Durante estos monótonos días de coronavirus en los que Sánchez y el pánico nos tienen recluidos, permanecemos anclados a la pantalla del ordenador, en el que también existen virus, aunque más asépticos, objetivamente inocuos. Uno se zambulle en el universo de You Tube y va rastreando fascinadoras páginas de turismo en Suiza, atento a la majestad de los Alpes, que elevan sus cumbres tentando los secretos del cielo, dejando en sus faldas la imagen de idílicos valles de verdura, con tonalidades de color difíciles de hallar fuera de centroeuropa. Valles recorridos por frías corrientes, alimentadas por vertiginosas cascadas que se precipitan desde la altura imponente de los riscos. Pienso en Wengen y Lauterbrunnen, en la gloriosa cumbre del Junfrau, en Interlaken, con su corazón helado de glaciar; o en el pico extraordinario del Cervino, que recorta su silueta sobre las características casas alpinas de Zermatt. Pienso también en Sils María, donde Nietzsche aspiraba el aire purísimo de sus cotas aristocráticas; en Davos platz, donde Mann ubicó ese otro singular coronavirus de entre guerras. Época que, como en la nuestra, a la muerte le resultaba provechosa la siega, cuando a cada golpe de la afilada guadaña cercenaba aun las más lozanas espigas.
En You Tube, esa bola mágica de bruja siniestra, uno encuentra toda clase de información y de entretenimiento. En estos días sigo cierta propaganda sobre mansiones de super lujo, sobre todo de Italia, unas en Venecia, no pocas en Florencia, Parma, Siena. Son haciendas al alcance solo de ese grupo de privilegiados que mueven los hilos de nuestra mediocre existencia. Imagino cómo sentaría disfrutar una temporada en cualquiera de esas chozas. Seguramente, nos saldría una sonrisa como la de Julio Iglesias, destacando el brillante marfil dentario. Pero reconociendo que a tales usufructos no podemos aspirar, clickeamos sobre el reclamo de algunos hoteles lujosos de Capri, que nos recuerdan el coqueto hotel Excelsior que Willy Wilder nos presenta en su película Avanti. Para los que nunca hemos salido de pobres, Capri sigue siendo un Paraíso, aunque si uno se asomara a sus precipicios seguramente vería arder las llamas infernales de la Camorra. Mas todo esto queda como vagas ilusiones, pues ni Sánchez ni el virus nos darán tregua ni nos dejarán movernos de casa. El presidente quiere prolongar un mes más sus taimadas maquinaciones; con tanta cautela no se ve el momento que podamos sacudirnos el miedo del cuerpo, y es que 27.000 muertos pesan más que sobre la momia de Keops su descomunal pirámide. Sin embargo, esta noche he visto encendida una luz de esperanza, un epidemiólogo italiano afirma en un programa de televisión que el virus está debilitándose, que su virulencia y letalidad disminuye, que quizá dentro de unos meses se haya extinguido y podamos volver a la normalidad de siempre, y no a esa "nueva normalidad" que nos suena a utopía Huxleysiana o Orwelliana y que nos quieren imponer los aprendices de futurólogos.
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