UNA PÁGINA SOBRE BALZAC

Balzac fue para mí un descubrimiento de lector maduro. Sí bien, en mi edad juvenil, tuve mis primeros balbuceos con su prosa, hube de descartarla por su difícil absorción y por ser representativa de esa "culture" francesa, que en aquella época se me antojaba el colmo de la, ciertamente pedante, pesadez europea. La novela que propició estos indecisos contactos fue "Un asunto tenebroso", relato en que la maestría balzaciana revela la variedad de sus resortes, sobre todo cuando al final de ella describe las escabrosas licencias de la inteligencia bonapartista. En esas vigorosas últimas páginas se descubre el Balzac más inspirado.

En cualquier caso, el universo de Balzac es una creación adulta y para adultos. No goza de los fuertes contrastes de la epopeya que hace de un Steveson un escritor para todas las edades, y si participa de esa acritud del melodrama, anticipándonos esa sorpresa descarnada de lo real, atrayente y desazonador. La creación de La Comedia Humana supuso para Balzac el objetivo supremo, de cuyo fracaso devendría el fantasma de una vida malograda. Para que esto no ocurriera, puso en el empeño sus cinco sentidos y el aglutinante de una inteligencia nada frecuente. Como Proust vio claro unos postulados que dieran cohesión y significación a su obra. El cometido era bien simple, pero la vastedad del propósito participaba de la genialidad. Su tarea era poner en la mesa de operaciones de su literatura a esa sociedad de la restauración de la que era coetáneo, y conforme a su vocación, intérprete. Con el bisturí de su prosa diseccionaría ese cuerpo enigmático y convulso, hasta extraer a la luz sus virtudes y lacras, el material de sus sueños y la carroña de sus mezquindades.

Conocedor como nadie de ese París que había despertado de la desmesura napoleónica y que ahora pretendía reconocerse en el recatamiento de un tradicional provincianismo, seguía a sus gentes por las calles, calibraba sus convenciones, se introducía en lo más secreto de sus alcobas, reconocía la quincalla en el oropel de sus vanidades, y suspiraba con dolor antes de delatar la ponzoña de los corazones. Quien desea abarcar lo absoluto se pierde en el remolino de su vorágine.

Los héroes de Balzac no pretenden serlo; los son porque la vida los coloca en esa tesitura. Pero decíamos que Balzac no entronca con la epopeya, a no ser que juzguemos la Comedia Humana globalmente como una descomunal epopeya de su siglo, como fue la de Homero para la Edad Heroica. Lo personajes balzacianos se nos presentan asequibles, porfiando en la claroscuro del drama, veraces, devorados por la pátina social, enfermos de esa calentura de las convenciones, llenos de engaño, de pasiones y renunciamientos. Vivos, sí, pero de algo que nos es exactamente vida real, sino vida literaria: como en ese viacrucis de Papa Goriot, donde se revela el esfuerzo sobrehumano que tuvo que hacer Balzac para apurar tan amargo cáliz, para entregarnos ese algo más que literatura.
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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