Rastreo en los grandes almacenes
en el estante de cedés de clásica
por si descubro alguna pieza codiciada.
La impresión que se destaca
es que de cuanto escarbo nada complace.
Todos son solistas y directores sin morbo,
desconocidos que pugnan por alcanzar relumbrón.
Una cosa es cierta: el tiempo pasa.
Ya no se encuentra las grabaciones memorables
que alegraban el alma del melómano.
Discos que veneraban los diletantes
como el solar de Akenatón.
En otro tiempo tuve un guía veterano
que aleccionaba mi musical ignorancia.
Me encaminó a apreciar la grabación en vivo
de la artificiosa en estudio elaborada.
En aquellos tiempos resonaban nombres
que conducían con olímpica batuta:
Walter, Furtwangler, Knaperstbusch,
Cluytens, Serafin, Vittorio Gui.
Cantantes que apabullaban con su voz:
Corelli, del Monaco, Panerai,
Callas, Tebaldi, Shutherland.
London, Hotter, Ferdinand Franz.
Yo me afanaba en acaparar
la gemas más apreciadas
y que con el pasar de los años
continúo buscando vicioso
con el mismo celo snobista
del maestro que ya no está.
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