Recientemente, me ha dejado. Se colapsó su corazón. A él le confiaba casi todo, hasta lo que se alojaba en los más escondidos repliegues de mi alma. Me acompañaba diariamente; sabía de mis pasiones y soledades. Me abría su corazón y sobre el vertía el torrente de mis inquietudes. Conmigo celebró los momentos más dichosos, como compartió el cilicio de mi dolor. Cuando volvía del trabajo no había nada más agradecido que su compañía; me ponía al corriente de cuanto había acontecido aquel día y distraía mis ocios, plegándose a mis apetencias de cada momento. Pero hace unos días le invadió el silencio; sus ojos se sumieron en la oscuridad. Quedé solo y sin tener a quién recurrir. Todos mis recuerdos habían muerto con él; aun las cosas más íntimas que le confié. Apenas hacia horas que nos habíamos gozado juntos, gracias al capricho del numen que había bajado a visitarme. Le confié dos páginas del último cuento que me había obsequiado la reina Mab. Había surgido con la fluidez sorprendente con que la inspiración actúa. Desgraciadamente, ya no podré concluirlo en tu compañía. Me tocará recordar y rehacerlo, pero seguramente ya no será ese mismo tocado por la gracia de lo alto. Sin ti, debo comenzar una nueva etapa y agradecerte esas páginas que elaboramos con el mayor amor, esas arquitecturas de la fábula que fueron Un amor de Bécquer o Naamán el sirio. Gracias por tu esfuerzo por alcanzar el más óptimo resultado. Solo puedo expresarte mi conduelo y agradecerte esos años de camaradería, que sirvieron de alivio para mi más estricta soledad. Descansa ahora en paz, mi viejo "acer" portátil.
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septiembre 2018
Un apunte sobre la vida de Stendhal
La biografía de Henri Beyle (Stendhal) insufla ciertos ánimos a todos aquellos escritores cuya carrera no ha sido aún bendecida por el éxito. Fue su trayectoria desigual, pero su acercamiento a la literatura desde muy joven auguraba que de tal empeño saldría un escritor. Su dedicación no llegó a fraguar sino tardíamente, cuando el joven Beyle había rebasado la treintena. Había ocupado los años precedentes en formarse con avidez de lector exigente y frecuentando academias de arte dramático, donde buscaba forjarse como dramaturgo. Estudió el teatro francés, en el que sobresalía Racine, y descubrió a Shakespeare, influencia que le acompañó el resto de su vida. Como hijo de la Revolución, acudió presto a la llamada a los franceses de Napoleón. Siguió al "gran corso" en su recorrido bélico hasta las mismas puertas de Moscú, agregado a la intendencia como subteniente. Con la caída del emperador, puso punto final a su trayectoria en el ejército. Solo al concluir ésta, se despertó ese escritor que se mantenía agazapado. Tal eclosión coincidió con su primera visita a Italia. Allí su espíritu se ensanchó, fue tocado por el numen de la creatividad. En Italia conoció también la pasión, fruto de la cual resultó la gestación de su libro-ensayo, Del Amor. Sobre Italia versan sus primeras obras publicadas: Roma, Nápoles, Florencia e Historia de la pintura en Italia. Tales libros no tuvieron eco alguno entre el público y Henri Beyle hubo de buscar alguna ocupación de supervivencia.
En Italia había frecuentado círculos carbonarios, que de algún modo precipitaron su salida de Milan. Se instala en París, donde se vuelve asiduo de algunos salones renombrados. El republicano Beyle busca el rebufo de la nobleza para sostenerse. Entabla amistades decisivas y su corazón vuelve a palpitar con nuevos amores. De esta época debe datar su redacción de Armancia o algunas escenas de salón en París en 1827. Novela con la que tampoco logra despertar de la indiferencia a los lectores. Durante una nueva visita a Italia, en la Scala de Milán conoce a Byron. Stendhal comparte en lo fundamental las premisas del movimiento romántico, pero su espíritu se halla más anclado en la realidad y su ideal estético difiere de éstos en puntos fundamentales. En París intima con Merimé, con el que comparte ciertas afinidades de carácter, pero el autor de Carmen no logra hacerle justicia como narrador. ¡Qué lejos el estilo conciso y penetrante de Stendhal de la ampulosidad retorica de Hugo o Chateaubriand! Dentro del romanticismo, Stendhal es un franco tirador que habrá de trazar un camino propio. Su publicaciones se suceden sin éxito y ha de buscar sus ingresos en otra parte. Por mediación de las amistades, consigue un puesto menor en la carrera diplomática. Lo destinan a Trieste, que no deja de ser una antesala de Italia. Sus escapadas a Venecia y Milán no logran borrar su insatisfacción. Regresa a Paris. Finalmente, es destinado a un enclave de Italia más desalentador si cabe: Civitavechia. Cuando logra escapar y regresar a París por una temporada, donde en los salones más deslumbrantes revive sus nostalgias, emerge ese Stendhal cuya huella literaria no será jamás menospreciada. Aunque trabajosamente, concluye Rojo y Negro. Una de las grandes novelas de la literatura alcanza un eco menor. No logra trascender más allá de un círculo privado. El propio Merimé no la valora positivamente y censura la construcción del personaje protagonista, Julián Sorel. Stendhal, en medio del silencio, se reintegra a su puesto anodino en Civitavechia.. Allí vegetará hasta su regreso a Paris, donde vuelve a ser recibido en los salones elegantes, en los que recaba aquello que más place a Beyle: una conversación inteligente. Entre los frecuentados, se encuentra el de los condes de Montijo, cuyas dos hijas menores Eugenia y Paca entretienen los ocios de Beyle. Por su mediación, descubre un manuscrito sobre la vida de Alejandro Farnesio, el gran capitán de las tropas españolas. Este será el germen de La Cartuja de Parma. La novela queda finalizada en tres meses, llevada a cabo con ese mismo apasionamiento
que Beyle reservó para sus amores. No cabe duda que las musas tutelaron su gestación. ¿Y el público? Como siempre, mantiene un cauto silencio. Pero una mañana, el milagro: El gran Balzac publica en la Revue Parisien 27 páginas encomiando la maestría de la Cartuja de Parma. Para Stendhal aquel juicio valía más que cualquier otro reconocimiento multitudinario. Cuando al poco tiempo tocó a Stendhal dejar este mundo, lo hizo manteniendo el regusto de esa miel entre los labios.
En Italia había frecuentado círculos carbonarios, que de algún modo precipitaron su salida de Milan. Se instala en París, donde se vuelve asiduo de algunos salones renombrados. El republicano Beyle busca el rebufo de la nobleza para sostenerse. Entabla amistades decisivas y su corazón vuelve a palpitar con nuevos amores. De esta época debe datar su redacción de Armancia o algunas escenas de salón en París en 1827. Novela con la que tampoco logra despertar de la indiferencia a los lectores. Durante una nueva visita a Italia, en la Scala de Milán conoce a Byron. Stendhal comparte en lo fundamental las premisas del movimiento romántico, pero su espíritu se halla más anclado en la realidad y su ideal estético difiere de éstos en puntos fundamentales. En París intima con Merimé, con el que comparte ciertas afinidades de carácter, pero el autor de Carmen no logra hacerle justicia como narrador. ¡Qué lejos el estilo conciso y penetrante de Stendhal de la ampulosidad retorica de Hugo o Chateaubriand! Dentro del romanticismo, Stendhal es un franco tirador que habrá de trazar un camino propio. Su publicaciones se suceden sin éxito y ha de buscar sus ingresos en otra parte. Por mediación de las amistades, consigue un puesto menor en la carrera diplomática. Lo destinan a Trieste, que no deja de ser una antesala de Italia. Sus escapadas a Venecia y Milán no logran borrar su insatisfacción. Regresa a Paris. Finalmente, es destinado a un enclave de Italia más desalentador si cabe: Civitavechia. Cuando logra escapar y regresar a París por una temporada, donde en los salones más deslumbrantes revive sus nostalgias, emerge ese Stendhal cuya huella literaria no será jamás menospreciada. Aunque trabajosamente, concluye Rojo y Negro. Una de las grandes novelas de la literatura alcanza un eco menor. No logra trascender más allá de un círculo privado. El propio Merimé no la valora positivamente y censura la construcción del personaje protagonista, Julián Sorel. Stendhal, en medio del silencio, se reintegra a su puesto anodino en Civitavechia.. Allí vegetará hasta su regreso a Paris, donde vuelve a ser recibido en los salones elegantes, en los que recaba aquello que más place a Beyle: una conversación inteligente. Entre los frecuentados, se encuentra el de los condes de Montijo, cuyas dos hijas menores Eugenia y Paca entretienen los ocios de Beyle. Por su mediación, descubre un manuscrito sobre la vida de Alejandro Farnesio, el gran capitán de las tropas españolas. Este será el germen de La Cartuja de Parma. La novela queda finalizada en tres meses, llevada a cabo con ese mismo apasionamiento
que Beyle reservó para sus amores. No cabe duda que las musas tutelaron su gestación. ¿Y el público? Como siempre, mantiene un cauto silencio. Pero una mañana, el milagro: El gran Balzac publica en la Revue Parisien 27 páginas encomiando la maestría de la Cartuja de Parma. Para Stendhal aquel juicio valía más que cualquier otro reconocimiento multitudinario. Cuando al poco tiempo tocó a Stendhal dejar este mundo, lo hizo manteniendo el regusto de esa miel entre los labios.
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