Oigo por televisión calificar a Putín de sátrapa. El primero que lo hizo fue Rufián, el pintoresco portavoz, en el Congreso, de Esquerra republicana de Catalunya; a continuación utilizó tal término el presidente del gobierno, Pedro Sánchez. Imagino que con el paso de los días tal calificativo se habrá estandarizado, y hará uso de él gran parte de la clase parlamentaria, el gremio periodístico y aun las marujas de los patios vecinales. A mi entender se denominaba sátrapa a los gobernadores de los distintos terretorios dominados por el rey de reyes de los persas y que éste designaba a dedo entre sus afines. ¡Vamos, algo así como lo que quiere colocar el presidente ruso en el gobierno de Ucrania tras su conquista! Convengo en que tal vez Rufián se acogió a la seguanda acepción que admite el diccionario, en la que dícese de los individuos taimados y astutos, o que lo que pretendió, simplemente, fue catalogar a Putin como "tirano" o "déspota"u "opresor" o "sanguinario caudillo de la hordas orientales como lo fue Atila". Porque el lugar que ocupa Putin no es de sátrapa sino de dictador imperialista, azote de los pueblos.
Ocurrirá con lo de sátrapa lo que con el término "implementar", una definición olvidada en la desmesura del diccionario y que a poco de mentarla el doctor Simón, el de la pandemia, corrió de boca en boca como la polvora. Corrientemente se usaba la expresion "llevar a cabo" o "llevar a efecto". Pero tal vocablo importado ha calado tan hondo que "implementa" todo dios.