Baja la solemne procesión
por la calleja del lugar;
en andas el paso cimbrea
con hondos golpes de tambor.
En sus esquinas, faroles de latón,
custodiando la gran cruz
e iluminando con su luz
el cuerpo exánime de Dios.
De los crueles clavos
penden los largos brazos;
sostienen el cuerpo quebrantado,
contraído en gesto de dolor.
Tuerce las piernas trémulas,
recogidas en sus tarsos
por un tercer clavo de rencor.
La cabeza coronada
por espinas de zarzal,
y en su cuerpo lacerado
mana la herida del costal.
Pasa con paso atormentado
la solemne procesión,
vana en su esfuerzo de expiación,
de lavar al mundo de maldad;
pues por los hechos humanos,
Jesucristo, cada día,
por redimir la vida,
constante muriendo está.
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