Aunque parece que no supura,
la flor esta sangrando,
hasta empapar los pétalos
de su cáliz y resbalar
goteante por su corola.
Del suelo recogí esa flor herida
sin saber cuál fue el puñal
que la había penetrado,
indiferente a su frágil belleza,
hostil a la pureza de su aroma,
ciego en su bastardo desprecio.
Nada puede remediar la seca puñalada,
nada devolverá su hermoso esplendor.
Quizá no se prolongue su languidecer
moribundo y se apresure, exangüe,
la marchita rigidez sin vida.
Es raro que yo te recoja,
apiadado por tu mustia muerte,
y que con ánimo triste derrame
por ti sincero llanto.