Andalucía habita en el rumor de sus patios, cuando en el barbotar de una fuente serena se presiente la eterna melodía de la vida. Sus jardines recoletos, aromados de azahares, parecen rescatar la memoria de el viejo Al Andalus, que pervive en sus senderos de perfumes y de fuentes, donde en la claridad de los cristales del agua se transparenta la pureza del alba y la esperanza. En la quietud callada de su silencio abierto al infinito, el trino del jilguero nos revela el palpito secreto del tiempo, la consistencia del tejido de la horas, las liviadad de los átomos que atraviesan fugaces el cendal del aire, mientras nuestros pasos resuenan en la claridad azul de la mañana, que se rasga con la gasa de una nube apenas precisa, difuminada por la luz tibia de la aurora que amarillea sus jirones dehilachados.
Andalucia de jardines y de alcázares. Mientras en el mundo se erigían fortalezas inhóspitas, rudos bastiones que sólo hablaban de guerras, de sitios y de sangre, ese sur que no sólo se sueña en la cadencia de los rabeles, en la musicalidad de las endechas, en el embeleso del poeta, nos trae el regalo, de suntuosidad onírica, de sus palacios, en cuyas estancias de admirable filigrana pervive la memoria del moro, que con sus fastos hedonistas trata de alcanzar el epicúreo paraíso de Mahoma. Esto queda claro en los palacios de la Alhambra, en cuyos patios y arrayanes, en sus salones de facunda decoración, se presiente ese anhelo metafísico. En sus rincones afiligranados con estuco, en el arabesco de sus ventanales, en el secreto vidriado de sus baños, se presienten los pasos livianos, de tobillos guarnecidos de ajorcas, de los jóvenes huríes. Es su caminar como trotecillo ligero de gacela, huidizo y esquivo. Uno espera encontrárselas en la penumbra del serrallo, protegida su belleza cautiva, comparable a la blancura del jazmín y a la turgencia de la rosa, por la celosa eficiencia de los eunucos. Al comtemplar el esplendor de sus maravillas, se puede compreder la profunda aflicción de esa Granada claudicante, las lágrimas femeniles de Boabdil que no supo defender a su amada con la fiereza sacrificada del macho.
Primavera de esencias de Granada, la musicalidad armoniosa de sus jardines en una melodía de Falla; Cordoba, serena y sabia, con fragancia de azahar endulzando sus mañanas, entre olvidados ecos del muhecín salmodiando en sus minaretes mientras su añorante poesía llena mis recuerdos. ¡Sí! Pero- parafraseando a Alberti- nunca vi Sevilla.
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