Oigo la obertura Egmont, de Beethoven, dirigida por Kurt Masur, en San Nicolai de Liepzig. Soberbio canto a la libertad. La grabación data de cuando la caída del muro. Hoy en España suena el tan-tan de las cacerolas que la reclaman. En estos días del coronavirus hemos vivido físicamente lo que en la conciencia padecimos durante el franquismo. ¿Cuál era esa losa que pesaba en nuestras almas?: El anhelo de libertad. Porque frente a todo el maremagno de dimes y diretes, conjeturas y sentencias sobre el coronavirus, lo que más se resiente son las limitadas dimensiones de nuestra precaria libertad. Porque la Libertad con mayúsculas ya no se cacarea desde los tiempos de la Ilustración. Lo que nos ha quedado claro en estos meses de confinamiento es que no somos garantes de nuestra libertad, sino que solamente la gozamos como una dádiva del Sistema, que la utiliza como concesión necesaria que solapa, como una cortina de humo, la estrategia de los intereses maquiavélicos que constriñen al hombre. Nunca como en esta pandemia los hombres han cobrado su clara conciencia de rebaño. Hemos sido recluidos en el aprisco como las mansas ovejas al llamamiento del pastor, cuya identidad nos resulta algo incierta y no sé si podríamos identificarla con la del Buen pastor, porque no sabemos en absoluto cuál será su reacción cuando vea venir al lobo.
Nuestros pasos están contados, nuestros movimientos observados como los del ratón en el laberinto de experimentación, anotado cada impulso, cada atajo, cada indecisión. La autoridad sanitaria es la mejor coartada para imponer leyes estrictas que acoten el terreno de las libertades. Porque a día de hoy se contradicen ministros y diputados, médicos y epidemiólogos. Por un lado se nos abre la esperanza ante el aserto de algunos que auguran que el virus desaparecerá como anteriormente lo hicieron otros coronavirus; de otra parte, no pocos sentencian que el virus permanecerá endémico.
Sabíamos de las opiniones clientelares de los medios de comunicación. ¿Ocurrirá lo mismo con las de los científicos?
Nuestros pasos están contados, nuestros movimientos observados como los del ratón en el laberinto de experimentación, anotado cada impulso, cada atajo, cada indecisión. La autoridad sanitaria es la mejor coartada para imponer leyes estrictas que acoten el terreno de las libertades. Porque a día de hoy se contradicen ministros y diputados, médicos y epidemiólogos. Por un lado se nos abre la esperanza ante el aserto de algunos que auguran que el virus desaparecerá como anteriormente lo hicieron otros coronavirus; de otra parte, no pocos sentencian que el virus permanecerá endémico.
Sabíamos de las opiniones clientelares de los medios de comunicación. ¿Ocurrirá lo mismo con las de los científicos?