Esta mañana me he hecho con tres libros de saldo. Cada uno de ellos encierra un interés especial, coincidente con ciertas curiosidades de mi espíritu. El primero de ellos es un libro que leí aplicadamente en mi juventud; se trata del Ecce Homo de Nietzsche. Tengo del libro diferentes ediciones en mi biblioteca, entre ellas la primera que lanzó Alianza Editorial en 1971, traducida por Andrés Sánchez Pascual; pero el ejemplar se encuentra desencuadernado y sufrido de lecturas, por eso me he decidido a adquirirlo esta mañana, en una cuarta edición, por una suma menor a 2 euros. Confieso, que estas confesiones de Nietzsche, diametralmente distintas a las del obispo de Hipona, causaron un impacto tremendo en un espíritu delicado como el mío, formado en la blandura y limpidez de la enseñanza evangélica. Os preguntaréis qué precipitó a un joven de corazón tierno y honesto, a desviarse del aprisco protector del evangelio y encaminarse por las sendas tortuosas de ese "coco" decimonónico del cristianismo, cuya proclama de "Dios ha muerto" aún hace sangrar las intenciones de una fe sincera. Supongo que a Nietzsche me llevó cierta insatisfacción interior, la inseguridad de desconocer con precisión cuál era mi lugar en el mundo, la ansiedad de aquel que interroga sin obtener una respuesta convincente, la búsqueda de una complicidad frente a un fracaso con cuanto y con quienes nos rodean, la necesidad de encontrar un camino acorde con nuestros anhelos y posibilidades, la búsqueda de un oráculo, en fin, que esclareciera nuestro destino. Para quienes no nos sentimos la niña de los ojos de una sociedad del éxito, nos es preciso descubrir unas vías que justifiquen nuestra propia realidad en el cosmos y nos ayuden a transformar nuestra derrota en victoria. .
He de hacer constar que muchas de las inquietudes que nos azogaban entonces aún persisten. Reconocemos que solo en Dios encontramos una respuesta emocional para las incertidumbres de la vida, pero nuestro espíritu nos tienta a develar cuanto se esconde tras la mudabilidad de las cosas.
Cristo no pretende descifrarnos los enigmas sino mostrarnos el camino, la verdad y la vida. Para todos aquellos que somos incapaces de construir nuestro propio cosmos, Él nos ofrece el apoyo, la confianza, el consuelo. Un consuelo metafísico similar y tan óptimo como el que buscaba Nietzsche en el pensamiento trágico
De los otros títulos adquiridos esta mañana, uno nos sigue hablando de realidades no muy divergentes a las planteadas por Nietzsche; también él se sintió desarraigado de la fe y tuvo que buscar un sendero solitario en busca de su plenitud. Peter Camenzind fue su primer éxito, y en él ya se anuncia el caminante que busca nuevos horizontes tras las certezas perdidas de nuestra civilización.
Para quienes protagonizamos la segunda mitad del siglo XX Hesse es una referencia a la que siempre se retorna, de alguna forma fue una luz que dio cierta claridad en el penumbroso sendero del mundo postatómico.
La tercera voz es la de Neruda y su Tercera Residencia, poesía que nos descubre al Neruda más personal, al individual Neruda azotado por los vientos de la desesperación de estar vivo. Un pensamiento más cálido que el de las frías cumbres de los teutones.
He de hacer constar que muchas de las inquietudes que nos azogaban entonces aún persisten. Reconocemos que solo en Dios encontramos una respuesta emocional para las incertidumbres de la vida, pero nuestro espíritu nos tienta a develar cuanto se esconde tras la mudabilidad de las cosas.
Cristo no pretende descifrarnos los enigmas sino mostrarnos el camino, la verdad y la vida. Para todos aquellos que somos incapaces de construir nuestro propio cosmos, Él nos ofrece el apoyo, la confianza, el consuelo. Un consuelo metafísico similar y tan óptimo como el que buscaba Nietzsche en el pensamiento trágico
De los otros títulos adquiridos esta mañana, uno nos sigue hablando de realidades no muy divergentes a las planteadas por Nietzsche; también él se sintió desarraigado de la fe y tuvo que buscar un sendero solitario en busca de su plenitud. Peter Camenzind fue su primer éxito, y en él ya se anuncia el caminante que busca nuevos horizontes tras las certezas perdidas de nuestra civilización.
Para quienes protagonizamos la segunda mitad del siglo XX Hesse es una referencia a la que siempre se retorna, de alguna forma fue una luz que dio cierta claridad en el penumbroso sendero del mundo postatómico.
La tercera voz es la de Neruda y su Tercera Residencia, poesía que nos descubre al Neruda más personal, al individual Neruda azotado por los vientos de la desesperación de estar vivo. Un pensamiento más cálido que el de las frías cumbres de los teutones.