Por el jardín vagaba
con su kimono de seda.
Nadie bajó a acompañarla,
solo la luna llena.
La princesa Blancaflor
se asomó al estanque de magnolias;
quedó turbada por lo que vio,
no lo puede apartar de su memoria.
En el sendero hacia casa
entre el ulular del búho
y el lamento del bambú
siente en el ánimo oscuro
la impaciencia de un albur.
Será al abrir las ventanas
cuando el vuelo de la grulla,
admonitorio y gentil,
celebrará la mañana
reverdecida de abril.
Sabrá entonces Blancaflor
que existe un gozo
más ardiente que el placentero jardín,
que los reflejos del día en el pozo,
que la canción de las aves
y el aroma del jazmín;
un gozo comparable a la caricia del sol,
un gozo que en todo hombre nace
y que lleva por nombre amor.
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BREVE ORIENTAL ( observando un espejo decorado, durante la cena en un restaurante chino)
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