La petaca de Hemingway


 He llegado a Madrid: no ha sido fácil. Para cumplir tal destino, he tenido que sortear una infección digestiva originada por una bacteria, superar la covid hace un par de semanas, quedarme sin gafas un día antes del viaje, y, en la misma mañana, padecer cierto añadido de ritornelo congestivo, secuela soterrada del omicron, para ya a pie de tomar el tren ser informado en ventanilla de un error en la validación de los billetes. En verdad, que parecían confabularse las fuerzas adversas para malograr los cuatro días de relax de que disponía. Pero pese a tal panorama, no dejamos de ser afortunados, pues en nuestro derredor acontecen verdaderas desgracias. No son pocos los de mi generación que se ven acechados por los más sórdidos designios. La vida son cuatro días, y los más de ellos aciagos.

El calor bochornoso de Madrid, ciertas punzadas en el pecho esporádicas pero preocupantes, una mente fatigada que aún retiene el lastre rutinario de nuestro día a día, más el resultado de vagar toda la jornada bajo la canícula, me han dejado exhausto y con un horizonte envuelto de cierto pesimismo, lo cual me ha impulsado a romper con la promesa de abstenerme de bebidas alcohólicas, que la lucidez de hombre en mis cabales me recomendaba. No he podido renunciar a un vino durante la cena, y luego a una copa más contundente celebrando el disipar del día moribundo. En el salón del Círculo de Bellas Artes he aguardado la noche, aceptando esa "Huida del Tiempo" a la que Josep Pla nos invita, en una edición de Austral recién adquirida. Ese tiempo medido cuyo paso no tenemos más remedio que aceptar, pues participamos de su misma esencia, efímeros como su sustancia.

Recuerdo que el año pasado yo tenía distintas sensaciones en Madrid. LLevaba algún tiempo mitigando dolores y sinsabores  con algo de analgesia etílica. Tenía más o menos la edad en la que Hemingway pululaba por Madrid, y como él tuve la tentación de borrar las miasmas de cuerpo y alma con algún abrasivo. Adquirí una botellita de bolsillo de J.B.. Con ella, en la soledad del hotel, pretendía compensar la carencias del vivitorio. Pero, tras dar un segundo trago, solo alcanzaba cierto malestar general y una boca más reseca, que el escepticismo de los años no permite refrescar. Hay que recordar a la romántica juventud que la petaca de Hemingway no era la ambrosía de su triunfo sino la purga de sus miserias. 

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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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