No lejos de Plaza de España, entre la retícula de calles angostas y seculares, quizá trazadas ya durante la milenaria planimetría romana, no sé precisar en este momento por qué érráticos vericuentos accede uno a la via Margutta, en uno de cuyos portales, el correspondiente al número 51, penetramos. Nos recibe un vasto patio que remite a los de las viejas posadas castellanas. En su perimetro desembocan distintos vanos de escalera que conducen a heterogéneas zonas habitables del inmueble. Podría aventurarse que su diseño nos evoca las viejas corralas madrileñas, patios de vecindad superpoblados por los núcleos de la sociedad más castiza. En verdad, aquel espacio parece razonablemente estructurado para dar cabida a un cierto estilo de vida, modestamente romano. En sus rincones se respira plena autenticidad, se pladea ese sabor vernáculo. Llama primodialmente la atención la amplitud de un espacio que se contradice con el área reducida de las viviendas que congrega, y deja entrever cuál era la auténtica realidad de esa Roma silenciosa, ausente de grandes monumentos, que palpita generación tras generación transfiriendo ese carácter peculiar de lo romano. La escalera que buscamos se halla presidida por un aguila con la alas desplegadas, como símbolo auténtico de totem, y auspicia el secreto de nuestra visita al inmueble.
Hay más de una razón para visitar el 51 de via Margutta, uno romper la discrección de esa Roma popular y desentrañar el latir cotidiano de su vida; otra, conocer uno de los enclaves donde se rodó una de las más amables películas de la historia del cine: Vacaciones en Roma. En vía Margutta 51 se ubicaba el reducido apartamento habitado por Joe Bradley(Gregory Peck) y al que llevó a la princesa(Audrey Hepbrun), tras bien argumentadas peripecias, a pasar la noche. La idea del film, original de Dalton Trumbo, aunque presente evidentes coincidencias con el Sucedio una noche, de Capra, constituyó en su estreno un notable éxito, auspiciado por esa ascensión al estrellato de uno de los más radiantes meteoros de Hollywood, esa Audrey Hepbrum, de filmografía memorable.
Por otra parte, la pelicula se constituye en un escaparate tras el que la Roma milenaria se da a reconsiderar al mundo extraeuropeo, especialmente a Norte América, reclamando un turismo marshaliano que la hiciera remontar del marasmo postbélico. Seguramente el rodaje del film coincidió con la inquieta efervescencia del neorealismo italiano,tras cuyos fotogramas se trasluce la realidad de ese pueblo macerado, de incietos horizontes, que mira esa realidad desgarrada de los ojos de la Magnani y aguarda un insatisfactorio porvenir en mugrienta camiseta de sport.
Por siempre, Roma;Arrivederci, Roma.
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