LEGENDARIO VALLE-INCLAN

Ya cuando iba al instituto, Valle-Inclán era mi ídolo. Me complacía su ácrata apostura, desafiante de una sociedad inmovilista y mojigata. Su actitud transgresora concitaba mi admirativa curiosidad hacia un escritor que por aquellos tiempos del franquismo catalizaba mucha de la actividad opositora del momento. En el libro de literatura del bachillerato yo había dibujado al pie de su foto el anagrama del anarquismo, junto a la hoz y el martillo, como arrojando el guante a una sociedad que no quería saber mucho de nosotros. Valle era esa figura consecuentemente subversiva, que arremetía con el arma de su prosa contra ese mundo burgués y reaccionario sin admitir ninguna componenda. Me regocijaba de que el general Primo de Rivera lo hubiera tildado de "eximio escritor y extravagante ciudadano". Su corrosivo teatro era punta de lanza de la intelectualidad del momento y cualquiera de sus montajes levantaban gran revuelo, celebrándose la combativa vigencia de sus esperpentos. El Ruedo Iberico era tenido por una de las más lucidas radiografias de nuestra triste España, sacudida de miseria e injusticia, pero cuyas inveteradas lacras no escapaban a la crítica pluma de nuestros literatos. En esos días en que desconocíamos el privilegio de la libertad, necesitábamos aferrarnos a la denuncia y a la raíz honesta de la palabra. Y Valle era ese bate pulcro, pobre hidalgo de nuestra España pero en cuyo pundonor se reconocía el sobrio orgullo de hacer patria. Solo una figura puede comparársele en nuestra literatura: la de Don Francisco de Quevedo.

En estos días leo una biografía de Valle, publicada por Espasa. ¡Qué lejos nos parece hoy la figura legendaria de Don Ramón María! ¡ Qué distante nos suena un escritor que opinaba que practicar el periodismo avillanaba el estilo! ¡Qué lejana nos resulta la agonía por alcanzar la antojadiza cima del Parnaso, que es como jugar a la gallina ciega circundado por el alegre coro de las musas! ¡Qué incompresible nos resulta la bohemia, la inmolación de ese Max Estrella en pos del galardón de la belleza! ¡Que lejos, don Ramón, la filigrana de las Sonatas, cuando la vida nos impone tan distintas exigencias, tras la aciaga travesía de ese convulso siglo  XX, donde el dolor, mirándonos a los ojos, nos ha involucrado en esa ley voraz de la vida! ¿Qué sentido tiene para nosotros ser decadentes de salón?o ¿ ser escritores a ultranza, en pos de ese prurito goloso de la fama o la gloria literaria, que acaso no sea más que una placa conmemorativa inflada de superfluas o graves palabras?
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Francisco Juliá

Soy Francisco Juliá, y el deseo de este blog es llegar al mayor número de lectores, compartir una hermandad a la que nos invita lo íntimo de la conciencia.

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