300: EL ORIGEN DE UN IMPERIO

Confieso que la primera parte de 300 la vi bastante tarde, por televisión, cuando ya su primer impacto había quedado atrás. En cualquier caso, para el espectador primerizo la fuerza de sus imágenes no pierden ese primordial objetivo de ser impactantes. Sus fotogramas acusan ese virtuosismo sensacionalista que ostentan las viñetas de los comics de superhéroes, que también determinan la ingenuidad y sencillez de su guión, ofreciendo una imagen simplificada del mundo griego antiguo. Aun así, el film retiene la carga emotiva de lo epopeico y mantiene un discurso exaltado en el que se resaltan las virtudes políticas y morales de occidente.

El formato en que está concebida la película yo creo que hubiera sido más apropiado para ilustrar la guerra de Troya, conflicto más parejo al mundo mitificado en que se mueve el film. Aunque hay que reconocer que esta guerra global en que se ponía en juego el destino de occidente quizá tenga un mayor mordiente y diga más a la parcela sentimental del espectador. Con estos griegos defensores de su libertad a ultranza, regidos aun por su rudimentaria democracia, pero democracia al fin, nos sentimos identificados, pues comparten muchos de los valores permanentes en nuestra sociedad; es más, justifican su razón de existir. Sobre todo con Norteamérica, rescatadora en su idiosincrasia de estas viejas formas e ideales griegos, tan evidentes en sus símbolos, el tono de la película encuentra una gran complicidad. Como en la Guerra de las galaxias, seguimos luchando contra ese imperio que encarna la tiranía y los poderes obscurantistas. Hay que reconocer que, pese a su ingenuismo, el discurso no deja de ser valido, vigoroso y nada decadente.

Difícil me resulta no obstante reconocer en esos guerreros miguelangelescos de gimnasio a los antiguos griegos, a esos valerosos hoplitas que defendieron las Termóplilas, vencieron en Maratón y Platea y destruyeron la flota persa en Salamina. El rigor histórico en el film es bastante deficiente, y sobre todo es difícil de imaginar al primer hombre de Atenas, Temístocles, el que no sabia tocar la cítara, pero que de una pequeña ciudad podía hacer un gran estado, cercenando cabezas en primera línea ante el empuje arrollador de los "inmortales", ciegos adoradores de ese peculiarísimo Satán-Jerjes.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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