LEER A PLA II

LEER A PLA II

Concluyo El cuaderno gris de Pla. Su contenido, a primera vista, parece banal, un recorrido íntimo por la vicisitud de un hombre joven corriente. El mayor halago que puedo ofrendarle es que no he podido demorar su lectura; cabe decir, que lo he leído de un tirón. Toda novela en forma de diario confieso que me resulta un tanto cargante. Sé que tal es la forma del Werther de Goethe y de alguna que otra obra excepcional. En el caso del Cuaderno gris, podemos festejar que no se trata de una novela, sino del testimonio vibrante de un hombre y una época, una memoria perenne de un mundo olvidado; mundo que Pla retrata, en paisaje y paisanaje, con mirada tan sagaz como desengañada. El Ampurdán de Pla, la Barcelona de Pla son jirones de pasado y, sin embargo, sus páginas transpiran la frescura de lo actual. 

La primera obra que leí de Pla pertenecía a la vieja colección de libros RTV. Comprendía dos obras: Viaje frustrado y Contrabando. Salía yo de la adolescencia. Tengo que decir que su lectura fue reveladora. Por primera vez me encontraba con un autor que reflejaba un universo ajeno a la ficción, donde, en el trasfondo de un paisaje próximo y real, unos personajes que no eran tal sino hombres integrales, hijos del tiempo como uno mismo, nos relataban unas peripecias y circunstancias que podían ser afines. Me sorprendió que también se pudiera hacer literatura con nuestra  realidad gris y prosaica.  Eran los primeros relatos que caían en mis manos que no invitaban a la evasión, sino a la reflexión y análisis del propio entorno, de la inmediata realidad. Más tarde, en boca del propio autor oí declarar que "ésta era cien veces más rica y estimulante que la ficción". Desde entonces siempre tuve en cuenta a ese escritor marginal catalán que manejaba la pluma con una honestidad poco común. Con el tiempo saboree otras obras suyas y fui, entre pros y contras, confeccionando el retrato del Pla hombre y artista. Como el de cualquiera, posee luces y sombras, pero debemos atenernos a lo que él nos quiso legar, el prolijo inventario de sus obras completas. Porque en ellas reside lo más esencial de su vida; vida que, como en la de muchos, permanece en el incógnito el secreto de su "rosebud".  ¿En todo caso, se puede deslindar el límite entre obra y vida?

LA FERA FEROTGE


  Anda una pantera suelta en la periferia del país. Se comenta que es un depredador nocturno. Como su presencia mantiene en un susto al vecindario, se ha acudido a la guardia civil para zanjar el asunto. En todos los momentos estelares de España anda por en medio la benemérita. Quien la ha visto, mantiene que la pantera es negra, como la de Kipling en "El libro de la selva". Debe de tratarse de una fiera desorientada o que ha burlado las verjas de un Safari Park. Se ha encontrado una huella que lo delata como un felino de dimensiones considerables. Conforme pasa el tiempo sus proporciones van aumentando a la par que el temor ciudadano. Se le va a tender el cebo de un sabroso cerdo para capturarla. No sabemos si como pez ignorante morderá la carnada, introduciéndose incauta en la jaula de su cautiverio.

 Todo esto, junto a lo que corre por el país, me recuerda una vieja canción de Ovidi Montllor, "La fera ferotge". En el ambiente se palpan conflictos como los que denuncia la canción, solo que los puntos de orientación han variado. Por el país circulan virus tan patológicos como el de la Covid. Libremente se votan leyes que conculcan la propia libertad. ¿Habrá un peligro más grave que el de la pantera que nos acecha? A día de hoy no tengo noticias de que la hayan capturado. Acaso el asunto sea tan difícil como que en España se recobre el sentido común. Afortunadamente, somos suficientemente adultos como para sacudirnos la viruta de los políticos. Tal clase se ha vuelto tan peligrosa como los "camellos" que venden droga en la puerta de los colegios.

LEER A PLA


Por fin leo El cuaderno gris de Pla. Con antelación había leído las Cartas de Italia, Un viaje frustrado, Viaje en autobús y alguna cosa más. Las Cartas...me fascinaron. Todo escritor con quien coincido en la predilección por Italia me resulta simpático. Y tal simpatía nos empuja a penetrar en su obra. Nada nos hubiera hecho interiorizar en la obra de Stendhal sin contar con su italiano filia. Buscando equivalencias de Pla en la literatura española, se impone únicamente un nombre, el de Azorín. Comparte con el maestro de Monovar la inclinación por lo meticuloso, por lo expresivo. Quizá no sacrifique como éste todo al estilo, pero su fuente es el realismo, el testimonio, la crónica. No en vano en ambos su obra se justifica por la labor en prensa. Fueron casi coetáneos, padecieron los vaivenes del siglo XX, y rastrearon  en lo más íntimo para entender lo circundante. Pla nos cae simpático; un hombre sin pretensiones, apegado a la circunstancia de su paisaje natal y al avatar de sus moradores. Esa Cataluña envarada, más bien sosa como la Sardana, huraña y remilgada se nos vuelve franca y coloquial, a medida de que el escritor nos la va revelando. Pla se nos vuelve más cercano a raíz de la entrevista que Soler Serrano le realizó en el programa A fondo. En ella descubrimos a ese Pla arcaico, que todavía liaba cigarrillos embutiendo  el caldo de gallina en el papel de fumar, que se tocaba con una boina provinciana, y al que poco se le notaba su amplio bagaje viajero. Pla participaba de esa mesura con que algunos afrontamos la vida y que nos reclama saborearla con prudencia, si no queremos que un mal paso la haga naufragar. Fue precavido en política, comedido con la mujer, supo decantarse en la vida por aquello en que creía poseer algún talento, juntar palabras; en lo demás fue un tanto esquivo, pero no dejó por ello de inmiscuirse en el goce de la pasión. Leer a Pla es un ejercicio de introspección, como descubrir ese mundo propio de la memoria que hemos relegado, dejando caer sobre ella el velo del olvido. Conforme vamos explorando en la descripción cotidiana y sentimental la recoleta comarca del Ampurdán, indagamos en los vestigios de nuestra silenciada biografía la relevancia de unos menudos acontecimientos a los que no damos importancia. Esa parte de la familia a la que la muerte ha dejado suspendida en el recuerdo, esos incongruentes sucesos de la infancia que aparentemente no tenemos en cuenta y que sin embargo han sido determinantes en nuestra conducta posterior, enfrentándonos dialécticamente entre el deber y la libertad; además de todo lo juzgado como superfluidad, y que al cabo inclina la balanza de los hechos. Con la literatura queremos crear mundos ficticios que suplanten idílicamente el de nuestra realidad frustrante, sin reconocer que en nosotros, en nuestro derredor, vive la belleza objetiva del verdadero ideal.  Recrear lo cotidiano, lo próximo, registrado por el sello de lo genuino, auténtico, quizá sea lo cabal y ventajoso, pues nunca se nos podrá escapar con la experiencia banal de lo ilusorio. A esa tarea se entregó Pla.

Leer el Cuaderno gris es como aplicarse al sacramento de la confesión. Allí se van despejando nuestras hipocresías y se definen nuestros yerros; se diría que compartimos durante 800 páginas una sesión en el diván de Sigmund Freud. No sé si Pla estaba al tanto de la teorías de Freud, con las que tal vez le hubo familiarizado Dalí. En cualquier caso, el ejercicio del Cuaderno...es limpiar la vida de polvo y paja. Una  larga penitencia que acaso nos purifique. Una vida, en fin, que el escritor aborda con sentido honrado y no con el idealizante de la lente coloreada de Proust. 

Pla es consciente de que la vida sólo la justifica la extensión de una obra, esa obra completísima que transcribió a través de la numerosas encrucijadas del siglo XX. Lo que al final queda del hombre es su tarea, moral o circunstanciada, de laboriosidad artística o espiritual. Creo, pues, conveniente que, antes de ese final que a todos llega, me acerque al fin a la sinceridad de ese legado minucioso que trasciende de la obra de Josep Pla.