Esta mañana, al levantarme, me han acompañado positivas sensaciones. No he percibido síntomas de mareo y el dolor de cabeza que me acompaña desde hace semanas se había mitigado. El día era radiante, uno de esos días esplendorosos de primavera que se dan en Alicante. Al despertar, en mi ánimo no pesaba la desgana que me deprime desde la muerte de mi padre. Tengo cuatro días de asueto por delante y no hay que desaprovecharlos. Porque aunque las perspectivas de la vida parecen halagüeñas (la cuenta bancaria, por fin, ha medrado, me esperan solo uno o dos años para la jubilación y los problemas no presentan aspectos demasiado siniestros) la realidad, no obstante, siempre encubre esa rebaba que amenaza peligrosa. Y es que la vida a veces enseña su cruda realidad. A mi madre la tiene postrada a sus 93 años en un lecho que ya no puede abandonar. Con este ejemplo delante, barruntamos la convicción de Julio César asegurando que la mejor muerte que a uno puede acaecerle es la repentina. Pero no a todos corresponde tal suerte. Tengo frente a mí la portada de un cedé de Jaqueline Du Pré. Confieso que su existencia me era completamente ajena, pues aunque aficionado a la música, mi conocimiento de su historia es limitado. Llegué hasta ella mientras seguía por yutube unas interpretaciones de Baremboin. La red me sugirió cierto video de un trío de Beethoven, en el que un joven Baremboim era acompañado por una rubia violoncelista y un correcto violín. Desde el primer momento me cautivó la belleza de la joven. Ni que decir tiene que se despertó curiosidad. No tardé en averiguar que aquella atractiva joven, Jaqueline Du Pré, fue la primera esposa de Daniel Baremboim y que, constaté luego consternado, falleció en 1982, aquejada por una esclerosis múltiple.
¡ Qué ejemplo más demoledor! ¿Cómo alguien poseedor de un talento y una belleza exquisitos pueda ver truncada su existencia con el pago más cruento del destino? Cuando la muerte llama a la puerta, su golpe de guadaña se presenta contundente y sin concesiones. Poco importa cómo quedemos los vivos, y qué será después de los muertos. Solo soportamos tan injustas circunstancias, porque nuestro corazón se endurece en el ejercicio de la vida y nos volvemos insensibles frente al dolor.
Pero, cambiemos de tema, y recordemos que hoy nos hemos levantado con renovado optimismo. Como cada sábado, he ido a la compra y en el tiempo sobrante, curioseando en una tienda de segunda mano, ha llamado mi atención un viejo disco de vinilo, que contenía dos long plays, como se decía antes, de Joan Baez. Los discos se escuchan con placer, pues pese a sus muchos años no están muy deteriorados. Lo componen grabaciones que conmemoran los 10 primeros años de la cantante. La grabación tendrá más de cuatro décadas y me ha costado cuatro duros. Para escucharlo he tenido que desempolvar el giradiscos del viejo equipo de sonido. El vinilo ha hecho mis delicias, pues nos recupera la vibrante voz juvenil de Joan Baez, quien como nadie interpretó a Dylan, así como el cedé de Jaqueline Du Pré revivirá la luminosidad y agonía de su melancólico violonchelo, haciendo bien presente su fugaz y malogrado paso por la tierra.
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