EN CASA DE LOPE DE VEGA

Aprovechando la reciente inaguración de el Ave, que enlaza Alicante y Madrid en poco más de dos horas, y escapando del agobio que me producen las fiestas locales, me he plantado en el "foro", como dicen los castizos. En Madrid siempre hay experiencias que merece la pena revivir. Por ejemplo, la primera mañana me he dejado caer, reincidente, en la casa museo de Lope de Vega. Porque para mí sigue siendo Lope de Vega; me resisto a la familiaridad de nombrarlo Lope a secas, como suelen mentarlo los literatos de copetillo. No sea que al final descubramos que se trate de otros Lopes.

La casa de Lope de Vega sigue estando en el mismo sitio desde hace siglos, esa calle, hoy Cervantes, donde también, paradójicamente, malvivió su vejez y expiró el genial don Miguel. Pero lo que perdura en el poso de los siglos son los patrimonios, que nos recuerdan el notable acomodo burgués del Fénix de los ingenios. Porque lo de Cervantes solo fue un modesto pasar. Por eso nuestra imaginación se cierne sobre lo que se mantiene en pie, que no es otro que la añeja casa de nuestro más celebrado autor de comedias.

La casa retiene en su ambiente ese sabor de rancia españolidad, del paupérrimo confort de nuestro barroco. Como en él, todo son luces y sombras. Es la casa de un hidalgo, con todos sus privilegios y carencias. Es la casa de un literato; todo gira en derredor de las exigencias del oficio. Nada extraña, pues, que la sala principal sea el despacho-biblioteca. De todo el mobiliario, quizá lo único que le corresponda, lo que realmente pertenecía al Fénix,  sea el retrato que lo preside, que nos presenta a un Lope de Vega ya maduro y convencional. Su biblioteca, que debió ser bastante voluminosa, esta surtida hoy de fondos de la biblioteca nacional. En ese holgado salón, se da cuenta de que el dramaturgo escribió buena parte de sus comedias más celebres y de que en torno al brasero celebraba alguna de las tertulias más envidiadas de Madrid. El resto de los habitáculos son, en comparación, modestos. Resalta entre todo que fuera de los pocos madrileños que se permitía un salón comedor. De las habitaciones, lo más reseñable, es que en la de huéspedes se alojara el capitán Alonso de Contreras, celebrado por su libro de hazañosas memorias de un veterano soldado de los tercios.

Pero para hallar acaso lo que más complacia al alma del poeta, además de la mustia capilla, habría que asomarse al frondoso jardín. En verdad, complementa la casa un patio hermoso. Allí hallaría el autor, cuando hallaba descanso entre obra en obra, su mejor solaz. En el invierno lo volvería ameno su verdor, hallaría su esplendor en primavera, y en el verano se deleitaria al cobijo de sus sombras y al húmedo frescor de la tierra. Pasearía sus senderos, tal vez leyendo o recitando; sestearía frente al pozo. Qué júbilo de flora recatada, qué delicia la sombra del granado, la feracidad de frutos salpicada del naranjo, la solemnidad del abeto o la sombra liviana de un tilo. Allí acaso Lope, entre amor y desengaño, conoció el gozo.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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