Durante toda mi vida había vivido de espaldas a la política. Intentaba pasar sin inmiscuirme en asuntos en los que un hombre de a pie acostumbra naufragar. Yo llevaba mi existencia gris y dejaba que las altas instancias dispusieran cuanto se desarrollaba a mi alrededor. Hacía como el caracol; cuando soplaba la borrasca yo me introducía en mi caparazón esperando la bonanza. Con las bendiciones del nuevo sol solía emerger, y entonces me topaba con el nuevo amanecer al que había que adaptarse, aun tratándose de un paisaje de muchas maneras hostil. Durante cuarenta años me afané por que no me faltase cada fin de mes el modesto salario que establecía el convenio laboral. Mientras contase con tal migaja, subsistiría sin entablar diálogo con el mundo circundante, con quien había establecido un armisticio nivelador de la guerra perdida contra el mismo. Pues de la guerra entre el ego y la globalidad, salí malparado. Me tocó la senda del perdedor. Perdí mi batalla y hube de refugiarme en el redil. Me consolé con la frase de Cristo: ¿Qué ganará el hombre, si ganase el mundo y perdiese su alma? Tal frase encierra más sabiduría que ninguna otra consideración sobre el valor de nuestra vida; es una frase que se halla muy por encima de la vanidad del deseo.
Mas hoy, en la madurez parecen renovarse las perspectivas. He saldado el compromiso laboral con el beneficio de una pensión modesta, recortada por la legislación podadora de las jubilaciones prematuras. Comprenderán que a los 63 años, después de 37 de duro trabajo manual, un hombre sensato no vacila en su decisión. Cualquier cosa es preferible a seguir manipulando, que no es paja, 10 toneladas diarias de material tóxico con el fin de alcanzar la pensión tope y sustantiva pero a un precio ya inasumible para la salud, por lo que considera lúcida la decisión de conformarse con la retribución recortada y decorosa, la cual apenas rebasa los 1000 euros. No pocos parias subsisten con la mitad.
La política nunca me había interesado, pero en este año de encierro he tenido tiempo de impregnarme de ella. Alardea el socialismo de cuidar al obrero como la gallina a sus polluelos. Pero yo creo que desde que llegó Sánchez al poder no he recibido ningún beneficio. A los dos meses de jubilarme saltó la pandemia. Pasamos recluidos 2020, y en el 2021, cuando todo prometía que las aguas volverían a su cauce, recibo unas cuantas sorpresas: 1ª el ministerio me manda una carta felicitándose con la subida de las pensiones, alegría de la que no puedo participar pues a mí, teniendo en cuenta la retenciones del irpf, me correspondería cobrar una cantidad inferior a la que la seguridad social señaló que me quedaría con la jubilación anticipada. 2ª en la declaración de la renta de este año, Hacienda, acogiéndose al impago (no cobro por parte de ella) de las retenciones correspondientes a 2020, a la amortización de mi plan de pensiones, del que ya se había usufructuado el banco, sin cobrar por mi parte renta alguna, y por cierto capitalillo pendiente de cobro, me exige el pago de 2000 euros, contantes y sonantes, cuyo abono fraccionado no puedo solicitar pues en la delegación correspondiente resulta imposible conseguir una cita previa. 3ª En abril me pusieron la primera dosis de la vacuna, AstraZeneca, por decisión inapelable del gobierno; pero ahora resulta que la segunda dosis, cuya fecha de administración ha sido anulada, queda en suspenso, ignoro por qué misterio del ministerio de Sanidad.
El caso es que pretendía irme unos días de vacaciones, del 9 al 14 de Julio, ya vacunado. Espero no tener que suspenderlas por incompetencia institucional.
Y El caso es que no sé, Sánchez, cuantas plagas más voy a padecer bajo la tutela de esta nefasta administración. Lo declara un confeso apolítico.