Procesión


 Baja la solemne procesión

por la calleja del lugar;

en andas el paso cimbrea

con hondos golpes de tambor.

En sus esquinas, faroles de latón,

custodiando la gran cruz

e iluminando con su luz

el cuerpo exánime de Dios.


De los crueles clavos

penden los largos brazos;

 sostienen el cuerpo quebrantado,

contraído en gesto de dolor.

Tuerce las piernas trémulas,

recogidas en sus tarsos

por un tercer clavo de rencor.

La cabeza coronada

por espinas de zarzal,

y en su cuerpo lacerado

mana la herida del costal.


Pasa con paso atormentado

la solemne procesión,

vana en su esfuerzo de expiación,

de lavar al mundo de maldad;

pues por los hechos humanos,

Jesucristo, cada día, 

por redimir la vida,

constante muriendo está.

Lágrimas por Rimbaud


 Acabo de leer la biografía de Rimbaud, de Enid Starkie.

La figura de Rimbaud me fascinó desde la juventud, desde que tuve noticias de él.  Ya en el colegio me atrajo su fisonomía en el cuadro Coin de table, de Fontin-Latour, que reproducía mi libro de texto sobre literatura francesa. Tal seducción - he comprobado con el paso del tiempo- subyugó a no pocos amantes de las letras, conocidos o anónimos, a esos que anteponen un buen libro a un plato de lentejas.

En esa primera juventud yo no era consciente de muchas cosas, como, por ejemplo, del calado de las relaciones que el joven poeta tuvo con Verlaine, de cuanto se solapaba bajo el luctuoso altercado de Bruselas, tan determinantes en su vida y en su obra. En cualquier caso me atraía Artur Rimbaud, acaso por esnobismo y porque llevaba intrínseco el germen de la rebelión. Admiraba en él el modo cómo un adolescente habia escalado los primeros puestos de los poetas de Francia, aunque de ello no fuera consciente en vida, mientras que yo a su edad no dejaba de ser más que un fracasado don nadie. Vivíamos tiempos de revuelta, de crítica hacia lo establecido, y la figura del poeta se perfilaba como el heraldo anunciador y precursor de los tiempos. Nos motivaba su aventura humana, en tantos puntos envuelta en el misterio. Sabíamos que después de escribir Une saison en enfer y decir ahí queda eso, abandonó la carrera literaria, cuando quizá de haber persistido en ella le hubiera convertido en un nombre fundamental en el Parnaso, y se exilió de Francia, como quien no tiene cabida en la sociedad de su tiempo, para emprender un vida de viajes y aventura. Luego supimos de su muerte temprana, con apenas 37 años, pero ésta quedaba empañada tras los laureles de la posteridad.

He de confesar que cuando lo leía de joven apenas entendía el mensaje de sus poemas, que sonaban a propaganda infernal. Creíamos osadías sus derrotas. Tomábamos por ángel al maldito. Ahora cuando conocemos la índole de sus conocimientos, ese crisol hermético del que surgía su poesía, y que dio forma a sus Iluminaciones, no nos extraña que su comprensión nos resultara abstrusa. Tal amalgama de magia, alquimia, esoterismo y mística nos es fácil de aprehender. Recientemente leí una antología de su obra en verso y he de reconocer que la mayoría de sus poemas se hurtaban a mi comprensión. La verdad es que drogas, alcohol, brujería, sodomía, truhanismo no es el mejor cóctel para paladear. Se requiere un conocimiento ímprobo del bagaje poético para llegar asimilar su magma contradictorio.

Cuando como otro Rimbaud tuve que renunciar a mi vida crápula, la estela del poeta se apartó de mí; la de él como la del resto de los malditos. Mis lecturas tomaros otros derroteros menos claustrofóbicos y más encaminados a la positividad literaria y de la vida, buscando apartarme de la sombra de la desolación.

Solo recientemente, cuando mi destino ya se ha realizado en parte, he vuelto a la memoria de aquellos pasos juveniles. Me hice con la oevres completes de Rimbaud, Verlaine y Baudelaire,  de la Pleiade. Releí Las flores del mal, reconociendo a Baudelaire como el poeta incomparable que fue y que junto a Rimbaud, Verlaine y Mallarme quizá constituyan la cumbre de la poesía francesa, y a quienes si observamos con mirada lúcida no los reconoceremos sino como tristes pecadores arrepentidos. No, sino grito de arrepentimiento se manifiesta en el desgarro de Une saison en enfer.

Hoy, al leer su biografía, y conocer de esa segunda saison en enfer que supuso su vida en la africana Harar, ese lugar apartado que escogió para establecerse, como si dijéramos- y perdón lo canallesco- ese grano infecto en el culo del mundo, donde transcurrió el drama de sus padecimientos durante esa prematura enfermedad que lo llevó a la tumba, no pude menos que consternarme. Lloré por él. Probablemente, la vida no le concedió la dádiva más sosegada de la madurez, en la que acaso hubiera hallado esa perla que siempre andó buscando, ese ágape que el mismo se negó.


ARPEGIOS

ARPEGIOS

Río de desesperanza

cuadriláteros de anhelo

blanda argolla del silencio

donde halla cabida el seno

postergado de la aurora,

y tiembla el necio en ignorancia

descarríado en la urdimbre

de su canto rutinario

asomado al vano nocturnal

constante frío desapego

del lecho que aguarda

bajo la rama donde el búho ulula

un escalofrío de escarcha.


Paciente muchedumbre

que transcurre obnubilada

por túneles avenidas estaciones

síntomas trepidantes de la urgencia

desencantando sombras que pasan

en desvanecidas ráfagas

entre brillos de cristales rutilantes


sutil pestañeo de ojos voraces

que miran la raíz extinguida de las horas

tras sonrisas tétricas de calaveras hueras

que el yodo esteriliza

al supurar la herida purulenta

que la muerte masca


geografía de naufragios

conscientes hemisferios de rocío

en el océano inquietante

donde se desnuda el virginal pudor

y la carne estremecida

se inunda de esperanza

pura como lágrimas.