YUSTAPOSICIONES

YUSTAPOSICIONES
Madrid. Primavera.
Las cumbres de Guadarrama
permanecen nevadas.Gabo ha muerto.
En Ucrania se debaten en las calles
gubernamentales y prorrusos.
Bonanza: anuncio del estío.
Es viernes Santo. La ciudad es un hervidero.
Rumor de muchedumbre en los pasos procesionales.
Calma tensa. Lamento de saeta.
En Korea aún se busca a los desaparecidos
del naufragio. En las ciudades, la vida
aguarda su milagro cotidiano.
Nicaragua y México
presienten un gran terremoto.
Se tiembla por los miles de muertos probables.
Mejor no haber amanecido.
En Madrid se masca júbilo de ciudad festiva.
No hay tráfico. El aire se densifica
en la templanza de poniente.
Esperanza. Se sabe que vendrán
días amargos. Se remueve la tierra
buscando cadáveres desaparecidos.
La naturaleza celebra la gloria de su fecundación.
Viene la brisa cargada de polen;
El Prado es un revuelo de semillas.
¡Vivir aún es posible entre las treguas
de la tormenta, el conflicto,
la catástrofe y la muerte!
Primavera.Madrid

GABO, IN MEMORIAM

GABO, IN MEMORIAM
Nunca como hoy las letras hispánicas se visten de luto. Gabo ha muerto. Nos ha dejado a una edad prudencial, regalándonos el legado inimitable de sus obras. Puedo vanagloriarme de haber leído gran parte de ellas, desde que su "Cien años de soledad"  irrumpiera con ese milagro literario conocido por todos como el "boom". Porque básicamente esta novela fue la generatriz de otras muchas que llenaron luego el universo literario hispanoamericano. Para mí, como para tantos otros, supuso una revelación, una manera diferente de entender la literatura, y fue, sin duda, nuestro norte en la brújula para acceder a esa nueva novela. Cien años de soledad, el gran culebrón mágico de la saga de los Buendía, penetró en nuestras letras con la fuerza de un tifón caribeño, aportando esos aires nuevos con que siempre se oreó nuestra ajada literatura. Porque invariablemente esos aires nuevos vinieron de américa, con José Martí y José Asunción Silva en el XIX, con Rubén Darío y Neruda en el veinte; con ellos nuestra modernidad aireó los sórdidos desvanes, hediondos de un ya periclitado Siglo de Oro.

Porque en España se hacía una rala literatura, constreñida por los impedimentos de un régimen tiránico y censor. Tan sólo destacaba un Cela, más como personaje que por sus propias obras, mientras Umbral todavía era un desconocido. Imperaba una literatura social deudora de los fantasmas de la guerra civil y que inquiría en el yermo panorama de postguerra para describir su propuesta desolada. Andando por ese páramo inhabitado de nebulosos horizontes, llegó la novela de Gabo. Verdaderamente, significó un "boom", una explosión que hizo estallar por los aires las astillas de ese viejo carromato, arrastrado por los famélicos jamelgos de nuestra letras. Ya no volvieron a escucharse sus cascabeles.

Descanse en paz Gabriel García Márquez, quien nos recordó a todos ese Macondo entrañable que llevamos cada uno en nuestro corazón.

LOS ELEMENTOS: AGUA

LOS ELEMENTOS: AGUA
¡Aguacero, torrente, inmensidad,
Río, lago, mar u océano!
En lo inestable te sientes primordial.
Te ignora la luz de los rayos, profundidad;
profundidad de abismo, averno frío, precipicio
donde se hunden las tinieblas sin indicio
de retornar. Allí donde rugen los ángeles
caídos o habita el gran silencio de las simas,
cráteres de la desesperanza. Desolación
que extiende incierta su duda y sus cascadas
en tanto entona la arcana canción no revelada.

Agua, mar de las civilizaciones, pingüe
cuando el hombre te surca
y su vela hiende el horizonte infinito.
Allí donde te descifra el hemisferio y la brújula
y las arenas de tus playas son refugio
del naufragio de los héroes.

Hoy a tus orillas vuelvo,
como al  regazo de una madre;
porque en el eterno movimiento
de tus ondas se consagra el milagro
de la vida, se hace la mar prodiga, sustento
de todas las criaturas. Mar.
 Conciencia azul que late indivisa,
conciencia del tiempo, en cuyo vaivén
garboso planean las gaviotas
y los peces sondean entre turbulencias
los senderos sin número del océano.

Tu movimiento variable mece, sacude, ¡despedaza!
y pretende revelar el misterio y los orígenes.
¡Qué me cubra el mar de azules y espumas,
con el brillante centelleo que reverbera sobre sus ondas!
¡Qué me cubra el mar con el armiño lapizlázuli
de su manto regio, acribillado de miríadas de estrellas!
Que me recuerde el mar como uno más de sus marinos,
o que con su  húmeda indiferencia
cubra mi nombre de olvido.
Que me cubra el mar del solsticio y no el desmesurado
de la galerna cuando vomita el sumidero de Hades
sobre el despeñadero de rocas y acantilados,
devorando con duras dentelladas
la estéril agonía del náufrago.


Río. Rio que discurre, sereno y melodioso,
saciando la sed inagotable de los pueblos.
Río de la vida,o río de la desesperanza;
Ríos de Manrique; corrientes duraderas
que traen el anuncio del tiempo renovado
o la dulce eternidad de los valles remansados.
Río que te escuchas con tu cántico de perlas
descendiendo fresco y sinuoso por tu lecho de guijarros.
Corrientes arcaicas como el despertar del mundo
cuyo alegre manar sacia la sed del peregrino.

ESPECTÁCULO ROMANO

ESPECTÁCULO ROMANO
¿Cuál es el secreto que esconde Roma? La primera impresión que se lleva el turista es de caótica fascinación. Un primer instinto le lleva a buscar la Roma de calendario, donde sus más afamados monumentos adornan el deshojar de los meses. De tales subvenirs se muestra exhuberante Roma. La Antigua Roma impone una iconografía de epatante grandiosidad; baste la visita al Coliseo  o el paseo por los foros. Pero, claro es, estos efectos de postal de 0,50 euros  resumen únicamente la epidermis de la ciudad. Roma en sus monumentos sería en efecto grandiosa, victoriosa, revestida de ese laurel que pasearon en triunfo sus invictos generales. Mejor solo buscar en el portento de su arte, en la magnificencia de su historia esa cara que nos hace ver lo consecuente del hombre, lo provechoso de su espíritu. De esta manera la amaría un enamorado Goethe desde la atalaya del monte Capitolino, contemplando el atardecer en los foros.
Pero Roma es bien diversa: magnífica y pintoresca, religiosa y pecadora, palaciega y  chabolista, dandy y truhanesca, altiva y decadente, opulenta y misérrima. Y es precisamente este contraste el que nos hace sonreír, porque el turista la observa desde los ojos de la curiosidad y la farándula. Pero también ese es el prisma que los mismos romanos han ayudado a difundir.
He visto por televisión un reportaje sobre Roma; en él he podido entrever las caras plurales de la ciudad; no todas ellas notorias y celebrables; algunas de ellas trágicas. Por la pequeña pantalla ha desfilado toda la reseñable fauna humana que pulula por sus calles; también sus rincones más caraterísticos, algunos de ellos insospechados, no muy asequibles al turista corriente que visita la ciudad en son de paz. En los minutos de metraje, han desfilado turistas, comerciantes, vecinos, tunantes, excéntricos, prostitutas, maricas, fulleros,mafia subterránea, legionarios de guardarropía, atildados cicerones, flipados, indigentes.., perfilando todas las gradaciones de la miseria y de una vida que lejos de relumbrar con el brillo del optimismo, se entenebrece en el claroscuro del drama. Al pulsar en la sensibilidad de sus cuerdas, éstas devuelven al aire la  congoja de un lamento. Me llena de estremecimientos el alma el que al observar esta Roma parezcan revivir en la memoria la viejas secuencias del neorrealismo, con su doloroso discurso de estupor y denuncia. Sí, todavía hoy no anda muy lejos la amarga vicisitud del Ladrón de Bicicletas, de De Sica. Al reconocer esta triste Roma desconfío de que la restituya todo el esplendor del arte vaticano.

CAVALLERÍA RUSTICANA

CAVALLERÍA RUSTICANA
"Cavallería Rusticana"pertenece a esa corriente operística que se llamó el verismo, y que tuvo en Puccini a su principal valedor. La obra es una pequeña joya, debida al temperamento dramático de un creador que ocupa un lugar menor en la historia de la ópera: Pietro Mascagni. Cavallería...es una obra breve pero repleta de importantes logros; con ella, me ocurre como con alguna de las obras de Mozart: que tengo la impresión de haberlas conocido desde siempre; así de familiar se nos presenta su autenticidad musical.
De la biografía de Mascagni sé bastante poco, y su repertorio conocido parece completado con su otra ópera "El amigo Fritz", de la que tengo limitadas referencias, aunque su título me intrigó por un tiempo. Pero no cabe duda que Cavallería...es su obra clave. Siguiendo los postulados del verísmo, rehuye los pasados argumentos verdianos de cartón piedra y nos sumerge en un tema que nos enlaza con lo más inmediato. Mascagni penetra hasta el corazón de esa auténtica Italia que le tocó vivir y nos desvela el acontecer cotidiano, tras el que se esconde el latido del alma de un pueblo. El libreto de la ópera, basado en un relato de Giovanni Verga, es breve pero inspiradísimo; con escasos pero sólidos trazos nos hace experimentar el pálpito de esa vida rural que trascurre entorno a una pequeña villa del profundo sur itálico. Su pincelada costumbrista describirá perfectamente la contrastada realidad de sus moradores, entregados a sus tareas agrícolas, a su religión y a sus pasiones.  Allí reconocemos al pueblo vivo, celebrando su religiosidad visceral y disfrutando su devenir arcádico. Nada debiera entorpecer ese sosiego casi pastoril, si el hombre no se hallara infectado por esa común lacra que hace corroer los corazones: la pasión adúltera. En torno a esas dos pasiones antitéticas se funde el drama: la piadosa y la carnal. Nunca se describió la pasión con notas tan sinceras, se lloró la culpa,  restallaron los aceros y se derramo la sangre de la vendetta. No es raro que Cavallería Rusticana inspirara a Coppola su Padrino III; es más, la musica de Mascagni y la propia ópera forman parte de su banda sonora.



LOS OCHENTA

LOS OCHENTA
Los ochenta para mí fueron unos años que me pillaron algo desmarcado. Culturalmente yo estaba embebido por la contracultura de los finales de los sesenta y setenta. Más bien era el fenómeno hipie el que se había encargado de efectuarme el correspondiente lavado de cerebro. Compartía de algún modo su moda y parte de su idiosincrasia. Había asumido su melena, pero no sus paraísos artificiales. Eso sí, fumaba tabaco y bebía como un descosido y devoraba a Nietzsche. Semejante cocktel no podía tener buen final. Paulatinamente, la disipación me precipitó en ese pozo insondable del que resulta bastante arduo poder retornar a la superficie.

Por los ochenta yo andaba enfrascado en una esclavitud proletaria, tratando a trancas y barrancas de labrarme eso que se llama un porvenir, que todavía no sé si lo he conseguido. Por ese tiempo había abandonado casi por completo la literatura, después de intentar sin éxito publicar alguna novela o ser galardonado en algún certamen literario de los que se pregonaba que los premios estaban amañados. Pero, eso sí, afortunadamente, no había perdido el vicio de leer. Durante los ochenta yo no sé lo que era: si un julai, un flipao o un garrulo..., aunque yo me inclino a creer que un pardillo, al que los enrollados jóvenes de tupé trataron de dársela con queso.  La movida llegó a Alicante a bordo del talgo de Madrid, y se instaló en los diversos tugurios del "barrio", pero para entonces yo ya estaba demasiado pasado, demasiado excéptico para dejarme envolver otra vez por ninguna fantasiosa filigrana. Sí, verdaderamente, la vida pasa factura. Quizá con ello quiera advertirnos de que despertemos. O  acaso es que yo más bien pertenezca a esa peña, recordada por Bryce Echenique en sus memorias, de los que piden "permiso para vivir" y se resguardan de involucrarse de lleno en esa guerra sucia de la vida.