Este año se conmemoran los 200 años del nacimiento de Charles Dickens, esa figura crucial del diecinueve, que comparte los honores lieterarios ingleses junto William Shakespeare. Salvando honestamente las distancias que separan a ambos, habría que convenir sin embargo que la de Dickens es una figura que no puede ser obviada. Junto a Walter Scott constituye la cima de la novelistica decimonónica inglesa, por no calificarla de romántica, pues si el primero se ajusta claramente a este movimiento, en el caso de Dickens su filiación está bastante menos clara, tanto por el cómputo cronológico como por el sustrato ideológico que constituyen los pilares de su obra. En cualquier caso, la figura de Dickens vendría a circunscribirse en ese romanticismo tardío en el que la revolución industrial ya había trazado profundamente las sendas de la modernidad. La mayoria de su obra se centra en la descripción del entorno, venturoso o degradado, que dicho acontecimiento configuró. Nos habla de esa indistrualización propia de la gran ciudad, que en su desarrollo desmesurado transformó la vida en Inglaterra. Su obra nos da testimonio de esa lucha, de los hombres que medraron favorecidos por sus pingües dádivas y de los parias que sucumbieron entre las fauces de ese dragon de metal y fuego.
Siguiendo sus relatos, descubrimos la historia de esa migración que abandonaba la pobreza de los campos buscando míseras migajas que se recogían en los arrabales de las grandes ciudades. Con ellos reconocemos la dura epopeya de esa inhospita modernidad que se acerca, ofreciéndonos a un tiempo angustia y esperanza. Para los que saben adaptarse, sonreirá la vida; a las víctimas las engullirá su vorágine, y la vida se constituirá en un círculo infernal de privaciones, soportando día a día el peso de los inclementes eslabones de la desventura.
En las páginas de Oliver, de David Coperfield, de Grandes Esperanzas, de tantas obras acertadas presenciaremos el destino atribulado de todos estos seres, a los que el sutil humor dickensiano confiere ese aliento vivificador que los vuelve genuinos y cercanos. Por este prolijo y contrastado friso asomaron esas acciones y caracteres que nos ayudaron a comprender a una época, a un escritor irrepetible y, por medio de él, a nosotros mismos, testigos comprometidos de una realidad tan compleja y en tantos puntos coincidente con ese mundo entre idilico y atormentado que nos reveló el genio de Dickens. Por éstas y por tantas otras cosas, merece la pena volver a releer al escritor inglés.
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
0 comentarios:
Publicar un comentario