HISTORIA DE MI VIDA, DE GEORGE SAND

He leído durante estas últimas semanas la Historia de mi vida, de George Sand. El libro transpira un encanto especial. Su lectura ha sido enriquecedora y su estilo envolvente,  capaz de convencer al tiempo que deleitar.
Sobre esta mujer todos guardamos la memoria de su leyenda: la de precoz feminista que, disfrazada de hombre, cautivaba las voluntades masculinas que,  inseguras de sí mismas, se plegaban  a su vigoroso magnetismo. Bajo su seducción cayeron de Musset, Chopin y algunos otros. La Historia de mi vida no es que desmienta de plano estos pormenores, pero si los sitúa con una perspectiva en cierto sentido menos sórdida.
Quien se acerca a George Sand, para qué desmentirlo, lo que busca es el contraste de toda esta ropa sucia. Por eso la Historia de mi vida puede suponer un singular hallazgo, el acercamiento a la sensibilidad de una mujer que supo forjarse un destino distinto al que una sociedad inmovilista la condenaba. Se atrevió a tener eso que a una mujer normal no le estaba permitido: temperamento, conciencia de su individualidad, libertad de espíritu, requisito este último demoledor para cualquier reaccionarismo.

La Historia de mi vida, al menos en la versión que hasta mí ha llegado a través de una libería de lance, comprende dos etapas fundamentales en la vida de la protagonista. Una, que me parece esencial, en la que relata esos años decisivos de su infancia y juventud, con una finísima sensibilidad y capacidad de análisis de los procesos primarios y fundamentales de cualquier ser humano. Su agudeza sicológica y su maestria narrativa, que alcanza el pulso necesario para describir la memoria, la convierte en precursora de esa otra obra clave de la narrativa memorialística de la letras universales: me refiero A la recherche du temps perdu, de Marcel Proust. Claramente nos recordarán los cálidas vivencias de Nohant a las profundas sensaciones de Combray. Nos es raro que Proust bebiera en estas memorias de la Dupin para elaborar el complejo universo de su ciclo, en el que se nos recuerda cuál debe ser la esencia de la literatura.

En la segunda parte de su libro, Sand nos presenta su abigarrada galería de amistades. Allí se rememora con ternura a Balzac, en esos tiempos pioneros en donde se fraguaba su desbordada genialidad. Nos recuerda, que en un viaje a Italia coincidió en el mismo vapor con Sthendal, o mejor con el más sombrío Henri Beyle, cónsul en Civitavechia. Puntualiza la capacidad extrema del escritor para la ironia, incluso para la sátira. Y no es para menos, y hasta nos sorprende, que ese reconocido enanorado de Italia le planteara una visión por lo demás cáustica de la peninsula y de sus conspicuos moradores, tan dados a la fácil caricatura. En este viaje, Sand descubrió Venecia. Se enamoró de ella como tantos otros, elevándola al rango de ser vivo capaz de despertar sentimientos y quizá  hasta prestarse a este recíproco juego, como tal esperarían de ella los más románticos.

Sobresale entre sus últimas páginas, ¡cómo no!, el recuerdo de Chopin; el crudo invierno pasado en Valldemosa; la sutil penetración para describir su complejo temperamento. Pormenoriza la índole de su relación, donde la frágil personalidad del compositor la comprometía hacia un celo maternal. Claramente, Sand revela el carácter de tan compleja relación, hasta donde permite el pudor.
En definitiva, quien se adentre en la lectura de la Historia de mi vida, se encontrará con un libro hermoso, contado con la amenidad de una mano maestra. 
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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