Escritores, escribidores y escritorcillos

En la actualidad existen dos clases de escritores: una la del escritor que escribe para el lector común y corriente, considerando en este espectro desde las modistillas - si es que aún quedan- a los maestros nacionales. Mencionaría a otros  diplomados más eminentes, pero no estoy seguro si sus ilustrísimas habitúan el grosero vicio de leer, aunque sea los fines de semana o en su más que frecuente período vacacional. El otro es el de los escritores que escriben para escritores. Entiéndase que en este grupo enmarco a todo a aquel que tiene la espuria tendencia de emborronar cuartillas. El cometido del primer tipo es el de contar historias con las que entretener a su público, valiéndose para ello de cualquier medio que esté en su mano o en su pluma. La presentación de su producto viene a compararse a la de un suculento plato de cualquiera de los restauradores estrella de la guía Michelín. En ese sentido es un Master-writer. Porque al lector hay que entrarle por los ojos, la complacencia y el apetito, englobando en este último sus vicios y veleidades. El cometido del segundo es el de saber enrollarse, para así incidir en la sofisticada inteligencia de cualquier colega, intrincando más si cabe el laberinto de su discurso y el rompecabezas de sus elucubraciones. La diferencia entre uno y otro, es que el primero conoce la efimeridad de su intento, mientras que el segundo pretende que su rollo devenga eterno. Los primeros se someten  a la literatura de género, policíaco, de terror, romántico o fantástico,  en tanto que los segundos alardean de cultivar la literatura pura o gran literatura. Un teórico como Vargas Llosa, artífice de una tercera clase de escritor, el escribidor, opina que la novela debe justificarse por sí misma. Tiene que ser un universo perfecto y cerrado que solo trasciende a la vida en la experiencia consecuente del lector. Recela Vargas Llosa de las novelas que solo son vehículos para trasmitir ideas, objetando con ello de la obra de Hesse o un Thomas Mann. Creo que si a la novela se la despoja de su valor ejemplar, y queda reducida únicamente a juego de ficción, pierde gran parte de su validez. Una novela mascullada, refrita, ensimismada, nunca rebasará ese "demás" de Verlaine.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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