EL MANGUI QUE ROBÓ UNA BIBLIA

Le conocían por el "Demetrio", aunque su verdadero nombre era Manuel Bermejo Expósito. Yo creo que tal apodo se lo endilgó algún despabilado que andaba algo puesto en eso de la Historia. Alguien que por no tener cosa mejor que hacer mataba su tiempo releyendo viejos libracos  escritos sobre la época de "María Castaña" y la guerra de los Peloponesios. Porque sé que por aquella friolera de siglos hubo un rey que se llamaba Demetrio, que tenía un padre tuerto y que se lo montaba liándola de guerra en guerra, asaltando las murallas de las ciudades con torretas de cojones y catapultas. Tal fulano debía de tener los mismos ardiles que hoy se gasta el Demetrio para el negocio, pues cuando tiene ganas, menuda maña se da para birlar o mangar, cosa fina. Lo malo es que es más bien un poco manta para la faena, y lo único que le apetece es perderse y perrear, manos en bolso, de barrio en barrio, sin saber lo que busca, dejándose llevar por el colocón del chocolate. Si tomara en en serio los asuntos, se daría la gran vida; saldría de noche a fardar con el bolsillo lleno, alhajas aquí y allá, buenos pingos, sobrado de costo, y le lloverían las chorbas.

Yo creo que lo que le pasa es que todavía le bailan las velas en la nariz y se las sorbe de cuando en cuando; tiene diecisiete tacos pero `piensa como si tuviera trece. Antiayer no más; dicen que se perdió en el barrio de Bellavista, tan descarriado como un perro sarnoso, y husmeaba por calles y figones, pidiendo tabaco y tomando donde le pillaba alguna copichuela que le permitía la calderilla. No escarmentará; si hiciera lo que le digo, otro gallo le cantara. Pero al que se tuerce, la vida se encarga de enderezarlo. Baste el ejemplo: Pues no se le ocurrió al tío otra cosa que entrar en una librería que le salió al paso. Como si en ese tipo de tiendas hubiera algo de provecho. Fue recorriendo los estantes llenos de libros dándoselas de cliente mientras el dependiente lo junaba con cierto mosqueo, receloso de que se la dieran con queso. Pero el Demetrio , avispado, le preguntaba por títulos de libros que el librero no tenía, y éste dudaba si quien le vacilaba era un zángano o un intelectual. Porque el Demetrio leía los lomos de los libros como  haciéndose el entendido, aunque no sé a quién iba a pegarsela, a no ser que el pánfilo le siguiera el rollo como un pardillo. Pero lo cierto es que el bueno del Demetrio fue a la escuela; allí se empapó el abecedario y la suma y la resta, y es hasta capaz de leerse un libro de corrido, como si eso subiera o bajara.

En aquella librería había muchos libros: novelas por un tubo, libros de historias, filosofía y otras zarandajas. Podía haber escogido cualquier libro molón, con fotos e ilustraciones, del que se pudiera haber sacado alguna buena tajada al revenderlo. Pero a él se le fue la mano y la bola hasta una Biblia con las tapas negras y con letras que procesionaban por los ojos como hormigas diminutas, una de esas que se regalan a los monagos, y se la guardó en un falso forro de la chupa sin que el librero lo guipara y salió cortando. Cuando el gachó se dio cuenta del roto,  el Demetrio ya andaba lejos. Porque no hay que negar que el tío es rápido y competente a la hora de afanar y dar esquinazo a los pringaos.

Yo creo que lo peor que podía haberle pasado al Demetrio es ser instruido. Pues de haber sido un lerdo, un botarate, no habría leído aquel libro y todo hubiera continuado como siempre. Pero lo leyó, y no sé que leería, que el menda a los pocos días volvió a la librería del barrio de Bellavista   y devolvió el libro, como si fuera un primo y pudiera permitirse el lujo de ser honrao. Medroso y avergonzado, lleno de escrúpulos, dejó de frecuentar  a la peña como si fuéramos tiñosos y dicen que hoy anda canturriando abobalicado, poniendo jeta de lelo, por esas iglesias que abren en los bajos comerciales y que llaman "evangelistas".
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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