplejas, me atreví a denunciar:
-¡Está haciendo trampas!
Ay de ti Madrid, porque el tiempo por ti no pasa y en tus calles aún persisten las viejas usanzas de Monipodio y su "Corte de los Milagros".