Ese árbol añoso donde la rama
se desnuda del traje de la hoja,
como el tiempo, raudo, al hombre despoja
del sueño perseguido de su fama.
Ilusoriamente arderá su llama,
hasta que una luz de certeza escoja
el momento exacto de gran congoja
donde toda presunción se proclama
fatua para el escrutinio del alma,
ajena al designio de los dados,
que huyendo del trajín busca la calma
y persevera en esos ratos encontrados
entre el vil tropel de días desahuciados,
sin favor el premio, muda la palma.
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