Entre algunos poetas del 27 se reservaba cierta cautela hacia Juan Ramón. De él rememoraba Alberti, no sin ironía, anéctotas oprobiosas. Probablemente fuera Lorca quien mantuviera cierta proximidad discipular con el de Moguer. Por su parte, Neruda, en sus memorias, lo tilda de neurótico, criterio que acaso escondiera otras diferencias inconfesables. ¿O sería tal vez que el verso de estremecida incertidumbre del chileno envidiaba la pureza de manantial que brota de Jiménez? ¿La vicisitud desolada de Resisdencia en la tierra, tumultuoso torrente de desesperanzas, recelaba dubitativa en cierta manera ante la frasciscana claridad virginal de Platero? Y es que en el mundo de la lírica siempre se compaginarán los celebradores de la luz con los honderos de las sombras. La poesía tanto abre caminos de iniciación como de degradación. No obstante la lírica es una manifestación de espíritu humano, íntimamente ligado a su vicisitud mortal, que clama por una realidad atemporal que la trascienda.
El dolor tiene un sonido
El dolor tiene un sonido,
como tiene una voz el río
y rompe en cántico la aurora.
Por el dolor nos habla
el lamento de lo efímero,
queja el desgarro de lo vivo,
olvida el recuerdo de que fuimos.
En el dolor solo cuenta
el vacío de estar solo,
el silencio privado de la muerte.
Nos duele, proque se marchita
lo creado, porque la conciencia
de existir es pasajera y largo
el peso inmóvil de la ausencia.
La última tentación
Confieso no haber visto la película La última tentacion de Cristo, de Scorsese, ni leído la novela homónima der Kazantzakis, aunque la conservo en mi biblioteca. En el trailer promocional de film se insuaba cierta inclinación sensual del Salvador hacia María Magdalena como fundamento de tal tentación. No creemos. sin embargo, que tal tentación se originara por el apego de Jesús a lo sensorial, a la ataduras naturales de la carme. Queda claro en los Evangelios que la tentación tiene efecto durante el trance decisivo de Getsemaní, mientras los discípulos duermen, y cuando todas las incertidumbres de la noche se ciernen sobre él, llenándolo de angustia. La tentación va ímplicita en la frase: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz". En ella Cristo vacila, pone en entredicho su divinidad. Su naturaleza carnal tiene aquí su última palabra, que Cristo silencia con la apostilla: "Pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya". Tal asunción queda corroborada poco después, cuando vienen a prenderle, y confirma su identidad a los guardias del sanedrín: "Yo Soy". Aquí Cristo manifieta su naturaleza divina, uno mismo con el Padre, vencida por completo la tentación.